Ripio y aventuras por Chile y Argentina
Rutas y viajes 8 agosto, 2021 Quique Arenas 1
Una vez en Buenos Aires y tras una visita a la gran capital, mi compañera de viaje, una flamante Kawasaki KLX 650 nueva, con tan solo 800 millas, me esperaba en MOTOCARE para comenzar viaje.
Tras dejar atrás la capital ,comencé viaje por la 14, también conocida como la “Mercosur”, carretera muy transitada por camiones de gran tonelaje que circulan dirección Brasil o Uruguay. Bordeando este último país fui ganando kilómetros: primero zona de humedales; según iba ascendiendo, el paisaje cada vez iba ganando en vegetación y colorido, hasta volverse completamente selvático y con un fuerte color rojo en su tierra.
Ya cerca de Iguazú, mi primer objetivo, decidí acortar por una poco transitada carretera, los militares argentinos me detuvieron con un “Pare!”, lo típico: documentación, pasaporte, ¿por qué he decidido cruzar por esta carretera?…
Son jóvenes militares de reemplazo y hacen bien su trabajo, todo en orden. Tras unos minutos continúo. Haber tomado este atajo sin duda ha sido un acierto.
Rebaso pequeñas poblaciones, donde sus gentes de raza indígena viven humilde y tranquilamente en pequeñas casas de madera situadas a pie de suaves laderas y rodeados de frondosa vegetación. Desde luego, esta no es la imagen que yo hubiera pensado de Argentina, más bien parece que esté en pleno Centroamérica o en mitad del Amazonas.
Ya en la puerta del Parque Nacional de Iguazú conozco a Javier, un amable motoquero bonaerense que está de viaje con su hijo. Juntos visitamos el parque, recorremos las principales cascadas y nos asomamos a la famosa “Boca del diablo”, la más impresionante de todas. Realmente hay que estar allí para poder apreciar su grandeza, una simple foto no dice nada. El resto del parque lo recorremos en el trenecito que hace de enlace o por pequeñas sendas habilitadas, cruzándonos con cantidad de pájaros, coatíes, lagartos y mariposas de todos los colores imaginables.
También dedico un rato a visitar la ciudad de Foz de Iguazú, que gracias al río Paraná hace de frontera natural con Brasil y Paraguay. Tras rebasar las ciudades de Corrientes y Resistencia, y ya en la provincia del Chaco, me esperaba una larga recta cercana a los mil kilómetros. Más de día y medio tardé en poder cubrirla antes de llegar a la pintoresca ciudad de Salta. Ya en Salta y tras buscar alojamiento para un par de días, me dirigí a cambiar mi maltrecho neumático trasero; sin duda el calor y la monotonía de la famosa recta habían podido con él… División Dos Ruedas fue la encargada de montarme un ahora sí duro y kilométrico Michelín Sirac.
Visité la ciudad de Salta y realicé una excursión hacia el norte de la provincia, rebasando el bonito puerto de la Caldera, San Salvador de Jujuy, Purmamarca y la famosa Quebrada de Humahuaca, donde disfruté rodando por pistas de tierra, por sus montañas de fuerte color rojo y gigantescos cactus. La siguiente etapa sin duda fue una de las que más disfruté en este viaje. Por fin iba a rodar por la mítica, ripiosa, solitaria y dura Ruta 40.
Superé la polvorienta y rota Cuesta del Obispo, en San Antonio de los Cobres paré para coger fuerzas y comer las mejores empanadillas de todo el viaje y de paso comprar la hoja de coca -legal allí-… Estaba por encima de los 4.500 metros y el mal de altura empezaba a pasar factura.
Dejé a mi derecha el desvío que lleva hacia la segunda carretera más alta del mundo, el Abra el Acay, el cual desistí a coronarlo tras informarme del muy mal estado de su subida. Otra vez será.
Visité el Viaducto de la Polvorilla, por donde pasa el hoy turístico “Tren de las Nubes”, y continúe luchando por la 40, vadeando pequeños riachuelos, hinchándome a baches, polvo y arena. En uno de estos arenosos tramos, pese a verlo, perdí en control de mi Kawa y juntos nos fuimos al suelo, con tan mala suerte de que la moto quedó en una posición que me era imposible levantarla…¿Qué hago ahora? ¡Esperar a que pase alguien, no hay otra! De pronto, a lo lejos veo una pequeña casa enclavada en una ladera, me parece ver a alguien y tras una buena pateada me acerco, me recibe un hombre de unos sesenta años al que pido auxilio. El señor no me puede ayudar, me dice que ya está muy mayor y que no va a poder levantar la moto… bueno, pues nada, a esperar se ha dicho. De nuevo en la pista y harto ya de esperar, aparece un hombre con su esposa montados en un ciclomotor… “¡Pare!, ¿por favor me puede hechar una mano?” No hace más que bajarse de su montura y mi moto ya está en pie, ¡el tipo desde luego está cachas! ¡La ha levantado él solo y con una mano! Le pregunto cómo lo ha hecho y me dice… “nada, ¡tiré del manubrio!”… Le ruego que acepte una pequeña propina, la acepta, la merece, ¡me termina de sacar de un buen marrón!
Ya por encima de los 5.000 metros por fin llegó a la población de Susques, donde me alojo en un más que aceptable hotel, aunque con una extraña sensación de cansancio, dolor de cabeza y malestar; sin duda he pillado un buen mal de altura… Me encuentro fatal y decido tras una ducha meterme en la cama. No funciona. No hay manera de pegar ojo; me levanto a ver si ceno algo ligero, pero tampoco me entra la comida. Aparece la propietaria del hotel y le comento el tema… “ah, no te preocupes, te voy a preparar una buen mate doble de hoja coca y verás como puedes descansar”… Dicho y hecho, ¡mano de santo!
Tras el merecido descanso toca continuar. Me dirijo a cruzar a Chile por primera vez por el cercano y ya asfaltado Paso de Jama; tras el papeleo y registro rutinario consigo cruzar y me adentro en el que es el desierto más árido del planeta, Atacama. Durante más de 150 kilómetros voy rodando entre áridas montañas de más de 5.500 metros, cruzo la reserva nacional de Flamencos y varios pequeños salares. El paisaje es totalmente inhóspito y de aspecto lunar. Pese a relucir el sol y estar en primavera llego a San Pedro de Atacama totalmente muerto de frío.
Me paso toda la tarde de pueblo en pueblo buscando alojamiento pero no hay suerte, todos los hoteles, hostales y similares en los que pregunto están llenos. Esta zona es muy rica en minería y está ocupado todo por trabajadores. Ya prácticamente de noche y con el Pacífico delante mía llego a la ciudad de Antofagasta y me dirijo hacia su zona centro para buscar alojamiento. En el primer hotel que pregunto parece que tienen habitaciones libres y el precio que me dan me gusta, pero cuando le comento que la moto tiene que dormir en un sitio seguro me dicen que no disponen de parking y que no conoce ninguno por la zona ni a nadie que me pueda hacer el favor de guardar mi moto. Continúo buscando y en la calle de debajo consigo por fin cama; casualmente a apenas 100 metros hay un parking de pago donde decido dejar la moto. Los del anterior hotel se ve que no tenían muchas ganas de trabajar.
Visito la “Mano del desierto”, situada a 80 kilómetros al sur de Antofagasta. Toca echar gasolina. Allí coincido con un matrimonio de motoristas británicos que viajan en sendas KTM 990 y BMW 650. Enseguida entablamos conversación y decidimos continuar viaje juntos hasta la siguiente parada en Bahía los Ingleses, donde hacemos noche en un camping que hay en la playa.
Me despido de los británicos, ellos viajan sin prisas –¡qué suerte!- pero yo tengo un buen trecho por delante aún y debo adelantar lo máximo posible, las carreteras del sur no sé cómo están y no debo entretenerme. De nuevo cruzo a Argentina, la verdad que ya la echaba de menos. Chile es precioso pero Argentina y sus gentes me tienen cautivado. Cruzo por el paso de Cristo Redentor: mucho tráfico y mucho camión de alto tonelaje. Una vez arriba y tras ascender el sinuoso Paso de Caracoles visito el Parque Nacional que alberga la montaña más alta de todo el continente americano, el Aconcagua, y el turístico Puente del Inca.
Ya estoy en Mendoza, la idea es entrar en la ciudad para encontrar alojamiento. Me agobio de tanto trafico y decido continuar dirección sur hasta encontrar mejor un pueblecito donde pasar la noche. En Tunuyán encuentro un camping donde alquilo una fantástica cabaña familiar para mí solo. A cenar un buen asado y a dormir, mañana más.
Y tanto que más… la moto no quiere arrancar. Es la primera vez que falla. Compruebo bornes de la batería y todo lo que se me ocurre pero no hace ningún amago. A empujón, con la ayuda del señor del camping tampoco hay manera… el suelo es de tierra y no hay ninguna cuesta por donde poder lanzarme. Hablo con el amigo del camping para que me eche una mano: avisa a dos amigos que tienen un taller y vienen en un pick a mi recate. Se llaman Marcelo y Guille, son apasionados del enduro y tienen un pequeño local donde arreglan sus motos. Es la batería, de eso no hay duda, así que la dejamos cargar durante más de medio día y no llega a la carga óptima para que aguante. Entre mates, risas y batallas pasamos todo el día en el taller. También llaman a Kawasaki en Mendoza, pero no tienen recambio: “Marco, si te parece vamos a dejarla toda la noche cargando y mañana veremos, ¿ok?”
Mientras tanto, Guille marcha y aparece al rato cargado con unos buenos cortes de carne argentina y Marcelo dice que él pondrá una buena botella de vino de Mendoza, y cómo no, ¡una botella de Fernet! ¡Esta noche fiesta, a disfrutar de un buen asado! “En caso de que no recupere tu batería, mañana pondremos una que tengo yo por aquí que te puede valer”, me dicen. Como buenos anfitriones, por supuesto no dejaron que pagara nada.
Y así fue, al día siguiente montamos su batería y gracias a ellos pude continuar viaje. ¡Gracias amigos por vuestra gran hospitalidad!
De nuevo en la 40, de nuevo por el ripio. Rebaso Malargüe y Chos Malal hasta llegar a la preciosa ciudad de San Martín de los Andes, donde paso la noche.
Para hoy me espera una bonita etapa, el Parque Nacional Lanín, Nahuel Huapi, Villa la Angostura, la región de los Siete Lagos y, finalmente, San Carlos de Bariloche. Me paso todo el día rodando entre preciosos lagos, bosques y altas montañas, con sus cumbres nevadas.
Una vez rebasada la ciudad de Esquel, cruzo de nuevo hacia Chile; por fin voy a recorrer un tramo de la Austral, otro de los alicientes de este viaje. Futaleufú es el primer tranquilo pueblo que me recibe. Lo primero es conseguir pesos chilenos. Tras preguntar, me comentan que en una pequeña tienda me pueden cambiar moneda. Me acerco, es mi única opción, pero la verdad no salgo muy contento. El tipo de cambio que me ha hecho la señora es un poco excesivo y para colmo me ha tratado como si me estuviera salvando la vida. Aparte de su nula simpatía. Afortunadamente, tras conseguir una humilde pero confortable habitación en una casa de huéspedes, salgo a buscar algún sitio para cenar algo y encuentro un restaurante que la verdad tiene muy buena pinta. Es todo de madera y muy bien decorado y su cocina maravillosa. Disfruto del mejor salmón de mi vida regado con mi primer Pisco Sour y buen vino chileno.
Este día madrugo un poco más de la cuenta, estoy ansioso por comenzar a rodar por la Austral. La verdad, todo lo que me habían contado sobre esta carretera es cierto. Transcurre entre cercanas montañas, el ripio de su serpenteante y solitaria carretera da mucha confianza ya que está muy compactado y permite circular a una velocidad óptima. No paro de cruzar pequeños puentes de madera, y lo que más me llama la atención es la frondosa vegetación que me rodea; parece que se quiera comer la carretera. Sin duda por estos parajes llegas a sentirte un explorador.
Por delante tengo una larga etapa. Parto de Bajo Caracoles con el depósito de mi moto lleno hasta arriba y aparte un bidón de dos litros -por si acaso-. Este tramo de la 40 está sin asfaltar y para colmo está todo en obras. Me paso todo el día entrando y saliendo de la supuesta carretera por pequeños desvíos. Llevo más de cuatrocientos kilómetros y me huelo que no me alcanza con el combustible que tengo. Por suerte, en uno de los laterales de la “vía”, encuentro un par de contenedores que hacen de vivienda a los trabajadores de la futura carretera y ellos me venden un par de litros de “nafta”, suficientes para poder llegar a mi siguiente destino, un pequeño pueblo llamado Tres Lagos.
Al despertar me encuentro de nuevo con el mismo problema: si quiero llegar hasta El Calafate, tendré que conseguir más “nafta”. Un señor me termina vendiendo un par de litros, no tiene más. Me tocará circular a una velocidad muy moderada si no quiero quedarme tirado. Un cartel me indica que apenas a treinta kilómetros tengo la ciudad de El Calafate y la ansiada gasolinera. No va a haber suerte, mi moto se para. ¡Me quedo tirado! Me toca hacer autostop, y en apenas quince minutos de espera, un matrimonio de turistas alemanes me recoge y se acercan hasta la ansiada IPF. Consigo un bidón y de nuevo a hacer autostop, esta vez en dirección contraria para recoger a mi querida compañera de fatigas.
Hoy toca visitar el imponente glaciar Perito Moreno, otro de los grandes atractivos turísticos de Argentina. Situado en el Parque Nacional de los Glaciares. He entrado al parque a última hora de la tarde y eso me permite pasear por la zona y poder disfrutar de las vistas prácticamente en solitario. Cuando te encuentras delante de aquel kilométrico tocho de hielo delante tuya,la verdad, te deja sin palabras. ¡Impresionante!
Más ripio y más 40… De nuevo entro en Chile para hacer noche en la costera ciudad de Puerto Natales. Al día siguiente vuelvo a coger otro bonito tramo de la Austral para visitar la cueva del Milodón y a continuación acercarme al Parque Nacional de las Torres del Paine, que finalmente no visito debido a lo feo que está el día.
Estoy ya en la parte más al sur del continente y todo lo que me habían contado se hace realidad. El frío y el fuerte viento reinante en esta zona hacen realmente duro el seguir avanzando. Harto de pasar penalidades y antes de lo previsto paro en el pequeño pueblo de Morro Chico para hacer noche; mañana será otro día.
La climatología no ha cambiado pero hoy toca apretarse el cinturón y hacer kilómetros, cada vez que paro a descansar o a echar un cigarrillo se convierte en toda una odisea, primero para apoyar bien los dos pies en el suelo, después bajar con mucho cuidado de la moto en sentido desfavorable al viento, al mismo tiempo contrapesarla fuertemente contra el suelo para clavar bien la pata de cabra y que el aire no la tire… ah, y luego encender el cigarrillo mientras sujeto la moto…
Por fin llegó al Estrecho de Magallanes. Desde allí cogeré una barcaza que me llevará hasta la ansiada isla de Tierra del Fuego; de nuevo más ripio y más viento, me paso todo el medio día conduciendo con la moto inclinada hasta la argentina ciudad de Río Grande, donde la moto besa el suelo por segunda vez en este viaje, y donde por segunda vez también me toca pedir ayuda para levantarla. Ya no hay excusas, ¡al volver a España me tocará apuntarme a un gimnasio!
En mi ultimo repostaje antes de llegar a Ushuaia, en la ciudad de Tolhuin, la moto no quiere arrancar. Ya estamos de nuevo con la batería… me acerco empujando mi cargada máquina a un cercano taller. Estoy reventado y muerto de frío. Me atiende un joven mecánico que está metiéndole mano a su coche de rallys; me dice que solo entiende de mecánica, que de la parte eléctrica no se entera, así que me pongo a investigar. Mi teoría es que la nueva batería -libre de mantenimiento- parece que ha tenido una fuga y lo soluciono añadiéndole un poco de líquido. La moto arranca, pero aún así falla. Apenas pasa de 80 km/h hora, pero por fin llego a ¡Ushuaiaaa! ¡Lo he conseguido, estoy en la ciudad más austral del mundo!
Me alojo en el primer hostal que encuentro, está en buena zona, he tenido suerte. Su amable dueño, de descendencia española, me cede una habitación superior a un precio razonable y para colmo su sobrino es piloto del Nacional argentino de enduro. Me tratan como a uno más de la familia. Me aconseja un taller para poder llevar la moto a revisión. A la pobre, tanta tierra le había pasado factura y tenía el carburador y el filtro totalmente obstruidos; aprovecho para hacerle un merecido cambio de aceite.
Durante los tres días que paso en Ushuaia me dedico a hacer turismo y disfrutar del maravilloso entorno, me doy un garbeo en barcaza por el canal Beagle, paseo por sus calles, subo a ver el pequeño glaciar de Upsala, el museo naval, el famoso presidio y cómo no, me acerco a la Bahía Lapataia para hacerme una merecida foto en el cartel que anuncia “Aquí termina la ruta 3. Buenos Aires, 3.079 km – Alaska, 17.819 km”.
Ahora de nuevo hacia Buenos Aires, en apenas tres días tengo que devolver la moto, así que toca terminar de apretar el culo para cubrir los algo más de 3.000 kilómetros que aún me quedan hasta la capital.
Texto y fotos: J.L. Marco / www.marcoenmoto.com
Vicente
10 octubre, 2021 #1 AuthorPerfecta descripción del. Viaje, como siempre el. Amigo Marco y sus viajes y aventuras, grandes rutas en silencio.
Un saludo