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Un coche en el campo Un coche en el campo
Aquel camino fronterizo se aupaba bien alto, por encima de los dos mil metros. Era lo esperable en los Pirineos, verdadera muralla entre dos... Un coche en el campo

Aquel camino fronterizo se aupaba bien alto, por encima de los dos mil metros. Era lo esperable en los Pirineos, verdadera muralla entre dos países más un tercero encastado allí en medio. En su tiempo, por aquel camino transitaron estraperlistas de todo tipo, desde los que iban a pie cargando fardos hasta las mafias que montaban expediciones nocturnas en “Range-Rovers” cargados hasta arriba de tabaco y lo que se tercie: estos últimos eran gente peligrosa, muchos cobraban parte de su sueldo no ya en B, sino en “C” de cocaína, y era mejor apartarse de su paso porque no levantaban el pie del acelerador. De vez en cuando, eran interceptados por algún guardiacivil que todavía no había sido sobornado por los traficantes, y entonces tocaba echar a correr por el monte, quemando vehículo y mercancía si tenían tiempo. Los “Ranges” eran perfectos para aquel cometido, muy capaces en el campo y veloces en carretera. Hablamos de los años 80 y principios de los 90, una época peligrosa en esta parte del mundo, especialmente de noche.

En algún lugar de estas montañas están las ruinas de la masía donde vivió el mejor de aquellos estraperlistas. Era un tipo huraño, solitario y sin familia, y nadie sabe en qué invirtió los beneficios de su trabajo porque nunca abandonó su vida eremita; el apogeo de su actividad fue durante la década de los 60, siempre a bordo de un SEAT 1400 que repintaba una y otra vez para despistar. Aquel coche pasaba desapercibido en la carretera y no tanto por los caminos de contrabando, donde destacaba por estar fuera de lugar. Pese a ello, nunca atraparon a aquel tipo, incluso el camino hasta su masía es prácticamente inaccesible hasta el punto de que, cuando murió, no tuvo a quien dejarla en herencia y aquel 1400 continúa encerrado en un cobertizo invisible para todo el mundo. El conocedor de esta historia me mostró varias fotos del lugar, pero fue tajante callando su ubicación precisa.

Antes de llegar al coche abandonado que protagoniza esta historia, me crucé con varios rebaños de caballos y una pequeña máquina retroexcavadora de color naranja: aunque todavía no lo sabía, todo ello estaba relacionado y más adelante volveré a mencionarlo.

Coche abandonado

El coche está abandonado en un prado inhóspito, fuera del camino y fuera de lugar. Le habían colocado una funda impermeable de color neutro para intentar mimetizarlo con el entorno; fantaseando con historias de contrabando y fuga, dejé la moto en un margen del camino y diez minutos después estaba junto a aquel pecio en tierra firme.

Retiré la funda, debajo había un utilitario Citroën de color azul vivo; todo correcto en su interior, sin puente en el cláusor ni cualquier otro indicio delictivo. La parte delantera está seriamente dañada y el tubo de escape fuera de su sitio; no ha dado vueltas de campana hasta llegar aquí, por lo que aventuro la teoría de que algún soplagaitas hizo el indio por estos prados hasta que se salió del sendero, o bien lo tiró de manera expresa colina abajo. Fuera como fuese, si el conductor iba dentro cuando rodó hasta aquí, salió caminando de la misma manera que podría haberse matado si el coche, en vez de trabarse en la ladera, hubiera dado tumbos hasta el fondo del valle. No era aquel un coche para contrabandistas, así que me puse a indagar las circunstancias que lo llevaron hasta allí…

Cuando supe quién era el titular, todo encajó. Y lo peor de todo, auguro una larguísima temporada de este coche (hoy ya residuo contaminante) a la intemperie en este bellísimo paraje pirenaico.

Algunos le llaman “el Patillas”, y si lo vierais sabríais por qué, pero todo el mundo le conoce de otra manera que no revelaré. Para saber lo que pasa por la mente del “Patillas” habría que conocerle bien, pero estoy seguro que no es un tonto de manual por más que reincida una y otra vez en un par de estupideces muy concretas que han acabado haciendo daño a terceras personas, y con ese dato se acabó la gracia de un asunto que nunca fue gracioso…

Coche abandonado en el campo

El primer vestigio del “Patillas” lo encuentro en un minúsculo pueblo de alta montaña; corría el año 1994 cuando construyó una fuente con una escultura que representaba a un religioso que fue benefactor del valle. El trazo infantiloide de la escultura tiene algo de fascinante, al estilo del ecce homo “restaurado” de Borja. Efectivamente, el “Patillas” es un artista, o como mínimo así es como él se ve. Vive en el fondo de aquel mismo valle, junto a un río, y en el vasto terreno que conforma su propiedad empezó a acumular vehículos de cuarta mano que compraba a decenas sin criterio aparente; a aquel pandemonio achatarrado lo autodenominó “museo abstracto y participativo de la maquinaria antigua”, museo que por cierto no admitía visitas. Cuando aquellos coches se averiaban, si no podía traerlos de vuelta por sus medios quedaban abandonados allí donde se pararon. Nunca los daba de baja ni gestionaba su retirada, y las denuncias empezaron a llegar sin que pareciera importarle porque tampoco las pagó. A todo ello, el “Patillas” era regidor del mismo ayuntamiento donde vivía, y para más inri de un partido político que hace bandera del ecologismo. Las denuncias administrativas acabaron convirtiéndose en delitos contra el medio ambiente, pero el “Patillas” nunca estaba localizable para recoger las citaciones del juzgado.

Y la cosa fue a peor: en 2007 fue investigado por “gestionar” la retirada de vehículos abandonados en los municipios colindantes: ninguno de ellos acabó en el desguace, ya que los acumulaba en el patio de su propia finca. Llegó a tener más de cuarenta vehículos cuyos fluidos acabaron contaminando el lecho del río.

Aquellas actitudes hicieron incompatible su carrera como regidor municipal: tras chutarle del consistorio (y del partido que le amparaba), el “Patillas” probó a presentarse en otro municipio enrolado en un partido independentista: no sacó ni un regidor. Pero como la cabezonería es patente de corso de aquel individuo, aún insistió en otro municipio, ahora en las filas del partido socialista: igualó su último resultado, cero regidores.

El otro modo de vida del “Patillas” era el pastoreo de caballos cimarrones. Su indolencia con aquel cometido motivó agrios enfrentamientos con propietarios de terrenos colindantes que eran constantemente invadidos por aquellos equinos, provocándoles destrozos. Pero lo peor era cuando los caballos invadían la carretera: las infracciones, ahora del Reglamento General de Tráfico, no se hicieron esperar, y por supuesto tampoco las pagó. Hubo un accidente de tráfico con daños materiales, y el “Patillas” no cambió. Hubo otro accidente y una mujer acabó en el hospital (y dos caballos sacrificados), y el “Patillas” tampoco cambió. Aquel tipo era (es) el prototipo de persona asilvestrada y cuadriculada.

La pequeña máquina retroexcavadora de color naranja mencionada al principio del relato, y que está cerca del Citroën azul, resultó que también era propiedad del “Patillas”, solo que, para variar, no está abandonada: una vez más, de manera unilateral y sin tener en cuenta que aquellos caminos tienen legítimo propietario, el “Patillas” tiró por la calle del medio, arreglando y modificando lindes en su beneficio. Tiene a mucha gente de la zona cabreada, gente que en el pasado negoció con contrabandistas y que posiblemente no descarten la solución del estacazo certero como fórmula para resolver un problema que ninguna ley, multa o juzgado ha sido capaz de resolver.

Mientras tanto, la vida continúa y aquel Citroën sigue pudriéndose en un idílico paisaje.

Texto y fotos: Manel Kaizen 

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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