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La Vajol, capital de la República La Vajol, capital de la República
La zona menos abrupta de los Pirineos, entre la comarca catalana del Alt Empordà y el Rosselló francés, es desconocida para el turismo de... La Vajol, capital de la República

La zona menos abrupta de los Pirineos, entre la comarca catalana del Alt Empordà y el Rosselló francés, es desconocida para el turismo de masas… o mejor dicho, sobradamente conocida por decenas de miles de personas que transitan a diario por el paso fronterizo de La Jonquera, pero a nadie se le ocurre detenerse si no es para repostar, comprar tabaco, alcohol, o contratar sexo tarificado en alguno de los varios puticlubs. Algo más al norte, en Els Límits/Le Perthus, la frontera está pintada en el suelo: en un lado de la calle se tributa español, y en el otro, francés.

Nadie podía acercarse a menos de 2 km de la mina

Más allá de los vicios humanos terrenales, La Jonquera tuvo un profundo protagonismo en los últimos estertores de la Guerra Civil, c10: en la nueva España grande y libre, quien no abrazaba abiertamente la causa franquista era susceptible de acabar en la cárcel o en el paredón.

Muy cerca de La Jonquera, transitando por una carretera secundaria que se sumerge en genuino bosque mediterráneo (encina autóctona, nada de pinos replantados), está la localidad de La Vajol. La principal arteria de comunicación hispano-europea está a sólo doce kilómetros, pero contemplando (y escuchando) el entorno, diríase que la civilización está mucho más lejos… En La Vajol hay unos cien habitantes censados, y en 1939, cuando fue capital de la España republicana, 128. Os cuento…

En 1937, Juan Negrín era ministro de Hacienda de la República; viéndose comprometida la defensa de Madrid, Negrín decidió trasladar el patrimonio de la nación a un sitio seguro, concretamente hasta una mina cercana al puerto de Cartagena. Por “patrimonio” se entendía todo lo que tuviera valor, desde lingotes de oro a piezas religiosas pasando por colecciones de cuadros. Aparte del valor histórico, todo aquello servía para pagar la factura del armamento soviético: Stalin podía ser empático con la causa, pero el apoyo no era gratuito, y del puerto de Cartagena partían periódicamente barcos con el llamado “oro de Moscú”.

 

El escondite de la mina cartaginesa era un “secreto a voces”, y por muy republicana que fuera Murcia, el riesgo de sabotajes o expolios era alto; entre eso y el avance implacable de los sublevados, se hizo necesario buscar otro emplazamiento para el patrimonio nacional. El norte de Cataluña fue el lugar escogido, a causa de su firme resistencia al avance franquista, y también porque lindaba con la frontera francesa, cuestión a tener en cuenta por si era necesario marcharse rápidamente… Y a falta de un lugar, encontraron tres: el castillo de Perelada, el castillo de Sant Ferran en Figueres, y una mina de talco en La Vajol, cerca de La Jonquera. Al igual que en Cartagena, se reincidía en la idea de la mina, pero esta vez con un secretismo excepcional. Su emplazamiento, discreto y a una hora a pie de Francia, también fue crucial para la elección.

Juan Negrín hijo, ingeniero de profesión, fue el encargado de acondicionar la mina. Tras expropiarla a sus propietarios en nombre del interés general, supervisó la construcción de un edificio de tres plantas justo sobre la boca de acceso. No era un búnker, pero se le parecía: las paredes tenían un grueso generoso, disponía de generador eléctrico propio, y enganches en los cuatro ángulos del tejado para extender una tela de camuflaje. Dentro del edificio, se habilitaron dos montacargas que bajaban a la galería de la mina.

Nadie podía acercarse a menos de dos kilómetros de la mina, fuertemente vigilada por los llamados “cien mil hijos de Negrín”, carabineros de indiscutible lealtad a la causa republicana. Todo el mundo en el pueblo sabía que allí se tramaba algo, pero nadie sabía el qué, ni tan siquiera los propietarios de la mina… De hecho, ni tan siquiera supieron de la construcción del edificio hasta finalizada la guerra.

Este pequeño pueblo del Alto Ampurdán fue sede de la Presidencia de la República

Una vez acondicionada la mina, empezó un incesante ir y venir de camiones cargados con las pinacotecas del museo del Prado, dinero en efectivo, quincallería de todo tipo y figuras religiosas (durante la descarga del “cristo de Lepanto”, le partieron un brazo: actualmente se expone en la catedral de Barcelona, y si uno se fija, es visible el remiendo que le hizo un carpintero para soldarlo). Aunque algunos camiones fueron a Peralada y Figueres, la mayor parte de las obras de arte acabaron en la mina de La Vajol.

En enero de 1939, el presidente de la República Manuel Azaña, los presidentes de Cataluña (Lluís Companys), Euskadi (José Antonio Aguirre), y el propio  Juan Negrín se instalaron en  masías de La Vajol: la capitulación era inminente y el exilio, inevitable. El 4 de febrero, Azaña ordenó el traslado de todos los efectos de la mina hacia Francia, y de allí a la sede de la Sociedad de Naciones, en Ginebra, donde quedarían depositados en régimen de custodia. Al día siguiente, todos los políticos se marcharon por el camino del coll de Lli hacia el exilio francés. Ninguno volvió al país a excepción de Companys, preso y posteriormente fusilado sin venda en los ojos en el foso del castillo de Montjuïc.

El 10 de febrero de 1939, las tropas nacionales llegaron a La Vajol. Dentro de la mina solo encontraron algunas sacas vacías del banco de España.

Masía Can Barris, La Vajol. Última residencia de Azaña

En los meses posteriores, los antiguos propietarios de la mina pidieron al nuevo gobierno su restitución, que les fue concedida… después de pagar de su bolsillo aquel edificio-búnker del que desconocían su existencia. La mina estuvo funcionando hasta 1990.

Corre por el lugar la leyenda de que uno de los camiones cargado con tesoros de la mina nunca pudo llegar a la frontera francesa, y se replegó para esconderse. Muchos sostienen que aquel tesoro sigue enterrado en algún lugar de la montaña, y continúan buscándolo.

Hoy, todo el pueblo de La Vajol es un memorial donde diversas placas y monumentos recuerdan el exilio, y la última capitalidad de la República española. A las afueras, todavía se conserva en buen estado el edificio-búnker sobre la mina, uno y otra cerrados a cal y canto. Los descendientes de los propietarios de la mina han pedido ayudas para preservar su gran valor histórico, sin que a la hora de escribir estas líneas se haya hecho nada más allá de arreglar el tejado para que el edifico no se venga abajo.

 

Texto y fotos: Manel Kaizen

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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