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El camino a las islas El camino a las islas
Un día estaba en Albania. Mi plan era claro. Subiría al ferry, con mi moto, a primera hora de la noche y cuando amaneciera... El camino a las islas

Un día estaba en Albania. Mi plan era claro. Subiría al ferry, con mi moto, a primera hora de la noche y cuando amaneciera ya estaría arrancando en Brindisi.

El puente que une Sicilia con el continente debía estar terminado hacía ya tiempo, así que, calculé, tendría unas dieciséis horas para recorrer los seiscientos kilómetros que separan Brindisi de Pozallo. ¡Chupado!
¿La razón de querer ir hasta Pozallo? Coger otro ferry hasta Malta. Sí, una chica guapa me estaría esperando en Malta.
Así las cosas, arranqué con toda la calma del mundo. Que había cerca un faro, iba a retratarlo; que veía una gelateria, pedía uno con tres bolas; que intuía una playa de arenas blancas, me pegaba un baño… iba parando, gastando lentamente mis dieciséis horas. Después de todo, Ted Simon alguna vez dijo que “son las interrupciones las que hacen el viaje, no el movimiento”. Y a mí siempre me ha parecido una reflexión muy acertada.
Kilómetro a kilómetro, hora a hora, iba recorriendo el tacón de la bota italiana primero, el resto del sur peninsular, después. Iba calculando, restando. Cada minuto que pasaba me quedaba menos tiempo para llegar a mi último barco, pero también menos kilómetros.

Y, como estaba en Italia, e iba bien con el horario, en un lugar cualquiera, ya en Calabria, paré y me dediqué a disfrutar de no hacer nada, a dejar pasar el tiempo, a tener un rato contemplativo y ocioso, a disfrutar del momento… ¡qué gran invento il dolce far niente!

Volví a arrancar, emocionado, porque cada vez quedaba menos tiempo para reencontrarme con Marta y porque, al fin, iba a cruzar el gigantesco puente que cruza el estrecho de Messina.
Después de una curva, vi, a lo lejos, Sicilia. Es emocionante ver Sicilia por primera vez. Me iba acercando, me iba acercando, me iba acercando… no veía aún el puente, pero no debía estar lejos.
Se estaba haciendo de rogar, me estaba impacientando. Daba una curva en aquella costa y nada. Daba otra y nada. Una más… y nada. Después de otra curva más, pude otear Villa San Giovanni, puerto desde el que parten los barcos hacia Sicilia, ciudad que debía servir de base para el puente, pero… ¿y el puente? ¿dónde estaba el puente? ¡pero si estaba seguro de haber visto las imágenes en televisión!
Llegué hasta el puerto, compré pasaje para motocicleta y motorista a toda prisa y pregunté por el dichoso puente.
Se rieron. Se rieron bastante mientras me contestaban que el dinero desapareció, respuesta que repetirían más tarde.
No me podía creer que los casi tres kilómetros y medio de puente presupuestados, desaparecieran; que los seis carriles para el tráfico, se malgastaran; que las dos vías para el ferrocarril que yo había visto claramente, solo fueran una simulación proyectada, probablemente, un mal domingo por la mañana…
Atracó un ferry y subí el primero, con prisa, como si así fuera a llegar antes a la otra orilla. Una vez a bordo me dijeron que mi billete era para un barco de otra compañía… y que no podía bajar hasta que subieran todos los vehículos (tren incluido).
Apremiado porque ya no me sobraba ninguno de los minutos que había “malgastado” durante el día, conseguí subir al barco que me correspondía, crucé Sicilia de norte a sur sin perder un momento y, apurado, conseguí llegar, esta vez sí, al último ferry, al que me llevaría hasta Malta, donde me esperaba una chica guapa.


Los siguientes días, aislados, fueron muy felices, pero no conseguí quitarme de la cabeza una frase de la Grecia clásica que, de vez en cuando, papá repite: El mar es el camino a las islas.
El mar y no los puentes, añado yo, porque, después de todo, una isla a la que se llega cruzando un puente, ni es isla, ni está aislada.

Para Motoviajeros, texto y fotos: McBauman
El Escondite de los Viajes

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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