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Abrigos para Calais Abrigos para Calais
Me lo dijo Kuru, eritreo de pelo ensortijado y rostro sereno, durante uno de tantos tés chaboleros: – “Kuru, cuando vuelva yo a casa,... Abrigos para Calais

Abrigos para Calais.

Me lo dijo Kuru, eritreo de pelo ensortijado y rostro sereno, durante uno de tantos tés chaboleros:
– “Kuru, cuando vuelva yo a casa, a Compostela, ¿qué crees que sería lo más efectivo que yo podría hacer desde allá para ayudaros?”-

Por mi mente pasaban todo tipo de posibilidades “prácticas”: que si fundraising, que si agitar de conciencias, que si campañas de firmas, que si trompetear a los cuatro vientos lo inhumano que era aquello… qué sé yo, lo típico que se nos ocurre a los blandengues. Kuru me miró muy tranquilo y sin el más mínimo aspaviento le dio la vuelta a mi conciencia como si de un calcetín se tratase.
-“Andrés, cuando vuelvas a casa, y si de verdad quieres cambiar esto, abre tus orejas y tu entendimiento a tu vecino de enfrente. Habla con él e intenta comprenderle ya que el que nos entendamos es la única manera de que algo cambie, y si lo haces allí lo estarás haciendo aquí y en todos lados al mismo tiempo. Con eso es suficiente.”-

Hace un año y medio, volvía yo a casa tras aquello: una experiencia de esas que te enseñan verdades como puños y te hacen comprender. Dentro del casco, mi cabeza pitaba como una olla a presión según bajaba Francia intentando asimilar estas nuevas realidades reveladas.

Como de costumbre, había arrancado la moto sin plan, el plan se fue autoeditando y acabé en Calais, en aquel multiverso cacofónico y asombroso que se dio en llamar “La Jungla” al este de la ciudad, donde 9.106 personas (unas 800 de ellas menores no acompañados) acampaban a la sazón con la esperanza, vana en una estremecedora mayoría de los casos, de conseguir que Francia o UK les concediese el status de refugiados concediéndoles asilo.

Tras sortear varios controles policiales, llegué por fin al acceso norte del poblado. Corta gas, punto muerto, pata lateral. Apagué la moto y en medio segundo me vi catapultado a otros continentes por unos bafles de ubicación incierta que gorgoteaban una música árabe suave y poderosa, envolviéndome en ella y diluyendo mis tontas cautelas. Lo que vino después fueron días de aprendizaje intenso como un puñetazo, de toma plena de conciencia.

Abrigos para Calais.

Las historias de las jornadas hasta llegar a Calais que aquellos supervivientes compartían conmigo, té mediante, en chaboluchas miserables aunque repletas de esforzada dignidad, eran tan abrumadoras que las preguntas que tenía previstas se diluían por sí mismas y solo cabía escuchar. Escuchar, entender, empatizar y aprender. Aprender.

Cuando Hakim, de Pakistán, te cuenta que le costó cuatro años de penurias sin fin llegar hasta allí, siendo tiroteado, golpeado, extorsionado, abusado… y viendo la muerte de cara en cada frontera, eso te pone los pies en el suelo. Cuando Rahma, de Sudán del Sur te describe cómo cuando entraban los mercenarios/soldados gubernamentales (daba igual) en su aldea, buscaban a los recién nacidos y los lanzaban directamente a una olla de agua hirviendo en el medio del poblado delante de sus madres, eso te pone los pies en el suelo. Cuando un eritreo te explica lo que significa la ruta libia, deseas que sea una exageración, pero miras dentro de la mirada y sabes que no lo es. Escuchar de primera mano lo que significa, en términos de absoluto terror, tratar de cruzar el mediterráneo a bordo de una goma masificada, de noche y con el motor roto, con tus hijos bajo el brazo… eso, amigo, amiga, eso te pone los pies en el suelo. Pero cuando éstas mismas personas te invitan a un té con una especie de buñuelos de aire fritos a fuego de escombro en una olla oxidada y ciertamente deliciosos, contándote sus procedencias y sus sueños, sus historias vitales, sus anhelos y, sobre todo, tener el privilegio de compartir la exquisita dignidad con la que rodeaban todo aquel acto generoso, eso te pone los pies en el suelo y además te hace sentir una cucaracha cobarde y estúpida.

Porque a pesar de los inenarrables horrores clavados en aquellas pupilas, muchas miradas permanecían limpias, y las que no, las turbias, se me antojaban más que justificadas por los mil traumas que habían soportado, como testigos y como víctimas. Hablo de TRAUMAS, no de tonterías. Y uno, allí, intentando echar una mano, toma conciencia de su condición de privilegiado, de blandengue, de la carambola que es haber nacido “aquí” y no “allí”. Uno comprende hasta qué punto las artificiosas fronteras, el irreal “nosotros/ellos”, puede llegar a marcar de un modo cruel y taxativo cómo de azaroso es el reparto de las pocas o muchas cartas (o ninguna en absoluto) que nos tocan en suerte a los humanos para desarrollar nuestras vidas, nuestro presente y nuestro futuro. El hecho de haber nacido aquí y no en Sudán del Sur, o en la actual Siria, o en Afganistán, o en Eritrea es tan solo una carambola involuntaria, una casualidad. Puro azar. Nada, desde luego, de lo que sentirse orgulloso ya que nada hicimos para merecerlo. Y ves, sientes, tocas, hueles también, la inconsciencia egoísta con la que vivimos “los de aquí”. Créeme: no nos enteramos de nada. De nada. Ni exigimos nada que no sea en nuestro inmediato beneficio. Ojalá abramos el corazón pronto.

Desde entonces he mantenido un ojo puesto en la evolución de este desastre, y dado que como conjunto es inabarcable, mi referencia continúa siendo Calais. La noticia de la demolición de “La Jungla” hace poco más de un año y la dispersión de sus habitantes me hizo temer que todo iría a peor, pero no conseguí vislumbrar hasta qué punto llegaría la falta de humanidad hasta este gélido invierno.

Abrigos para Calais.

La situación actual allí es, muy resumidamente, la siguiente: entre 1.000 y 1.500 personas, muchas de ellas menores no acompañados, malviven literalmente tirados y escondidos en las calles y los montes de Calais y Dunkerque, soportando el hambre, el frío atroz y la lluvia inmisericorde bajo plásticos y cartones que tienen que mover cada noche al ser descubiertos. La política municipal es muy simple: “No los queremos aquí”, y en un intento, tan cerril como inútil, de hacerles desistir de su empeño en cruzar a UK, toman medidas como prohibir bajo multa el facilitarles alimentos, abrir los tres albergues existentes sólo cuando la temperatura exterior se mantenga en 5 grados negativos durante dos días consecutivos o enviar a los CRS cada noche a despertarlos, rociarlos de gas lacrimógeno en cara y cuerpo para a continuación confiscarles los sacos, tiendas o mantas que puedan tener. Sé que cuesta creerlo, pero aparte de que yo tenga conocimiento de esto por vía directa, también está recogido en un informe de Human Rights Watch de Diciembre del 17.

Debo confesar que yo, si quitamos a los CRS, el robo de pertenencias y las multas por alimentarme, he tenido la suerte de haber vivido en propia carne parecida situación en una etapa de mi vida en la que me vi en la calle (digo suerte por el aprendizaje que conllevó y por haberse revelado a la postre como una situación pasajera, claro, maldita suerte si se hubiese prolongado demasiado…), y sé que el hambre, el frío y la lluvia no son solo eso. Vivir en la calle es durísimo: implica que si tienes la fortuna de poder dormir, duermes, pero no descansas nunca. Aparte de aterido, tienes el cuerpo continuamente dolorido por las malas posturas y por las agujetas. Te duelen los músculos y los huesos, tienes la piel hecha cisco por llevar la misma ropa 24 horas al día, día tras día sin posibilidad de lavarla ya que no podrías secarla. No hablemos ya de mantener una adecuada higiene personal. La gente se espanta a tu paso y te evita. Y, sobre todo, estás permanentemente cansado, física y psíquicamente exhausto, con la autoestima por los suelos justo en una situación que demanda una gran cantidad de energía y fortaleza mental para simplemente sobrevivir. Añadamos a esto que estas personas están en tierra ajena, en una cultura diferente, con una lengua que desconocen y te podrás hacer una idea de lo que significa su día a día.

Había que hacer algo.

Debía hacer algo. Así que abrí mi armario y saqué dos chupas que dormían el sueño de los justos. Y colgué un post en Facebook. “Estoy recogiendo abrigos para enviar a Calais”. Y lo copié en el grupo de Whatsapp de Magisterio que, junto al de mi familia, conforman el total de mis grupos whatsapperos. Y apareció Teresa da Cruxeira con dos gruesos monos de trabajo testados en los mares de Terranova por su marido fallecido. Y eso me emocionó. Así que les saqué una foto y la subí. Y empezaron a entrar mensajes “tengo tres” “tengo dos” “¿se necesita ropa de niño?” “¿a dónde te los llevo?”. Y pensé que, al fin y al cabo, aquello podía funcionar. Así que abrí Google y empecé a consultar posibles formas de envío. El primer jarrón de agua fría estaba servido: cualquier opción resultaba dolorosamente inasumible para mi exigua economía. De un manotazo aparté el factor “dinero” de la ecuación, me recliné en mi silla y pensé “esto va de humanos ayudando a humanos, tío, amplía el concepto”. Y chas, se encendió la bombilla: una cadena de relevos coche-a-coche desde Compostela hasta Calais. Debía intentarlo. “El NO ya lo tienes, dale una oportunidad al SÍ”.

La cadena de transporte solidario se inició el 18 de diciembre; había que recorrer más de 2.000 km.

Abrí un grupo público en Facebook: “Cadena de transporte solidario – Abrigos para Calais”. Era el 18 de Diciembre. Me marqué la primera semana de Enero como tope para tenerlo todo montado, y… se desató la magia. María Mosterín se apuntó a recoger en Barcelona, inicialmente con la idea de volar hasta Compostela, pero los abrigos fueron muchos, el tiempo poco, y la ruta se desdobló añadiendo otra línea que cubrir: la mediterránea. Roberto Naveiras reunió abrigos en el occidente de Asturies, allá donde la espalda del mundo pierde su nombre como bien sabe cualquier humilde viajomotista. Roberto enlazó con Fran Brighton, y en un plis-plás se sumaron Martín Solana, Jose Luis Abelleira, Antxón “Varanassi por el Mundo”, Josín Castro, que quiso pero no pudo, Fran Pardo… la hermandad motera del Norte mostrando su mejor cara. Los trechos se levantaban y caían en el mapa a velocidad de vértigo por todo tipo de imponderables, con docenas de whatsapps, privados y mails entrando y saliendo en una loca vorágine logística que por momentos me aplastó, pero el hecho es que el día 22 ya parecía cubierto de forma bastante sólida todo el camino atlántico hasta Tarbes. Pocos días después enlacé a María Mosterín con un alma grande llamada Lyn Hall que subía por la AP-7 el 6 de Enero y con eso quedó resuelta la línea mediterránea hasta Limoges, donde se juntaría con la norteña. ¡Ya estábamos en Francia!

Y Francia, uf, Francia, se convirtió en un rompecabezas. A pesar de que desde Calais hacia el sur los relevos se solucionaron de forma sorprendentemente sencilla hasta un pueblecillo llamado Capdenac, ahí llegó el gran atasco. Habíamos conseguido cubrir 2.700 km., que se dice pronto, pero esos 340 km. entre Tarbes y Capdenac llegaron a parecer un muro insalvable. Escribí a todas partes: a grupos de españoles en Toulouse, a la Croix-Rouge, a Cáritas, a ALSA, a conductores de Blablacar, al Ayuntamiento de Toulouse, a ONG´s de la zona… pero todo resultó inútil: tanto me daban largas como creían que se trataba de una forma, sin duda ingeniosa, de introducir coca en la República. Lo más común, sin embargo, fue el silencio como respuesta.

Dos grandes viajeros, comprometidos con el proyecto: Martín Solana y Fran Brighton.

Mientras tanto, seguían llegando abrigos y chupas, así como jereys, pantalones, bufandas y hasta un traje de novio recién planchado que por alguna romántica razón a alguien le había parecido de lo más adecuado. Así que mis temores iniciales por estar montando todo un berenjenal para poca cosa se transformaron en preocupación por cómo demonios iba a darle salida a los ya más de cien abrigos que se iban apilando en crecientes columnas multicolores. Vinieron de Ferrol, de Pontevedra, de Carballo, de Compostela, de mil sitios. Y entonces apareció la maravillosa gente de SOMOS REFUXIO, de Ribeira, con un remolque hasta los topes de ropa. Por un momento me flaquearon las piernas, aunque justo antes de caer redondo alguien me chivó la existencia de unas bolsas a las que hacerles el vacío con una aspiradora, y con gran alivio conseguí reducir a la mitad el volumen total.

El día 4 de Enero arrancó el primer relevo hasta Gijón, con María Pita pilotando. Los abrigos en carretera y yo atascado con Toulouse. Mucha presión, pero dile tu a un motero que no te ayude… Y se ofreció Antxon Varanassi por el Mundo a alargar su relevo con gran generosidad desde Bayonne hasta Toulouse, toda una paliza y más con el temporal que le tocó capear. Finalmente Clare bajaba desde Capdenac para encontrarse con Antxon en Toulouse, y con esto teníamos todo en verde, paso franco, vía libre!! El día 5 recogió Fran Brighton los abrigos en Gijón y tiró hasta Santander, donde le esperaba Martín Solana para seguir hasta Castro Urdiales, donde los recogió Jose Luis Abelleira. ¡Toda una cadena de moteros enlatados! Parada técnica hasta el día 7 para enlazar bien en Toulouse y allá que se fue Jose Luis hasta Bayonne, Antxon hasta Toulouse y Clare hasta Capdenac. Nueva parada técnica para hacer coincidir las dos rutas en Limoges con Lyn Hall, y hoy por fin, según estoy escribiendo esto, me acaba de llegar la foto-finish de Patricia Bruen con los abrigos en el almacén de Care4Calais, obviamente en Calais.

Más relevistas: José Luis Abelleira (Castro Urdiales) y Antxón ’Varanassi por el mundo” (hasta Toulouse) .

Esta misma noche, justo un mes después de haber despertado a aquellas dos primeras chupas, entre tod@s habremos logrado que más de 150 valientes a los que en la UE hemos dado la espalda de forma ignomiosa, vergonzante y brutalmente inhumana estén algo más abrigados.

He aprendido mucho en este mes. Y tengo conclusiones que compartir.

Salir de la impotencia, eso es lo más importante. Dar un paso, un primer paso, tan solo un primer paso aunque no tengas ni idea de cómo dar el segundo. Luego el segundo sale solo, y todos los siguientes hacen camino. Nada cambia si nada cambia. Y todo cambia con una sola primera acción, no importa que sea pequeña y titubeante. Hay mucho más recorrido entre la nada y el poco que entre el poco y el muchísimo. Como en cualquier viaje a lomos de tu moto: sin un primer metro, no hay viaje. El primer kilómetro es el único verdaderamente imprescindible.

Y la gran paradoja. Todo este operativo se movió, en términos de pura eficacia material, de una forma supuestamente ilógica, supuestamente antipráctica y supuestamente ineficiente que vino dada por no disponer de suficiente dinero para hacer un envío “lógico”, “práctico” y “eficiente” por medio de un servicio de paquetería. Eficiente y frío como una moneda de dos euros. De haberlo hecho así, se hubiese perdido un tesoro que, sinceramente, ni intuí ni por asomo imaginé. Porque me han llegado mensajes muy emocionantes de personas que se implicaron y que de sopetón se sintieron liberadas de la sensación de que la impotencia y el lamento son la única opción. Sin duda vivimos convencidos de que tenemos poco valor como individuos para aportar significativamente, y esa es una de las mayores mentiras que nos tiene quietos. La otra gran mentira es que el dinero lo facilita todo. Con dinero por medio, los abrigos habrían llegado a Calais unos días antes. Y punto redondo. Toda la riqueza humana que se generó en este proceso, toda la interacción, todas las nuevas puertas abiertas y la red de personas antes desconocidas y ahora conectadas no hubiese existido. Y quién sabe, además, cuántas personas se habrán visto tocadas por cada una de las participantes. Sin duda alguna, un buen montón.

La ropa de abrigo finalmente llegó a Calais, donde aún viven en condiciones de máxima dureza centenares de personas.

Tenemos ahora un nuevo reto en el horizonte: crear una infraestructura de rutas por relevos operativas desde Portugal y España hacia el Norte, enlazando con gente ya organizada en Francia. Si te apetece participar como relevista, o como punto de recogida, o como sea que se te ocurra, búscame en Facebook o escríbeme a calaisroute@gmail.com. Y una última cosa por si te animas: nunca, jamás, te pediré una donación económica. Porque el dinero sale carísimo y no vale nada.

Gracias por estar ahí y, si quieres, ¡¡vamos!!

Para Motoviajeros, Andrés Duro

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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