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Desde el Hades al Olimpo Desde el Hades al Olimpo
Con vitalidad, entusiasmo, ilusión y ganas de aventura comenzó Ernesto Che Guevara un viaje por América latina con su amigo Alberto Granado en una... Desde el Hades al Olimpo

Con vitalidad, entusiasmo, ilusión y ganas de aventura comenzó Ernesto Che Guevara un viaje por América latina con su amigo Alberto Granado en una motocicleta Norton 500, monocilíndrica de  29 CV, del año 1939, a la que llamaban  “La poderosa II ”.

De sus notas diarias, surgió un relato donde cuenta un trocito de dos vidas tomadas en un momento en que cursaron juntas un determinado trecho, con identidad de aspiraciones y conjunción de ensueños. Guevara plasma no sólo los lugares y sensaciones que éstos le producen, sino que también muestra una de las consecuencia que tiene la realización de un viaje, tal y como señala en el primer capítulo  del libro denominado “Entendámonos”.

”El personaje que escribió estas notas murió al pisar de nuevo tierra argentina, el que las ordena y pule, no soy yo, por lo menos no soy el mismo yo interior. Ese vagar sin rumbo por nuestra «Mayúscula América» me ha cambiado más de lo que creí”.

La idea era partir de Buenos Aires y llegar hasta Venezuela, pero siempre desde la improvisación,  como señala en el capítulo denominado “Pródomos”, terminología utilizada en el mundo de la salud para referirse a los síntomas iniciales que preceden al desarrollo de una enfermedad (no hay que olvidar que el autor cuando comenzó el viaje estaba a falta de tres asignaturas de finalizar la carrera de Medicina).

“Así quedó decidido el viaje que en todo momento fue seguido de acuerdo con los lineamientos generales con que fue trazado: Improvisación”  y así comenzó el viaje “(…) sólo veíamos el polvo del camino y nosotros sobre la moto devorando kilómetros en la fuga hacia el norte”.

Y así un 4 de enero de 1952, los  jóvenes argentinos iniciaron su aventura con el único afán de disfrutar recorriendo 12.425 km en seis meses y medio.

Se detuvieron en la villa de Gesell para ver a una familiar de Ernesto y alojarse en su casa mientras Alberto disfrutaba de esa gran masa azul que era el océano y que nunca había divisado antes. Prosiguieron por Mar del Plata, Bahía Blanca, donde en las dunas producidas por el fuerte aire del litoral, la moto escapaba al control del piloto y fueron “descansando cómodamente en la arena antes de salir a camino liso”. Fue un día digno de recordar, cuando ya pensaban que el suelo dejaría de ser su fiel amigo, cayeron tres veces más hasta que llegaron a un refugio donde:

“La acogida fue magnífica pero el resumen de estos primeros paros en tierras no pavimentadas era realmente alarmante, nueve porrazos en un día”

Prosiguieron rumbo a los lagos tras varios días de cama por altas fiebres y con una moto que ya estaba retocada con el repuesto preferido de Alberto: “En cualquier lugar que un alambre pueda reemplazar a un tornillo, yo la prefiero, es más seguro”. Camino de San Martín de los Andes tras “comprar nueva parcela en el suelo” la carrocería de la Poderosa sufrió grandes desperfectos. La llegada a la localidad fue majestuosa a través de una carretera de 35 km de largo bordeando el lago Lacar junto a una vegetación frondosa, que le pareció más frondosa todavía cuando tras ayudar al sereno de la localidad a realizar una parrillada en una carrera que se organizaba en el circuito de la localidad no pararon de beber hasta caer rendidos al suelo.

Salieron dirección Junín de los Andes y tras pasar allí unos días con unos amigos, se dirigieron hacia el camino del Carrué y de ahí a Bariloche por la ruta denominada los Siete Lagos.

Continuaron hacia Chile, donde lo primero que le llamó la atención fue el agua de los lagos, ya que considera que son de aguas templadas y calmadas muy propicias para la conexión con uno mismo. Allí en Petrohué le ofrecieron llevar un coche hasta Osorno a través de un bonito paraje que tenía el volcán del mismo nombre como centinela. En Valdivia, ciudad que festejaba su cuarto centenario, les realizaron un amable reportaje al igual que lo hicieron en el Periódico Austral de Temuco. Desde allí Ernesto decía que la hospitalidad chilena era una de las cosas que hacía más agradable el paseo por la tierra de Pablo Neruda.

Avanzaron por tierras chilenas hasta que la Poderosa decidió que era el final de su viaje, era el cincuagésimo tercer día de la aventura. Desde allí hizo su último viaje hasta Santiago, pero ya no sobre asfalto ni tierra, sino en el interior de un camión.

“Al fin llegó el gran día en que dos lágrimas surcaron simbólicamente las mejillas de Alberto y dando el postrer adiós a la Poderosa que quedaba en depósito, emprendíamos el viaje hacia Valparaíso, por un magnífico camino de montaña que es lo más bonito que la civilización puede ofrecer a cambio de los verdaderos espectáculos naturales en un camión que aguantó a pie firme nuestro pechazo”

En Valparaíso, ciudad pintoresca que fue creciendo entre los cerros que dan al mar, los jóvenes argentinos captaron la miseria existente de la bonita ciudad  con sus coloridas casas escalonadas  mezcladas con el azul plomizo de la bahía.

 

Tras pasar una noche en el puerto consiguieron esconderse en el baño del barquito San Antonio que iba dirección a Antofagasta. Después de descubrirse por la falta de comida, el capitán del barco les dio sustento a cambio de trabajo. Prosiguieron su camino hacia  Chuquicamata, la famosa mina de cobre, donde describe el proceso de extracción del mismo contemplando la vida tan laboriosa que realizan diariamente los jornaleros.

Continuaron a Arica, atravesando Iquique para despedir la tierra chilena. Guevara introduce un capítulo denominado “Chile, ojeada de lejos” donde hace una dura crítica a la administración y gobernación del país, recalcando la mala situación que tienen los habitantes que cuentan con pocos recursos. Según avanza el viaje, Guevara cada vez describe menos lo que ve en cuanto a lugares físicos y más la situación en la que viven los habitantes del lugar.

“En este recorrido de recorridos, la soledad se unió a la solidaridad, el “yo” se convirtió en “nosotros”»

Tal y como señala su hija, Aleida Guevara, en el prólogo, su padre partió de Argentina con deseos de aventuras y sueños de hazañas personales y al ir descubriendo la realidad de nuestro continente fue madurando como ser humano y se fue desarrollando como ser social.

Llegaron a Perú. Recorrieron la apacible Tacna con callecitas de tierra y tejados rojizos, alcanzando Tarata gracias a la buena voluntad de un camión de la Guardia Civil que les recogió y les trasladó a través del bonito pueblo de Estaque que se encuentra en un valle de leyenda.  El lugar detenido en el tiempo, les dejó tan impresionados que describe con mucho detalle todo lo que ve a su alrededor, tanto a nivel arquitectónico como social.

“Su iglesia colonial debe ser una joya arqueológica porque en ella, además de su vejez, se nota la conjunción del arte europeo importado con el espíritu del indio de estas tierras”

Continuaron hacia Cuzco parando en el Lago Titicaca, al que describe en un pequeño capítulo denominado “Lago del sol”. Atravesaron Juliaca, Sicuani donde observaron toda la gama de colores desperdigados por los puestos del mercado, que fue truncado por el negro paso de un cortejo fúnebre.

Una vez que llegan al “Ombligo” escribe sobre las dos o tres caras de la ciudad. El Cuzco de los Incas, el Cuzco destrozado por las conquistas y el Cuzco de:

“(…) teja colorada cuya suave uniformidad es rota por la cúpula de una iglesia barroca, y que en descenso nos muestra sólo sus calles estrechas con la vestimenta típica de sus habitantes y su color de cuadro localista”

Permanecieron por tierras incas dedicándole todo un capítulo a esta cultura y exaltando la grandeza de Machu Picchu, “cerro viejo” en lengua indígena. Se asomó al punto más alto Huayna Picchu analizando cada resto arqueológico y su posible función en la época de su construcción.

Tras volver a Cuzco, pasaron varios días allí, describe sus calles, su catedral, su museo, etc., y al igual que lo hizo con Chile, dedica un capítulo denominado “Cuzco a secas” donde da sus impresiones generales de la misma.

Casa museo del Che, en Alta Gracia

Se dirigieron hacia el norte, recorriendo Abancay, Huancarama, Huambo hasta llegar a Huancayo. El viaje continuaba de la misma manera que en días anteriores, alojándose en comisarías o puestos de la Guardia Civil y solicitando comida en hospitales. Tras varios días por la Merced, Oxapampa y San Ramón, llegaron a Lima, la ciudad de los virreyes. Guevara destaca el museo arqueológico de la ciudad, que encierra en él colecciones de extremo valor de puro arte indígena.

Navegaron por el Amazonas a bordo de “El Cisne” con rumbo a la leprosería de San Pablo donde permanecieron un tiempo de voluntarios atendiendo a los leprosos y donde Guevara celebra entre cánticos, bailes y alcohol sus 24 años.

Tras volver a remontar el Amazonas a bordo de la balsa Mambo, se dirigieron hacia Colombia, pasando por Leticia y volando a Bogotá de donde no obtienen muchos buenos recuerdos.

“Este país es el que tiene más suprimidas las garantías individuales de todos los que hemos recorrido, la policía patrulla las calles con fusil al hombro y exigen a cada rato el pasaporte, es un clima tenso que hace adivinar una revuelta dentro de poco tiempo”

Ya en San Cristóbal (Venezuela), al anochecer cogen un autobús que cruza Punta del Águila, la parte más alta de los Andes venezolanos para llegar al final de su recorrido, Caracas, donde se produce la separación de los dos grandes amigos.  Guevara regresa a Buenos Aires y Alberto permanece en Venezuela.

“(…) con esperanza de volver pronto para reiniciar los estudios y obtener de una buena vez el título habilitan, y sin embargo, la idea de separarme en forma definitiva no me hace del todo feliz; es que son muchos meses que en las buenas y malas hemos marchado juntos y la costumbre de soñar cosas parecidas en situaciones similares nos ha unido aún más”

“Un buen libro no es aquel que piensa por ti, sino aquel que te hace pensar” James McCosh

 

Texto: Gema de los Reyes

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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