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Tras las huellas de Marco Polo Tras las huellas de Marco Polo
En junio de 2017 en mí periplo de un mes recorriendo Turquía y el Cáucaso,  cruzaba el puente del Bósforo, atrás quedaba la parte... Tras las huellas de Marco Polo

En junio de 2017 en mí periplo de un mes recorriendo Turquía y el Cáucaso,  cruzaba el puente del Bósforo, atrás quedaba la parte antigua de la bella ciudad de Estambul, Constantinopla en tiempos del gran imperio Otomano, y a su vez esa línea imaginaria que te indica que has cambiado de continente, por primera vez en mi vida llegaba a Asia en moto. Había estado en Rusia, pero el mayor país del mundo no se considera Asia hasta más allá de los Montes Urales.

Este viaje me llevaría hasta Dogubayazit, pequeña ciudad ubicada en el extremo más oriental de Turquía, en las faldas del Monte Ararat, y a un paso de la frontera iraní.

Las vacaciones tocaban a su fin, llegaba el triste momento de volver sobre mis pasos, cambiar el rumbo y el siempre hacia el este se convertiría ahora en siempre hacía el oeste.

Sentado en un montículo unos metros por encima del idílico palacio de Ishak Pachá, observando al fondo el legendario monte Ararat, mi cabeza comienza a dar vueltas. He invertido cinco días de mis vacaciones en largas jornadas de tirar kilómetros y kilómetros por las aburridas y caras autopistas europeas para llegar a Turquía, mí destino de este año, me quedan otros tantos más de vuelta. Desde hace unos años la mitad de mis preciadas vacaciones se están yendo al garete recorriendo kilómetros por esas horribles autopistas para llegar al destino soñado de ese año.

Turkiyem

Pero al mismo tiempo pienso… algún día quiero cruzar esa frontera, quiero seguir hacía el este, recorrer la legendaria Ruta de la Seda, seguir los pasos del más grande explorador de todos los tiempos, Marco Polo.

“¿Pero cómo vas a hacerlo? Es imposible, sólo dispones de un mes libre al año”, así que me rindo a la evidencia, pongo el casco en mi cabeza y encaro el manillar rumbo hacia donde nace el sol.

Viajar por autopista es monótono y aburrido, bajas la guardia, conduces relajadamente, y es en esas tiradas largas donde tienes mucho tiempo a pensar… fue en ese viaje de vuelta a casa donde comenzaría a cocinarse mí siguiente proyecto: “EuroAsia 2018”.

Disponía como siempre de un máximo de 32 días para hacerlo, tenía claro que no quería un viaje “express”, si me iba a Asia Central era para disfrutar aquellas tierras, sus culturas, sus paisajes, no sólo con  lo que pudiera ver a través de la pantalla del casco.

Y ya una vez que estaba allá, también sería una pena marcharme sin recorrer Mongolia, Siberia y quizás llegar al Pacífico.

El plan sería este, haría el viaje por etapas, un mes aproximadamente cada año, dejando la moto allá, volar de vuelta a casa y continuar el viaje al año siguiente, en principio sería un proyecto a tres años.

Así que, con la decisión tomada, era el momento de comenzar la planificación.

El primer paso era buscar una moto para hacerlo, necesitaba algo muy fiable, relativamente económica y cómoda para dos personas ya que llevaría acompañante.

Armenia's Silk Road

Después de mirar varias opciones finalmente mi elección sería una Honda Varadero 1000, una moto cómoda para hacer tiradas largas, fiable, y a su vez bastante económica.

Llegaba el momento de planificar el itinerario, existen tres opciones normales para alcanzar Asia central. La más fácil y rápida es por el norte, atravesar Europa, Rusia hasta la ciudad de Astracán, y luego cruzar Kazajistán y Uzbekistán.

Otra opción es ir por Turquía, para luego poner rumbo al norte cruzar la cordillera del Cáucaso a través de Georgia y Rusia para alcanzar Kazajistán; la tercera opción la más bella y cargada de historia y por la que finalmente me decantaría es por el sur, a través de Irán, Turkmenistán y Uzbekistán.

Una vez decidida la ruta llegaba el momento de ponerse manos a la obra con la burocracia, visados, cartas de invitación, seguros y un largo etcétera que provocan que varios meses antes de emprender el viaje ya estés de lleno inmerso en él.

Lo más difícil sin duda ser capaz de conseguir el visado de Turkmenistán sin morir en el intento, razón por la cual la mayoría de los viajeros evita este país.

¡En marcha!

Día 31 de agosto, salgo de trabajar a las dos de la tarde, una ducha rápida para despejar un poco y en menos de una hora ya estamos en marcha, ¡a esto se le llama exprimir al máximo las vacaciones! Después de tres días de viaje, Estambul nos recibiría con lluvia, aquí tomaríamos un día de descanso, sería incapaz de pasar por aquí sin disfrutar de esta maravillosa ciudad que tanto me gusta. Después de ese merecido descanso, al día siguiente al alba estábamos cruzando el estrecho del Bósforo. Un año después estábamos de nuevo en Asia.

Estatua Madre Armenia

Los siguientes días serían de trámite cruzando Anatolia central, nos hubiera gustado detenernos en la Capadocia, que ya la conocíamos de otros viajes, pero esta vez nos habíamos planteado llegar a Georgia en el menor tiempo posible.

Desde el año 93 Armenia y Turquía mantienen sus fronteras cerradas lo que nos obligaría a realizar una pequeña incursión en su país vecino.

En Georgia comenzarían los primeros tramos off road del viaje, entraríamos en el país a través de un remoto paso  fronterizo al lado del lago Kartsakhi, pasada la frontera en el primer pueblo cogeríamos una pista de tierra que atravesando varios pequeños pueblecitos, donde pudimos ver la forma de vida en la Georgia más profunda, nos dejaría muy cerca ya de Armenia, llegando a rodar por el país apenas cincuenta kilómetros.

Una vez pasada la frontera el paisaje ya cambia bastante, sigue siendo montañoso pero mucho más seco que la verde Georgia.

En Armenia haríamos una parada de un día para visitar la capital Ereván, cuyo principal atractivo es la estatua gigante de la madre Armenia, y que domina la ciudad desde lo alto de un cerro. Fue creada en el año 1962 en sustitución a la de Josef Stalin, lo que nos recuerda el pasado comunista de esta región transcaucásica, en su día perteneciente a la antigua URSS.

Dejaríamos atrás la capital para continuar hacía el sur, parando a hacer una visita al monasterio de Khor Virap, lugar de peregrinación del pueblo armenio, dominado al fondo por el monte Ararat , símbolo del país en territorio enemigo y objeto de un eterno conflicto tanto territorial cómo religioso con su vecina Turquía.

Turkmenistan

Pocos kilómetros después tendríamos el primer percance del viaje, un camión de frente, un coche que intenta adelantarlo, clavo los frenos, y a la vez intento buscar un hueco, una escapatoria en la estrecha carretera carente de arcenes, evito el choque, pero en un abrir y cerrar de ojos un fuerte golpe por detrás nos lanza fuera de la carretera. A pesar de todo consigo evitar la caída, parece que el coche que nos precedía, un viejo Lada, no posee las cualidades de frenado de la Varadero. A pesar del fuerte golpe sólo nos destrozaría la maleta izquierda, que días más tarde repararíamos en Irán.

Irán fue una de las sorpresas del viaje, unido a su gran patrimonio histórico, como el bazar de Tabriz, el más antiguo del país, declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco. Sin duda lo más sorprendente de este país son sus gentes. Se dice que es el segundo país con la población más hospitalaria del mundo, es triste leer, en estos tiempos en que el mundo mira hacia el otro lado, que ese ránking lo encabeza la población Siria.

Creo que no exagero sí digo que podríamos haber cruzado el país sin gastar ni un sólo rial en alojamiento y comida.

Tras varios días viajando por el país llegaba el momento de abandonarlo para entrar en Turkmenistán.

Turkmenistán

Turkmenistán fue durante muchos siglos una encrucijada de civilizaciones, lugar de paso de las caravanas de la ruta de la seda, perteneció a la unión soviética hasta la disolución de esta, fue en ese momento cuando lograron su independencia, que daría paso a lo que es hoy en día, una de las dictaduras más represoras del mundo, a la altura de Corea del Norte.

Conseguir un visado de tan sólo cinco días para cruzar el país fue sin lugar a dudas lo más difícil de la planificación del viaje.

Estatuas de oro de Asghabat �

A mediados de septiembre entrábamos en el país por la frontera de Gaudán, unos kilómetros al sur de la capital Ashgabat, nada más atravesar la valla fronteriza ya nos daríamos cuenta de lo que nos esperaba, militares por todas partes, control exhaustivo del equipaje, revisión de las fotos de la cámara y los móviles y gritos de un superior excéntrico que tenía amedrentados a los pobres soldados que apenas superarían la veintena. Nos vemos obligados a describir la ruta completa por el país, los hoteles donde íbamos a dormir, etc..  Después de varias horas por fin nos dejan marchar, con una última advertencia, prohibido parar hasta llegar a la ciudad.

Una vez atrás la frontera, la carretera serpentea por las montañas antes de dar paso al inhóspito desierto de Kara-khum, el más grande de Asia Central y que ocupa casi la totalidad el país.

Según vamos descendiendo las montañas, mis retinas se quedan clavadas en una imagen, una enorme mancha blanca domina el horizonte, como si de un espejismo se tratara. Asghabat fue levantada en un oasis a las puertas del desierto, según vamos entrando por sus inmensas avenidas vacías de coches, más irreal nos parece, enormes edificios de mármol blanco por todas partes, fuentes, estatuas de oro…

Turkmenistán es un país árido, una tierra pobre, pero con un subsuelo plagado de dólares, posee la cuarta reserva de gas más grande del mundo, esta riqueza unida a las excentricidades de un dictador da lugar a una ciudad surrealista como Asghabad.

Dejaríamos atrás éste decorado, para adentrarnos en el desierto de Kara-khum que deberíamos cruzar de sur a norte por la única carretera que atraviesa el país, carretera por llamarlo de alguna forma, más bien se asemeja a un queso gruyere, repleta de enormes agujeros, que me obligaría a mantener una media de no más de 30 km/h si quería salir con la moto entera del país; sólo pensar en una avería aquí, instintivamente ya me hacía cortar el gas.

Nuestra siguiente parada sería para visitar la atracción turística del país, el cráter de Darwaza, también conocido como la puerta del infierno.

Cráter de Darwaza

En el año 1971 durante unas prospecciones de gas, un grupo de geólogos soviéticos vieron cómo su campamento era engullido por la tierra, acababan de descubrir una cavidad subterránea de la que manaba gran cantidad de gas, no se les ocurrió nada mejor que plantarle fuego, creyendo que se extinguiría en un par de días, hoy casi cincuenta años después, el gas sigue manando y el cráter continúa en llamas.

Después de pasar la noche en una jaima al lado del cráter, al día siguiente temprano continuaríamos nuestro viaje hacia el norte. Pocos kilómetros antes de la frontera con Uzbekistán el paisaje cambia radicalmente, dejamos atrás la soledad del desierto para dar paso a los primeros campos de cultivo de algodón, que luego nos acompañarían durante muchos kilómetros a lo largo Uzbekistán.

A la vez que los campos de algodón dominaban el paisaje, comenzaríamos a ver los primeros canales de irrigación, procedentes de uno de los cursos de agua más grandes de Asia Central, el Amu Daria, lo que nos recuerda la mayor catástrofe ecológica provocada por la mano del hombre, la casi extinción del mar de Aral debido al desvío masivo del agua de su principal abastecedor para su aprovechamiento en los campos de algodón.

Después de cuatro días de viaje por Turkmenistán y a pesar del férreo control, abandonaríamos el país con un buen sabor de boca. A pesar de que ser reacios a relacionarse con nosotros, quizás por miedo debido a la opresión que la dictadura ejerce sobre ellos, los habitantes de estas tierras nos demostraron, al igual que en toda Asía Central, tener un corazón noble.

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En Uzbekistán visitaríamos las tres perlas de la ruta de la Seda.

Nuestra primera parada sería en la ciudad de Khivá, en el pasado lugar de descanso y comercio de las caravanas de la Ruta de la Seda, antes de enfrentarse al desierto de Kara-khum.

Una ciudad que parece sacada de un cuento de las mil y una noches, construida casi por completo en barro y adobe, un lugar mágico, donde al pasear por sus calles te da la sensación de estar viajando en el tiempo. Continuaríamos nuestro viaje ahora de nuevo rumbo al sureste en busca de la ciudad de Bukhará.

Si Khivá nos había sorprendido, Bukhara nos enamoró, mezquitas, cúpulas, enormes minaretes, madrasas, bazares, un conjunto arquitectónico grandioso, que todo junto da lugar a la ciudad más hermosa de la Ruta de la Seda.

Nos despediríamos de Bukhara con la promesa de volver algún día, apenas trescientos kilómetros nos separaban de Samarkanda, el icono de la ruta de la Seda, encrucijada de culturas, la ciudad del gran Tamerlan.

Ruta de la Seda

Existen dos lugares que por su transcendencia en la historia de los grandes viajes de las caravanas que cruzaban el mundo en la antigüedad, que sólo leer su nombre en un mapa me produce escalofríos, uno es Tombuctú la ciudad de los Tuareg, puerta de entrada a las arenas del Sahara, y el otro sin duda Samarkanda una encrucijada de culturas en mitad de Asia.

Quizás porque tenía muchas expectativas puestas en ella, Samarkanda me decepcionó un poco, vimos una ciudad grande, con edificios de la época soviética, que absorbieron la ciudad antigua -nada que ver con Khiva y Bukhara-, que conserva su casco histórico apartado del feísimo de las edificaciones de la antigua URSS.

Sin embargo contemplar el atardecer sentados en la escalinata que da acceso a la plaza del Registán es todo un espectáculo para los sentidos.

La siguiente jornada de viaje sería una etapa de tránsito para alcanzar Dushambé, la capital de Tayikistán, donde tomaríamos un día de descanso cogiendo fuerzas para entrar en el reino de las montañas y afrontar la parte más dura del viaje, la Pamir Highway que a lo largo de más de mil doscientos kilómetros se abre paso a través de  la imponente cordillera del Pamir.

Aunque tan sólo doscientos ochenta kilómetros nos separaban de nuestro siguiente destino, Kalai-khum, abandonaríamos Dushambé con las primeras luces del alba conscientes de lo que nos esperaba. Existen dos caminos para alcanzar este pequeño enclave a orillas del río Panj: por el sur pasando por la ciudad de Kulob, el más rápido y transitable, o bien por las montañas a través del Saghirdasht pass.

Cordillera del Pamir

Días antes de nuestra partida, leíamos en Horizons Unlimited, el foro de viajeros por excelencia, que un atentado terrorista había acabado con la vida de dos ciclistas en la carretera que pasa por la ciudad de Kulob. Esto, unido a que la auténtica Pamir Highway iba por el norte, nos haría decantarnos por cruzar por el Saghirdasht pass.

 

No sería precisamente un camino de rosas ni el lugar más indicado para una moto de más de doscientos setenta kilos cargada hasta las trancas y con dos personas a bordo. Invertiríamos todo el día en completar este tramo, llegando a Kalai-kum exhaustos, con las últimas luces del día.

Antes de irnos a dormir teníamos un bonito trabajo pendiente. Meses antes un buen amigo había pasado por aquí. En un paseo por el pueblo después de un duro día, se había quedado prendado con la humildad y buen corazón de los niños que pueblan esta remota región del Alto Badakhshan, lo cual había inmortalizado en fotos, haciéndonos el encargo de entregárselas a cada uno de ellos. Ver esas caras de alegría a medida que les íbamos entregando las fotos en las que salían retratados, fue para nosotros uno de los momentos más emotivos del viaje.

Gran Amu Daria

Los siguientes días viajaríamos siempre a orillas  del río Panj, que trae sus aguas de las alturas de la cordillera del Pamir, y que junto con el Vajsh da origen al gran Amu Daria, con el que habíamos tenido el primer encuentro unos días antes nada más entrar en Uzbekistán y que hace de línea fronteriza con Afganistán.

Durante varios días viajamos pegados a este país del que por desgracia tanto se habla en occidente. Cabe decir que en ningún momento tuvimos sensación de inseguridad, en ocasiones cuando hacíamos alguna parada para contemplar las pequeñas aldeas afganas, se nos encogía el corazón viendo cómo nos saludaban con la mano en el pecho desde el otro lado del río. Esta región de Afganistán, junto con el valle del Wakhan, es de las más remotas del país. Ese aislamiento quizás ayude a que vivan ajenos a las guerras que a lo largo de la historia asolan su ya de por sí maltrecho país.

 

A la altura de Khorug abandonaríamos la M41 (pamir Highway), para afrontar el duro valle del Wakhan. El asfalto desaparece a mitad del valle dando paso a tramos off road que en condiciones normales no deberían suponer ningún problema, pero que finalmente resultaron letales para nuestra sobrecargada moto.

Valle del Wakhan

A falta de pocos kilómetros de llegar a Langár, última aldea del valle, tras cruzar uno de los muchos bancos de arena que atraviesan la carretera, el amortiguador trasero decía basta. Nada más bajarme de la moto y ver como goteaba aceite, lo primero que pensé es que sería imposible salir del valle sin ayuda externa.

Conseguiríamos llegar al pueblo bien entrada la noche, donde unos lugareños nos ofrecerían un jergón donde dormir. Al día siguiente me levantaría temprano para buscar un medio de transporte que nos sacara a nosotros y la moto de aquel agujero. No sería tarea fácil, en el pueblo no había ninguna camioneta donde entrara la moto, y la única opción era un viejo UAZ de los tiempos de la extinta URSS.

Como si de una partida de Tetris se tratara, desmontamos todo el frontal de la moto, así como los asientos del maltrecho UAZ y conseguimos meter la Varadero dentro. Unas vueltas de manivela para encenderlo y… ¡a media tarde estábamos remontando el valle camino de Alichur!

Cada vez que cruzábamos un riachuelo había que parar para rellenar con una botella el agua del radiador, que vertía como un colador. Una piedra que llevaba yo junto a mis pies hacía de freno de mano; después de repetir varias veces el mismo ritual la coordinación era perfecta: en el momento que el coche paraba, yo me bajaba rápidamente a colocar la piedra en una rueda, y así conseguimos llegar a Alichur, primera aldea ya en la Pamir Highway, bajamos la moto del destartalado 4×4 y dando botes como si de un ciervo se tratara, logramos llegar a dormir a Murghab.

Río Pang

Murghab es la ciudad del Pamir, un ventisquero situado a más de 3.600 metros sobre el nivel del mar. Cuesta imaginar cómo es posible sobrevivir aquí durante los largos y fríos inviernos. Jugó un papel estratégico controlado por los soviéticos durante la época del “Gran Juego” -con este nombre se conoce a la disputa que a lo largo del siglo XIX mantuvieron la URSS y el imperio británico por hacerse con el control de Asia Central-.

A partir de aquí continuaría en solitario, aunque temía que el vástago del amortiguador acabara por romperse debido a la excesiva carga. Mi compañera  se iría hasta Osh en un taxi compartido y yo intentaría llegar allí en solitario con el mínimo peso posible.

A partir de Murghab, la Pamir highway continúa su ascenso paulatinamente hasta alcanzar el mítico Aik-Baital pass, que con sus 4.655 m convierte a la Pamir Highway en la segunda carretera internacional a más altitud del mundo, solo superada por la Karakorum Highway que a través del Khunjerab pass une la región China de Kashgar con Islamabad, la capital de Pakistán.

Recorro ahora un paisaje de ensueño dominado por las grandes moles del Pamir que superan los 7000 m, dejando a mi izquierda el pico Lenin. En mis planes estaba intentar alcanzar su campo base, pero con el amortiguador en estas condiciones tendría que rendirme a la evidencia y dejarlo para otra ocasión.

Moles de Pamir

Después de dejar atrás el paso fronterizo de Kyzyl-Art, continúo por territorio kirguís camino de Sary Tash. Mientras observo por el retrovisor cómo voy dejando atrás la imponente cordillera del Pamir, no puedo evitar detenerme, y pasar largos minutos sentado al lado de la moto observando la más bella imagen que jamás han contemplado mis retinas.

¡Doy gracias a esta moto, en la que he invertido menos de 4.000€ y me ha traído a uno de los más bellos lugares del mundo! Para un gran viaje no es necesario poseer la mejor moto, la más cara, con la última tecnología: no existe lugar lejano, sino viajero con ganas…

Tres días más tarde llego a Bishkek, el destino de esta etapa del viaje, en Osh, la otra gran ciudad de Kirguistán no he conseguido encontrar dónde reparar el dichoso amortiguador, y aquí tampoco lo conseguiría. Dejamos la moto en un lugar seguro y después de pasar un agradable día con un grupo de españoles que han dejado su país natal para establecerse en este bello país, un vuelo con escala en Estambul nos devolvería a la cruda realidad y en sólo dos días estaríamos de nuevo en la rutina de nuestros puestos de trabajo, pero con la mente y el corazón perdido en aquellas montañas de Asia Central.

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

  • albert

    25 julio, 2021 #1 Author

    Enhorabuena por cumplir tus sueños y compartirlo con futuros aventureros.Me ha gustado tu redacción, se nota que te apasiona viajar en moto. nos vemos en la carretera.

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