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Un paseo hasta Gambia Un paseo hasta Gambia
Soy de los que piensa que los viajes no hay que planearlos mucho. Este surgió así, una noche de verano en la que conocí... Un paseo hasta Gambia

Un paseo hasta Gambia

Soy de los que piensa que los viajes no hay que planearlos mucho. Este surgió así, una noche de verano en la que conocí a Fran Pardo en Motorbeach. Él había bajado a Ciudad del Cabo en primavera y daba una charla. Fui para interesarme y por la noche volvimos a coincidir en los conciertos. En un momento dado, me comentó que tenía una Yamaha XT600 en Comillas y si me animaba, compraba otra y las dejábamos en Gambia en su casa (quizás para alquilar). Él baja habitualmente con todoterrenos y conoce de sobra los trámites fronterizos. Como estaba sobrado de vacaciones y no tenía planeado viaje en moto para septiembre, le dije que sí, al momento. Sería un viaje lowcost total, motos viejas y cada uno pagaría sus gastos y los de cada moto. La vuelta sería en avión después de pasar unos días en su casa.

A la mañana siguiente volvimos a encontrarnos y le pregunté si iba en serio y si seguía en pie el viaje. Por supuesto, y además “era un paseo…”.

Dos meses después volvimos a vernos cuando me trajo la XT a Gijón. Habíamos mantenido charlas y ya había comprado mi billete de avión; vamos, que no había marcha atrás. Solo tenía preparadas las vacunas recomendables y la de fiebre amarilla obligatoria. La moto la pinté con un par de sprays para adecentarla un poco. Casi todo funcionaba, menos el cuentakilómetros…

Quedamos en vernos en Sevilla donde F. Pardo compraría otra XT600, y sin probar nos fuimos para Marruecos. El nivel de inconsciencia aumentaba por momentos. Reconozco que me puse un poco nervioso días antes, íbamos a ir más allá de Dakar, un viaje soñado por cualquier motorista, que había surgido una noche de verano en un festival y con dos motos ’noventeras’ de menos de mil euros.

Un paseo hasta Gambia

Sin más, nos plantamos en Tarifa y cruzamos en ferry al continente africano. Siempre se siente una emoción especial al llegar a Marruecos. En nuestro improvisado viaje, habíamos hablado bajar por la costa, pero el primer día cambiamos de planes. Ninguno de los dos conocíamos las cascadas de Ouzoud, así que variamos el rumbo para conocerlas y de paso ir hasta Zagora dando un rodeo. El primer día por Marruecos nos perdimos por el Atlas y se estropeó el regulador de mi moto. Como tengo una relación especial amor-odio con los reguladores, llevaba uno de repuesto. Ahí empezó mi fama de futurólogo o gafe, según se mire. En el camping Zebra donde pernoctamos en Ouzoud, nos recomendaron la carretera más bella de Marruecos, (R307), a tramos sin asfaltar pero discurriendo por paisajes espectaculares, valles, montañas y aldeas casi deshabitadas. Hay que vadear un río que en esas fechas bajaba con poco agua. Luego estuvimos un par de días en Zagora, durmiendo en haimas y disfrutando de las dunas.

Allí conocimos a Jurgen Verrecas, un motorista belga que nos acompañó los dos siguientes días camino al Atlántico. Paisajes desérticos, montañas y oasis nos deleitaban por un Marruecos que no deja de sorprenderme, pese a ser la cuarta vez que lo visitaba. La llegada al mar, con una puesta de sol espectacular, fue la guinda a nuestro periplo marroquí.

En Akhfennir nos despedimos de Jurgen, con el que disfrutamos de su compañía y creamos una buena amistad. Ese día, a las puertas del Sahara Occidental, comenzaba lo bueno para mí. Las zonas turísticas habían quedado atrás y la presencia militar se hacía importante. Íbamos dejando “le fiche” en cada control policial. Dunas, pecios y acantilados hacían más amenos los kilómetros de rectas infinitas.

El Km 25 de Dakhla tiene una bahía impresionante, paraíso para la práctica del kitesurf. El Sahara ofrece lugares de gran belleza y pobreza por igual.

Nuestra última noche en el Sahara pernoctamos en el famoso Barbas, a un paso de la frontera con Mauritania. Me recordó a la película de “Abierto hasta el amanecer”, pero sin vampiros. Solo piedras y arena nos habían acompañado los trescientos kilómetros anteriores. El cansancio y un diluvio inesperado hicieron que llegar allí fuese un gran alivio.

Un paseo hasta GambiaAl alba y con viento de levante – como diría aquel- partimos a la frontera. Apenas unos kilómetros antes, se salió la cadena de mi moto. Cuando vi la corona no me lo podía creer. Apenas quedaban dientes y los que aguantaban estaban afilados como los colmillos de un gato. Pasamos la frontera marroquí y en tierra de nadie nos dispusimos a tensar la cadena lo más que pudimos. Ahí me puse realmente tenso al ver a Fran Pardo nervioso con el marrón que teníamos encima. La gente que por allí pululaba no daba a priori ninguna confianza. Al final, camioneros y lugareños nos ayudaron a tensar la cadena y poder continuar viaje. El tramo, de unos cuatro kilómetros de tierra de nadie, es apocalíptico. Cientos de esqueletos de coches se amontonan a los lados de una machacada pista. Señales de minas advierten a los conductores del peligro fuera de ella. Conseguimos llegar a Nuadibú atravesando una tormenta de arena y la cadena sonando como una serpiente de cascabel. Por azar, encontramos un bar, “El Nómada”, donde un español residente mauritano nos facilitó la información para que una corona y una cadena nos llegasen vía aérea desde Las Palmas esa misma tarde.

Para más inri, un portorriqueño amigo suyo nos ofreció alojamiento gratis hasta que pudiésemos proseguir viaje. Era un empresario que trabajaba en todas partes del mundo.

La cosa no acabó ahí, nuestro anfitrión, con el que hicimos buenas migas, nos llevó a cenar a un restaurante asiático y seguimos de copas hasta altas horas, todo a su cargo: “el dinero no es problema brothers”, nos repetía entre risas. Increíble día y noche en la “temida Mauritania”.

A la mañana siguiente, Fran Pardo se fue a cambiar la corona mientras yo recogía nuestros enseres y limpiaba el filtro del aire de la otra moto. Pusimos rumbo a Nouakchott, capital de Mauritania. Llenamos garrafas para poder llegar en caso de no encontrar combustible por el camino.

El desierto puro y duro se mostró ante nosotros. El viento frontolateral, con mucha arena, hacía que mi moto no aguantase en quinta. El calor era insoportable, haciendo que levantar la visera del casco fuera como poner la cara delante de un secador de pelo mezclado con arena. Cuando llegamos a la primera gasolinera me desparramé a la sombra. Estaba siendo muy duro para mi. Un norteño no está acostumbrado a tan altas temperaturas. Tras reponer líquidos continuamos hasta la segunda gasolinera. El camarero del bar me dijo que dentro había 44 grados a la sombra. Fuera habría diez más. Yo solo decía “no puedo, no puedo” mientras el corazón me latía desbocado. Fran P., que hacía de hermano mayor, me recordó la fábula del elefantito encadenado. Me decía que las limitaciones se las pone uno mismo en su mente. Estaba claro que yo no sabía donde estaban mis límites. El sol empezó a darnos una tregua y ya caída la noche llegamos por fin a la capital.

Al día siguiente salimos camino a Senegal, pasando por la frontera de Diama. Sus cuarenta kilómetros de pista estaban embarrados por las lluvias de los días anteriores. Varios coches se habían quedado encallados en el lodazal. El paisaje había cambiado y comenzada a verse vegetación, acacias y tierra rojiza, así como abundante fauna atravesando el parque natural.

Un paseo hasta GambiaPor fin entramos en Senegal, me pareció llegar al paraíso. Todo era verde, perfectamente asfaltado y la gente vestía con vistosos colores. Tras el puente de St. Louis nos tomamos la cerveza más cara del mundo, no por su precio, sino por el esfuerzo que había costado llegar hasta allí. Al día siguiente me desperté con un sabor agridulce, ya que estamos a tiro de piedra de Gambia. Por una parte contento por conseguir llegar a nuestro objetivo y por otro triste, porque significaba que nuestra loca aventura llegaría a su fin. Pasamos al lado del lago Rosa y no entramos en Dakar, dado que las motos no estaban para más rodeos.

Entre baobabs circulamos todo el día por el África que se ve en los documentales. En las gasolineras, los niños venían a pedir con un cuenco. No entendía qué pedían y cuando vi un puñado de arroz en uno de ellos, se me cayó el alma a los pies. La cruda realidad de África se mostraba ante nosotros.

En carretera se salió la cadena de mi moto, trabándose esta vez contra el eje y estando a punto de irme al suelo. La otra moto iba a tirones echando humaredas y gastando cada vez más gasolina. También se rompió el cable del embrague, con lo que el último día se estaba poniendo muy cuesta arriba. Al atardecer conseguimos llegar a la frontera de Gambia mientras nos dábamos un fuerte apretón de manos en marcha. Subirnos al último ferry que nos llevaría a Banjul. Por fin habíamos conseguido llegar a nuestro objetivo, a 5.000 kilómetros de casa.

Gambia es un país de gente amable y sonriente. Cuna de la esclavitud, intenta sobrevivir abriéndose al turismo pese a tener una alta tasa de pobreza.

Este viaje ha marcado un antes y un después en mí. Conseguir llegar con motos viejas, sin casi equipamiento y con muy bajo presupuesto, te hace ver los viajes desde otra perspectiva. Lo importante es querer hacer las cosas y las ganas, el resto son excusas que uno se impone a sí mismo. También he fraguado una gran amistad con Fran Pardo, un viajero incansable donde los haya.

Para Motoviajeros, Fran Brighton.

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

  • Sonia Barbosa

    6 junio, 2016 #1 Author

    Menudo viaje Fran!!Opino lo mismo..los viajes no hay que planearlos mucho. Muchas veces los planes de última hora son los que mejor resultan.Para mí tiene mucho mérito el hacerlo con motos que no están hechas para lo que hicistéis y más con esos años. Ole,Ole y Ole!!

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    • Fran Brighton

      28 julio, 2016 #2 Author

      Muchas Gracias Sonia! me gusta más improvisar que llevar las cosas “planeadas”. Las XT600 eran motos perfectas para ese viaje, a 54 grados, no me fiaría ni un pelo de la electrónica 😉
      Buen viaje por las américas!!

      Responder

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