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Asia Central: un viaje de sentimientos Asia Central: un viaje de sentimientos
Estoy tirado en el sofá viendo las noticias, y están hablando de Irán. Todo recuerda a sucesos pasados que ya hemos visto en Libia,... Asia Central: un viaje de sentimientos

Estoy tirado en el sofá viendo las noticias, y están hablando de Irán. Todo recuerda a sucesos pasados que ya hemos visto en Libia, Siria, Irak, etc. Todos son países islamistas, y todos con petróleo. Aquí empieza este viaje, aunque finalmente no tendrá este destino.

Las tensiones políticas me hacen pensar que es un buen momento para visitar Irán, antes de que sea imposible, antes de que haya la desgracia de una guerra o invasión militar. Y comienzo a ponerme al día de burocracia, y hablar con gente que lo ha visitado.

Desde siempre he viajado en moto, comencé en la década de los 80, pero últimamente mi cabeza empieza a pensar en la vejez, en el momento en el que tenga que decirme a mí mismo “es el momento de parar, ya no puedes viajar más”. Con 50 años es prematuro pensar eso, pero cuando te paras a pensar en lo mucho que hay en el mundo para ver, priorizas las experiencias a lo material.

Irán tiene una ley desde hace mucho tiempo que prohíbe las motos de más de 250 cc y la entrada al país con ellas. Esta ley nunca se ha aplicado, aunque según me voy informando, parece que últimamente sí se está haciendo -otras personas dicen que no-. Por las redes sociales y grupos de viajes de internet hay información confusa, unos han podido pasar, otros no. Irán, además, necesita el maldito carnet de passage, y digo maldito, porque en España solo se tramita por el RACE, en España es un trámite engorroso, y sobre todo carísimo, no como otros países.

Para el que no sepa qué es el carnet de passage, es una especie de libreta que sirve de documento de importación temporal, ahí te sellan la entrada del vehículo y la salida en cada país que la requiera. Esta libreta la tramita en exclusiva el RACE, que aparte de los honorarios de 260 €, te exige un aval bancario por el importe del valor de tu vehículo con un mínimo de 2.700 €.

-“Menudo rollo si hago visado, carnet de passage y no puedo entrar finalmente en Irán”, pienso. Esto me hace pensar en un plan B, que es la ruta de la seda, que es la que finalmente haré, además de un tramo de la famosa y mítica Pamir.

 

Entre tanto, tengo un viaje en moto por USA de trabajo, y me voy sin tramitar el carnet de passage, aunque he estado estudiando la ruta del plan B.

Control fronterizo

Cuando llego en septiembre de rodar por USA, todo me indica que lo mejor es hacer directamente el plan B, así que descarto definitivamente la idea de Irán.

Tengo que esperar hasta octubre por una prueba médica, y este tiempo me sirve para preparar cosas del viaje.

Este viaje me llevo a la vieja y fornida BMW R1150GS. Compré esta moto para este tipo de viajes, y funciona de maravilla, es sólida, fiable y sencilla, y ya me ha acompañado en algunos viajes que algunos llaman “de aventura”.

Yo suelo recopilar mucha información cuando hago viajes, sobre todo por temas de seguridad, o para saber de los sitios potencialmente interesantes para mis preferencias, pero en este caso me resulta complicado, lo cierto es que no hay mucha información de Asia central. Aunque últimamente ha habido más afluencia de viajeros a ese destino por la tendencia de Mongolia, la información que recopilo es puntual de alguna parte, y es ambigua, así que lo que tengo es muy relativo.

Esto me gusta, me hace pensar que no haya tanta afluencia de gente a este destino. Si quieres ir a Senegal, por ejemplo, tienes información detallada en todas partes, aquí mucha menos.

Comienzo el viaje de una manera un tanto frenética, quiero llegar pronto a las zonas que no conozco, y el viaje hasta Georgia, es continuo, apenas sin tregua.

Un constante sube y baja de ferris hasta Turquía, enlazados con el tiempo justo, esto durante 5 días hasta pisar Turquía.

Por el camino, voy conociendo gente, voy teniendo buenas experiencias personales, en Barcelona, en alguno de los trayectos de ferri. También tengo algunas experiencias que reflejan una parte del mundo motociclista mezquina, con viajeros que con sus motos último modelo llenas de pegatinas me miran de manera altiva y soberbia. A veces, echo de menos el ambiente motociclista de antaño.

 

Turquía

El desembarco en Turquía es genial, allí me espera Selçuck, un biker de Izmir, con familia española; él es una muestra de esos motoristas de antaño a los que he hecho referencia, su hospitalidad abruma. Ha hecho 150 kilómetros para recibirme, y hacemos juntos otros tantos hasta su ciudad, Izmir. Quizá la sociedad actual debería pensar un poco en cosas como estas, que ya son rarezas en Europa.

Cruzo los 2.000 kilómetros de Turquía en 3 días a un ritmo constante. Ya conozco este país, el año pasado lo recorrí con mi chica, cada uno en su moto, y lo que quiero es territorio nuevo. Conforme avanzo, el clima va cambiando y se empieza a volver más frío. Una de las mañanas salgo con poca ropa, temprano, cansado, el frío se me cuela hasta las entrañas, y comienzo a buscar un sitio donde tomar algo caliente y ponerme ropa. Empiezo con pensamientos que me corroen, -Pero, ¿tú eres gilipollas?, me digo, -Estás muerto de frío en Turquía, ya verás en Rusia, y no te digo nada en la estepa de Kazajistán, hay que ser idiota para hacer este viaje en octubre-noviembre. Veo un pequeño bar, y entro temblando y pido té. Mientras llega me voy poniendo algo de ropa; el camarero por fin trae el té hirviendo, pero cuando hago ademán de pagar los hombres de la mesa de al lado hacen gesto al camarero de que no me cobre. No me habían quitado ojo todo el tiempo. Comenzamos a hablar, lo típico y lo poco que te puedes entender, pero sus gestos, su manera de hablarme, me reconfortaron, me sentí bien, acogido.

Una vez en marcha de nuevo, caliente, reconfortado física y mentalmente, me di cuenta claramente de que había tenido lo que yo llamo “que te salgan los demonios”, muy común en este tipo de viajes.

El final de la parte turca fue especialmente bonito, carreteras sinuosas, entre grandes laderas de piedra. Sería el preludio de Georgia.

Georgia

La frontera de Georgia fue un tanto desagradable con el primer operario. Me trató despectivamente, y delante mía abrió la ficha técnica de la moto, que estaba doblada en dos y la rompió en dos partes, cuando le recriminé la gracia, se puso más borde; ahora tengo la ficha técnica de la moto dividida en dos hojas.

El siguiente policía fronterizo, el de aduanas, al ver mi pasaporte ha llamado a varios, y mostrándole mi foto y mi nombre todos se han descojonado de risa en mi cara mientras me señalaban. Parece que existe un futbolista que se llama Gonzalo Castro, como yo. No tenía ni idea, este detalle delata mi nulo interés por el fútbol.

Georgia me sorprende, es un país que en mi plan de viaje lo tenía simplemente de paso, pero en cuanto me adentro en el parque nacional de Borjomi-Kharagauli comienza el espectáculo. Georgia sucede rápido, en un día lo he cruzado, la distancia no es mucha, sobre 350 kilómetros, pero cruzando frontera, y por carreteras sinuosas, agoto el día hasta encontrar un alojamiento cerca de la frontera rusa. Los últimos kilómetros transcurrieron por un puerto de montaña precioso.

Rusia

La entrada en Rusia ha sido fluida, creía que sería un suplicio burocrático, pero resultó fácil, y menos mal que me di cuenta de que la fría funcionaria de fronteras se olvidó de sellarme la entrada, lo comenté cuando otro policía me dio el pasaporte, llamó a la chica y comenzó a gritarle sin pudor delante de todos. Casi de inmediato tenía el pasaporte sellado.

Rusia también sucede rápido, los 700 kilómetros que recorro en 2 días son monótonos y desangelados. Largas estepas, niebla, poblaciones de bajos recursos económicos. El ambiente es de tristeza, nadie te sonríe, y la imagen de frialdad personal se me queda pegada.

Una de las noches empiezo a buscar hotel, todos me dicen que no hay habitaciones disponibles de malos modos, cerrándome la puerta en las narices. Al final consigo un hotel caro para mi presupuesto, barroco y extraño, con estatuas de mármol y decoración rimbombante. En este hotel, a la hora de desayunar, se acerca la camarera hacia mí, una impresionante chica joven exageradamente guapa y perfecta, con la ropa ajustadísima. La chica estaba totalmente fuera de lugar allí, su lugar es una agencia de modelos de nivel, no sirviendo desayunos. Pero lo más sorprendente eran los huéspedes, nadie miraba a la chica, que irradiaba luz en un ambiente tan oscuro, se dirigían hacia ella y le hablaban sin mirarla, y yo pensaba en cómo sería esta situación en un hotel de España.

Pero no todo han sido corazones de hielo en Rusia, un pastor de ovejas me saludó al verme pasar, tenía una moto aparcada en medio del campo, y estaba arreglándola, di la vuelta y fui a saludarlo, su expresión fue genial, me encantó, y he tenido la suerte de poder grabarlo en video, así siempre tendré esa expresión conmigo.

 

 

Kazajistán

Estoy expectante, lo que vengo a buscar va a comenzar. Mi viaje, dentro de mi esquema mental empieza en los “stanes”, esta es la parte más exótica y en la que quiero centrarme. He tardado 12 días en llegar, y entro sin grandes problemas, lo típico de las fronteras, sellos, aduanas, y leves registros. Hago un seguro para la moto, y cambio dinero, esto ya es territorio comanche.

La primera noche en Kazajistán me decepciona un poco, he llegado a una ciudad mediana después de muchos kilómetros de pistas y carreteras rotas, y he conseguido un hotel de lujo por 27 €. Me esperaba algo más complicado, más exótico o duro, y me encuentro en un hotel tremendo. Bromeo con un amigo por WhatsApp “Menudo overlander de mierda que soy” y nos reímos.

Pero solo fue una ilusión, conforme avanzo por Kazajistán la cosa se complica. Había decidido no hacer caso al GPS y no ir por la A29 como me indicaba; tendría que subir dirección norte para luego dar un rodeo hacia el este.

-Bah!, me digo, atajo por la A27 y A26. El atajo resultó ser tres días de pistas desoladas con todo tipo de terrenos, más y menos complicados, pero todo off road, con mucho frío. A veces te encontrabas con manadas de caballos, vacas, camellos, y los malditos perros, que comenzaban a correr hacia mí ladrando al ver la moto. Los perros asiáticos han sido un gran peligro durante todo el viaje, lanzándose hacia la moto muy cabreados y con intenciones muy poco amigables, muy al contrario que sus gentes.

Ya en Kazajistán empecé a ver otra actitud de la gente hacia mí, mucho más hospitalaria, aunque tengo que decir que Kazajistán ha sido duro, con muchas pistas, mucha desolación y largas estepas.

Los vestigios de Europa han desaparecido, casi todo ya es totalmente distinto, las mujeres visten pañuelos y faldas largas sobrias, incluidas las jóvenes, las tendencias de moda simplemente no existen.

Los hoteles, salvo el que mencioné antes, son muy humildes. Alguno de ellos no disponía ni de agua, simplemente era un exiguo cuarto para dormir.

Estos países “stanes” son ex repúblicas soviéticas que tienen muy reciente aún su pertenencia a la antigua Unión Soviética, su independencia fue en 1992.

Con bastante frío, pero llevándolo bien, fui cruzando los 2.500 kilómetros de Kazajistán.

Me fui acostumbrando al constante acercamiento de la gente, todos me pedían sacarse fotos conmigo. Creo que debe parecerse a lo que siente un famoso cuando pasea por una calle. Esto lo entiendes y lo asumes, aunque en ocasiones llega a agobiar; pero los viajeros debemos ser corteses y amables, sobre todo cuando ellos lo son contigo.

Voy percibiendo cómo la gente se sorprende mucho al verme, y de manera real. Por aquí la gente es transparente y realmente no están acostumbrados a ver viajeros, y menos en moto. Nadie se va de vacaciones a Kazajistán, la gente no sabe ni situarla en un mapa. Los países “vírgenes” de turistas escasean, y para mí ha sido uno de los grandes alicientes del viaje.

Poco antes de entrar en Kirguistán, paro a tomar un café temprano y comer algo, y tengo la suerte de parar en un mercado local de una ínfima población. Un hombre me acompaña al “bar” que nunca hubiese encontrado; unas mujeres me dieron té y una especie de empanadillas. Al salir, caminé curioseando por el mercado, hice fotos discretamente y al llegar a la moto había una algarabía de hombres alrededor curioseando. Todos me piden hacerse fotos conmigo. Me sentí muy arropado. Una mujer de un puesto se acerca a mí y me da 2 botellas de agua, cuando hice ademán de pagar, negó con el dedo, era un presente.

Kirguistán

Acabo de cruzar la frontera de Kirguistán, ojeando a mi alrededor, me llama el policía de frontera para que entre de nuevo en la garita, dejo la moto fuera, y al entrar, muy serio me dice que tengo que darle dinero, me empiezo a reír y le digo que no, al verme reír, ellos también ríen.

Entrar por la frontera de Taraz es un tortazo en la cara de belleza, después de la sobriedad y monotonía de la estepa kazaja, los valles, ríos y lagos de agua como espejos de Kirguistán me dejan alucinado, estoy muy impresionado.

Voy parando y haciendo fotos, que pena no saber escribir mejor para poder definiros tales sensaciones que trasmiten estos increíbles paisajes.

Voy sin prisas, sin tiempo, sin limitaciones, y tengo la sensación de haber encontrado lo que venía a buscar, pensaba todo el rato, -¡Por favor, que no se acabe la belleza, no quiero que se acabe!

Viajar y encontrar aquello que buscas es difícil, porque somos complicados, nosotros hacemos la vida complicada, cuando la felicidad a veces es sentarte a ver un paisaje aislado.

Paro en sabe dios qué pueblo, hay movimiento, saco un trozo de chocolate y lo comparto con un anciano que me mira boquiabierto, se lleva la mano cerrada al corazón y lo golpea suave varias veces mientras mueve la cabeza de arriba abajo para decirme gracias, es el lenguaje universal, gestos que todos entendemos. Al momento, un hombre visiblemente nervioso sale del restaurante que estaba justo enfrente y me da un largo pincho lleno de carne al horno, sus cejas arqueadas hacia arriba bajaron al sonreír cuando acepté el regalo. Momentos emocionantes.

Voy subiendo fotos en las redes sociales, parece que hay bastante gente que me sigue, hay muchos comentarios y reacciones. Algunos habláis del valor que tengo hacer el viaje yo solo, y a pesar de sentirme halagado, realmente no tengo más valor que nadie, estoy de vacaciones. No hay que tener valor, hay que tener la suerte de poder hacerlo en un momento determinado y no dejar pasar la oportunidad.

Cuando decides hacer la ruta de la seda y ves que tienes la famosa ruta Pamir al lado, decides ir, aunque todos los pronósticos son desfavorables, es noviembre, y la Pamir tiene zonas de 4.600 m.

Hoy es un día especial, me levanto en Osh, e inmediatamente entro en la Pamir, o la M41, esta carretera discurre por Kirguistán, Tayikistán y Afganistán, este último, por razones obvias no es posible, pero una zona amplia discurre paralela a la frontera china y afgana.

Mi GPS marca M41 Pamir, -¡que guapo! La carreta es preciosa, subo algún puerto de 3.600 m nevado… qué bonito es todo. En un momento determinado, como fuera de lugar, hay un arco iris de madera que hace un arco con la carretera, alguien ha querido representar el cruzar a un paraíso con ello, y tenía razón.

Llevo 100 kilómetros por la Pamir, me acerco a la frontera con Tayikistán, pero antes de cruzar lleno el depósito de 80 octanos, -no hay otra cosa-, como algo frugal y retomo la ruta. La carretera cada vez es peor, hasta que se convierte en pista, y se dirige a una cordillera montañosa totalmente blanca.

La frontera son unas casetas de mala muerte y un edificio destartalado, el policía de frontera me pide los papeles y me los devuelve haciendo un gesto de que me dé media vuelta y me vaya. -¿Cómo?, pero, ¿por qué? Dice que falta una declaración de aduanas que me tenía que haber dado la frontera al entrar. Doy mil explicaciones, le digo que llame, que no puede ser, que tengo que entrar como sea, y casualmente con 20 € se resolvería todo. Cabreado y resignado, me sale mejor aceptar que dar la vuelta, nunca he pagado mordidas, pero esta parece que va a tener que ser. En la mesa corroída de su oficina, empieza con grandes problemas a cubrir un papel, y a anotar mi nombre con el pasaporte abierto. -¿Castro?, me pregunta, y le digo, si Castro, Fidel Castro, family of Castro president. Su cara cambió al instante, me devolvió los 20 € y pasé la frontera victorioso. Cuando empezaba a rodar me reía yo solo sin parar dentro del casco.

Tierra de Nadie, Kirguistán-Tayikistán

Circulo a 4.200 m por una pista en tierra de nadie, una zona de unos 20 kilómetros entre Kirguistán y Tayikistán, el paisaje es brutal, voy con la boca abierta, todo nevado, montañas de película, y la nieve cada vez cubre más y más. Llega un momento en el que la pista es totalmente blanca, la cosa se pone complicada, empiezo a caerme, y la situación se vuelve penosa. Con cada caída, tenía que sacar todo el equipaje para poder levantar la moto, hasta que la cordura me convenció de que no podía ser y di media vuelta.

La vuelta fue tortuosa, en cada caída, lo mismo, y con la altitud no ayudaba mucho, la respiración la tenía más agitada.

Kirguistán

He llegado de noche al hostal, agotado, exhausto, y un tanto decepcionado. Fuera hace un frío que corta, un camionero está arreglando el camión fuera. Se me cae el alma al suelo.

El hostal no tiene agua y los servicios están fuera. Por la mañana hay que caminar con cuidado, el hielo te hace resbalar.

De nuevo recorro la Pamir, esta vez en dirección contraria a la que hice, tengo la frontera de China a 76 kilómetros, y comienzo a retroceder hacia el oeste, dirección Europa, aunque quedan 8.000 kilómetros de regreso.

Uzbekistán

Cruzo la frontera de Tayikistán hacia Uzbekistán, no me doy cuenta por que no lo vi… pero un policía me ha visto sacar una foto justo en la valla exterior de la frontera, me hace enseñarle la foto, y hago el amago de borrarla.

El control de pasaportes y aduanas de Uzbekistán es especialmente estricto, me hacen vaciar todo y revisan con cuidado. Aquí tengo unas preguntas un tanto curiosas, -¿lleva usted libros?, – Sí, contesto, -¿Qué temática tienen los libros?, ¿son libros de religión o de política?, ¿está usted casado?, ¿cuántas esposas tiene?

Por la carretera, ocupando un carril, los agricultores esparcen el arroz para deshidratarlo.

En un momento determinado me encuentro con lo que parece una frontera, y efectivamente lo es. Mi GPS trazó la línea más corta en dirección a Samarcanda, atajando por Tayikistán. Decidí entrar, no me apetecía dar la vuelta, y no parecía haber mucha gente.

Tayikistán

El cruce de frontera fue un verdadero suplicio, los policías de frontera, unos chicos veinteañeros, se agolparon a mi alrededor, fui la diversión del día. Deshice el equipaje por completo, el aburrimiento que tenían y la curiosidad me hicieron perder mucho tiempo, explicando que era el lápiz protector labial, y otros pormenores de mi equipaje, reían y se mostraban curiosos sin tapujos.

 

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Uzbekistán

Tarde, me dirigí hacia la frontera para entrar de nuevo en Uzbekistán, la cual estaba abarrotada de gente, la noche cayó y entré de nuevo en el país con la noche cerrada y tarde. La aplicación MapsMe me indicaba que el hotel mas cercano estaba a 120 kilómetros, así que me tocaba circular de noche con un frío terrible, sin luces en la carretera y con tráfico suicida, mal asunto. A unos 30 kilómetros vi lo que parecía una pequeña tienda de alimentación, paré con la esperanza de que me indicasen algún sitio para dormir. El buen hombre, me agarró del brazo y me dijo, -¡ven conmigo!, y me enseñó una habitación con una de esas mesas que se usan para comer sentados en ellas, cubierta de alfombras. Y me dijo, -Tengo este cuarto libre, puedes dormir aquí si quieres. Sin dudarlo le dije que sí y pregunté el precio. El buen hombre me dijo –No tienes que pagar nada, necesitas un sitio para dormir, y yo te lo ofrezco, por la mañana, cuando te levantes, te vas y punto. Al cabo de un rato, su hijo me trajo té caliente. Emocionante ver actos de corazón y solo por hacer el bien. Los occidentales ya no estamos acostumbrados a ello, vivimos en un primer mundo egoísta e independiente.

Temprano, comienzo mi ruta hacia Samarcanda, un enclave de la ruta de la seda importante, la ciudad de las mil y una noches, de Marco Polo.

Samarcanda me recibe con tráfico y bullicio, y voy directo a la plaza del Rejistán, donde se encuentran las espectaculares madrasas. Sin cortarme, pienso que tengo que hacerme una foto con la moto y las madrasas, y meto la moto en una zona de peatones. Cuando me dispongo a sacar la cámara aparece una policía joven. –Buah, verás la bronca. La chica me sorprende por su belleza, llevo un mes viendo mujeres con cánones de belleza tipo Imelda Marcos, y esta chica es preciosa, y habla un perfecto inglés, cosa que me deja muy sorprendido, el inglés es nulo en Asia central.

–Hola, ¿de donde vienes? (en inglés).

–De España, contesto.

–Ah de España-, y me dice “¡hola!” (En español). Casi sin creérmelo intento disculparme por la cafrada de aparcar allí en medio.

–No, tranquilo, no pasa nada, déjame tu teléfono y te saco una foto.

El ínfimo turismo que existe en Uzbekistán se encuentra en Samarcanda y Khiva, y para ello, el gobierno tiene una brigada de policía llamada turística: son chicos jóvenes, guapos y hablan un perfecto inglés.

Esa noche dormiré en un sitio genial frecuentado por overlanders a juzgar por la cantidad de pegatinas de viajeros de todas partes que tenían; eso ya es como un sello de identidad.

Durante toda la ruta he dormido en casas de huéspedes y hoteles humildes, es muy barato. Normalmente cenas, duermes y desayunas entre 10 y 12 euros.

La Ruta de la Seda en Uzbekistán discurre entre zonas vacías, sin paisajes especiales, zonas desérticas y áridas, que fueron verdes no hace tanto.

Khiva es un lugar de sueño, su antigua ciudad, donde duermo hoy, está amurallada, y sus callejuelas son como estar en un cuento, artesanos en las calles tallando madera, y algo de comercio para el escaso turismo alemán e italiano, aunque ya empiezan a sacar partido de ello.

Sigo dirección este, pero voy a tomar un desvío hacia el norte, y después tendré que deshacer camino hacia el sur. No hay salida en ese pueblo, pero es un sitio representativo de algo horrible, pero que merece la pena verlo, fotografiarlo y mostrarlo, para que la gente lo sepa.

El pueblo se llama Moynaq, y allí yacen, en medio de un desierto de arena, barcos oxidados, es una imagen apocalíptica como si fuese un cuadro representativo de destrucción en el futuro, pero en el presente.

Estos barcos surcaban el mar de Aral, realmente era un lago, pero tan grande que era casi un mar, fue uno de los cuatro lagos más grandes del mundo. Cuando al algodón se convirtió en el oro blanco, la unión soviética forzó inmensas plantaciones de algodón, desviando el agua que llenaba ese lago, desviando los ríos Amu Daria y Sir Daria para abastecer los regadíos de esas plantaciones, provocando uno de los desastres naturales más salvajes que ha hecho el ser humano: secando el mar de Aral y dejando desolación y desierto en miles de kilómetros.

Llegar a los barcos oxidados en la arena del desierto no fue sencillo, la moto se enterró muchas veces, pero quería esa foto como fuese, con mi moto y los barcos, quería esa foto para regalársela a mi padre, marino retirado, y contarle la historia.

El descenso de Moynaq hacia la general fue como a la ida, molesto, la carretera está muy rota y no paras de comerte baches.

Kazajistán

De nuevo voy a cruzar a Kazajistán, tengo que hacer ese tramo para coger el ferri que cruza el mar Caspio. En la frontera duermo en un hotel que parece sacado de una película de Tarantino: mucha gente, aunque soy afortunado y puedo dormir en un cuarto solo, pero hay gente durmiendo por todas partes, incluso en un gran comedor.

Ya en Kazajistán, con temperaturas bajo cero, consigo que un militar me venda gasolina en una garrafa, el frío es brutal y hace mucho viento.

El tramo de hoy se va poniendo cada vez mas difícil, y llega a ser el más complicado de todo el viaje, consigo más gasolina, lleno depósito y salgo de un pequeño pueblo. Comienza a nevar. Por un momento pienso en dar la vuelta, el frío es brutal, pero la nieve se convierte en lluvia y decido continuar. El resto de los 250 kilómetros fueron sin parar, las condiciones fueron terribles, con el frío gélido, la lluvia y el viento: 300 kilómetros de pasarlo mal. Alguno quizá piense, ¿y por que no parar ante una situación así y esperar a que mejore?, pues sencillamente por que no había absolutamente nada donde parar, solo desolación, la única opción era seguir e intentar llegar a una población lo antes posible. Tardé 5 horas y llegué al borde del colapso.

La noche se tiñó de blanco cubierta por una gran nevada.Por la mañana, decidí salir, nada podía ser peor que lo ocurrido el día anterior, el chico de la gasolinera me preguntó si saldría así, y se tocó la frente con el dedo varias veces para decirme que estaba loco.

Durante un par de horas fue un tanto delicado, había mucho hielo, y circulé en primera velocidad todo el tiempo, con los pies en el suelo, pero no fue tan duro como el día de antes, y esto no era nada comparado, a pesar de lo espectacular que resultaba.

Por fin el cielo se fue abriendo, e incluso llegó a salir el sol y divisé la orilla del mar Caspio.

Cerca, llegué al puerto situado a 20 kilómetros de Kuryk. Las instalaciones del puerto eran nuevas y parecían instalaciones militares. Anteriormente situado en Aktau, las instalaciones están completamente fuera de contexto, todo es nuevo y funcionarios de corbata te atienden en un ambiente de soledad. El lugar es enorme, y a pesar del sol, el frío corta. Una vez dentro del complejo, no se puede salir, y cualquier movimiento, requiere un control de pasaporte. Dentro, hay un hotel habilitado totalmente nuevo, al estilo europeo, y… ¡sorpresa!, tiene hasta papel higiénico.

“Qué suerte he tenido”, me digo a mí mismo. Un trabajador me indica que el ferri sale mañana. El ferri que cruza el Caspio de Kazajistán a Azerbaiyán tiene una particularidad: sale cuando se llena.

Instalado en mi habitación de hotel, me relajo, solo tengo que esperar a mañana. No tengo nada más que hacer, fuera no hay nada en 20 kilómetros alrededor, hace muchísimo frío y estoy resfriado. El plan es descansar y organizar fotos y vídeos y atender las redes sociales. Alguien llama a la puerta. Al abrir, un chico joven de acento extranjero me pregunta en español “¿es tuya la moto de ahí fuera? Yo también viajo en moto, y tengo cerveza, si te apetece…”. Stefan, ese es su nombre, fue una aparición como caído del cielo.

Finalmente el ferri tardó tres días, Stefan llevaba 6 más esperando. Durante esos tres días gastamos los días deambulando y charlando con Ivette, una viajera que dejó todo para viajar sola por el mundo. Finalmente los tres hicimos piña y fuimos compañeros de viaje también en el ferri.

Embarcamos, pero no salimos hasta la mañana siguiente. Entre tanto, los militares nos sacan de los camarotes a las 5 de la mañana para el control de pasaportes, una foto del presidente de Azerbaiyán preside la mesa donde realizan el control, y entre caras de sueño y humo de tabaco hacen los trámites.

El barco tiene 50 años, está muy oxidado, y los servicios son simbólicos por llamarlo de alguna forma. La camarera, una mujer claramente marcada por una vida difícil, nos sirve la comida con un cigarro en la boca. Pasamos la 24 horas tirados en el camarote bebiendo coñac kazajo, haciendo tertulias, riendo, paseando por cubierta.

Azerbaiyán

A la llegada a Azerbaiyán, tenía la impresión de que era el comienzo del final del viaje. La burocracia de entrada fue horrible, larga y costosa, hay que pagar la tasa portuaria, y el pase por “un puente” que nunca cruzamos. Sin los recibos de pago, no puedes salir del puerto. Crucé el país sin pena ni gloria, me resultó un lugar poco agradable, insulso.

Georgia

Al entrar en Georgia, de nuevo la belleza me ciega, me abruma, que país tan alucinante. Quiero volver con calma aquí, pienso.

Turquía

En Turquía, el oficial de control no tiene ni la deferencia de guardar los “regalos” que los camioneros le dan para agilizar los trámites: las botellas, cartones de tabaco, y cajas se amontonan en el puesto de control de aduanas.

Cruzo Turquía devorando kilómetros. Una de las mañanas, circulando muy temprano, con nieve y temperaturas bajo cero, empiezo a buscar un lugar donde tomar algo caliente, tengo frío en el cuerpo. Una moto me adelanta y se pone paralela, era Stefan de nuevo, paramos, y de nuevo este chico fue como caído del cielo, sacó su termo de té caliente, y hablamos mientras entrábamos en calor. Stefan fue el único motorista con el que me crucé en todo el viaje.

En mitad de Turquía, se encuentra un lugar muy especial, y que dejé para la vuelta. Como previniendo que quedase algo especial en el largo recorrido de regreso, el Cañón de Kemaliye. Esta ruta, por senderos de tierra y un barranco de gran altura, me dejó impresionado. Al fondo del barranco, el río Eufrates. Serpenteando por la ladera de la montaña, la estrecha pista se va metiendo y saliendo de las rocas por túneles, las grandes montañas rocosas forman paredes gigantes que forman el cañón. El día fue lento, y duro, durante horas y horas, pistas, carreteras secundarias de gravilla, pero paisajes maravillosos. Este fue mi regalo de final de viaje.

De nuevo hice escala en Izmir, donde la hospitalidad de Selçuc y su esposa, de nuevo, me abrumó. Por la noche, organizó una cena con el club BMW R1150GS de Turquía, y nos reunimos 10 bikers.

Europa

Transcurren millas marinas entre ferri y ferri, y algunos kilómetros cruzando Grecia y desembarco en Italia, allí, creí que ya estaba el viaje resuelto, y allí viví el episodio mas peligroso del viaje. La lluvia y la noche me acompañaron durante los 300 kilómetros que separan los puertos de Ancona y Chivitavechia. Noche cerrada, lluvia desproporcionada, autovía sin arcén y sin luz, los conductores suicidas italianos no tienen compasión y me adelantan a centímetros. Circulo muy despacio y con los cuatro intermitentes encendidos. En un momento determinado, hay retenciones de tráfico, adelanto por el arcén, y me encuentro con una crecida de agua cada vez mas alta, el agua llega a los cilindros de la moto. Intento cruzar y el lodo me hace caer, el agua me arrastra durante metros, y me golpeo con un muro. El agua está pasando por encima de la moto haciendo un arco y el Range Rover al que le bloqueo el paso, me pita y su conductor levanta las manos gritando, enfadado. En ese momento lo hubiese matado, pero intentaba levantar la moto sin éxito, pensaba que era el final del viaje. Cuando estaba desesperado y a punto de abandonar la moto, un chico salió de un coche y me ayudó a ponerla de pie; el pobre se empapó, el agua cubría mas arriba de las rodillas. Milagrosamente la moto arrancó, e intenté por la parte izquierda cruzar de nuevo ese río, con la suerte de que por ese lado no había lodo. Y poco a poco, se fue el agua. 100 kilómetros más tarde, llegué al puerto, aún con el susto en el cuerpo, y temblando, pero no de frío.

El gesto inhumano de ese conductor en aquella situación me hizo pensar en lo podrida que está la sociedad moderna. ¿Realmente ha compensado el progreso para llegar a este nivel de individualismo y egoísmo?

42 días y 16.500 kilómetros más tarde llego a casa.

El viaje ha sido patrocinado por Route 66 Experience, la empresa para la que trabajo como guía de ruta en moto por USA, sin este patrocinio, no hubiese sido posible este viaje.

https://www.youtube.com/watch?v=payaWK6-XIs

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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