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No le digas a la mama que me he ido a Mongolia en moto No le digas a la mama que me he ido a Mongolia en moto
Pretender llegar desde España hasta el corazón de Mongolia con una moto destartalada de pequeña cilindrada es como querer correr un maratón descalzo, en... No le digas a la mama que me he ido a Mongolia en moto

No le digas a la mama que me he ido a Mongolia en motoPretender llegar desde España hasta el corazón de Mongolia con una moto destartalada de pequeña cilindrada es como querer correr un maratón descalzo, en pantalones de pana y con el dorsal roto. ¿Difícil? Sin duda. ¿Imposible? Ni de coña. Y para demostrarlo, y porque de asuntos deportivos sabe mucho, el catalán Ricardo Fité nos narra en No le digas a la mama que me he ido a Mongolia en moto, su primer libro, las aventuras y desventuras que jalonaron su viaje a Ulán Bator como participante del Mongol Rally, en su edición de 2011.

Que una Yamaha clásica de 250 cc, ochentera y resucitada –literalmente- se convirtiese en la elegida puede ser casualidad. Que su matrícula fuese B-MG (¿premonitorias iniciales de Barcelona-Mongolia?), puede ser pura potra. Que además el número de esa matrícula prácticamente coincida con la distancia total recorrida (9441)… ya parece de pitorreo. Pero que lograse llegar hasta su destino asiático, rompiendo cinco veces el chasis y dos cadenas de transmisión, ya es de traca.

Rallies solidarios, Por Ricardo Fité ("No le digas a la mama que me he ido a Mongolia en moto")A través del espejo
El libro nos muestra una maravillosa ventana a ese mundo tan alejado de nuestra cotidianidad. Como cuando Alicia se sumerge a través del espejo en su país de fantasía, adentrándose en una especie de sueño quimérico, Ricardo nos contagia de esa idea, y nos introduce en su viaje hasta hacernos copartícipes de un sentimiento romántico, desenfadado y maravilloso que, a buen seguro, acompañaron a los pioneros de la exploración.

En su narración, nos invita a sentir la libertad, pero también el peligro y la travesura. Sí, porque este “profesor de deporte” –como le explica a los rusos- y cinturón negro de judo se transforma durante la travesía en un niño inquieto y revoltoso, que nos describe con maestría las situaciones de tensión y juega con el empleo de las onomatopeyas de una manera recurrente y cómica. En ocasiones, las descripciones resultan tan divertidamente teatrales, que uno visualiza a los personajes del Joe Bar Team como invisibles consejeros de redacción. Y como telón de fondo, siempre circulando sin permiso por dentro del casco, las voces interiores que a todos los viajeros nos asaltan: dudas, miedos, deseos, retos y canciones se mezclan en una pulpa pastosa que se convierte en amiga o enemiga, por caprichosa elección del… ¿subconsciente?

No le digas a la mama que me he ido a Mongolia en motoY en esas, Ricardo a veces se pica y le brota un cuasi necesario instinto arrabalero de Mazinger Z coyuntural; a veces se convierte en un pasota monje Shaolin. Pero claro, no debe de ser fácil gestionar el puzzle de piezas inconexas en que se convierte, por ejemplo, la conducción por la república de Karakalpakistán (que nadie piense que es una invención de Francisco Ibáñez, existe de verdad), donde hay más mujeres con piños de oro que agua potable.

No le digas a la mama que me he ido a Mongolia en moto es un Verano Azul motorizado; una emocionante aventura donde la pandilla está formada por una máquina fiel y un piloto testarudo y soñador. Y, lo más valioso, también es un tatuaje existencial: “La vida es un sueño, aprovéchala”.

Quique Arenas.-

+ info: www.noledigasalamama.com   // Comprar on-line: Amazon   // Documental: YouTube

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

  • Aaron Videla

    14 enero, 2017 #1 Author

    En tiempos donde a pesar de la tecnología siempre nos falta algo es esencial volver a la esencia del viaje.

    En el 2015 por trabajo en Ibiza tuve que alquilar una scooter y desde ese día mi vida volvió a dar otro cambio, un antes y un después ya que no me imagino mi vida sin moto.

    Otra vez por trabajo pero con el ánimo de hacer mi estilo de vida realidad, de haber encontrado un instrumento, una complice, una compañera, al regreso de las Baleares me compre una scooter Kymco 125 cc porque no tengo carnet para más y ahí estamos.

    Lo que más me impresiona es ver grandes motos compradas nuevas de hace 5 años o incluso más con 4.000 ó 5.000 Km. La “Cipolina” (se dice chipolina en italiano y significa cebollita) con 14 meses de adquirida, tiene 23.000 Km.

    Con mi ex novia de 1.70 cm, 65 kg, yo de 1.80 y 74 kg y un par de alforjas semi rígidas, tienda de campaña y lo justo y necesario, el verano del 2016 nos fuimos de Madrid a Cartagena ida y vuelta y hemos recorrido toda la zona, 2000 Km en total. Ha sido uno de los más bellos viajes que he tenido la oportunidad de hacer.

    Estos días, estoy buscando una buena escuela para el carnet A2 ya que planeo dar una vuelta a Europa, viajar a Asia, bajar desde Canadá a la Patagonia Chilena y su correspondiente vuelta por Australia y Nueva Zelandia, Africa, para el final, cuando esté más viejo.

    Lo que me va ocupando tiempo es en la moto. Hay un par de viejas y olvidadas que las miras y te dicen que tienen ganas de viajar y otras jóvenes que tienen hasta wifi que irian a todas. Sea como sea, no importa lo que falte o sobre, ella te acompañará.

    Como dice la frase LLL, live the life you love, love the life you live.

    Un saludo

    Aaron

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