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“Cuando sea grande voy a ser el primer hombre en ir a la Luna. Y antes voy a construir un camino que va a... Y de profesión, viajero

“Cuando sea grande voy a ser el primer hombre en ir a la Luna. Y antes voy a construir un camino que va a pasar por todos los países de la Tierra. Se va a llamar ruta azul uno” esas fueron las palabras que el pequeño Bubi (Emilio Scotto) confesaba a su madre a la corta edad de siete años y así un 14 de enero de 1985, con treinta años, salió de Buenos Aires despidiéndose no sólo de su familia, de sus amigos, de su perra, sino también de sí mismo.

“Poseo la conciencia de que, en un viaje de esta naturaleza, uno no va y regresa, sólo va; el que regresa, si logra hacerlo, será otro” Como única compañera su Princesa negra, una Honda Gold Wing 1100 Interstate que llegó a ser como él mismo dice “(…) su transatlántico, su único hogar” descubierta delante de un póster que  decía: “El mundo es tuyo, en dos ruedas”.

De esta manera, sabiendo que las distancias eran largas y los misterios desconocidos partió hacia la cuenca del Amazonas sin planificación alguna, su objetivo no era llegar, sino partir.

“Entre aquí y allá reside todo el mundo. Ellos están allá, yo estoy aquí y los demás en medio. (…) Susurran en mi cabeza ‘ven’. Ellos no vendrán, debo ir yo al mundo de ellos, sin prisa, a países ignotos, hacia las playas del tiempo, al infinito, a la libertad”

Emilio Scotto

Con una tristeza inmensa y lágrimas en los ojos lee las dos palabras que siempre le acompañarán en su largo viaje, esas que su madre escribió e introdujo en un sobre y que él apoyado en la barandilla del ferry sosteniendo la medalla de la virgen de Lourdes leía sin parar Fuerza y Coraje.

Desembarcó en el puerto de Colonia y con dirección a Montevideo los números de su cuentakilómetros comenzaron a sumar. Atravesó Punta del Este “la Saint-Tropez uruguaya” y ya rodando por Brasil llegó a la famosa y deslumbrante Río de Janeiro, donde “la grandiosidad de la naturaleza se conjuga con la presencia del hombre” y con sus peligros, ya que en la primera noche de su estancia le robaron todo lo que llevaba sobre la moto.

Aún así, sin mirar atrás continuó pensando sólo en cruzar el puente Niterói, ese puente de once kilómetros que en aquellos momentos no sólo servía para separar las dos orillas, sino para disgregar su pasado de su futuro.

De la tierra a la lunaAtravesó todos y cada uno de los pueblos que transcurren por la famosa BR-101 pero esta vez acompañado de una gran tormenta denominada “El niño” que produjo el mayor desastre natural registrado hasta en ese momento en Brasil. Pensando que no podría continuar y acordándose de las palabras de su madre, llegó a Salvador de Bahía, donde disfrutó de su Carnaval sacando lo que llevaba en su interior que ni él mismo sabía que guardaba dentro de sí.

Bordeando  maravillosas playas llegó al estado de Ceará y a su capital Fortaleza, último bastión de la civilización, donde se dice que todo lo que queda al norte es tachado de primitivo e inalcanzable. Aún así él quería continuar hasta Belém ubicada en la desembocadura del Amazonas, pero antes debía conseguir ampliar su visado en el Consulado y visitar Canoa Quebrada, pueblo de pescadores ocultado del mundo que se encontraba tras unas extensas dunas de arena roja imposibles de atravesar por su Princesa Negra. Así que alquilando un burro accede al precioso lugar situado al borde de un acantilado vertical de cien metros y acompañando a los pescadores en sus largas canoas llamadas jangadas observa y vive en primera persona el día a día de sus habitantes.

Adentrándose hacia el interior del país por el nordeste, aparece la extensa y espléndida vegetación del trópico y la selva; las carreteras se vuelven angostas y solitarias, la Princesa Negra ya no está provista de gasolina sino de alcohol, y con un desborda- do cansancio continua por la BR-222 hasta llegar a Teresina donde una vez más le quitan la idea de seguir adelante. Pero él, con su fuerza y tesón continua su viaje a Belém. Por una carretera sin asfalto, con miles de agujeros, lloviendo, y con mucho esfuerzo llega a su destino, a ese lugar donde acaba la civilización y desde donde a partir de ahora sólo podrá continuar su viaje por el río Amazonas.

Tras pasar unos días en la lluviosa ciudad, vivir acontecimientos históricos como el fallecimiento del presidente electo, Trancedo Neves, busca sin descanso un barco que le lleve río arriba. Consigue un viejo barco llamado Moreira Bahía donde las palabras del capitán cuanto menos le llenaron de incertidumbre:

“Si buscas aventuras, estás en el lugar indicado. Aunque insisto en que lo mejor que podrías hacer es volver por donde viniste. ¡Ah! Una cosa más, no vayas a caerte por la borda”

 

Emilio Scotto

Después de conseguir la difícil tarea de subir la moto al barco, no fue más fácil la estancia en el mismo. Nadie le hablaba, llegaba la hora de la comida y era difícil abrirse camino entre el gran número de devoradores, hasta que el tercer día aplicó la ley de la selva y el que hasta ahora era ratón se convirtió en león. Había comenzado una nueva etapa, un nuevo aprendizaje. Conoció a Pedro, persona que le marcará para el resto de su vida, aprendió las reglas del río, la “ley de garimpeiro”, arriesgó su vida en busca de un trozo de carne y todo ello por seguir adelante, por no renunciar a sus sueños, sabía que tenía que ir tras su deseo, ya que cuando uno comienza a perseguir su sueño su vida se despierta y es entonces cuando todo empieza a tener sentido.

“Cuando alguien violenta la selva durante el día, recibe una respuesta colérica; pero al ingresar la noche, ofende a todo el universo”

Aunque su destino era Manaos, al llegar a Santarem las palabras de su “Yoda privado, Pedro” le hicieron detenerse y bajarse del barco; no sabía qué se encontraría, no estaba en su ruta, pero la vida ofrece regalos y en Santarem pudo disfrutar de uno de ellos. Conoció la ciudad y sus costumbres al lado de Darlene de Sousa, la hija del gran terrateniente de Santarem.

Emilio Scotto de pequeñoVivió bonitos momentos a su lado, pero sabía que tenía que seguir, sabía que tenía que conocer todos aquellos lugares que de pequeño había descubierto en aquel atlas que le había regalado su madre, aquellos mapas englobados en un volumen que día a día miraba, estudiaba y le hacían soñar.

Y así con un bonito recuerdo dejó atrás la pequeña ciudad para embarcarse nuevamente en una “gaiola” y seguir atravesando el río más largo del mundo entre una selva misteriosa, húmeda e impredecible. Recorrieron kilómetros y kilómetros atravesando las selvas del Alto Orinoco, el Meta y las sierras de Zamurro y con lágrimas en los ojos divisa la ciudad del caucho, Manaos, capital de la Amazonia, nacida de la mayor locura del siglo XX.

En la gran ópera de la selva, se alojó en casa de Carlos Peralta, argentino expatriado, quien le enseñó la ciudad y quien le explicó la necesidad de conseguir un permiso especial para atravesar la carretera BR-174 conocida como la “comehombres”, huella que abrieron en la vegetación hace cincuenta años y que abandonaron por lo que costaba mantenerla y porque los indios mataban a los hombres que en ella trabajaban.

Como un sueño sólo muere si muere el soñador, tras horas de indagaciones y de idas y venidas consigue el permiso en el Ministerio de Trabajo. Llegó al primer puesto fronterizo, allí le tomaron por loco y le dijeron una vez más que no lo conseguiría, pero él con la fuerza que le caracteriza y sabiendo que su corazón ya estaba en ese camino, continuó contra todo pronóstico siendo consciente de que tardaría en el mejor de los casos ocho días en realizar ochocientos kilómetros.

La selva a ambos lados era infranqueable, espesa, cerrada, con un calor horroroso donde la piel se asa y la moto se derrite y con una herida en un pie que cada vez tenía peor pinta cruzar arroyos, badenes, atravesó pendientes de barro donde la moto se cayó una y otra vez, y él no dejaba de pensar que “nadie me dijo nunca que las motos pueden tirarse por un tobogán”. Así llegó al primer puesto de la Fundación Nacional del Indio (en adelante FUNAI) donde le avisaron que comenzaba el territorio indio y que bajo ningún concepto se podía salir del sendero si quería sobrevivir. Poco a poco fue atravesando sus kilómetros y tomando pequeños descansos en los puestos para coger fuerzas, aprendió las costumbres de los waimiri y los atroaris, tribus indias que cuando matan a un enemigo le cortan la cabeza y la reducen para llevarla como trofeo colgada en el cuello. Aunque conocía esa historia no sabía que se siguiera realizando hasta que el jefe de los atroari le regaló una de ellas por haberle dejado montarse en la moto. Pasaban los días, pasaban los kilómetros y la herida de su pie cada vez estaba peor. Tras atravesar el río Buraco y hacer unos cuantos kilómetros más la ciudad de Boa Vista se presentó ante él, aunque era una ciudad fea a él le pareció la más hermosa del mundo.

Continuó su camino hacia Venezuela y la herida empeoró, aún así atravesó la región conocida como “tierra vacía” dejando atrás las sierras de El Zamurro, de Roraima y las de Pacaraima hasta llegar a Tigrito donde conoció a Gregorio y donde fue al hospital en busca de la cura de su herida. Prosiguió hasta Caracas donde acudió al encuentro del Ministro de transporte para que le hiciera un salvoconducto y así liberarse de las continuas preguntas y episodios desagradables con la policía venezolana.

Y ya con rumbo a Colombia, llegó a San Antonio de Tachira, cruzando el puente internacional continuó su camino hacia Bogotá, donde se encontró a los peores conductores del continente. Tras alojarse en la embajada de Canadá, dejó la gran ciudad para irse hacia Medellin pasando por Villavicencio, donde permaneció unos días para proseguir hasta el estado de Antioquia, atravesando llanuras, valles, montañas hasta alcanzar el mar Caribe.

Por fin llegó a Cartagena de Indias, a la ciudad amurallada, a la ciudad donde en la Plaza de los coches en la antigüedad se vendían esclavos. Ciudad que aunque le enamoró, abandonó para proseguir su camino y llegar a Panamá. La única vía para hacerlo era por aire ya que el paso por vía terrestre estaba declarado Patrimonio de la Humanidad y Reserva Natural de Ecosistemas. Atando a la Princesa Negra a los costados de los sacos de correo y despidiéndose de sus amigos se montó en un avión rumbo a Panamá.

Desde el aire se dejó cautivar por el Canal de Suez y por las palabras que le decía el piloto tras el aterrizaje que sirvieron para cerrar el primer libro de su gran aventura:

“Aquí comenzará otra historia, Emilio. Aquí sigue tu camino a la luna. Sube a la moto, baja la visera del casco, ponte en marcha ya mismo y no falles”

 

Texto: Gema de los Reyes / Fotos: Emilio Scotto / viajandoconmicamara.com

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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