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Fer-se l’andorrà (hacerse el andorrano) es una expresión que significa “tolerar alguna cosa y hacerse el desentendido para evitar algún daño o conseguir provecho”,... El Rey de Andorra

Fer-se l’andorrà (hacerse el andorrano) es una expresión que significa “tolerar alguna cosa y hacerse el desentendido para evitar algún daño o conseguir provecho”, así lo dejó escrito el sacerdote Antoni Fiter en el Manual Digest, primer libro de usos y costumbres de Andorra que se remonta nada menos que al año 1748. Vendría a ser una expresión parecida –que no igual-, a la de “hacerse el sueco”.

Ya en el anillo de Kerry, la carretera atraviesa Waterville, refugio estival de Charles Chaplin allá por la década de los sesenta

En Cataluña, fer-se l’andorrà es una coletilla que sigue utilizándose con frecuencia; es comprensible que en Andorra no sea así porque nadie tira piedras contra su propio tejado, pero en todo caso ponerse a favor de los vientos en beneficio propio describe perfectamente la historia del microestado más grande de Europa, desde las prebendas feudales al consentimiento del contrabando pasando por su posicionamiento interesado durante la Guerra Civil. Andorra tiene un “antes” y un “después” que destaca por encima de cualquier otra partición histórica: la anterior a mediados del siglo XX (autarquía y aislamiento), y lo que vino después hasta nuestros días, básicamente un desbocado carrusel capitalista que atrae a una clase media cutre y poco exigente.

Los valles y montañas de Andorra fueron moneda de cambio entre condados y señoríos hasta que por cuestiones matrimoniales entre dinastías pasó a ser de soberanía compartida entre los condes de Foix y el obispado de la Seu d’Urgell, sin que ello significara el fin del toma y daca de anexiones. Finalmente, Napoleón reconoció en 1814 una independencia “tutelada” por el Obispo de Urgell y el Rey de Francia, más tarde presidente de la República.

Andorra

Y así hasta nuestros días. A partir de los años 50 del siglo XX, el país abrazó entusiasmado el capitalismo más feroz, convirtiéndose en un destino de compras, esquí, estraperlismo y opacidad bancaria para grandes fortunas, modernidad desacomplejada que se combina con leyes que se remontan al feudalismo… Por ejemplo, hasta 1993 el juez que iba a levantar un cadáver debía preguntarle al muerto Mort, qui t’ha mort? (“muerto, ¿quién te ha matado?”) y esperar respuesta, no fuera que el muerto en realidad estuviera de parranda… Otros ejemplos menos exóticos pero muy ilustrativos de la endogamia nacional es que el capital extranjero debe contar sí o sí con la participación de una familia andorrana, el aborto sigue estando prohibido –aquí se nota la mano del obispo-, y aunque dos terceras partes de la población es extranjera, conseguir la nacionalidad es un trámite que exige 20 años ininterrumpidos de empadronamiento.

El urbanismo asfixia el valle, especialmente en Andorra la Vella y Escaldes-Engordany, y es difícil encontrar la identidad propia entre galerías comerciales y segundas residencias. A los pocos autóctonos con pasaporte les va muy bien la vida, paseándose en coches de alta gama con los que pretenden camuflar que descienden de ceñudos pastores y cultivadores de tabaco.

Esta crónica se centra en una época muy concreta, la que va desde principios del siglo XX hasta inmediatamente antes del estallido de la Guerra Civil, cuando Andorra no tenía nada que ver con lo que es ahora y empezaba a dejar atrás su incomunicación construyendo la primera carretera asfaltada entre Andorra la Vella y la Seu d’Urgell. En aquellos tiempos, vivían allí unas 4.000 personas, autosuficientes y cerradas al mundo, circunstancia que aprovecharon algunos oportunistas para meter sus narices allí.

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Por ejemplo, el suizo Friedich Weilenmann, que en 1925 creó unilateralmente el “servicio postal andorrano”, llegando a imprimir sus propios sellos antes de que le enseñaran la puerta de salida. Hoy, Andorra sigue sin tener departamento postal propio, gestionándose el servicio entre Correos y La Poste.

Poco antes del asunto postal, el empresario de Massachusetts Fiske Warren pretendió establecer en el país la “ley del impuesto único”, teoría económica plena de partidarios y detractores, más de lo primero que de lo segundo a principios del siglo XX. Algunas comunidades de los Estados Unidos ya aplicaban estos principios, pero era la primera vez que se pretendía administrar un país según este dogma. Aprovechando la poca pericia de los gobernantes andorranos, llegó a aplicarse durante unos años gracias al aval de cierta burguesía barcelonesa; aquel “experimento” acabó diluyéndose por inoperante.

Estos ejemplos se quedan anecdóticos frente a la audacia de un vendedor de humo llamado Boris Skossyreff, ruso de familia acaudalada obligado a exiliarse tras la revolución bolchevique de 1917. Tras varios años dando tumbos por Europa, aquel tipo llegó en 1934 a Andorra y se proclamó Rey.

Manel Kaizen AndorraEn aquellos tiempos, el país de los Pirineos vivía una época convulsa, con disturbios provocados por la exigencia del sufragio universal, llegando al extremo de cuestionar el coprincipado en favor de instaurar una República plenamente soberana. Skossyreff, sobrado de retórica y poder de persuasión, canalizó el descontento popular ofreciendo “dinero y prosperidad” a cambio de convertirse en el “Rey de Andorra”. El Consell General d’Andorra apoyó su reinado por 23 votos a favor y 1 en contra. Se hizo llamar “Boris I” y se instaló en un hotel de la avenida Carlemany, lanzando una proclama desde el balcón que no tiene desperdicio: “(…) dejadlo todo en mis manos, soy un hombre preparado, tengo amigos (…) las monedas os agujerearán los bolsillos de los pantalones (…)”. Acto seguido redactó una nueva Constitución, y en el colmo de su chulería declaró formalmente la guerra al obispado de Urgell.

La respuesta del obispo fue mandar cuatro guardias civiles a Andorra y apresarlo: el “reinado” de Skossyreff duró exactamente nueve días. Fue trasladado a la prisión Modelo de Madrid, y liberado al cabo de pocos meses.

Con su nombre asociado a estafas y chanchullos, continuó su caótico “tour” oportunista europeo; durante la II Guerra Mundial se enroló en la Wermacht, donde llegó a ser comandante y merecedor de baronía, anteponiendo a partir de entonces el “von” preceptivo a su apellido. En 1963 fabuló en la prensa que “gracias a él, la Alemania nazi no se hizo con la bomba atómica”.

Boris von Skossyreff  murió en 1989 en Boppard, Alemania. Nunca más volvió a pisar Andorra. Algunos historiadores sostienen que, antes de la guerra, estuvo a sueldo de los servicios secretos alemanes, y que su “golpe de estado” andorrano fue una acción premeditada de Hitler para generar focos de desestabilización en la Europa que pretendía conquistar… Será difícil saberlo a ciencia cierta, ya que de un fullero profesional como Skossyreff es difícil hallar alguna verdad entre tanta mentira

 

Texto y fotos: Manel Kaizen / hoysalgoenmoto@gmail.com

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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