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Ruta por el Valle del Llobregós Ruta por el Valle del Llobregós
El río Llobregós no se suele estudiar en las asignaturas de Geografía del colegio. De recorrido breve (36 kilómetros), caudal marcadamente estacional y afluente... Ruta por el Valle del Llobregós

Lloberola

El río Llobregós no se suele estudiar en las asignaturas de Geografía del colegio. De recorrido breve (36 kilómetros), caudal marcadamente estacional y afluente de otro afluente (el río Segre), tiene un recorrido “extraño”, ya que desde el centro de Cataluña remonta hacia el Norte, aparentemente contranatura, pero dentro de la lógica si lo seguimos altímetro en mano.

También llamado “Riubregós” o “Bregós”, este río no circula encajonado entre cañones, ya que nace, discurre y desemboca entre altiplanos poco poblados de las comarcas de la Alta Anoia, Segarra y Noguera… Demasiado a menudo, el viajero considera el valle del Llobregós un mero lugar de paso camino del Pirineo, pero un vistazo más detallado permite descubrir un interesante patrimonio medieval, y también una forma de vivir que ya creíamos perdida, con tierras que se trabajan y poblados a los que se accede por polvorientos caminos.

Empezamos la ruta en el santuario de Pinós, centro geográfico de Cataluña, marcado con una gran rosa de los vientos en piedra. El hostal del santuario se vanagloria de ser “el más antiguo de Cataluña”, y quién sabe si de Europa, funcionando ininterrumpidamente desde 1524.

Las comarcas de la Alta Anoia, Segarra y Noguera atesoran un fantástico patrimonio histórico-artístico: iglesia de Matamargó.

Abandonamos la sierra de Pinós por una pista forestal legalmente transitable (todas las que leas aquí lo serán). Fuera de las carreteras, el GPS se vuelve loco navegando en la nada, así que toca volver al clásico mapa de papel. Aquí y allá se diseminan masías de recia construcción, algunas con contrafuertes y garitas defensivas heredadas del bandolerismo. Unos kilómetros más allá, la pista desemboca en una carretera, asfaltada pero sin nomenclatura, que nos lleva a Enfesta, habitado por dos docenas de personas. Se retrepa en una mínima colina coronada por las ruinas de un castillo.

Cerca de Enfesta está Castellfollit de Riubregós, lugar donde nace el río del mismo nombre. En tiempos medievales fue tierra de frontera, por lo que también tiene su castillo, además de dos torres defensivas.

Remontamos el valle por la C-1412, histórica “carretera de Andorra” para los barceloneses del siglo XX; el progreso ha ido procurando alternativas más rápidas -alguna de ellas con peajes prohibitivos-, pero esta vía sigue teniendo sus incondicionales del domingo. Aprovechamos el buen asfalto para subir del tirón todo el valle: posteriormente lo iremos desandando… con interesantes desvíos.

Ribelles es una entidad dependiente del cercano municipio de Vilanova de l’Aguda; su veintena de vecinos se reparten en una colina coronada por un castillo que mezcla diversos estilos arquitectónicos, y que por dimensiones sugiere la importancia que tuvo allá por el siglo XI. Actualmente, el conjunto está cerrado y muy degradado… Lo que para nada está cerrado son las vistas que nos brinda al valle, aperitivo de lo que después contemplaremos a ras de suelo.

La Yamaha parece observar el ’skyline’ románico de Ribelles, con su castillo culminante.

Sanaüja es un pueblo poco turístico pese a su interesante arquitectura, de belleza práctica y sin florituras al visitante. Un estrecho puente medieval salta el río y permite el acceso a la población. Junto al puente hay un viejo lavadero de piedra, las lavadoras del primer mundo lo han vaciado de utilidad y llenado de historia. El reloj de la iglesia es de funcionamiento manual, por lo que el alguacil debe subir cada día a darle cuerda. Una empinada calle, que después se convierte en camino, nos deposita a los pies del castillo, originario del siglo XI. Su estado es ruinoso, y sólo mantiene en pie la fachada principal, coronada por una espadaña gótica.

Hacia el norte, parte una pista asfaltada que nos conduce al pequeño núcleo medieval de Lloberola. De los restos del castillo, se mantiene en tambaleante equilibrio una torre defensiva. Junto a ella, la iglesia parroquial de Sant Miquel abre sólo para actos señalados. La pequeña colina en la que nos encontramos nos permite ver una orografía de ondulaciones suaves y cultivos que se alternan con el bosque.

Salimos nuevamente a la C-1412a. El pueblo de Biosca fue, hasta hace pocos años, poseedor del tobogán más largo de Cataluña; construido en 1979 y con 50 metros de recorrido, fue un regalo del “Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario”. En 2008, una niña tuvo un grave accidente que le costó a las arcas municipales una indemnización de 300.000 euros, o lo que es lo mismo, el presupuesto de todo un año. El tobogán fue retirado para no volver nunca más.

Santuario del Miracle, con su arrebatador retablo.

En un desvío a las afueras de Torà, una vertiginosa rampa asfaltada nos deposita a los pies de la iglesia de Santa Maria de l’Aguda y los restos del castillo homónimo, otra buena atalaya sobre el valle. Junto a la iglesia, hay un pequeño, descuidado y no excesivamente recogido cementerio. Pocas cosas parecen haberse movido aquí no ya desde el siglo XX, sino incluso desde el XIX.

De nuevo en la base de la montaña, entramos en Torà; la “plaça de la Font” (plaza de la fuente) es uno de sus puntos de encuentro; el aljibe, originario del siglo XV, está rodeado de picas para lavar verduras, lavadero, abrevaderos, y por supuesto, una fuente. También hay un cartel que reza hasta qué punto llegó el nivel del agua en 1907, después de una riada que costó la vida a una vecina. El rey Alfonso XIII visitó el lugar aquel mismo año, efeméride que sirvió para poner su nombre a la plaza; la dictadura franquista rebautizó la plaza con el nombre actual. Torà también ha museizado su antiguo horno de pan, originario del siglo XV, y activo hasta finales del XIX. En aquella época, cada vecino amasaba su propio pan, y posteriormente lo llevaban al horno; el hornero era una persona muy respetada en el pueblo.

Salimos de Torà por la pista asfaltada de Cellers. Diversas masías, todas habitadas, nos hacen retroceder a tiempos de autosuficiencia. La carretera pierde el asfalto para convertirse en un camino que nos conducirá hasta el monasterio de Cellers, un “regalo” perdido en el valle, alejado de cualquier pretensión turística.

La pista forestal continúa más allá del monasterio, pero seguirla supondría llegar nuevamente al punto de partida de esta crónica; es demasiado pronto para acabar con la diversión, así que desandamos hasta Torà para tomar la carretera de Solsona. Nueve kilómetros más allá, está la iglesia de Santa María de Vallferosa, también llamada Santa Maria de Sasserra; un breve camino en buen estado nos permite aparcar en la puerta. Una vez más, esta “casa del señor” también tiene las puertas cerradas, así que nos entretenemos contemplando su arquitectura exterior, de una rudeza funcional que encaja perfectamente con el entorno descarnado.

Un alto en la iglesia de Santa María de Vallferosa.

A pocos metros está el desvío a la torre de Vallferosa, la más alta de su tipo y época que se puede contemplar en Cataluña (33 metros). Fue edificada en el siglo VIII, siguiendo la estrategia de crear estructuras defensivas en las tierras conquistadas al moro. Para variar, el acceso también es una pista sin asfaltar. Es importante conocer de antemano el horario de visitas, ya que de lo contrario encontraremos la pista cerrada con una barrera. Vallferosa está cuidada por un grupo de voluntarios de Torà, que además ofrecen visitas “acompañadas” –que no guiadas-. Algunos de estos voluntarios son descendientes de los antiguos vecinos de Vallferosa, que en 1939 se vieron obligados a abandonar el lugar después de que un incendio arrasara la mayoría de las viviendas.

Desandamos nuevamente hasta la carretera de Solsona, y abandonamos el valle del Llobregós para volver a Pinós y cerrar el círculo; aún queda una última parada en el santuario de Santa María del Miracle, construido alrededor del lugar donde sucedió la enésima aparición de la virgen a unos niños, en el año 1458. Aunque no seas un experto en arte religioso, el retablo barroco que preside el altar mayor te sorprenderá.

Saludos y buena ruta!

Para Motoviajeros, Manel Kaizen.
hoysalgoenmoto.com

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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