Normandía, más allá del Día “D”
Rutas y viajes 6 junio, 2020 Quique Arenas 0
Nuestras vidas están plagadas de encrucijadas en las que hay que elegir una dirección para continuar escribiendo el libro de nuestras vidas. Todos nosotros, en algún momento y de manera más o menos consciente, hemos regresado mentalmente al pasado para reencontrarnos con aquellas encrucijadas, y fantasear con lo que hubiera sido de nosotros de haber elegido la otra opción: estudios, amor, trabajo…
De la misma manera que tomamos decisiones como individuos, también el mundo tiene sus propios dilemas… Como, por ejemplo, ¿Qué habría pasado si los aliados no hubieran desembarcado en Normandía? Está claro que Hitler hubiera seguido paseando sus Panzer, dejando abierta la opción de consolidar su totalitarismo, o que los liberadores fueran bolcheviques, o vete tú a saber… La política-ficción me produce dolor de cabeza.
Dejemos de lado el tactismo político, y centrémonos en los hechos del “Día D”, aquel 6 de junio de 1944 en el que más de 150.000 soldados aliados, llegados en 11.500 aviones y 6.900 barcos, tomaron Normandía y abrieron el camino para que otros tres millones de soldados hicieran entender al führer que había llegado el momento de volarse la tapa de los sesos.
Sólo han hecho falta unas pocas líneas para definir lo que fue el “Día D”, el principio del fin del tercer Reich (historiadores, carraspeen audiblemente y puntualicen que el pateo de culos nazis empezó en Stalingrado), pero que la brevedad literaria no nos lleve a la superficialidad: aquellas primeras veinticuatro horas en Normandía fueron una masacre como pocas se han visto, y 20.000 combatientes derramaron su sangre entre el amanecer y el ocaso para escribir la página más trascendental de nuestra historia contemporánea. Por ese motivo, Normandía es hoy un gigantesco memorial plagado de monumentos, museos y diversos cementerios en los que se honra la memoria de los caídos de ambos bandos, cada uno desde su camposanto.
Normandía en moto: más allá del Día “D”
Este cronista se confiesa superado para llevar a cabo una disección precisa del “Día D”, por inconcreción de conocimientos, por el riesgo de caer en la literatura-cemento (por su densidad), y sobre todo porque centenares de eruditos ya han trillado ese camino con una calidad imposible de igualar; aquí debo mencionar especialmente a José Montero, que en su blog Motocrónicas puso el listón tan alto, que ni me he molestado en esforzarme para estar a su altura (Gracias, José). Así pues, este relato tiene la modesta pretensión de aproximarse tangencialmente a los hechos de Normandía, obviando con toda seguridad algunos escenarios imprescindibles.
Esta “aproximación” comienza lejos, en alguno de los cinco puertos atlánticos franceses donde la Kriegsmarine estableció bases para sus submarinos… Como todas siguen en pie, podemos contemplarlas en Brest, Burdeos, La Rochelle, Saint-Nazaire y Lorient; fue en esta última donde el cronista se detuvo para observar de cerca una construcción hecha, literalmente, “a prueba de bombas”: sus paredes llegan a tener un grosor de doce metros. Parte de la estructura fue bombardeada por los aliados, no consiguiendo ni de lejos su objetivo de acabar con el complejo. La base de Lorient acogió hasta 30 “U-Boats” alemanes, y tras la guerra, fue utilizada por submarinos no nucleares franceses hasta 1997. Actualmente, uno de sus hangares ha sido reacondicionado para dar cobijo a pequeñas embarcaciones de recreo.
Es prácticamente imposible llegar a Normandía y pasar de largo la isla (o península, depende del rato) del mont Saint-Michel, uno de los lugares más concurridos de Francia, y cuya abadía es patrimonio de la humanidad por la Unesco, fuente inagotable de leyendas, imagen de fondo en millones de “selfies” e icono inevitable del país… Tal fue su magnetismo, que nadie se atrevió a dañarlo durante la guerra. Muy cerca de la abadía, el cementerio alemán de mont de Huisnes acoge a 11.887 soldados en una gigantesca cripta circular de 47 metros de diámetro. Este cementerio, y por extensión todos los exclusivamente alemanes diseminados por el mundo, está gestionado por la “Comisión para la Conservación de Tumbas Militares Alemanas”, entidad benéfica que trabaja por la dignificación de sus compatriotas y por la reconciliación con sus otrora enemigos.
En mont de Huisnes, como en todos los camposantos que este cronista visitó, no hay rastro de exaltación ideológica o simbología política, tan sólo algunas coronas de flores, viejas fotografías, algunas banderolas y demasiadas lápidas clamando en silencio lo que nunca debería repetirse. Fue particularmente emotivo contemplar algunas pequeñas crucetas con amapolas (símbolo de los veteranos de la Commonwealth) depositadas respetuosamente junto a lápidas de “ein deutscher soldat”, soldados anónimos nunca identificados.
Muy cerca del cementerio alemán está la localidad de Avranches, que fue arrasada por las bombas aliadas en una “liberación” que hizo válido aquel dicho de que casi fue peor el remedio que la enfermedad. El mítico general George Patton capitaneó las tropas en este sector, y en su honor se erigió una plaza con su nombre, que de manera simbólica se considera suelo americano; es fácilmente reconocible al tener allí plantado un tanque “Sherman”, máquina acorazada por antonomasia en aquella guerra junto a los “Panzer” alemanes.
Seguimos con los cementerios, y es que son muchos los diseminados por Normandía, normalmente agrupados por nacionalidades. En el caso de los soldados ingleses, es muy mencionado el de Bayeux, pero en muchos otros lugares se pueden encontrar camposantos alejados de la atención pública, como el de Saint-Charles-de-Percy, con 802 tumbas pulcramente cuidadas y obsesivamente alineadas. Esto será así aquí y en todas partes.
Un rápido enlace por autopista lleva a Caen, capital normanda y objeto de deseo para ocupantes y aliados. Estos últimos pretendieron reconquistarla el mismo día del desembarco, pero fue defendida con uñas y dientes por los alemanes. Tras un mes y medio de intensos bombardeos por tierra y aire, Caen fue liberada cuando quedaban menos del 30% de sus edificios en pie; la iglesia de Saint-Etienne-le-Vieux fue alcanzada por un proyectil que iba originalmente destinado a una columna de Panzers, y nunca más fue reconstruida, quedándose tal cual hasta hoy. Frente a ella, el colosal edificio del ayuntamiento y la Abadía de los Hombres ofrecen un contrapunto de impecable finición. Quien haya venido siguiendo las huellas de la guerra, no debería marcharse sin haber visitado el “Memorial de Caen”.
Muy cerca de Caen, en Bénouville, hay un puente levadizo que salva el canal de Caen, y que fue el primer objetivo de aquel día “D”: la Sexta División Aerotransportada del Ejército británico se desplegó para facilitar una retaguardia segura a las tropas que llegaban por mar. El teniente Den Brotheridge lanzó una granada a un nido de ametralladoras mientras corría por el puente: consiguió su objetivo, pero a la vez cayó fulminado por las rágafas de una MG-42. El teniente Brotheridge fue considerado el primer soldado muerto del día “D”. Una vez conquistado el puente, fue rebautizado como “Pegasus”, emblema de la 6ª Aerotransportada. En 1993 fue sustituido por otro puente más moderno, pero el original está preservado en el cercano “Memorial Pegasus”.
La zona del puente presenta diversos monumentos conmemorativos, y en el lado mar, el “café Gondrée” paga las rondas de cualquier veterano que pase por allí, como siempre ha sido desde el día de la liberación.
Y finalmente, las playas.
El paisaje más icónico y buscado. Porque hasta la toma de París hubo muchas escaramuzas, pero el imaginario popular -con una manita de Hollywood- no concibe Normandía sin sus playas… La coalición aliada dividió la costa normanda en cinco sectores: Sword, Juno, Gold, Omaha y Utah. Y aunque a día de hoy toda esa costa es un coqueto lugar de vacaciones, ni el turista más alienado puede pasar por alto la ingente concentración de memoriales, museos y ruinas militares que indican la extraordinaria dimensión de los hechos aquí acaecidos.
Yendo el cronista algo apurado de tiempo, la playa más oriental de todas (Sword) quedó fuera del recorrido, pisando la primera arena en Juno; Canadá lideró el desembarco en este sector, que fue especialmente cruento al no conseguir la aviación destruir eficazmente las baterías alemanas. A las afueras de Courseulles-sur-Mer, junto al centro de interpretación de playa Juno, hay una gigantesca cruz de Lorena, símbolo de la resistencia francesa; su recubrimiento de aluminio pulido la hace visible desde muchos metros a la redonda.
Siguiendo la costa hacia el oeste, la playa Gold fue conquistada por los ingleses; en Arromanches-les-Bains es donde se concentra la mayor parte de memorabilia bélica, destacando los gigantescos bloques de hormigón que conformaron el puerto artificial de Mulberry, hoy diseminados anárquicamente como piezas de Lego, a lo largo de la costa o directamente embarrancados en la playa; todos estos bloques fueron en su día arrastrados desde Inglaterra.
En una colina próxima, un centro de interpretación y diversos memoriales recuerdan aquellas batallas, además de brindar una excelente panorámica sobre Arromanches-les-Bains. Algo más allá, en Longues-sur-Mer, unas baterías antiaéreas alemanas todavía conservan sus cañones en el interior, caso único en toda Normandía.
Continuando siempre hacia el Oeste, la siguiente playa es Omaha, de responsabilidad norteamericana; en la posición defensiva alemana “Widerstandsnest 62”, el soldado alemán Heinrich Severloh estuvo disparando su MG42 durante más de nueve horas, causando un número escalofriante de bajas que, según los historiadores, varía entre 1.000 y 2.000. Severloh fue el único superviviente de aquella batería, y escondió a todos su letal cometido hasta que él mismo lo confesó a un periodista, 60 años más tarde. Apodado “la bestia de Omaha”, murió a los 82 años después de buscar un perdón que algunos le concedieron. La posición WD-62 fue la última defensa que se rindió en Omaha beach.
Quién sabe si de la ametralladora de Severloh salió el proyectil que acabó con la vida de Manuel Otero Martínez, el único español muerto en Normandía: combatiente republicano en nuestra guerra civil, fue apresado por los franquistas y liberado pocos años después gracias a que su familia tenía buenos contactos en el nuevo Régimen. Señalado y estigmatizado por los vecinos de su pueblo (Outes, La Coruña), emigró a los Estados Unidos y se enroló en el ejército para conseguir la nacionalidad de manera inmediata… con la mala suerte de que se la otorgaron tres días antes del bombardeo nipón sobre Pearl Harbour.
Otero murió nada más pisar la arena de Omaha. Fue enterrado en Normandía, pero gracias a las gestiones de su padre con el consulado americano en Galicia, fue exhumado y trasladado a Outes, donde fue finalmente enterrado en 1948 con honores y parafernalia del ejército americano.
Junto a la defensa WD-62, se encuentra el cementerio americano de Colleville-sur-Mer; como todos los demás, impresiona constatar la juventud de los que yacen bajo cada una de las 9.387 cruces, todas orientadas hacia la costa de los Estados Unidos. Entre ellos, hay dos hijos del presidente Theodore Roosevelt, y dos de los cuatro hermanos Niland, cuya historia fue (muy libremente) adaptada para realizar la película “Saving private Ryan”. Todos los presidentes norteamericanos han visitado este cementerio por lo menos una vez durante su mandato.
La carretera D514 es compañera inseparable en esta ruta, ya que es la que circula más próxima a las playas normandas; es de doble sentido, por lo que en ocasiones está bastante saturada de tráfico, especialmente autocaravanas (a los franceses les encanta llevar la casa a cuestas). La carretera discurre junto al acantilado de pointe du Hoc, farallón de 30 metros donde tuvo lugar una de las escaramuzas más épicas de la toma de Normandía: un batallón de “Rangers” del ejército norteamericano tuvo que treparlo bajo una infernal lluvia de fuego alemán. Perdieron la mitad de sus efectivos, pero lo consiguieron. Hoy, Pointe du Hoc es un gigantesco memorial con restos de las defensas alemanas, decenas de cráteres provocados por los bombardeos de cobertura, y un monolito conmemorativo en el borde del acantilado. El coronel Earl Rudder, comandante de aquel batallón de “Rangers” y que por cierto sobrevivió, fue condecorado con diversas medallas, y su nombre puede leerse en escuelas, edificios oficiales y hasta una autopista. El videojuego call of duty 2 recrea la toma de Pointe du Hoc.
Entre el cementerio americano y el camposanto alemán de la Cambe hay 17 kilómetros. Éste último es el más grande de toda Normandía, con 21.222 militares enterrados allí. Fue formalmente inaugurado en 1961, aunque años antes ya era un cementerio que no distinguía la nacionalidad de los allí enterrados. En el centro de su generosa superficie hay un túmulo que contiene una fosa común con casi 300 cuerpos, la mayoría de ellos sin identificar. En la entrada principal se lee lo siguiente:
“Hasta 1947, esto era un cementerio estadounidense. Los restos fueron exhumados y trasladados a Estados Unidos. Es alemán desde 1948, y contiene unas 21.000 tumbas. Con la melancolía de rigor, es un cementerio para soldados, muchos de los cuales no habían elegido la causa por la que luchar. Ellos también han encontrado reposo en nuestro suelo de Francia”.
La gran bahía donde desembocan los ríos Taute y Vire delimita el “cuerno” occidental normando, y señala el último sector bélico de las playas: Utah. Pero antes de pisar su arena, hay una serie de lugares que merece la pena contemplar tierra adentro, como por ejemplo “Dead’s man corner”, en el cruce de las carreteras de Saint Come-du-Mont i Carentan; en este punto, un Sherman americano fue abatido, y el cadáver de uno de sus ocupantes, colocado en la torreta del cañón para amedrentar a los que pasaran por allí. Hoy, el lugar es un pequeño museo en el que no podía faltar el Sherman, esta vez sin ningún ocupante, vivo o muerto, a bordo.
La historia bélica se respira prácticamente en cada pueblo de la zona: la iglesia de Angoville-au-plain fue asediada y reconquistada varias veces por los contendientes, y dicen que en sus bancos de madera aún se distingue la sangre de los soldados que fueron allí atendidos. Sainte-Mère-Eglise presume de ser el primer pueblo liberado de Francia, y en la torre del campanario está la icónica figura del paracaidista enredado en uno de sus salientes, recordando las dos horas que John Steele, soldado de la 82 división aerotransportada, estuvo allí suspendido mientras contemplaba con impotencia el feroz combate que se desarrollaba bajo sus pies.
A medio camino de Sainte-Mère-Eglise y la playa, la enésima estatua de un militar en pose de combate recuerda la figura del mayor Richard “Dick” Winters; en 1.944, siendo teniente al mando de la compañía “Easy” de la 101 división aerotransportada, realizó diversas acciones de mérito para reconquistar las poblaciones de la zona. Su historia, y por extensión la de toda la compañía “Easy”, fue novelada para la serie de televisión “Band of Brothers”. Winters murió en 2011, a la edad de 92 años.
Ya en la playa, vuelve el habitual despliegue de monumentos, baterías defensivas, memoriales, y el “café Roosevelt”, antiguo búnker reconvertido en establecimiento de hostelería.
Utah brindó la última oportunidad al escritor para recoger un puñado de arena, y llevársela con él antes de abandonar definitivamente Normandía. Un fetiche gratuito, y a la vez un pedazo de historia tremendamente simbólico.
Me gustaría despedirme con un “querámonos y no permitamos que esto vuelva a pasar”, pero luego veo y escucho a los iluminados que gobiernan el mundo con una mano en la bandera y otra en el escroto, y ninguno me garantiza que nunca más volveremos a meternos en otra monumental falta de educación que es cualquier guerra.
Texto y fotos: Manel Kaizen.-
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