Durante un tiempo, raro era el día en que en los círculos moteros de Facebook no se hablaba del “virus ATXA”. Seguro que para muchos profanos constituye un gran interrogante. La “infecciosa” campaña se correspondía con las muestras de “contagio” que Gandhi Ofsand, el otrora álter ego cibernético de Mario Montoro, propagaba entre los adeptos de su libro “A trompicones por África”, editado por El Caracol de Aitana en 2011, que ha alcanzado ya su 3ª edición.
Volviendo a su acrónimo, ATXA es el sueño de un granadino que se sumerge en el continente africano en busca del iconográfico árbol de Teneré. Junto a “la Reina” -una Yamaha Teneré 600 ochentera comprada en el último momento- y un nutrido y variopinto grupo de acompañantes, Montoro vivirá un sinfín de experiencias en su viaje hasta el distante y mítico desierto nigerino.
Aunque la obra es una oda a la hipérbole continua y está escrita más con espontaneidad y humor que con técnica, lo cierto es que Mario Montoro, un tipo locuaz, guasón y entusiasta, trasmite al lector con enorme naturalidad la pasión que representa entregarse a un periplo de dimensiones insospechadas.
ATXA es como un Verano Azul sahariano. Uno se lo imagina casi televisivo más que literario. Con sus personajes, sus historias e intrahistorias, sus risas y sus lágrimas. Y es que los protagonistas, aunque en un papel secundario, revolotean permanentemente en las aventuras y desventuras que les toca vivir a “la Reina” y a su intrépido piloto. Una buena banda sonora para ATXA podría incluir canciones como “Toumast Tincha”, del grupo Tinariwen (formado en Argelia por músicos de Malí, y cuyo significado, los desiertos, es curiosamente el plural de teneré), o “Adounia”, de Bombino, compositor y guitarrista tuareg de Agadez y uno de los grandes exponentes de lo que se ha bautizado como desert blues. Otra opción es mimetizarse con la escritura desenfadada de Montoro y escuchar cualquier frenético directo de Manu Chao o temas como “Antes de que cuente 10”, de Fito Cabrales, cuyas líneas ilustran la primeras páginas del volumen.
Las notas del diario que el autor va intercalando junto a la narración principal van descubriendo, lentamente, la emoción que supone para todos ellos encontrarse con el desierto. Esta caravana de dos y cuatro ruedas, un tanto improvisada en su génesis e incluso en su desarrollo, fue devorando durante semanas diferentes etapas por el pulmón occidental de África. Desde la ruta Nouadhibou-Atar en la costa mauritana, hasta los días de vino y rosas en Niamey, capital de Níger.
En algunos momentos, el relato alcanza niveles absolutamente cómicos, como cuando nuestro protagonista describe los síntomas y consecuencias de una súbita y explosiva gastroenteritis en Nouakchott. En otros –los menos, ciertamente-, el tono jocoso deja paso a reflexiones más íntimas: “(…) qué desierto tan bello, inabarcable, poderoso, solitario y duro. El tiempo a pesar de que pasa rápido, parece que se detiene, el reloj por supuesto deja de tener sentido, el sol con su salida y ocaso marca la cadencia del grupo en su avanzar, disfrutas de una libertad absoluta por ahora desconocida y si al principio se te hace rara, con el tiempo se torna sumamente adictiva”.
Sea como sea, si hay algo que causa sorpresa es el desenlace de la historia. Pero eso, querido lector, ya te toca descubrirlo a ti…
Quique Arenas.
+ info www.atrompiconesporafrica.com