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Can Massana, la carretera de Montserrat Can Massana, la carretera de Montserrat
Desde hace unos años, tengo “aparcada” (por no decir “perdida”) la afición de salir por salir en moto, quemar gasolina con el único propósito... Can Massana, la carretera de Montserrat

La BP-1101 o “ca la iaia”.

Desde hace unos años, tengo “aparcada” (por no decir “perdida”) la afición de salir por salir en moto, quemar gasolina con el único propósito de bailar curvas y sentir el azote del aire… Esta mañana de sábado ha sido la excepción, y me he acercado hasta una de las carreteras más valoradas por los motoristas: la BP-1101, conocida popularmente como Can Massana, o “ca la iaia”.

La montaña de Montserrat es una singularidad geológica, sorpresivo skyline que destaca entre llanuras, y un lugar que muchos denominan “mágico”. No en vano, es el centro de la espiritualidad catalana desde aquel día de hace doce siglos, cuando una Virgen se apareció ante unos niños, y pidió no ser movida de allí. Se talló una figura en madera a su imagen y semejanza, y el pigmento del barniz aplicado le puso el sobrenombre de “Moreneta”. Se puede contemplar en el monasterio de Montserrat, hoy convertido en uno de los destinos turísticos más importantes de Cataluña.

Hay diversas carreteras para subir a Montserrat, y dependiendo de tu procedencia, te irá mejor una u otra… Eso sí, todas tienen el mismo denominador común: diversión a raudales, y unas vistas que quitan el hipo. De todas ellas, la que se lleva los mayores honores es la ya mencionada de Can Massana, o dicho de otra manera, el acceso al macizo por el norte, a través de la carretera que une Manresa con el Bruc. Y la verdad, una vez recorrido todo el entramado viario que rodea la montaña, tiene motivos para ser considerada “the best of the best ”:

-Vistas. La cara norte es la que tiene las panorámicas más abiertas.

-Poco tráfico. Buena parte de los visitantes de Montserrat vienen de Barcelona y su área metropolitana, y esta carretera es la que más “a contrapié” les viene. Además, también evita la mayor parte de los centenares de autocares que cada fin de semana convergen allí.

-Trazado perfecto. Por el norte, la pendiente es menos abrupta, y las curvas, igual de numerosas pero menos “ratoneras”, lo que permite negociarlas a mayor velocidad.

Con todos estos ingredientes, más un “boca-oreja” que lleva décadas funcionando, ya tenemos el escenario para venir a disfrutar de esa concentración motera de cada día, sin organizador y de acceso libre, que es venir a curvear a Can Massana.

Can Massana, la carretera de Montserrat.

Como decía al principio, un sábado cualquiera salí por salir a que me diera el aire, y el privilegio de vivir a los pies de Montserrat me empujó, por enésima vez, a recorrer sus carreteras. El tramo de Can Massana empieza a las afueras de Manresa, en la rotonda de Salelles; aquí está el kilómetro cero de los casi 14 que tiene el famoso tramo, o mejor dicho, el kilómetro “trece y pico”, ya que el cero está arriba. Como es temprano, todavía no se han colocado las patrullas de los mossos d’Esquadra que se dedican exclusivamente a controlar el tráfico de dos ruedas; en tiempos pretéritos, cuando las carreteras eran vigiladas por camisas verdes, esto era un sindiós, con eRRes zumbando arriba y abajo mientras un público que se contaba por decenas les jaleaba desde la cuneta… Era la década de los 80 y buena parte de los 90, cuando las CBR, ZZR, GSX-R y FZR eran superventas, y la letra “R” significaba “Racing”. En aquel entonces no era inhabitual que las aseguradoras pidieran cuotas anuales de cien mil pesetas para asegurar unos pepinos que iban realmente fuertes por la carretera: algunas motos llevaban velocímetros calibrados hasta los 340 kilómetros por hora, y fardar de hacer un Barcelona-Madrid en cuatro horas y media era motivo de aplauso. Afortunadamente para nuestros ángeles de la guarda, en este aspecto hemos ido a mejor, llámalo conciencia colectiva o miedo a los radares. Aun así, Can Massana es un buen lugar para reencontrarse con pilotos de la vieja escuela que siguen poniéndose ajados monos de cuero y sacan a pasear sus “Ninjas” carburadas.

Empiezo a remontar la montaña, a un par de kilómetros está el restaurante de “ca la iaia”, icónico punto de encuentro para que los grupos Joe Bar Team hagan sus tertulias: “ah, pero ¿vosotros atacábais?”. Por cierto, la iaia de verdad, la de carne y hueso, nos dejó hace pocos meses.

Sigo la subida. Varias motos se cruzan en sentido contrario, adelanto a alguna, y otras me adelantan a mí. Abundan las “naked”, por supuesto las maxi-trails tampoco faltan, e incluso se ve alguna “R” con matrícula de ciclomotor y sonido trucadísimo. Un tipo conduce con evidente torpeza una BMW naked recién matriculada; su ropa también huele a nuevo, y como no tiene las hechuras trabajadas, más que vestido parece que le hayan tirado la equipación por encima. El pobre parece un pato que ha perdido a su manada, así hemos sido todos alguna vez.

Las cruces de Marc Sellarés.

Poco después de dejar atrás el desvío al polvorín civil más grande de Cataluña (desde hace poco en desuso pero igualmente vigilado), la ladera de la montaña se convierte en una performance algo inquietante: centenares de cruces hechas con troncos de árboles quemados en el incendio que asoló estas tierras en el mes de julio de 2015. Su autor es Marc Sellarès, un bombero de Barcelona que participó en su extinción como voluntario; no paró hasta levantar 1.293 cruces, tantas como hectáreas devoró el fuego.
Poco antes de la cima, un reasfaltado relativamente reciente ha tapado un breve tramo experimental, que se pavimentó a mediados de los años 80 con el mismo asfalto que posteriormente se utilizaría en el circuito de Cataluña; pretendía probarse su abrasión y resistencia a la fatiga, y vaya si pasó el test con nota.

En la cima de Can Massana, a pie de carretera, está la masía del mismo nombre, antigua fonda que era punto de encuentro de mercaderes, peregrinos, y escenario de disputa en la Guerra del Francés, más concretamente la que forjó la leyenda del “Timbaler del Bruc”. En esta cima también se dan cita, los días 11 de cada mes, decenas de ufólogos que, convencidos del magnetismo de Montserrat para atraer OVNIs, se reúnen para avistarlos.

A partir de aquí, podemos bajar hasta El Bruc para alargar el festival de curvas, o bien desviarnos hasta el monasterio, un tramo de seis kilómetros algo más lento que a su vez enlaza con la carretera que baja a Monistrol. Por supuesto, la visita al monasterio es obligada (el parking es gratuito la primera media hora, y a partir de entonces, 3’5 € sin limitación).

Saludos y buena ruta!

Manel Kaizen

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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