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Barrio de la Estación de Sallent Barrio de la Estación de Sallent
Minas del Bages En nuestro país, las minas han sufrido traumáticas reconversiones estructurales; muchas regiones aisladas y con pocas alternativas laborales han visto en... Barrio de la Estación de Sallent

Minas del Bages

En nuestro país, las minas han sufrido traumáticas reconversiones estructurales; muchas regiones aisladas y con pocas alternativas laborales han visto en la riqueza de su subsuelo una manera de vivir a la que se han agarrado con todas sus fuerzas incluso cuando las políticas ambientales le dieron la espalda, sobre todo en las cuencas carboníferas.


La comarca del Bages, en el centro de Cataluña, continúa viviendo de la potasa. Este mineral, muy demandado para múltiples usos industriales (desde farmacéuticas a la industria papelera, pasando por descongelar carreteras), genera unos residuos muy tóxicos para las aguas freáticas, además de una ingente cantidad de desechos que son acumulados en una montaña artificial de dimensiones colosales.

Minas de Bages

Dos conflictos colisionan frontalmente en las minas del Bages: la generación de puestos de trabajo y el daño ecológico. Como en cualquier otro conflicto, hay tres actores en juego, dos que defienden sus respectivos intereses, y el tercero que sería la masa social, posicionándose según sople el viento. De momento, gana por goleada la entusiasmada aceptación de las minas porque todo el mundo conoce a alguien que trabaja allí, y también por el eterno “esto ha sido siempre así” que tanto gusta a las gentes de orden.

Mientras los daños colaterales sigan limitándose a algún minero caído en combate o alguna tubería de salmuera resquebrajada, los ecologistas e incluso la propia Administración lo tendrán crudo para someter a la minería.

 

Un día, un barrio entero se agrietó y no hubo otra solución que borrarlo literalmente del mapa. ¿La culpa? La gigantesca bóveda de un pozo de minas en desuso, ¿Cuál fue el debate posterior? Pues que cuánto vamos a cobrar y dónde me vais a poner el nuevo piso. Ninguna mirada torva hacia la mina, qué pena todo pero no se ofenda señor patrón, que estas cosas pasan en las mejores familias: todo el pueblo de Minas de Riotinto (Huelva) se desmontó a principios del siglo pasado cuando los pozos a cielo abierto fagocitaron las viviendas, y más recientemente se está acometiendo el traslado de Kiruna (Suecia), por la misma razón. No son los únicos ejemplos, pero sí los primeros que me han venido a la cabeza escribiendo estas líneas.

Minas de Bages

 

El barrio que protagoniza esta crónica se llamaba l’Estació, levantado de cero en las afueras de Sallent de Llobregat a finales de los años 50 para acoger a andaluces y extremeños que venían a trabajar en la minería, de hecho las casas estaban muy cerca de la mina “Enrique”, solo les separaba el río Llobregat. También estaban muy próximas las naves donde se clasificaba el mineral y se cargaba la potasa en vagones ferroviarios: la estación del cargadero era la más importante de la línea Manresa-Guardiola de Berguedà, de ahí el nombre del barrio.

La mina “Enrique” se explotaba desde el año 1932, pero a finales de los años 60 se descubrieron grandes bóvedas de aguas subterráneas que hicieron muy complicada la extracción de mineral, hasta el punto de clausurar el pozo en 1973. Las mencionadas bóvedas estaban justo debajo del barrio y a doscientos metros bajo tierra, suficiente margen para que no se preocupara nadie. Los trabajadores fueron recolocados en el pozo de Vilafruns y la vida continuó.

Minas de Bages

A todo ello, la expansión del barrio de l’Estació continuaba. El ayuntamiento aprobaba sin vacilar nuevas licencias de obras y se diseñaban nuevas calles, de impecable diseño cuadriculado al ser levantado desde cero en un terreno llano. También llegaron los bares y las tiendas de ultramarinos. La chiquillería jugaba fuera, todo el mundo se conocía.

 

Aparecieron las primeras grietas en algunas viviendas. No se le dió mayor importancia hasta que empezaron a ser más que evidentes. En 1995 se iniciaron las primeras catas y estudios geológicos, arrojando una inquietante conclusión: algunas zonas del barrio estaban hundiendo a un ritmo de hasta ocho centímetros por año. Aquellas bóvedas subterráneas estaban colapsando el terreno hasta la superficie. El barrio estaba tocado de muerte, y solo quedaba decidir cuándo se haría efectiva la mudanza.

Minas de Bages

En 2001, se desalojaron las primeras 10 familias de los bloques más afectados, todos ellos apuntalados y con resquebrajaduras por las que casi pasaba una persona. De manera incomprensible, el ayuntamiento seguía concediendo licencias de obra en otras partes del barrio; más tarde explicaron en su defensa que “nadie podía preveer que el daño sería total, masivo”. En 2004 hubo otra tanda de desalojados, y en Sallent se construyó un bloque de pisos para realojar a los que estaban por llegar.

 

En 2006, los geólogos calculaban que el suelo ya se había hundido 80 centímetros en las áreas más críticas. La Generalitat ideó un plan de emergencia por si había que desalojar el barrio, ya que todavía vivían 161 familias… Dos años después, en la nochebuena de 2008, un hundimiento súbito de siete centímetros obligó a salir de allí pitando y con lo puesto. Cuando semanas después se autorizó el retorno, estaba claro que aquella situación no podía prolongarse más; se firmaron las compensaciones pendientes, y prácticamente todos los vecinos se marcharon durante el año siguiente.

Durante unos meses, el barrio permaneció entero, pero totalmente vacío. Sobrecogía deambular por las calles desiertas, como si fueran el escenario de una guerra, con el nerviosismo añadido de caminar sobre una bomba de relojería que podía hundirse en los próximos diez segundos o cincuenta años. Algunos amigos de lo ajeno aprovecharon para patear puertas y expoliar los restos del naufragio, así que fue necesario reforzar la vigilancia policial.

Las excavadoras entraron en escena. Entre 2010 y 2014 atacaron casas y edificios, echándolo todo abajo. Hoy, sólo quedan las cuadrículas de las calles, con sus aceras, farolas y fuentes de las que ya no mana agua. Las hierbas silvestres crecen por doquier, adueñándose de los resquicios del asfalto, y especialmente en los solares donde habían estado los edificios.

No hay nada que hacer en aquel monumental solar: vallas de hormigón impiden que los coches se cuelen allí para hacer botellón o cambiar el aceite. No hay proyecto urbanístico que valga porque cualquier día todo aquello se lo tragará la tierra. Un Chernobyl sin radiación.

 

Texto y fotos: Manel Kaizen / hoysalgoenmoto@gmail.com

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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