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La memoria de Turquía La memoria de Turquía
Al volver la memoria sobre los días de Turquía, parece que se abriera, en la pantalla de mi ordenador, un largo túnel hacia el... La memoria de Turquía

Ruta en moto hasta Turquía

Al volver la memoria sobre los días de Turquía, parece que se abriera, en la pantalla de mi ordenador, un largo túnel hacia el pasado. Y el pasado vence sonoro y vívido con olores a especias y a resina, los rostros inescrutables de las gentes, los paisajes poderosos que sorprenden tu alma… Crece la emoción.

Y es que este viaje fue especial. Puso el punto y final a la pesadilla que supuso el accidente de 2017. Hemos vuelto.

He de reconocer que el inicio de este viaje estuvo precedido de una sensación de vértigo que antes nunca tuve con tanta intensidad. Los lestrigones y los cíclopes se empeñaban en levantarse ante nosotros con insistencia. Son producto de la mente, lo sé. La experiencia enseña que ese vértigo desaparecerá. Pero no deja de estar presente. Forma parte del viaje.

Solo los que lo hacen pueden entender el placer masoquista que supone un largo viaje en moto.

Así que una tarde partimos, sin demora; al acabar el trabajo cambiamos nuestro cerebro y nos convertimos en viajeros. Vamos, vamos, vamos. El mundo esta ahí afuera. Nos espera. Tenemos que ir. Es inevitable.

La moto va muy cargada. Pesa y es algo torpe, pero sigue siendo dignamente ágil.

El ritmo es sereno y pausado. La ruta es larga. El vértigo sigue. Ya se calmará. Siempre es igual. Al fin y al cabo “el que no sabe gozar de la aventura cuando llega, no debe quejarse cuando pasa”. ¿Verdad, amigo Sancho?.

Y así partimos, pensando en cruzar España, Italia y Grecia. Circundar Turquía entera. Y volver. Más Grecia, más Italia y más España.

Ruta en moto hasta Turquía

Italia. Llueve. Salimos lloviendo de Civitavecchia. Circunvalar Roma es una odisea de trafico y peligro. Pero nos espera lo peor. A la altura de Montecasino los cielos se rompen en la mayor tormenta que los siglos vieran. Llueve a mares, océanos enteros se precipitan sobre nosotros. Granizan pelotas de ping-pong. Paramos debajo del techado de un restaurante cuyo dueño no nos abre la puerta. Vemos cómo el agua lo inunda todo. El mundo entero es agua. Cuando reanudamos la marcha la carretera es un peligro constante. No para nunca de llover. Bordeando Bari, en medio de un corredor sin escapatorias, sin arcenes. Rodeados de un tráfico denso que, además, tiene prisa. Una curva sin importancia justo en plena granizada hace que la moto deje de tocar el asfalto. Se va. La controlo, se va un poco más y la enderezo, pero ya estamos en el guardarraíl. No hay arcén. La maleta trasera toca el guardarraíl y nos vamos al suelo. Observo alucinado cómo los guantes levantan agua con espuma mientras me deslizo por el asfalto. Y no paramos, resbala tanto que el arrastrón es muy largo, da tiempo a que el tráfico con prisa pare. Estamos bien. Levanto moto. Evaluación de daños. Espejo izquierdo, guardamanos, rayados varios y palanca de cambio rota.

Salimos de allí y apaño cosas con la cinta americana. Llegamos al puerto y embarcamos. Cambiamos planes y vamos a Atenas. A recomponer la moto. ¿Quién dijo miedo? “Hagamos lo que hagamos, vivimos rodeados de riesgos, en todos lados y a todas horas. Lo que no debemos permitir es que el miedo a la materialización del riesgo nos acobarde e impida hacer aquello que nos produce felicidad, porque de lo contrario, viviríamos una vida gris y apagada. Por eso, siempre hay que enfrentarlo, porque al otro lado del miedo están las mejores cosas de la vida.” (SoyTribu)

Grecia. No era nuestra intención demorarnos mucho en Grecia. La habíamos recorrido tres años antes, en plena crisis del corralito.

Desde luego no teníamos intención de volver a Atenas, pero los acontecimientos ocurridos al cruzar Italia nos obligaron a buscar amparo en el concesionario Ducati de Atenas. Teníamos que reparar los daños ocasionados en la caída que sufrimos en Bari.

Dicen que lo que acontece, conviene. Y debe ser cierto, pues esa caída, que a punto estuvo de estropear completamente este viaje, cuando apenas se iniciaba, nos reconcilió con Atenas. Aunque para llegar a ella tuvimos que atravesar los pavorosos incendios que rodearon la capital de Grecia en esos días, inconscientes de la terrible tragedia que se estaba desarrollando a nuestro alrededor. 84 muertos y cientos de heridos, ciudades arrasadas, familias arruinadas fueron la secuela final de ese desastre.

Sin embargo, el paréntesis que supuso Atenas en este viaje nos permitió descubrir una nueva ciudad. Más amable, menos caótica. Más atractiva. El carácter general del griego había mejorado claramente.

Atenas nos recibió bien. Resultó delicioso descubrir sus contrastes y pasear sus callejones. Esta vez no hubo necesidad de visitar de nuevo la Acrópolis ni de subir al monte Likabetus para disfrutar de Atenas.

Estamos en el barrio de Plaka. A los pies del Partenón, que muestra sus banderas a media asta.

Nos complace descubrir que nos gusta Atenas. Sigue siendo caótica y genuinamente mediterránea. Pero vuelve a tener vida y empuje. Tomo una cerveza a los pies de la Acrópolis y si miro a la izquierda, el monte Likabetus se yergue orgulloso.

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Las callejuelas peatonales que escalan hacia la Acrópolis se estrechan a medida que escalan la colina, abrazándose a ella. Las casas, humildes, están caleadas y la gente se enorgullece de ellas. En otro sitio serían chabolas. Aquí son un alarde de nobleza.

¡Cuantas ciudades caben en una! De la fastuosidad del barrio dirigente a la humildad de esta ladera. Así, paseando, de Atenas aprendes pequeñas cosas.

Atenas no tiene ratones porque tiene un montón gatos.
Atenas tiene las aceras enlosadas en viejo mármol blanco.
Atenas tiene rododendros que rompen sus macetas para hundir sus raíces debajo de las aceras, Atenas, de nuevo, respira esperanza y cultura.

Ruta en moto a Turquía

Estambul. Para llegar a Turquía tenemos que cruzar Tesalia, Macedonia y Tracia. Nombres que resuenan extrañamente conocidos en la memoria. Están grabados a fuego en nuestra mente europea.

En la salida de Atenas aparece la zona cero de la tragedia, pero esta vez bajo la lluvia, bendita lluvia, que llegó tarde para muchos y llenó el aire de aromas húmedos a tierra quemada. Pero pronto Grecia vuelve a mostrar su mejor rostro.

La isla de Eubea, la Negroponte veneciana, nos acompaña hasta la costa de Tesalia. Desde allí alcanzamos Macedonia y Tracia. Dirección Este, directos a Turquía. Llegamos a la frontera con el sol a nuestra espalda y nos dirigimos directamente a Estambul.

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Estambul. Istanbul para los turcos, antes Constantinopla y antes, aún, Bizancio. La capital romana del imperio del este.

Fue capital de imperios. De Roma, de Bizancio. Del imperio latino y del imperio otomano.

Hay pocas ciudades transcontinentales en el mundo pero solo esta merece ese adjetivo. Ya sabes, “de un lado Europa, del otro Asia”. Crisol de culturas que la convierten en una de las ciudades más importantes del mundo y patrimonio de la humanidad.

Situada estratégicamente en el estrecho del Bósforo, controló durante siglos el comercio entre Asia y Europa.

Su centro histórico es el Cuerno de Oro, un estuario situado justo cuando el estrecho da paso al mar de Mármara.

Aquí, en este cuerno de oro estuvo el mundo entero. Estuvo Persia, estuvo Grecia, estuvo Roma, Bizancio, Venecia, Nápoles, judíos sefardíes y por supuesto los turcos otomanos. Nadie se perdió esta fiesta y todos aportaron algo.

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Estambul merece ser paseado, perderse por las calles de sus bazares. Ese intrincado laberinto que es su casco histórico y que rodea palacios, iglesias y mezquitas. Es un gran mercado. Perderse por él es obligado, mucho más que limitarse a recorrer el bazar de las especies, hoy muy masificado turísticamente.

Esta ciudad merece más tiempo del que vas a disponer, a no ser que te quedes a vivir aquí.

Recorrer el gran bazar, la Mezquita Azul, Sultanahmet, el palacio Topkapi, Hagia Sophia, el bazar de las especies, el puente y la torre Gálata. El Pierre Loti. Comer pescado recién capturado, en los bares del Gálata o en un puesto callejero, disfrutar de sus ambientes genuinos y exóticos … Tanto que ver y saborear. No tendrás tiempo que perder aquí. Aparca la moto y pasea.

Acabamos por contratar un tour privado. Omer, que vivió en Toledo, nos enseña lo que tenemos que ver de los principales sitios. Que alguien te explique lo que ves es importante cuando hay tanto que asimilar y poco tiempo para hacerlo.

Nos lleva a comer a lo turco. Delicioso kebak ligeramente aromatizado y asado con carbón, y chai, cómo no.

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Omer está orgulloso de su cultura, le encanta la decoración con azulejos. Le explico que el té, el chai, se llama casi igual que en portugués, que posiblemente ha llegado ahí desde sus colonias de la costa Malabar. Que sus decoraciones con azulejos recuerdan a las portuguesas, o al revés. Y que hasta el adoquinado de sus calles tiene el mismo estilo.

Caminamos hasta reventar. Empapándonos. Los sentidos se embotan de tanta cosa nueva que asimilar. ¡Qué locura! Vemos el atardecer comiendo y bebiendo desde Pierre Loti. De noche cerrada paseamos los espigones del estrecho y compramos sardinas asadas que te preparan fileteadas y en una especie de burrito. Huele a sardina y a humo de brasa por doquier.

De verdad. Estambul merece tiempo. Mucho tiempo.

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Mar Negro. La costa exuberante, húmeda y eternamente verde del Mar Negro sorprende a los que suponen que Turquía no está formada más que por áridas estepas.
Desde la frontera con Bulgaria, hasta la frontera georgiana, densos bosques de pinos cubren las cimas de las montañas, y una exuberante vegetación crece en las colinas y valles interiores. A lo largo de la línea costera, infinitas playas despobladas se extienden kilómetro tras kilómetro invitando a tomar el sol, a nadar y al descanso. Los pueblos de pescadores y las aldeas de montaña mantiene una vida perezosa y tranquila, muy alejada del bullicio de Estambul. Conservan, además, sus estilos arquitectónicos tradicionalmente otomanos. El clima húmedo y el suelo fértil estimulan el cultivo eternamente verde del té, sorprendiéndonos en nuestra ignorancia, al observar cómo los campos de chai escalan las colinas.

Los hititas, milecios, frigios y, según Homero, las amazonas, estuvieron aquí.

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Recorrer la costa del Mar Negro te propone una transición delicada hacia la Turquía mas árida que te espera en Anatolia. Poco poblada y poco preparada para el turismo merece ser recorrida con frecuentes paradas, siguiendo la carretera que discurre pegada a la costa. A veces a nivel del mar y a veces colgada, en precario equilibrio, de las laderas de la montaña. Amasra, Sinope y Amasya, ya en la Anatolia central, aunque al norte merece la pena desviarse de la costa para venir a verla. Es un pueblo que esta al borde de un río y tiene unas importantes tumbas de los reyes pónticos excavados en el acantilado que cae hacia el cauce. Huele a río, que baja caudaloso con abundantes restos vegetales. Apetecen truchas, pero no tienen.

De vuelta a la costa se suceden pueblos marineros y de montaña siguiendo el capricho de la carretera, camino de Sumela. Los puestos de carretera que venden chai humeante con olor a carbón de leña, jalonan la carretera y ofrecen un motivo para pararse sin motivo.

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Sumela. Al este de Turquía, finalizando el Mar Negro y ya cerca de Georgia esta el monasterio de Sumela.

El cruce de los montes Pónticos nos sube y nos baja por puertos de mas de 2.000 m. Ha llovido de noche pero el asfalto, bastante decente, está seco. El camino a Súmela nos acerca de nuevo a la costa del mar Negro. El paisaje es alpino y está trufado de puestos madereros y explotaciones de grava. Esto genera un tráfico pesado que cuando se concentra en los pueblos se hace desesperante. Los camiones de grava dejan en el ambiente un polvo blanco bastante molesto. Los de pinos dejan fragancia a resina y madera cortada.

Fundado en el año 386 d.c. la leyenda cuenta que dos sacerdotes emprendieron la fundación del monasterio después de haber descubierto un icono milagroso de la virgen María en una cueva de la montaña. El sitio fue abandonado en 1923 después de un intercambio forzoso de población entre Grecia y Turquía. A los deportados monjes no se les permitió llevar ninguna propiedad con ellos, por lo que enterraron su famoso icono bajo el suelo de la capilla de Santa Bárbara. En 1930 un monje volvió secretamente a Sumela y recuperó el icono, transfiriéndolo al nuevo Monasterio de Panagia de Soumela, en las laderas del Monte Vermion, cerca de la ciudad de Naousa en Macedonia y que acoge, en un extraño hermanamiento, a los antiguos monjes del Sumela turco.

Hoy la principal función del monasterio es ser una atracción turística. Su ubicación, con vistas a bosques y arroyos en perpetua humedad, en una zona interior de los montes Ponticos, hace que el viaje hasta aquí merezca la pena solo por recorrer los paisajes y carreteras de la zona. Así, el monasterio, se convierte un elemento paisajístico más que refuerza la belleza del lugar.

Ruta en moto hasta Turquía

De aquí a Uzungol, un pueblo alpino perdido en Turquía, al borde de un lago entre montañas, con un edificio religioso que lo domina y que en vez de campanarios tiene minaretes. Podría ser suizo o austriaco, si no fuese por ese detalle.

Arkvin. Última parada en los montes Pónticos. Es una ciudad que escala la montaña dejando al río en su valle, halla abajo. Recuerda, desde las alturas a Andorra la Vella.
Aquí, al este de Turquía, el conductor ha cambiado. Los reyes de la carretera son el R12 y el R9. Las normas de trafico se han simplificado, si no eres el más fuerte, no tienes preferencia. Mejor apártate.

Ani y Ararat. Para llegar a la meseta Este de Turquía, en la Anatolia oriental, debes atravesar los alpes Pónticos hasta alcanzarla. Esta altiplanicie, por encima de los 2.000 m de altura, es región de la ganadería trashumante. Pueblos efímeros se construyen en verano para dar cobijo a las comunidades de ganaderos. Aquí encontrarás las ruinas de la ciudad olvidada de Ani, en la frontera con Armenia, al este de la ciudad de Kars.

Ruta en moto hasta Turquía

Ani es una ciudad medieval armenia en ruinas, ubicada al este de Kars y lindando con el río Akhurian, que actualmente forma la frontera turco-armenia.

A finales del siglo X, se convirtió en la capital de la Armenia Bagratida, reino que cubría la mayor parte de la actual Armenia y Turquía. En su época de máximo esplendor, tenía algo más de 100.000 habitantes, y rivalizaba en importancia con Bagdad, El Cairo o Constantinopla.

Llamada «la ciudad de las 1.001 iglesias» por su gran cantidad de edificios religiosos, todas sus construcciones se encontraban entre las estructuras, técnica y artísticamente, más avanzadas de la época. En 1319 fue devastada por un terremoto después de lo cual se redujo a un pueblo y poco a poco fue abandonada y olvidada.

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Hoy Ani es un pálido reflejo de su antiguo esplendor, y aún así resulta mágica y misteriosa. Observas esa llanura, sobre el cauce de los ríos que la circundan y ves una explanada enorme que antes era bullicio de casas y edificios. Caprichosamente, aquí y allá, sin razón aparente, algunos edificios han sobrevivido, la magnificencia de su construcción habla de un pueblo culto y muy desarrollado.

Silencio. No hay nadie. Y entonces escuchas el sonido tenue del aire, que a veces, al atravesar en el ángulo correcto una rendija, cambia de tono. Escuchas el oreo de la hierba en la brisa y el murmullo de torrente allá abajo. Es el lenguaje del olvido. El que habla una ciudad fantasma. Parece increíble que ese lugar fuese mayor que Bagdad y que el propio Estambul.

Para salir de Ani tienes que deshacer el camino hacia la ciudad de Kars y luego tomar la ruta hacia al sur, siguiendo la fuertemente militarizada frontera turco-armenia, que te acompaña hasta que alcanzas los montes Tauro y Antitauro, en la Anatolia Oriental; vamos buscando el Ararat.

Mucho antes de llegar el monte se hará presente con sus imponentes 5.165 m. Al estar situado sobre una llanura, este volcán extinto destaca en el paisaje por su presencia y sus nieves perpetuas.

Ruta en moto hasta Turquía

El Ararat es un icono, es un destino mítico.

Me dijo un amigo, que de esto sabe un buen rato, que si llegas hasta aquí ya casi te merece la pena seguir hacia el este atravesando Irán, para llegar a la India y luego ya… luego casi empiezas a dar la vuelta. Vamos que lo normal es que el que llegó aquí, dio la vuelta al mundo.

Para nosotros, simples mortales, fue solo el momento de iniciar la vuelta a casa. Fue el punto mas al Este del viaje. Y nos emociona.

No es visitable pues es considerado terreno militar, pero una foto a sus pies…solo por ella merece la pena haber venido.

Ruta en moto hasta Turquía: Nemrut.

Nemrut. Iniciamos la vuelta hacia el Oeste. La sombra que deja nuestra moto nos señala el camino por las mañanas. Vamos al lago Van y luego a Nemrut.

El monte Nemrut es un extraño lugar al que llegas después de dejar atrás la Anatolia oriental y el lago Van. Llegamos a él después de conocer a nuestros amigos Mehmet y Akeri, en el concesionario Yamaha del primero. Arribamos allí buscando neumáticos para nuestra moto y nada mas sacarnos el casco los ojos de Mehmet se iluminaron. Nos habían visto dos semanas atrás en una gasolinera, ya anocheciendo, en la ciudad de Siran, camino de Trebisonda. Nos reconocen al instante y se alegran del encuentro. Nos cambian neumáticos, nos invitan a cenar y no nos abandonan hasta dejarnos confortablemente alojados. Nos acompañaron al monte Nemrut. Nos mostraron lugares y rutas que no hubiésemos hallado sin su ayuda. Forman parte de la Turquía más amable y acogedora.

El monte Nemrut. Sorprendente e inimitable lugar. En el año 62 a.c., el rey Antíoco I mandó construir un túmulo funerario en la cima de la montaña flanqueado por enormes estatuas de sí mismo, dos leones, dos águilas y diferentes dioses armenios, griegos y persas, como Hércules, Zeus, Tique y Apolo-Mitra.

Permaneció abandonado hasta el año 1881, en que el alemán Karl Sester lo puso nuevamente en valor.

La llegada al centro de visitantes se hace por una carretera de interior pequeña y revirada. Ideal para conducir una moto. El paisaje es seco y árido, a pesar de que la zona esta irrigada por la impresionante presa de Ataturk, que embalsa el Eufrates.

Debemos dejar las motos en el parking del centro de visitantes, después coger un trasporte que, asmáticamente, te acerca a la cima, para hacer el ultimo tramo andando, luchando contra una pendiente que se empeña en que no subas. Pero el lugar merece la pena. Resulta un lugar fascinante y seductor y está muy poco visitado.

Ruta en moto hasta Turquía

Luego nuestros amigos turcos nos acompañan hasta el puente sobre el Eufrates de Septimio Severus, Roma también estuvo aquí. El cauce del río está abarrotado. Hasta coches en el agua hay. Es todo un espectáculo etnográfico. Cuando nos vamos apoyamos los cascos en en el maletero de un típico R9 destartalado, al venir el dueño a recoger algo en él, vemos como revuelve sus cosas, entre las que saca un AK-47 como quien saca una fiambrera, lo apoya a un lado y sigue buscando, luego lo guarda, cierra, saluda y se va. Lo normal.

Nos despedimos y nos dirigimos hacia Malatya. Mehmet se extraña de la ruta que nos marca el GPS. Parece no cuadrarle, pero no lo discute. Luego vemos que la ruta es una trampa. Nos mete por una carretera que poco a poco se deteriora hasta desaparecer completamente en medio de los montes de Anatolia. No queda otra que seguir. El GPS insiste que es por allí y que en 40 km más tendremos gasolina. Son 40 km de pista de montaña, sin asfaltar, con empinadas cuestas de grava suelta. Nos ponen a prueba. Pinchar allí sería un desastre.

Por fin aparece el asfalto y en la prometida gasolinera nos reponemos de la sed bebiendo té y agua que nos ofrece el encargado. Un joven que chapurrea el inglés y quiere saberlo todo. Parece soñar con salir de allí, esta enganchado a la serie española “La casa de papel” a pesar de no saber nada de español. “Asfalto is problema in Turquía” asevera circunspecto al conocer por dónde hemos pasado.

Ruta en moto hasta Turquía: Capadocia.

Capadocia. Si existe un lugar en Turquía de fama internacional es Capadocia. Sin embargo Capadocia como tal no existe, no es un nombre oficial, no es una provincia ni una ciudad, es solo un nombre histórico. Es sinónimo a paisajes de cuentos de hadas.

El paisaje único de Capadocia es el resultado de la acción de fuerzas naturales durante milenios. Hace diez millones de años, esta región fue rellenada de magma por los numerosos volcanes en erupción de la zona. Sin embargo, el mineral que las rellenó no es muy resistente a la acción de vientos, lluvias, ríos y diferencias de temperatura, por lo que la erosión fue esculpiendo los numerosos valles por los cuales Capadocia es famosa.

Llegas aquí después de atravesar, cansinamente, toda la Anatolia oriental y central, son días de viento seco y cálido que te cuartea la piel, y carreteras rectas que parecen no tener fin.

Capadocia es un circulo de unos 50 km cuya ciudad principal es Goreme. Existen tres cosas que hacer aquí, ver el paisaje, espectacular, de sombreros de bruja. Visitar las increíbles ciudades subterráneas y levantarse temprano para ver volar los globos al amanecer. Y digo ver y no volar en ellos. Su despegue es un espectáculo en sí mismo y debe ser admirado. Pero no creo que estar en una de esas barquillas abarrotadas sea mejor opción.

El amanecer, así, es sobrecogedor. El cielo se llena de globos de colores que se elevan por doquier antes de la salida del sol. Es un espectáculo mágico. Somos espectadores de una coreografía a cámara lenta realmente prodigiosa. Ese sí es un espectáculo impactante.

Ruta en moto hasta Turquía

Costa Mediterránea. Tras Capadocia buscamos el mar cruzando los montes Tauro. La costa mediterránea turca es un remedo de los centros vacacionales griegos del mar Egeo. Es destino turístico local y extranjero, principalmente ruso y árabe. La infraestructura turística es aún primitiva y con escaso desarrollo a ojos occidentales. Sin embargo, el paisaje que deparan los montes Tauros occidentales, que separan la costa de las llanuras de Anatolia occidental, es impresionante. El pasado griego y romano de sus ciudades y centros arqueológicos, y el paisaje, siempre magnífico, que depara el Mediterráneo y la costa, merecen recorrerla con atención. Aquí encontraremos tumbas de reyes ilicios talladas en acantilados. Playas con nombres de dioses griegos y ciudades de historia inabarcable como Efeso.

El paisaje es francamente poderoso. Altos riscos de granito poblados de coníferas que otorgan al lugar una fragancia mediterránea. Las chicharras no cejan en su sonido y la presencia humana se hace escasa. Por esta zona los pequeños agricultores montan chiringuitos para ofrecer zumo de naranja recién exprimido. De sus propias naranjas. Como reclamo usan surtidores de agua que colocan para que los coches se coloquen debajo y se refresquen. Eso hacemos nosotros. Es un placer ese agua fría con este calor, y ese zumo fresco de naranja.

Ruta en moto hasta Turquía

Dibujamos el perímetro de la costa turca desde Antalya a Secuk, pasamos calor, comimos pescado a la brasa en las playas y poco a poco fuimos conscientes de que estábamos acercándonos de nuevo a casa. El carácter del turco ha cambiado progresivamente desde que nos acercamos a Goreme, y se hace abiertamente más comercial. Ya no existe agua de cortesía, ni chai cuando llegas a un local o un restaurante.

Aun así el paisaje continua embrujando, con sus cascadas que caen directamente al mar, con sus ciudades estado griegas. Con el abrupto fin de los montes Tauro al Mediterráneo, con toda la historia que te sorprende, en forma de ruinas, en cada esquina.

Efeso merece una mención especial, es la ciudad mejor conservada de todas las ciudades greco-romanas de esa época. Fue una ciudad tracia, griega, romana y cristiana. Aquí verás la biblioteca de Celso. Aquí San Juan cuidó de María. Aquí vivió San Pablo. Aquí nacieron Jenofonte y Heráclito. Aquí vino Marco Antonio exigiendo pleitesía y Julio César de turista. Y aquí, por fin, el mar se retiró dando lugar al abandono de la ciudad que hoy visitamos.

Tuvimos la fortuna de recorrerla en solitario en un magnifico día. En gran parte gracias a Sultán. Sultán es un veterano, un superviviente que vende baratijas a los turistas. Nos acoge cuando arribamos temprano a Efeso, enseguida se hace cargo de todo. De nuestra moto, de los cascos y de la bolsa de depósito. Y nos invita a chai varias veces, y nos organiza el día con consejos que se demuestran certeros. Gracias a él conocemos la fabrica de alfombras estatal y gracias a su intermediación, un coche privado nos lleva a la entrada sur de la ciudad. Así hacemos la ruta de visita a Efeso cuesta abajo y casi sin turistas, que se aglomeran en la entrada norte. Si vienes aquí, dirígete hasta el fondo del aparcamiento, a la parte trasera de las tiendas para turistas, donde aparcan los autobuses, y pregunta por Sultán. Puede arreglarte el día por el precio de una baratija o de una bolsa de té.

Ruta en moto hasta Turquía

La vuelta a casa. Tras salir de Turquía por el paso Çesme a Chios y cruzar Grecia, recalamos en Italia entrando por el puerto de Brindisi. Cómo no podemos embarcar hacia Barcelona hasta dentro de tres días, decidimos subir Italia hacia Civitavechia pasando por puntos señalados de la península.

Matera, el lago Nemi, el lago Albano y villa Adriana. Lugares que ocuparan nuestros días hasta poder embarcar rumbo a España.

Es Matera un pequeño pueblo al sur de Italia con cierto encanto histórico y turístico, que se ve deslucido en agosto por la inmensa avalancha de turistas. Resultó caro y poco acogedor, a pesar de su evidente belleza.

El lago Nemi tiene el privilegio de haber sido lugar de recreo del más megalomaníaco de los emperadores romanos. Diocleciano pasaba aquí el estío huyendo del calor y hedor de Roma. Para ello se hizo construir unos palacios flotantes sobre unas embarcaciones de fondo plano, inmensas, con las que navegaba por el lago. Fueron encontradas y rescatadas en los años 20 en perfectas condiciones, para luego (¡ah…el destino!) ser destruidas en un incendio dentro del museo que se construyó para ellas.

Ruta en moto hasta Turquía

Decir lago Albano es decir Castell Gandolfo, donde el Papa de Roma se retira en verano. Resulta un lugar extrañamente tranquilo y acogedor en agosto. Inexplicablemente barato para un lugar como este, con tanto encanto y tan cercano a Roma.

Y por ultimo villa Adriana. La villa fue construida en Tibur, el actual Tívoli, como lugar de retiro por Adriano en el siglo II, donde pasó los últimos años de su vida y desde donde gobernó el imperio. Una gran corte, por lo tanto, vivió allí de manera permanente. Recorrerla exige tiempo y piernas fuertes, pero permite hacerse una idea del poder de los emperadores romanos y de la magnifica técnica de construcción de sus arquitectos.

Conseguimos un billete de ferry con camarote hacia Barcelona a ultima hora, cuando ya habíamos desistido, debido a la gran demanda en esas fechas. Eso nos evitó volver por carretera cruzando el viaducto de Genova. Viaducto que colapsó y se derrumbó el mismo día que hubiésemos pasado por él. Una vez más parece que los dioses quisieron ser benévolos con nosotros.

Al fin tras un mes completo de viaje, llegamos a casa, es fin de semana y el lunes comienza de nuevo la rutina del trabajo.

Empieza la cuenta atrás para una nueva escapada, recordando lo que hiciste y lo que viviste.

Ruta en moto hasta Turquía

Son esos momentos, los que se viven dentro del casco, viajando, absorbiendo sensaciones y olores nuevos y extraños, los que forman parte de los pocos recuerdos, de los pocos instantes, que no producen pereza o hastío al ser recordados.

Texto y fotos: Francisco Guitian Lema

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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