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Tierras Altas de Soria Tierras Altas de Soria
Yo creía saber lo que era estar solo en el mundo… pero eso era porque aún no había visitado las Tierras Altas. Durante la... Tierras Altas de Soria

fuentes de magaña

Yo creía saber lo que era estar solo en el mundo… pero eso era porque aún no había visitado las Tierras Altas.

Durante la década de los 60, y hasta bien entrados los 80, buena parte de una generación rural abandonó los pueblos para ganarse la vida más allá de la agricultura o la ganadería. La comarca soriana de Tierras Altas (o sencillamente “la Sierra”), vivió este fenómeno de manera particularmente dura. Situada al nordeste de la provincia, pasó de 12.000 a 2.000 habitantes durante aquel periodo, y aunque el desplome demográfico se ha estabilizado, aún hoy sigue contando a la baja.

Algunos autóctonos han vuelto a sus orígenes para vivir tranquilamente su ocaso; otros, los ahora llamados “neorurales”, se instalaron para reinventar sus vidas, pero estos brotes verdes de repoblación no son suficientes para llenar una de las zonas más despobladas de Europa.

De temperaturas rudas, mucha agua y abundantes tierras de pasto, la principal riqueza de la comarca fue la trashumancia. Hoy, este vasto territorio de entresierras acumula decenas de pueblos abandonados, y muchos de los demás pueden contar sus habitantes con los dedos de las manos: San Pedro Manrique, la “capital”, tiene 600 habitantes. Un nativo tal vez pueda darte varias razones de peso para vivir en otro lugar, pero un viajero con ganas de tranquilidad está exactamente donde desea estar.

Entre Ágreda y el puerto del Madero –uno de los más inhóspitos que he coronado-, abandono la carretera nacional 122: desde este momento, y hasta el final de la ruta, sólo habrá dos tipos de carreteras: secundarias “regulares” y secundarias malas.

El castillo de Magaña (s. XI) se alza como una de las fortalezas señoriales más relevantes de la provincia.

Encajonado en el valle del río Alhama, la primera población del camino es Magaña, y su castillo que vigila un lugar tal vez demasiado angosto para el imaginario medieval, pero igualmente soberbio. A pocos kilómetros está Pobar, entidad agregada a Magaña, y que tan sólo cuenta con un habitante… mejor dicho, una habitante, pastora para más señas: a sus veintipocos, se marchó de la ciudad para convertirse en la única habitante estable del pueblo. Algunos periódicos se hicieron eco de su situación, y de hecho a mí me sirvió para situar esta comarca en el mapa… Lo demás vino rodado, es la historia que estás leyendo en este preciso instante.

Tierras Altas de Soria.

Más adelante, otro despoblado de quince casas mantiene un hilo de vida gracias a alguna segunda residencia. En un cerro cercano, la vieja ermita que lo corona ha perdido el techo, desplomándose sobre los bancos, el confesionario, el altar… Ni tan siquiera el mínimo cementerio anexado tiene flores frescas: Dios perdió las llaves de una de sus casas, y yo no le ayudaré a encontrarlas revelando su ubicación.

Las Tierras Altas también son conocidas por sus yacimientos de icnitas (huellas fosilizadas de dinosaurio). En el barranco de Miraflores, cerca de Fuentes de Magaña, pueden contemplarse decenas de huellas de saurópodos; para hacernos una idea de su tamaño, han plantado en un cerro la maqueta a tamaño natural del animal. Leo por ahí que es la más grande del mundo, y si bien es cierto que impresiona, permitidme que sea escéptico con esa afirmación.

La carretera SO-630, fiel compañera desde el inicio de esta ruta, sigue remontando hacia el Norte, discurriendo por valles ondulados en los que se trabaja la tierra. En segundo plano, las grandes alturas de la Sierra nunca dejan de estar a la vista, y cualquier camino te remonta hasta alguna atalaya donde vale la pena echar el pie a tierra, y pensar por enésima vez que esta ha sido una gran “excusa” para sacar la moto.

San Pedro de Manrique

Sobre una colina, las ruinas del castillo de los Manrique anuncian la llegada a la población que adoptó el apellido de aquel noble, San Pedro Manrique. Ya en el pueblo, sorprende ver la gracia con la que han fundido la ruinosa ermita de San Miguel con el cementerio municipal… Pero el verdadero protagonismo del pueblo se revela cada 23 de junio, cuando en un anfiteatro a los pies de la ermita de la Virgen de la Peña se celebra el “paso del Fuego”: jóvenes con los pies desnudos caminan sobre un lecho de brasas de roble, a veces solos, o llevando un pasajero a sus espaldas.

Más al norte, muy cerca ya del límite con Logroño, un breve desvío conduce al despoblado de Aldealcardo. Aquí no hay casas recuperables, todo son paredes en tambaleante equilibrio. Ni tan siquiera la iglesia (ruinosa, vandalizada e incluso con tumbas profanadas) rehúye la sensación de que el techo acabará desplomándose sobre la cabeza del inconsciente visitante. En 1972, el último matrimonio abandonó Aldealcardo, y desde entonces, el expolio ha sido continuo, principalmente para llevarse piedras con las que se reformaron otras casas. Y aunque la maleza continúa ganando terreno, todavía es posible pasear por la antigua (y diría que única) calle, y retraerte a otras épocas de mayor esplendor.

Aldeacardo apenas se mantiene en pie...

La SO-630 se funde con la SO-615. El valle se encajona a la altura de Yanguas, pueblo de interesante arquitectura medieval, presidido por un castillo musulmán. Aquí parte una carretera local que muere en el hayedo de Diustes, nueve kilómetros en los que encontraremos otros dos despoblados: La Mata y Camporredondo.

Llegar a La Mata supone acometer un acto de paciencia y perseverancia: sin bajar de la moto, y a través de un camino, pude llegar hasta un kilómetro de las casas –todas abandonadas-, pero incluso acceder caminando es una empresa complicada. Cuando se marchó el último vecino, en los años 70, aún no había llegado la luz eléctrica.

Camporredondo tiene un acceso más sencillo; un desvío sin asfaltar nos deposita, al cabo de pocos metros, en un quasi-abandono que sin embargo tiene todos los ingredientes para ser idílico. Un gracioso puente de piedra salta un riachuelo y permite el acceso al pueblo, en el que aún se intuye vida de fin de semana en alguna de las casas. Lo demás es un desolado conjunto de ruinas y maleza. Ni siquiera es posible el acceso a la iglesia, sitiada por las zarzas. Camporredondo, como los demás pueblos de la comarca, vivía de la agricultura, pero la introducción artificial de pinares en los años 60 cambió por completo los usos de las tierras, acelerando una despoblación que, quién sabe, tal vez se hubiera podido evitar.

Vuelvo sobre mis pasos hasta Yanguas, y después, me dejo caer por la SO-615 hasta Soria, saliendo de Tierras Altas con la convicción de que esta crónica sólo ha sido una breve introducción, un “picoteo” aquí y allá de lo mucho que te puede mostrar la comarca, y no sólo sobre la moto: senderistas y ciclistas también explicarán maravillas de un rincón anónimo que, si lo deseas, puede ser un “secreto” compartido.

Saludos y buena ruta!

Para Motoviajeros, Manel Kaizen
hoysalgoenmoto.com

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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