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Kirguistán, el centro del mundo Kirguistán, el centro del mundo
Kirguistán, el centro del mundo Los antiguos filósofos y sabios griegos aseguraban que el centro del mundo se encontraba en Delfos, al pie del... Kirguistán, el centro del mundo

Kirguistán, el centro del mundo

Los antiguos filósofos y sabios griegos aseguraban que el centro del mundo se encontraba en Delfos, al pie del monte Parnaso, donde según la leyenda las águilas de Zeus se encontraron para señalarlo. Pero no es cierto. El centro del mundo se encuentra en Asia central. Está en Kirguistán.


Kirguistán, en kirguís, Кыргызстан, Kırgızstan; en ruso, Киргизия, Kirguíziya, es también conocido como Kirguizistán o Kirguisia, y oficialmente como República Kirguisa. Se quejan, con razón, de que ningún extranjero sabe pronunciar bien su nombre.

 

Está más lejos del mar que cualquier otro país del mundo. Tan alejado que ninguno de sus ríos consigue llegar hasta él. Su altura media (2.750 m) te mantiene cerca del cielo constantemente. Aquí, además, entre sus cordilleras, se encuentran las montañas celestiales de Tian Shan. ¿Qué otro nombre podrían tener, si unen este extraordinario país con China?

Llegamos en vuelo desde Valencia con escala en Estambul, que se ha convertido en la auténtica entrada en Asia, recuperando así su antiguo papel en la Ruta de la Seda. El avión es hoy el nuevo orient espress. Una corta parada para cruzar la terminal y subirnos al vuelo que nos dejará al otro lado del espejo, en Biskek. Eva, Daniel y yo somos el trío viajero; él en una moto, Eva y yo en otra.

 

En Biskek nos espera Ricard Tomás, CEO de AFA Travel, una empresa especializada en viajes de aventura por esta parte del mundo. Ricard es un profundo conocedor de esta zona del mundo. China, Asia central, todos los “estanes” y, por supuesto, Kirguistán no tienen secretos para él. Es además un “fixer”, no hay problema que no resuelva si es que tiene solución, y si no la tiene se encuentra una. Su equipo humano es tremendamente amable, eficaz y dedicado. Solo puedes enamorarte de ellos y agradecerles su atención.

A Ricard lo conocimos por mediación de Quique Arenas, CEO de esta casa, que lo definió simplemente con un… “es de mi máxima confianza”. Máxima. Y con esa máxima actuamos.

Kirguistán

 

Ricard nos alquilará las motos, nos sugiere la ruta y los alojamientos, y nos da consejos certeros sobre lo que encontraremos. Sus fuentes de información permiten sortear problemas que esquivamos antes de que aparezcan, en este mes de mayo de 2021 de clima errático y caprichoso. Puertos y pasos cerrados por la nieve que evitamos con un elegante quiebro de caderas por indicación suya.

Llegar aquí fue producto de un capricho, una decisión inesperada, una serendipia. En lo profundo de nuestras redes neuronales subyacía la sombra de una Pamir no realizada. Una Pamir que este año tampoco podría ser. Las fronteras de Tayiquistán, China y Rusia seguían cerradas a cal y canto y con altas probabilidades de mantener el cierre todo el año. Solo Kirguistán estaba abierto en la zona. El camino de la toma de decisiones nos proyecta hacia Ricard. Con Ricard y con una bolsa amarilla de viaje que habría que llenar de alguna forma.

 

 

 

Es bonita la bolsa amarilla. Con sus cintas grises para comprimirla, y sus asas. Al lado del maletín de lona chino parece una doncella bien vestida. Y está muy bien diseñada. Es agradable al tacto y es fácil de manejar. Con sus cinchas de compresión se compacta muy bien.

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Dentro va todo el equipo de moto. El de Eva y el mío. Cascos, botas, cazadoras, pantalones, guantes de invierno y chalecos térmicos. Todo lo necesario para poder montar cómodamente allá a donde vamos. Son 20 kg solo en el equipo de moto.
Aún nos esperan 10 horas de viaje para alcanzar Biskek. Kirguistán. Asía central.

Estambul nos recibe bajo un cielo plomizo que cobija sus mezquitas y sus banderas rojas. Nuestra maleta amarilla salta de un avión a otro mientras corremos por el aeropuerto. El tiempo entre vuelos es corto, eso sirve para hacer ejercicio.

Último salto, y al otro lado del espejo nos espera Biskek. Nuestro bolsón amarillo aparece de los primeros en la cinta transportadora, tiene ganas de llegar. ¡¡¡Hola Asia!!!

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Biskek es una ciudad moderna, con la inevitable mezcla de lo soviético y una modernidad que puja por asomar. Llena de monumentos que recuerdan los héroes de la revolución junto a los héroes de la independencia de Kirguistán. Elvira nos acompaña recorriendo la ciudad. Es fiesta nacional, se conmemora el fin de la segunda guerra en Europa. Todo el que tiene un uniforme se lo pone ese día. Paseos de banderas y medallas.

La guerra aquí empezó en 1941, no en 1939. Al fin y al cabo del 39 al 41 Alemania y la URSS fueron socios y aliados, juntas iniciaron la guerra repartiéndose Polonia. Aunque eso, ahora, no se diga.

Es fiesta, pero también es Ramadán y aunque el país es ateo, los musulmanes consiguen imponer su criterio sobre el comer y el beber. Nos cuesta encontrar una cerveza bien fría.

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Pero no es esta ciudad el objetivo. Nuestra estancia en ella sirve para aclimatar, conseguir tarjetas SIM, dinero local y celebrar el cumpleaños de Daniel, que, caprichoso, decidió cumplir años en este país.

El Som es la “cachimba”, la moneda local, que aquí se cotiza 100 a 1. Es una buena y fácil proporción. Perfecta.

Lo importante empieza ahora, cerramos trato con Ricard. Con su sabiduría y consejos diseñamos ruta para estos días, nos alquila las motos y nos pregunta si tenemos problemas en que nos acompañe mañana él mismo, en la primera etapa. Al grupo se une una pareja de mallorquines que tienen el descabellado propósito de pisar los cinco continentes con sus Super Tenere de más de treinta años. En su web cuadernodebitacora.net, exponen su viaje. Eusebio y Jordi son una pareja sorprendente que mezcla sabiduría y locura a partes iguales. ¿A qué loco se le podría ocurrir un proyecto tan descabellado? ¡¡pisar los cinco continentes con motos viejas!! ¡Locos! Deliciosamente locos.

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Salimos después de comer todos juntos. Sorteamos el caótico tráfico de Biskek buscando carretera libre. Viajar detrás de Ricard tiene una ventaja inesperada, aprendemos cómo identificar y sortear la miríada de controles de velocidad que, como una plaga de insectos molestos, invaden estas carreteras.

Antes de recalar en Tar Suu, en la casa de huéspedes que ha montado la familia Kemin, visitamos torre Burana. Torre Burana es un minarete inclinado, el único resto que queda de la ciudad de Balasagun, que fue la capital del Imperio de los Karajánidas, allá por el siglo X. Es interesante, pero se ve pronto, junto a sus campos de estelas de kurgán cerca de la torre. Las estelas de kurgán son pequeñas figuras de piedra que se usaban para honrar a los muertos, y a veces marcaban el lugar donde se enterraba un cuerpo. Aunque hay excelentes ejemplos de trabajos en piedra del siglo II y VI d.C., van acompañados de petroglifos de reciente factura que deslucen su autenticidad.

La velada en casa de Kemin empieza con unas truchas salvajes, de atractivo color asalmonado, preparadas a la brasa al aire libre, cerveza rusa y conversaciones animadas. La noche acaba con vodka.

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La ruta del día siguiente nos lleva hacia el lago Issyk-Kul, la joya de la corona de este país. El Issyk es el segundo lago de origen alpino mas grande del mundo, solo superado por el Titicaca. A pesar de encontrase a una altura de 1600 m. no se congela en invierno, por el carácter levemente térmico de sus aguas. Sobreexplotado, hoy tiene prohibida la pesca. El lago está rodeado de altas montañas, grandes como dioses, perpetuamente nevadas, que derriten sus hielos hacia el lago desde todas las direcciones. La carretera que lo circunvala por el norte discurre bordeando la frontera kazaja y está poblada de resorts con un corte setentero muy demode. Aquí las clases dirigentes soviéticas se relajaban antaño, hoy es el centro de vacaciones de las familias acomodadas de la capital. A medida que te alejas de Biskek el paisaje se hace menos urbanizado, las ciudades cambian a pueblos y los pueblos a aldeas. Intentamos, sin éxito, descender hasta el agua, buscando un lugar donde poder tomar una pibha. Resultó un imposible. Este Benidorm trasnochado está cerrado, en espera de mejores tiempos. Nos conformamos con comer en un local ruso, bajo la atenta mirada de una familia kirguís, que nos hace fotos. Somos la cabra de dos cabezas, los elementos exóticos. Acabamos haciéndonos fotos mutuamente sin pudor alguno.

Nosotros nos quedamos en la zona, dormiremos en una yurta en Grigorievka mientras Eusebio y Jordi siguen su ruta.
Lo de dormir en la yurta tiene sus más y sus menos. Aunque pueda parecer que es bucólico y emblemático, pasas un frío del carajo.

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Dormimos castigados bajo el peso de toneladas de mantas y embutidos en nuestros trajes térmicos. La yurta muy bonita, eso sí. El motivo de hacer noche aquí no es otro que tomar una pista que, saliendo del pueblo y bordeando el río Chon-Aksu, escala la montaña hasta un pequeño lago alpino, el Ye Ozerko. La ruta es deliciosa, escala delicadamente prados y vaguadas, sorteando rebaños de caballos y cabras, por unas pistas primorosas, con unos paisajes frescos y no intervenidos por mano humana. Y una soledad no interrumpida más que por ocasionales pastores a caballo. La naturaleza estalla a tu alrededor en este inicio de primavera.

Haciendo una “U” volvemos a la carretera general un poco más al este. En el descenso noto que la dirección de mi Gs falla, tiene holgura en los rodamientos, algo que resolvemos, temporalmente, con un apriete. Ricard consigue hacernos llegar la herramienta precisa a Karakol, la ciudad más importante al este de Kirguistán, al final del lago Issyk-Kul, una capital de provincias, rodeada de montañas espectaculares y que tiene una pequeña catedral ortodoxa construida en madera. La Santa Trinidad. La entrada resultó libre, nadie nos paró y a nadie preguntamos. Recorrimos el recinto sin ningún problema. Resulta un sitio interesante a la sombra de las sempiternas montañas. Vista la catedral no queda otra que pararse para ver la casa del rival.

Siguiendo la ruta rodeando el lago por el sur, en el vecino pueblo de Irdyk se levanta una pequeña y coqueta mezquita dungan. Dungan es como se conoce a una etnia de origen chino y religión musulmana asentada en los antiguos territorios de la ex URSS. Emigrados desde China a finales del siglo XIX, de donde huyeron de la persecución religiosa. Su modo de construcción refleja la cultura china, no usan clavos, todo está meticulosamente encajado, sus tejados se curvan delicadamente semejando pagodas chatas. Y sus minaretes son bajos y contenidos, humildes. No intentan desafiar a Dios en las alturas. Recubiertas de metal, refulgen al sol de la mañana recortándose contra un horizonte de montañas inmensas. La mezquita dungan de Irdyk es un ejemplo vívido de la cultura china en el territorio de Kirguistán. Una permanencia centenaria, protegida por fuerzas sobrenaturales, que trae paz y tranquilidad a los corazones de sus huéspedes y visitantes. Es una peculiar construcción armónica en medio de un pueblo que no tendría alma si no fuese por ella.

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De vez en cuanto observas, ligeramente alejadas de la carretera, pero claramente visibles, grupos de construcciones que parecen aldeas pequeñas. No parece haber un lugar lógico para su ubicación. Su presencia es aleatoria. Nos desviamos para observarlas. Son pequeños cementerios. Lugares de reposo al pie de la montaña, eclécticos, tanto ves una medialuna como una estrella roja o una cruz ortodoxa, que señalan las distintas tumbas. Todos fueron vecinos en vida, seguirán siéndolo para la eternidad.

En esta vertiente sur del lago, alejándote de él, alcanzas el desfiladero Yety Oguz. Aquí la geología del terreno cambia drásticamente dando lugar a caprichosas formas que a nosotros nos recuerdan, en cierto modo, a las médulas leonesas. La formación conocida como los 7 toros, de un violento color rojo sangre, contrasta abiertamente con el verde de abetos y prados.
Y así, disfrutando de paradas al borde del lago, con una conducción necesariamente pausada, nos acercamos a uno de los objetivos principales de nuestro periplo kirguís. Vamos buscando subir al lago Song Kol.

El lago Song Kol es un lago de alta montaña, situado por encima de los 3.000 metros de altura en la cordillera de Tian Shan, las montañas celestiales, en una planicie rodeada de cumbres desde donde bajan los torrentes que lo nutren. Como todos los lagos kirguisos, es un lago endorreico. Recibe agua, pero no la drena.

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La llegada al lago exige escalar elevados pasos de montaña por encima de los 3.300 metros. En la carretera principal vemos a nuestra derecha un indicador que señala la ruta hacia el lago. Pero la ignoramos. Hemos sido informados de que la ruta principal, que alcanza el lago desde el norte, está cerrada por hielo, nieve y desprendimientos. Seguiremos más al sur, buscando el paso de los 33 loros. Nombre puesto por sus 33 tornantis que remedan un Stelvio sin asfaltar. El paso es más difícil técnicamente que el del norte, pero está abierto, o por lo menos eso creen nuestros informadores.

Cuando abordamos el inicio de la pista comienza a nevar pausadamente, pero la pista tiene aspecto fácil, poco complicado. En cuanto pasamos la primera sierra el tiempo cambia de pronto y sale el sol. ¡Que primavera más caprichosa! Avanzamos por la pista rápidamente, es fácil, hasta que alcanzamos los famosos 33 parrots.

Desde abajo se ven imponentes, escalan en zig-zag la montaña que tenemos enfrente en una pendiente que contiene las piedras con dificultad. La enorme GS, pesadamente cargada, escala poco a poco, haciendo gala de su par de tractor agrícola. Aunque las piedras de los tornantis, con los surcos tallados por los torrentes de agua justo en sus vértices, intentan boicotear la subida, solo consiguen animarla. ¡No todo va a estar tirado! El esfuerzo merece la pena, ¡vaya si la merece! Alcanzas la planicie superior y vuelves la vista atrás, ves lo que has subido, ves el paisaje infinito, silencioso, de allá abajo. El aire es tenue a esta altura y solo se oye el silbar del viento, suave, sobre el que se deslizan silenciosas rapaces que te miran con curiosidad. El sentimiento de inmensidad se torna pleno.

La ruta se suaviza en una suerte de planicie que te muestra el lago helado allá al fondo. Atrás y alrededor solo ves cumbres ariscas y nevadas. Debemos rodear el lago hasta su cara norte. La pista parece sencilla, pero desaparece bruscamente, arrastrada por las crecidas en los tramos finales. Ello obliga a abandonarla y avanzar campo a través por la llanura sorteando torrentes y barro. Un coche, con una familia, está atascado a la salida de un vadeo. Lo ayudamos a avanzar. Finalmente la pista principal desaparece, solo están las roderas marcadas sobre la hierba, caprichosas y sinuosas, que no siempre siguen la misma ruta. Nos orientamos por el lago. El paisaje es… indescriptible. Manadas de yaks alzan sus cabezas y nos miran antes de empezar a correr, agitando su largo pelaje. Parecen búfalos del Serengueti con el pelo largo. Búfalos hippies. Es una joya escénica. Nos paramos para dar tiempo a nuestros ojos a asimilar tanta belleza.

Un faisán se eleva, torpemente, arrastrando su cola, ante nosotros, escapando de nuestras motos. ¿Que haces tú aquí arriba?
Disfrutar estas escenas en este tardío inicio de la primavera se nos antoja un privilegio.
A falta de la suavidad que el verdor estival otorgará al lugar, la dureza climática que trasmiten sus aguas heladas, las cumbres nevadas y sus caminos rotos y ligeramente embarrados, le otorgan a este lugar una ruda e intensa belleza.

Aparece una construcción de piedra en medio del prado. Es una especie de capilla/monumento. Poco después está nuestro campo de yurtas. Aún las están montando, somos testigos de cómo levantan una de las nuestras. Casi no hay huéspedes, un belga, que subió en bicicleta (ellos son los héroes del camino) y unos turistas indios traídos en un 4X4.

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Daniel saca el dron y filma planos a vista de pájaro. Única forma fiel de valorar la inmensidad del lugar en el cual estamos.
No hay nada más que hacer, solo observar el lugar, preparar nuestra noche en la yurta y entablar conversación con Billy, el belga ciclista. Está recorriendo el mundo en bicicleta, duerme en una tienda de campaña y nos informa que por la noche la temperatura cae por de bajo de 8 bajo cero. El trato que realiza con los lugareños es simple; a cambio de ayudar en el montaje de las yurtas le facilitan la manutención.

La cena es en una yurta enorme que hace de comedor, centro social y dormitorio de empleados por la noche, y consiste en un caldo llamado shurpa. La shurpa le da fuerzas a los débiles y alimenta a los fuertes. Tiene un fuerte y especiado sabor a cordero que es una delicia. La estufa central calienta la estancia. La escena que se dibuja ante nuestros ojos es la misma repetida desde hace eones. Viajeros y nómadas reunidos bajo el mismo techo, protegiéndose del frío y de las inclemencias del mundo. Compañeros de un mismo viaje que son amigos sin conocerse. Conversaciones en idiomas reales e inventados se suceden. Es una buena noche. El cielo estrellado está mas cerca que nunca. Todas las estrellas del firmamento han venido a saludarnos, no falta ninguna. ¿Cuántas estrellas se pueden contar en esta noche sin luna? Hace ya un frío de mil demonios. Los 20 kilos de mantas y nuestra estufa de carbón serán necesarios para esta noche casi al raso.

Abandonamos Song Kol por la misma ruta, las alternativas no están transitables, o nos alejan demasiado de nuestro próximo destino. Estamos exuberantes, a punto de un síndrome de Stendhal. Tras deshacer los 33 loros, afrontamos la pista que nos lleva a la carretera a buen ritmo. Tan bueno que un bache mal colocado del camino, a pesar de que vamos conduciendo sobre los estribos tanto Eva como yo, le pega a nuestra GS un golpe en la rueda trasera que la lleva mas allá de los topes. Enseguida noto algo raro, que no se qué es, pues la moto parece andar bien, pero al poco Eva dice que huele goma quemada. Paramos, busco infructuosamente sin hallar nada, hasta que Daniel no puede evitar pronunciar un preocupante ¡hostia! El tensor del paralever se ha doblado, va rozando la cubierta trasera.

La montaña se venga así de nosotros y nuestra soberbia. Con los desmontables conseguimos entre los dos separar un poco el tensor de la rueda para que no roce, pero debemos reparar este desaguisado. A ritmo lento, esquivando los baches del nefasto asfalto kirguís, nos acercamos a Naryn. En el primer taller cutre -que es el nivel medio local- que encontramos mostramos nuestra avería y explicamos, con la ayuda de Google y de Ricard al teléfono, que queremos enderezar el tirante de aluminio, y embutirlo en una caja de acero soldado a su alrededor, para darle rigidez. El mecánico, de claro carácter soviético, parece entender lo que queremos a la primera. Saca el tensor en 3 minutos (un mecánico de BMW alucinaría con su rapidez, más teniendo en cuenta que es el primero que ve). Endereza el tensor en una prensa de mordaza.

Entre su chatarra rescata unos perfiles cuadrados de acero, los recorta, los prueba, los monta haciendo una caja alrededor del tirante, comprimiéndolo, y lo suelda todo. Vuelve a montar la pieza y asunto arreglado. ¿Tiempo de pit Line? Una hora. ¿Coste de la reparación? Desorbitado, abusan de nuestra necesidad, sin duda alguna: 20 euros al cambio. Una fortuna.

Recibimos un mensaje de Jordi y Eusebio, vienen de Tash Rabat, donde esperaban encontrarnos, nos dicen que vienen hacia Naryn y que en la Guest House de Tash Rabat nos esperan nuestros próximos anfitriones. Salimos para allá y los cruzamos en la carretera, es tarde y no podemos pararnos, pero el saludo, de pie sobre los estribos y con brazo en alto de cuatro motos conducidas por cinco locos sorprende a los conductores locales que no entienden qué esta pasando.

Tash Rabat es un lugar especial, de mágica belleza. Trasciende lo mundano para transportarte a lo ilusorio. Cuando llegas allí y ves esa recia construcción que parece diminuta entre las montañas, refugiada a los pies de una colina, como protegiéndose del viento del norte, sientes que pertenece a otro tiempo. Y te atrapa, te lleva volando en tu imaginación a la época de las caravanas cargadas de especies y seda, que tras cruzar las montañas que las sacan de China, buscan refugio.

 

Un caravasar es como una estación de servicio: tienes alojamiento, comida y forraje para las bestias. Puedes cambiar de montura. Tienes comercio y tienes mujeres que te consuelen. Todo se compra y se vende, y todo se paga. Dormir cerca de una hoguera es más caro que dormir más alejado, los forrajes son de mejor o peor calidad, la comida sabe mejor si pagas más, y tus mercancías se vigilarán mejor si tu bolsa es abultada. Son extraños juegos de la mente, que sin querer viaja a tiempos pretéritos, a rutas ya olvidadas. Hay una mágica atmósfera en este lugar. Es muy especial, sobre todo visto así, en la práctica soledad de este atardecer en Kirguistán.

Es tarde. Nos muestran nuestra habitación, nos proponen una sauna que además de sauna es ducha a base de cazos de agua. No hay agua dentro del edificio. El agujero de la letrina está a 200 metros, casi en el infinito, así que asegúrate de hacer lo que necesites antes de ir a la cama. La cena resulta reconfortante con la típica shurpa, contundente y calórica, similar a la que cenamos ayer. El dueño de la casa se sienta con nosotros e inicia una conversación en inglés que luego pasa al francés, con palabras interpuestas de ruso y kirguís, idioma de Kirguistán.

Antiguo profesor de matemáticas, retirado, adora vivir en una yurta y montar a caballo por los prados de su niñez.
Niños. Hay 3 en la casa, no tienen más de 5 años, miran tímidamente, entre curiosos y asustados desde el resquicio de las puertas a esos extranjeros de rostro extraño con ojos redondos, que llegaron manejando máquinas enormes como naves espaciales. Son caritas curiosas que pronto reaccionan a muecas y gestos. Prestamente se rompen de risa. Esa risa cristalina y franca de la inocencia.

Nieva de noche, es una nevada a cámara lenta, sin una pizca de viento. Cuando a las 4 de la mañana salimos de la casa para drenar parte la sopa, la quietud es estremecedora. Noche oscura, fría, con esa nevada lenta de copos grandes como palomitas, que tocan tu cazadora caliente y se derriten casi al instante. Todo está blanco, inmerso en una niebla espesa que no deja observar el camino. No se oye el mas mínimo ruido. La nevada se mantiene toda la noche, pausada y calma, pero incansable. La aurora nos ofrece un paisaje nevado con casi 10 cm de nieve. Las manadas de caballos y ovejas se diseminan entre la nieve siguiendo un orden ancestral que solo ellos comprenden. Y Tash Rabat cambia de personalidad en ese instante, muestra su autentica esencia. Ahora sí cobra todo su sentido. Te imaginas llegando en mitad de la noche, en plena nevada buscando refugio y calor en este lugar. La visita que le hacemos esta fría mañana nos abduce en su mágica atmósfera, nos teletransporta.

Somos viajeros en caravana, pioneros en una ruta nueva que preñara Europa de culturas extrañas, especies desconocidas y ricas mercancías. Tiene una magia muy especial este lugar.

Ha dejado de nevar, y el viento suave, ligeramente cálido de la primavera, derrite lo suficiente la nieve del camino. Nos vamos, destino al paso de Touragart, frontera con China. Alcanzado el asfalto de la carretera principal, nos dirigimos hacia la frontera por una vía solitaria, nadie se cruza con nosotros. El paso está cerrado, eso hace que no exista trafico. Ni siquiera local. Vuelve a nevar a medida que subimos. Los carteles advierten, en inglés, que estas en zona restringida, “border pass needed”. El carril izquierdo desaparece poco a poco en la nevada y a partir de los 3.200 m el carril derecho decide hacer lo mismo, nos deja solos. Aparece la valla de la frontera kirguís. Paramos, y al bajar de la moto Daniel suelta una exclamación mientras mira la rueda delantera. Nunca antes vi la formación de espículas de hielo en una rueda. Por causa del frío y la fuerza centrifuga, el agua escupida por el neumático se congela haciendo una corona alrededor del neumático. Es un coronavirus gigante.

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Los guardias piden tabaco, no fumamos. Error de novato, un paquete de tabaco, aquí, engrasa muchos tramites. ¡Castigados! ¡No puedes hacer fotos! (las hacemos a hurtadillas). Más allá de esa valla la carretera desaparece del todo en medio de la nieve. Es tierra de nadie, y nadie pasa por esta frontera cerrada. Podríamos ir hasta la verja china, pero esa carretera cubierta de nieve en tierra de nadie no nos lo recomienda. Damos la vuelta hacia Naryn.

Naryn es una pequeña ciudad en medio de Kirguistán, poco más que un cruce de caminos. Es el mismo lugar donde reparamos la moto días antes. La casualidad, o más bien la escasez de oferta hotelera, nos aloja en el mismo hotel que usan Eusebio y Jordi. Cómodo, moderno y barato. Cuesta entender qué hace un hotel así aquí, pero no nos quejamos. Una buena ducha, y una cama cómoda son bienvenidos después de varios días de cagar en un agujero, no ducharse y dormir en camastros. Además el encuentro es motivo de homenaje. Cena kirguiso-occidental en un local moderno, donde se permite el disfrute de las sisas, que llenan el lugar de una niebla de aromas dulces claramente artificiales. La carta rusa promete un T bone al estilo vaquero de aspecto espectacular, pero que se resiste y no aparece. Y una trucha asalmonada igual de bella que resulta ser un pescado de piscifactoría gris y mal alimentado. Solo Jordi acierta (sabiduría ancestral la de este muchacho), al pedir carne de cordero. Aún así la velada es divertida.

 

Partimos de nuevo. Jordi y Eusebio nos acompañaran parte del recorrido en su camino a Biskek, donde esperan encontrarse con un general de pecho enlatado en medallas, que engrase la burocracia para poder sacar sus motos del país. En un cruce de caminos nos despedimos, después de comer pescado frito en un puesto de carretera.

Nuestra ruta nos hace atravesar puertos de montaña que disfrutamos pilotando a la europea. (la ñapa rusa de nuestra GS parece que aguanta). Nuestro camino hacia Chaek, por la A367, promete ser cómodo y sencillo. Pero resulta que el nombre en mayúscula le viene grande. Lo que parecía en el mapa una carretera general y principal deviene en una pista en tierra y grava, en permanente estado de obras y plagada de un trafico pesado que nos hace comer polvo hasta saciarnos. Los baches no se dejan ver entre esa atmósfera polvorienta, que provoca sombras irreales que los camuflan. Temo por la ñapa rusa mientras Daniel protege nuestra retaguardia. En las paradas compruebo neuróticamente ese tirante, que, milagrosamente, aguanta derecho.

Chaek es una pequeña ciudad de provincias, un pueblo, con solo un alojamiento, una gasolinera y una farmacia.
El alojamiento es la casa de una familia que alquila habitaciones y te procura una somera cena y un desayuno. Allí sorprendentemente, volvemos a encontrarnos con nuestro ciclista belga. Billy nos cuenta su odisea comiendo polvo mientras jadeaba para llegar aquí.

Nuestro motivo para hacer esta ruta no es otro que acercarnos a Biskek recorriendo más Kirguistán. El camino, de tierra, discurre hoy sin trafico y bordeando un río que poco a poco nos lleva hasta un valle, en cuyo final volvemos a encontrar el asfalto, que nos lleva a escalar un nuevo Stelvio de tornantis inacabables. Es un asfalto roto con baches profundos como simas, capaces de tragarse tu moto entera. Too Ashu es la cima, atravesada por un túnel estrecho, oscuro y sin ventilación, que regula el trafico de vehículos pesados con un semáforo para evitar que dos camiones se encuentren en su interior. Por ambas bocas, vahadas de un humo que hace llorar los ojos salen del túnel. Es la contaminación de los vehículos a motor que no tiene otro sitio por donde salir. Entrar aquí es como entrar en Mordor. Conduces entre una niebla dañina que no te deja ver bien el asfalto que pisas. Y mientas rezas que ningún camión sobrecalentado tenga una avería y se ponga a arder, tratas de no respirar demasiado mientas buscas la salida de ese agujero. El agujero nos escupe al otro lado de la montaña, en aire limpio. En otro mundo con mejor asfalto, y con un descenso largo y divertido.

Se nota que los camiones, que escarban el asfalto jadeando en las subidas, no lo hacen en las bajadas. Llegando al valle aprovechamos para desviarnos hacia un río, comer un poco de jamón, preparar tres buenos cafés nesspreso y una sopita de fideos en nuestra cocina minimalista.

Nos espera el sempiterno caos de la entrada en Biskek. Cuesta entender este pandemónium, esta locura de trafico absurdo. El centro de la ciudad es un remanso de paz, con bulevares y avenidas arboladas que invitan al paseo pausado a la sombra, y es tranquilo con un trafico fluido y sin estridencias. Pero tanto las entradas y salidas del centro urbano son un caos de proporciones bíblicas.

Todo el mundo quiere pasar por el mismo sitio a la vez, no se respetan preferencias, ni espacios. Nos vemos sometidos a la presión de dos camiones que tocan ambos espejos de la moto a la vez, amenazando con pisarnos. Si te achantas, estás muerto, pero si no cedes, acabarán por ceder el paso con una sonrisa. La policía no está ni se le espera, su única función aquí es esconderse detrás de un árbol con una pistola láser, a la caza del que se pase un solo kilómetro por hora de unos limites absurdamente bajos. Recaudar es la función única de este cuerpo policial. ¡Pero ya somos veteranos! Los esquivamos con una fina estrategia y con tácticas de guerrilla urbana altamente elaboradas.

 

Última parada en nuestro hotel inicial, recuperamos nuestro equipaje civil, nos duchamos y quedamos para hacer la PCR y visitar el bazar de Osh, en el centro de la ciudad. Deseamos comprar un gorro kirguís y regalos fuera de los círculos para turistas. Y especias, claro Mañana nos vamos.

 

La cena de despedida la montamos en un local de ambiente español, y resulta pantagruélica. Vino georgiano riega una velada con música española en directo, que acompaña una voz femenina que recuerda a la de Concha Buika. Risas a la española y conversaciones animadas. Ricard ha venido con su mujer, y Eusebio y Jordi nos cuentan su experiencia con el general de pecho enlatado. Las carcajadas ante sus anécdotas son brutales. ¡¡Qué pareja, por dios!!!

Kirguistán es un oasis, no solo un lugar verde rodeado de tierras áridas donde solazarse. Es un refresco burbujeante encastrado en la Ruta de la Seda. Un lugar ideal para iniciarse a conocer el extremo oriente. China, Kazajistán, La karakorum camino a Pakistán, la Pamir. Todo está aquí al lado.

Sus paisajes alpinos no están prostituidos y son absolutamente apabullantes, puedes hacer y recorrer las pistas que quieras por donde quieras. Solo encontraras pastores a caballo que te saludarán como a uno de ellos. Creo que nos ven como a iguales, ambos somos jinetes de monturas que proporcionan libertad. Es algo que si no se tiene algo de nómada no se entendería.

Es hora de volver a casa, deshacer el equipaje y ordenar recuerdos, para no olvidarlos. La canela en rama del bazar de Osh encuentra su sitio en la despensa, se hace amiga de otra rama de canela que nos acompañó desde Borneo.
Es el momento de recordar, y comenzar a soñar un nuevo viaje.

 

Texto y fotos: Francisco Guitian / Eva Menduiña

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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