Portillo de Lunada
Rutas en moto por EspañaRutas y viajes 2 septiembre, 2015 Quique Arenas 1
Hay emociones que no pertenecen al mundo de la palabra. La que uno experimenta al encontrarse por primera vez con Portillo de Lunada es un buen ejemplo. Este puerto es sobrecogedor, te arrebata y te lanza al vacío de su inmensidad como un vértigo infinito. Cuando contemplas su porte majestuoso, experimentas una sensación de júbilo que te paraliza y te recuerda que, lugares así, nos ayudan a entender mejor por qué nos subimos a la moto para descubrir ese mundo maravilloso que nos rodea. La primera vez que supe de este rincón fue gracias a Francisco José Gutiérrez Sánchez. Fran es un cántabro de raza apasionado de su tierra infinita. Juntos, por fin, recorrimos en el ocaso de la última primavera este sueño verde que parece creado para el disfrute de los motoviajeros. Muy cerca también está el puerto de las Estacas de Trueba (1.154 m), así que es buena idea aprovechar la misma etapa para recorrer el paso que enlaza Vega de Pas con el norte de la provincia de Burgos a través de Las Machorras. Un tramo bellísimo y cambiante, pero de algún modo eclipsado por la proximidad del rey de los puertos pasiegos, a la sazón uno de los pasos montañosos más bellos de España. La cara burgalesa muestra unas facciones apacibles y bucólicas, con remansos de agua y verdes praderas. El lado cántabro, por el contrario, se exhibe quebrado y desafiante, con un desnivel pronunciado y unas rampas en zigzag que solo se deshacen al aproximarse la CA-631 a la villa pasiega.
Pero volvamos a centrar nuestra atención en Portillo de Lunada. Es un tesoro escondido en el sector más oriental de la Cordillera Cantábrica que comunica la comarca castellanoleonesa de Las Merindades con los Valles Pasiegos. Fran me aconsejó hacerlo siempre de Sur a Norte, empezando en el municipio burgalés de Espinosa de los Monteros y terminando en San Roque de Riomiera. Y así ha de ser, de Sur a Norte. La subida desde la meseta castellana es suave y aséptica, todo lo contrario a la vertiente cántabra. El telón se descorre nada más llegar al rótulo que nos marca los 1.350 metros de altitud a los que llega la carretera. A partir de ahí, un laberinto pavimentado serpentea imposible entre el estallido de color que envuelve las paredes de estas hermosas elevaciones. Es un bucle irreal, que se precipita hacia el fondo de este valle glaciar salvando un desnivel monstruoso en un suspiro. La inclinación de sus laderas, que parecen toboganes de gigantes, termina por atraparte en una bajada hipnótica. La carretera es estrecha, sin protecciones laterales, por lo que conviene parar a hacer fotos en puntos concretos y siempre estacionando la moto fuera del tránsito y con una marcha engranada.
No hay que perderse “El Resbaladero” y el mirador de Covalruyo, al que se accede a través de una escalinata de piedra situada en una curva de herradura, y que permite obtener una amplísima perspectiva hacia septentrión. No es apto para quienes padezcan de vértigo, pues se asoma literalmente sobre el abismo. Pero sí para quienes deseen “abandonar” el mundo conocido durante minutos… o tal vez horas. Las vistas que se obtienen desde este mirador son indescriptibles. Y nada parece perturbar el desarrollo cotidiano de esta naturaleza dominante, en la que el buitre surca los cielos planeando en silencio sobre los seles.
San Roque de Riomiera limita con Soba y Calseca, este último, un pequeño enclave perteneciente a Ruesga; al norte. El río Carcabal marca la divisoria con el abrupto municipio de Miera y, a poniente, la divisoria de aguas entre el Miera y el Pas-Pisueña indica el límite municipal. Al otro lado del cordal se encuentran Saro, Villacarriedo, Selaya y Vega de Pas. Portillo de Ocejo fue el tradicional paso que comunicaba a San Roque con las otras dos villas pasiegas: Vega de Pas y San Pedro del Romeral.
En la actualidad, la mayoría de las caras de Portillo de Lunada aparecen exentas de masa arbórea. Fue el hombre, en su voraz afán de abastecer de madera a la fábrica de cañones de La Cavada, quien deforestó por completo estos bosques entre 1622 y 1835, desfigurando su morfología. La producción de un solo cañón de dos toneladas consumía 2,5 hectáreas de bosque. Se calcula que en la montaña pasiega se llegaron a talar hasta 10 millones de árboles.
Aunque las cumbres que almenan esta fortaleza no son especialmente elevadas (Pico de la Miel, 1.563 m; Picón del Fraile, 1.619 m; Castro Valnera, 1.718 m), es un paso completamente aéreo. Quieres volar y fundirte en un abrazo eterno con estas montañas de presencia colosal. Son como un oleaje olvidado en tierra que juega al escondite con las nubes, a menudo tan presentes. Niebla y nieve complementan el decorado durante muchos meses del año (los inviernos son especialmente largos, y el puerto permanece cerrado durante meses ante el elevado riesgo de aludes por la cantidad de nieve acumulada, sobre todo en su cara norte). En primavera el verde lo invade todo.
La emoción que experimento al deslizarnos Fran y yo por este antiguo glaciar es inenarrable. No siento ningún pudor al reconocer que en cuatro días pasé por este puerto en tres ocasiones; daba igual la hoja de ruta, al final siempre terminaba incorporando Lunada a mis planes. La sensación era vibrante, intensa, positiva. Lo mismo me pasó en su momento con la película “Cadena Perpetua”: fui al estreno en el cine un viernes, regresé el sábado y repetí el domingo, absorbido por la personalidad de Andy Dufresne. Una historia en la que se ahonda en la amistad forjada entre los dos protagonistas, Tim Robbins y Morgan Freeman.
Atravesar el primer día en solitario Lunada me emocionó. Me acordé especialmente de mi mujer, Alicia, y de mi compañero Antonio, que está como loco por subirse a su preciosa Honda Varadero y devorar kilómetros en busca de bellas rutas. Pensé que pronto tendrían que venir a conocer esta maravilla. Por otra parte, regresar al día siguiente con Fran, cicerone y amigo, me ayudó a redescubrir curva a curva la felicidad que supone compartir esos momentos con personas que tienen una sensibilidad hermana. Supongo que los dos, al igual que ocurre en “Cadena Perpetua”, en aquellos momentos nos sentíamos hombres libres. Libres y felices.
Hablando de películas… Fran lleva tatuada en su mente una frase perteneciente a “Into the wild” (“Hacia rutas salvajes”, 2007), una conmovedora historia basada en el libro de Jon Krakauer. La frase nos recuerda que “la felicidad solo es real cuando es compartida”. Pues bien, en la bajada de Portillo de Lunada hacia San Roque de Riomiera estábamos alternando momentos de conducción serena y paradas en las que solo nos atrevíamos a mirarnos a los ojos cuando, de repente, desde los prados del fondo del valle, vino hasta nosotros un perro pastor con mirada limpia y sonrisa de niño. Quiso compartir aquel momento con nosotros. Se acercó jubiloso, jugamos durante unos minutos y regresó a su venturosa vida. Así es Portillo de Lunada, un puerto en el que hasta los perros sonríen.
DÓNDE COMER / DÓNDE DORMIR. Nuestra ruta se inicia en Casa Paulino, un reconocido establecimiento ubicado en Barros (Los Corrales de Buelna), en la cuenca del Besaya. Se trata de un punto de partida ideal, bien comunicado y que se encuentra cerca de todo. Esta antigua casona, convertida en una acogedora hospedería-restaurante, presenta elementos típicos de la arquitectura de la zona, caracterizada por el empleo de madera y piedra. El hospedaje cuenta con 10 habitaciones con baño. La estancia se complementa con el restaurante, situado en la planta baja, y que tiene ganada una bien merecida reputación; no en vano, se trata de un lugar muy conocido y frecuentado al que apetece volver, en buena medida gracias al carácter de la familia que regenta el establecimiento. Belinda madre y Belinda hija son el vivo reflejo de un trabajo incansable.
La relación calidad-precio es altamente recomendable, y es posible alojarse en temporada baja y media por 22 euros (habitación individual) y 44 euros (habitación doble), incluyendo el desayuno. Las habitaciones son espaciosas y confortables y el descanso es reparador, pues aunque el inmueble está situado en una travesía, se trata de una zona muy tranquila del Valle de Buelna. También existe la opción de media pensión y pensión completa, con unas tarifas realmente apetecibles. Como apetecibles son los platos de rica gastronomía cántabra y española que se preparan a diario en el restaurante. El menú ronda los 11 euros para comida y cena de lunes a viernes, y 15 euros en sábados y domingos.
Otro aspecto importante para nuestras motos es que Casa Paulino cuenta con aparcamiento propio para los clientes. Desde Motoviajeros os recomendamos al 100% este negocio familiar, que está situado a tan solo 20 minutos de Cabárceno, Santillana del Mar y Suances, y a media hora de Santander y San Vicente de la Barquera. Con respecto a nuestras rutas, se trata de un emplazamiento idóneo, ya que nos permite establecer itinerarios circulares, en el caso de la incursión a Portillo de Lunada atravesando primero otro puerto fantástico, el de las Estacas de Trueba.
LAS CUMBRES PASIEGAS. El valle del Miera fue colonizado por los pasiegos como zona de explotación ganadera de montaña, al menos desde finales del siglo XVIII.
La orografía asimétrica del valle, con una ladera abrupta (al Oeste) y otra más tendida (al Este) explica que en la parte más baja, junto a los arroyos y al propio río Miera, se concentraran preferentemente las cabañas “vividoras”, en las que invernaban los pasiegos. En las zonas más elevadas se encuentran las cabañas “de breniza”, usadas durante la época de primavera y verano para aprovechar los pastos de altura. La mayor parte de las cabañas tiene a su lado un fresno, que proporciona, entre otras cosas, la madera necesaria para confeccionar, entre otros utensilios, los tradicionales cuévanos (cesta o canasto para transportar hierba, quesos, madera… e incluso bebés en el caso del cuévano niñero).
En esta zona se localiza el paso natural empleado por los pasiegos para comunicar el Valle de Miera con la Vega de Pas, el Portillo del Ocejo. Este collado ha sido utilizado tradicionalmente como punto de tránsito para personas y ganado, al constituir el único camino practicable entre ambos valles hasta la apertura de la carretera que une Selaya y San Roque.
Entre las cumbres de Coterotejo (1.044 m) y la bella crestería de los Picones de Sopeña (1.287 m) se sitúa el imponente hayedo de Haza Mina, uno de los más importantes reductos de bosque autóctono de altura conservados en la comarca.
DE GLACIAR A VALLE PLUVIAL. El alto Valle del Miera es el resultado de la acción erosiva de un glaciar desarrollado durante la última glaciación y posteriormente de la acción erosiva del río Miera y sus afluentes.
Durante la última Edad de Hielo, denominada Würm e iniciada hace 100.000 años, la zona se cubrió de potentes capas de hielo que, tras deslizarse por las laderas, fueron componiendo un potente glaciar, ubicado a menos de 1.000 metros sobre el nivel del mar.
Fruto de la erosión de los hielos son las morrenas visibles en el valle, compuestas de rocas y tierras arrancadas de las montañas y transportadas y depositadas en el fondo del valle, así como el modelado del territorio, en forma de típica sección en “U”. Con posterioridad, y tras la retirada de los hielos, el río Miera y su red de pequeños afluentes fue encajándose y erosionando las morrenas, hasta conformar el paisaje que actualmente disfrutamos.
El Alto Valle del Miera se encuentra inventariado desde 1983 por el Instituto Geológico Minero de España (I.G.M.E.) como punto de interés geológico por sus valores científicos, didácticos y culturales.