Un coloso llamado Angliru
Rutas y viajes 2 mayo, 2018 Quique Arenas 0
El Angliru, esa montaña irreductible, homérica, escenario de gestas inolvidables para la Vuelta a España como la primera ascensión del malogrado Chava Jiménez, o las trepidantes escaladas de Alberto Contador, es una cumbre épica y no exenta de dificultades, incluso para quienes subimos ayudados por un motor. Quienes se atreven a hollar la cumbre han de enfrentarse, en no pocas ocasiones, a un tiempo endiablado: nieblas, viento, lluvia, frío… e incluso nieve. Y si no, que les pregunten a los jóvenes atrapados por el temporal el pasado día de Reyes, cuando intentaban aventurarse hacia las pendientes del 20% en playeros y 4×4 (16, que diría el personal del 112). A raíz de tan sonado episodio, a mediados de enero se daba a conocer que el Ayuntamiento de Riosa, presidido por Ana Díaz, quiere tomar medidas para sancionar comportamientos irresponsables.
Aunque ya somos mayorinos, el Angliru también es una tentación para la moto. Sus vistas, aeronáuticas y vaporosas, nos invitan a convertirnos en camaleones de ojos independientes; uno, para prestar atención a todo cuanto ocurre frente a nuestra rueda delantera (reproducciones de míticas portadas de la prensa deportiva, ciclistas emuladores, caballos, vacas, excrementos de estas últimas…); el otro, para ir disfrutando con las panorámicas infinitas que la montaña nos va ofreciendo a medida que ganamos altura.
Las rampas de esta muesca alquitranada en la Montaña Central Asturiana se han hecho famosas en medio mundo por sus porcentajes irreales. Tras encarar al gigante desde Viapará, la carretera se empina devorando curvas cada vez más duras en Les Cabanes, Llagos, Los Picones… Así hasta alcanzar el cenit del sufrimiento para piernas y embragues en la Cueña les Cabres, donde el desnivel se sitúa en el 23,5%, colocando el listón de la épica a la altura de puertos tan inhumanos como El Mortirolo, martillo ajusticiador del Giro de Italia. Pero en esta cuesta no termina la angustia; por delante esperan El Aviru (21,5%) y Les Piedrusines (20%). El infierno, que advertía la portada del MARCA aquel 12 de septiembre de 1999.
Dato importante: no hay escapatoria. Tras coronar sus 1.570 metros y superar los 12,6 kilómetros de escalada, llegamos a una explanada convertida en amplio aparcamiento para vehículos y ‘photocall’ obligado junto a las distintas placas y frontis señaléticos. Pero no hay más. Ni continuación posible ni tiendas donde comprar adhesivos de recuerdo. Nos observarán, y nosotros haremos lo propio si la niebla lo permite, el pico Gamonal (1.712 m) y algunas vacas curiosas que campan a sus anchas. Así que media vuelta y a soltar adrenalina. Si la subida es de vértigo, la bajada lo es aún más. Es entonces cuando desearíamos que nuestra máquina tuviera una palanca de cambios con reductora. Como las de los 4×4 (16). Pero como no es el caso, conviene no sobrecalentar pastillas y utilizar el freno motor mientras contemplamos a lo lejos la costa cantábrica y los cordales que se pierden en el interior del concejo de Aller.
El Angliru, con sol, es un puerto temible; sin él, una montaña despiadada que devora los anhelos de cientos de aficionados que llegan hasta Riosa con el sueño –a veces convertido en redundante utopía- de emular el pedaleo conquistador de los grandes escaladores. (Nótese la redacción pomposa, en claro guiño a la prensa deportiva, que ya ante su primera ascensión en La Vuelta utilizaba términos como “vía crucis”, “agonía”, “criba” y “rampa del terror” para referirse a un puerto que, cierto es, ha pasado a formar parte de las cumbres legendarias de Europa).
¿Pero cómo llegar hasta sus dominios? A través de la Ruta Vía de la Plata, bajando desde Gijón o subiendo desde Mieres, es fácil desviarse de la N-630 a la AS-231 hasta La Vega; una nueva desviación, en este caso tomando la RI-2, que nos conduce sin remedio hasta el gigantón. Aunque también es posible encararlo desde Santa Eulalia (imprescindible zamparse un bollu preñau en la Panadería-Confitería Furmientu) o Peñerudes, haciendo antes una pequeña escapada al embalse de Alfilorios. Las carreteras aquí son laberintos ajados por donde culean los coches del Rally Princesa de Asturias, una prueba declarada de Interés Turístico. Muy recomendables, por cierto, los modernos apartamentos rurales Las Vegas, en Morcín, situados entre las montañas del Mostayal, Monsacro y el Aramo. Cecilia Viejo, su promotora, ha creado un espacio familiar que rebosa buen gusto.
Esta opción septentrional es muy interesante pues nos permite descubrir, a corta distancia, tanto el Museo Fernando Alonso, ubicado en Llanera, como la hipnótica y sorprendente Iglesia Skate, el templo del arte urbano creado por Okuda. En todo viaje siempre hay sorpresas y tópicos. La sorpresa, sin duda, es esta iglesia, no dejéis de verla. El tópico, no podía ser de otro modo, es la sidra. Pero… ¡bendito tópico! Así que lo suyo es escanciar y saborear unos vasos de rica sidra en el Llagar El Güelu (Pruvia de Abajo), establecimiento especializado en gastronomía asturiana que cuenta además con plantación y producción propia.
Si de gastronomía hablamos, el Restaurante La Corriquera (Av. Oviedo, 19 – Posada) es un perfecto exponente de la siempre compleja mezcla entre vanguardia y modernidad. Sus fogones construyen todo un mundo de sensaciones para conquistar al comensal con el olfato, la vista y la evocación. Sus arroces –utilizando siempre Acquerello, considerado el mejor arroz del mundo-, pescados y amplia selección de carnes son un regalo al paladar.
Y mezcla entre tópico y sorpresa es la concentración de hórreos en Ribera de Arriba, cuyo concejal, Jorge Peñanes, a la sazón motero, nos invita a conocer. Para ello, lo primero es visitar el Centro de Interpretación del Hórreo, unas modernas instalaciones inauguradas en 2012 que son todo un homenaje al patrimonio cultural y etnográfico local. La pervivencia en el paisaje y el valor documental de estas típicas construcciones están recogidos de manera armónica en un inmueble que ha sido reconocido y premiado por su trabajo arquitectónico.
Estos graneros aéreos –y las paneras, su evolución surgida a mediados del siglo XVII- presentan una tipología, estructura y un uso que el CI nos ayuda a comprender. Por fortuna, la ruta de Bueño (declarado Pueblo Ejemplar en 2012) nos permite realizar un recorrido a través de sus 36 hórreos y 10 paneras, muchos de ellos accesibles desde la moto. Una verdadera exposición al aire libre, que la Asociación Cultural homónima ha potenciado desde sus inicios en 1970, a favor de la conservación de un legado único en España.
Subidorías, pilpayos, muelas, trabes, liños, colondres… Nombres todos ellos ligados a estas singulares construcciones y que vamos descubriendo durante nuestra visita a este caserío junto al concejal riberano.
También en Mieres hay mucha historia encerrada. Aunque ha sido tradicionalmente un lugar de paso, su patrimonio industrial y etnográfico merece un alto en el camino. Comenzando por el Poblado Minero de Bustiello, un conjunto levantado entre 1890 y 1925 por la Sociedad Hullera Española, ligada al Marqués de Comillas, y que ejemplifica el llamado “paternalismo industrial”, basado en la idea de favorecer las necesidades de los trabajadores, mejorando su calidad de vida y, por ende, su productividad. Todo ello al auspicio de postulados religiosos. Nada faltaba en este poblado: iglesia, casino, escuela, sanatorio, alojamiento para ingenieros y obreros… La cuidada ordenación de los edificios, junto con la singular estética de San Claudio, un “pequeño Vaticano” que recuerda inequívocamente a la basílica de Covadonga, merecen una visita inexcusable.
Para aquellos interesados en profundizar en los recursos de Mieres, existen más ejemplos de explotaciones hulleras, como el que se muestra en el Aula Didáctica Pozo Espinos, o la del Pozo Fortuna, ambas en el valle de Turón. También la del Ferrocarril Minero de Loredo y los bocaminas aún accesibles, siempre de manera controlada.
Afirman las guías, y no con poca razón, que visitar Mieres y no sentarse en la plaza de Requejo es un delito. Ya no dicen, porque son cosas pasajeras de los tiempos que se nos echaron encima, que especialmente pintones son los selfies tomados junto al Monumento al Escanciador. La iglesia parroquial de San Juan Bautista, patrón del municipio, se yergue enhiesta con su estilo de inspiración neobarroca. Pero, un momento… ¿Qué somos? ¡Motoviajeros! ¿Qué nos gusta? ¡Comer en condiciones! ¿Cómo no caer rendidos a la generosa y activadora cocina asturiana? Nuestros estómagos centrifugarán sonrientes si decidimos dar buena cuenta de una deliciosa fabada en la Sidrería Ca’Laura, en la plaza. Por ejemplo. El poeta José Hierro sentenciaba “Hay tres lugares en el mundo donde uno puede encontrarse realmente a gusto porque supieron no perder su sabor a pueblo: la isla de Manhattan en Nueva York, el barrio romano del Trastevere y la plaza de Requexu de Mieres”.
Bien nos vendrá un suculento plus de energía para sumergirnos en algunas de las rutas más espectaculares del concejo de Aller. Esta vez a pie. Pero que no cunda el pánico, son marchas accesibles, cortas y que recompensan sobradamente el esfuerzo realizado. Vamos en búsqueda de algunos de sus tesoros naturales. Entre todos ellos destaca la cascada de Xurbeo, en Murias. Estamos en el valle del Río Negro, en plena Cordillera Cantábrica. Desde Cabañaquinta, capital del concejo, y a través de Moreda y la carretera AE-3, apenas 20 kilómetros nos distancian de este pictórico salto de agua. Desde que el Ayuntamiento que preside David Moreno acondicionase una senda para acceder hasta la cascada, las visitas han mostrado un rincón que durante cientos de años había estado oculto, pero que se encuentra a apenas 25 minutos a pie desde el lugar en el que podemos estacionar nuestras motos. El paseo transcurre entre un bosque tupido de avellanos, castaños y abedules. Y merece la pena, incluso para los poco aficionados a las caminatas senderistas.
Otra de las grandes atracciones naturales son las fotogénicas Hoces del río Aller. Desde Collanzo parte la AE-6 en dirección a Vegarada, un puerto que merece capítulo aparte en el futuro. Pero eso es otra historia. Lo que sí tenemos más al alcance de la mano son los angostos pasos que el río ha abierto entre la roca, y que hoy en día pueden recorrerse sin ningún problema por asfalto; algo impensable hasta hace no muchos lustros, pues los vecinos de uno y otro lado acostumbraban a quedarse incomunicados por las fuertes nevadas o, en el mejor de los casos, atascados en el camino de tierra que unía Casomera con Ruayer.
También para los aficionados a la arqueología y la historia existen en la zona vestigios romanos que certifican la presencia de antiguas civilizaciones. En concreto, la iglesia románica de San Vicente de Serrapio encierra elementos de época romana, siendo la Vía de La Carisa, construida en tiempos del emperador Augusto, uno de los ejes vertebradores que conectaban León y Gijón. El campamento se encuentra a casi 1.800 metros de altitud, y fue construido entre los años 26 a 22 a.C., a propósito de las batallas que se libraban contra los astures. Se trata del acceso natural que daba continuidad a la Vía de la Plata.
Y de un punto guarecido entre la espesura, a los espacios abiertos de Coto Bello, otro enclave popularizado gracias a los amantes de las dos ruedas. Se trata de un mirador privilegiado sobre los macizos de la Montaña Central. Poco que explicar y mucho que ver. Sonia Barbosa le dedicó una entrada en su blog de “El Comercio”, y sus indicaciones servirán para dar con la fórmula exacta para acceder a este imponente balcón natural.
También cerca encontramos el mirador de El Barrocima; el lugar es frecuentado por escaladores pues el ojo de buey de Peña Mea se ha popularizado entre los aficionados al montañismo. E interesante resulta conocer el cultivo de la escanda, así como el proceso de elaboración del “panchón”, un postre allerano típico y contundente que bien conoce Eva Fernández, presidenta de la Asociación de Vecinos de Pelúgano; también entre sus calles, por cierto, encontramos hórreos y paneras. Cuenta la leyenda que en este enclave nació Doña Urraca la Asturiana, y precisamente con nuestra moto aparcamos en lugares que así lo indican, como la plaza dedicada a su memoria, en el Barrio de Abajo.
Por último, para llegar al Angliru desde el concejo de Lena también es posible conectar con la AS-231, para enfilar desde el Sur nuestro objetivo, sin olvidar la ruta tan apetecible que se nos presenta en el brazo derecho de la N-630, y cuyas ramificaciones hemos ido desglosando. ¡Todo ello después de subir Pajares, cómo no!
El Castañíu, un alojamiento de ensueño
La moto duerme, junto a otra compañera aún desconocida, entre los pegollos sobre los que descansa el hórreo que preside El Castañíu, un conjunto típico asturiano con casi trescientos años de historia, restaurado íntegramente como alojamiento rural. Estamos en Serrapio, en el concejo de Aller. A menos de 50 kilómetros de Gijón… y a menos de 50 kilómetros del coloso. Cada cual que lo encaje como mejor convenga a la hora de pergeñar la ruta, eso sí, nuestra sugerencia sobre dónde alojarse es indubitable, y más después de conocer a Pedro Cortizo, un gran hombre en todos los aspectos, cuyas manos, formadas y acostumbradas a las nuevas tecnologías, su profesión, también labraron piedra a piedra este proyecto convertido hoy en una bellísima realidad.
En El Castañíu no solo se duerme. También se sueña. No solo por el cariño y el sumo esmero que se ha puesto en cada detalle. Sino porque en esta finca, otrora engullida por la vegetación salvaje, fue tierra de templarios y una casona que durante siglos aguantó como pudo los envites del paso del tiempo. En los 4.000 metros cuadrados de esta finca se han llevado a cabo desde bodas, hasta programas de televisión y spots publicitarios. Y es un escenario magnífico para establecerse, dada la proximidad de las estaciones de esquí de San Isidro y Fuentes de Invierno, y las apreciadas características del entorno natural para la práctica de deportes de aventura y el turismo activo.
Y, aunque las instalaciones no tengan restaurante, no hay nada que una amable petición y una gestión resolutiva no puedan lograr. Lo primero será por cuenta nuestra; lo segundo, por obra de Pedro y su equipo. La fuente de escalopines al cabrales con patatas fritas de la que dimos buena cuenta durante nuestra visita a El Castañíu se queda grabada en uno de esos capítulos gastronómicos que no sabes bien si es mejor repetir –sería inhumano- o dejarlo en un pedestal honorífico –sería poético-. A la noche, la charla con una joven pareja que había alquilado una trail para rutear por la zona, puso el broche definitivo a una experiencia que, una vez más, nos ayuda a entender por qué nos gusta Asturias, esto de las motos, y esto del viajar.
Texto e imágenes: Quique Arenas.-
Agradecimientos: Luisa Ferrero, Marta Muñoz, Pedro Cortizo, Mayra Fernández, David Moreno, Eva Fernández, Roberto Espinedo, Belén Bouza, Cecilia Viejo, Jorge Peñanes, Cristina Vergara, Diana Díaz y Alfredo Rodríguez.
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