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Pirineos y Alpes Marítimos en moto Pirineos y Alpes Marítimos en moto
Pirineos y Alpes Marítimos en Royal Enfield. Hay proyectos que surgen en el interior, desde adentro hacia afuera y van creciendo como la espuma... Pirineos y Alpes Marítimos en moto

Transpirenaica en moto: en el Cabo de Creus, el punto más oriental de la Península.Pirineos y Alpes Marítimos en Royal Enfield.

Hay proyectos que surgen en el interior, desde adentro hacia afuera y van creciendo como la espuma de una cerveza que se ha volcado en un vaso sin mucho cuidado. Hay ideas que nos persiguen ya desde bien temprano y nos cercan el pensamiento con imágenes y ensoñaciones cuando vamos en el coche camino del trabajo. También hay necesidad de crecer, de conocer, de explorar, de sentir, de vivir la naturaleza, adquirir destreza, de vencer a los miedos y enfrentarse a los peligros. Siempre he creído que un motorista es una especie de poeta porque pone su vida en riesgo, se lo juega todo por un sentimiento y una pasión y aunque sabe que su vida está expuesta, goza de cada curva atesorando la fragilidad de su existencia.

Todo empezó con un espíritu semejante, con las mismas inquietudes y amor por las dos ruedas. Queríamos embarcarnos en una aventura con nuestras motos, hacer un viaje. El destino no era lo más importante. De hecho fue cambiando en varias ocasiones, sobre todo por las limitaciones de la pandemia. Queríamos ir lejos, seguramente inspirados por los youtubers aventureros que han sembrado en nosotros esas ganas de descubrir (y eso que hay zonas muy guapas alado de casa que ni conocemos).
A Víctor lo conocí en la universidad. La verdad es que la primera impresión que tuve de él era de macarra. De un tío mazado que hacía boxeo a juzgar por su tabique nasal. Cuando eres joven cometes muchos errores como juzgar a las personas por su apariencia ¡Qué equivocado estaba!
Un día empezamos a hablar de hacer un viaje y prácticamente un año después nuestro destino ya estaba definido. Íbamos a cruzar los Pirineos y los Alpes Marítimos. La idea era avanzar en gran medida por pistas de montaña para, de ese modo, llegar a sitios de naturaleza espectacular que a los dos nos gustan. Las monturas: una ROYAL ENFIELD Himalayan y una BMW GS 850.
La primera etapa de nuestro viaje comenzaba en el faro de Higuer en Hondarribia. Yo había salido un día antes haciendo noche en Donosti en casa de mis tíos, así que el sábado 24 de julio llegué media hora antes de tiempo a mi cita con Víctor en el faro. La subida antes de llegar es una carretera muy bonita con buenas curvas, recuerdo subir emocionado y a la llegada coincidir con al menos treinta moteros que iban a salir del mismo punto que nosotros ¡Qué ambientazo!

Transpirenaica en moto.
Cuando emprendieron la marcha me quedé solo, esperando la llegada de Víctor y pensando: “un año, un año preparando esto y aquí estamos hoy” bueno estoy, porque este cabronazo viene tarde el primer día…
Suena un motor bicilindrico entre las curvas ¡tiene que ser él! ¡Efectivamente! Baja de la moto y nos damos un abrazo. Tomamos un café con los mapas desplegados sobre la mesa. El Pirineo lo vamos a dividir en el sector aragonés y el sector catalán. Comentamos la ruta e iniciamos la marcha.
Lo más destacado de la primera jornada es la emoción de la salida, el barro que encontramos en los hayedos de Navarra que nos retiene dos horas para avanzar cuatro kilómetros, tremendo esfuerzo pero estamos llenos de energía.
También el primer día decidimos hacer acampada libre. Montamos las tiendas en lo alto de la montaña, unas vistas espectaculares. Mientras cocinamos la cena a la luz del fuego, la única que nos permite ver, oímos ruidos a la espalda provenientes del bosque.
Nos levantamos acojonaos y enfocamos con las linternas hacia el bosque. Vemos claramente cuatro ojos brillar en la oscuridad. La Virgen santa qué susto… nos morimos de la risa al ver que son dos vacas que habían venido a curiosear.
Los siguientes días son similares. Mucha moto desde por la mañana, paisajes espectaculares a medida que nos vamos adentrando en el Pirineo.
Descubro que Víctor y yo tenemos ciertas diferencias en cuanto al ritmo de viaje. A mí me gusta salir más temprano, madrugar más y parar menos. Víctor quiere ir más tranquilo, parar más en los sitios y tomarse ochocientos cafés al día con su respectivo pitillo. Los primeros días me agobio un poco, porque creo que a ese ritmo no llegamos.

Transpirenaica en moto: Canfranc.
Lo más destacado de los siguientes días es la llegada a la Estación Internacional de Canfranc. Es un sitio que merece la pena visitar. Ver la inmensidad de esa construcción en ese contexto geográfico, un valle que ha sido modificado por el ser humano para hacer posible un edificio increíble.
Destaca también en estas jornadas la subida al lago de Urdizeto. Un ascenso por pista increíble hasta los 2.600 metros. Llegamos a la cumbre y comemos junto al lago.
Seguimos avanzando a través del Pirineo, saliendo del sector aragonés y adentrándonos cada vez más en el área catalana. Recuerdo en esos días llegar a Viella, pueblo precioso y Baqueira Beret. En esa zona hay unas pistas de montaña espectaculares, algunas de las cuales discurren por las estaciones de esquí. Destaca la pista de Chia a Plan y la llamada de Espot, increíbles ascensos, que regalo para la vista.
Las motos se están portando de maravilla, un poco de grasa para la cadena, gasolina y a funcionar. Víctor apodado por un servidor como “El Purista” se niega a lavar la moto en todo el viaje. Se ríe cuando le llamo idealista. Lleva encima dos móviles que no dejan de sonar, a los que contesta con resolución y da órdenes y directrices al otro lado del cable. Es un auténtico bussines man, le bautizó el resto del viaje como Bisman de los Pirineos.
Es un tío duro este Víctor. Ha llegado sin entrenar nada, bastante dejado el tío, pero la madre que lo parió, no se queja nada, va para adelante con valor y también se bebe cinco litros de agua por pista.
Lo más memorable de las siguientes jornadas es la llegada a Andorra monte a través.

Transpirenaica en moto: la foto que no puede faltar.
Ascendemos por carretera secundaria a un pueblo cuyo nombre simplemente no recuerdo aunque quiero. Empieza una pista. Yo como siempre miro el mapa topográfico. ¡Ojo, cuidado! Pista muy larga, en mitad de la nada, son las 18:30 de la tarde, le digo a Víctor: “tío, es tarde, esta pista es larga, no se qué hacer. ¿Hoy o mañana? Bisman me mira fijamente fumando y sentado en una piedra. El cabronazo no se quita ni la chaqueta al pleno sol de agosto, que calor hace, este tío es de piedra…
Pasan dos del pueblo con pintas de hippies, bastante rarillos, les preguntamos: “¿esta pista qué tal está, cuánto se tarda? La mujer debe rondar los treinta y siete años, se hecha las manos a la cabeza: “¿por ahí en moto?” “No podéis, esta muy mal el camino, son cuarenta kilómetros muy malos”. Bisman pregunta desde la misma piedra apurando el pitillo más o menos a 900 grados centígrados y aún con la chupa de BMW: ¿seguro que no se puede? La mujer continúa argumentando que en moto imposible. Yo atiendo a la conversación entre Bisman y la Hippie. Pienso: “no sé, a mí esta tía no me inspira mucha confianza, cierto es que es del pueblo y es innegable que conoce el entorno, evidentemente, pero algo dentro de mí me dice que no tiene ni idea y me están dando ganas de darle un cabezazo en la tiza del ojo”. Se marcha la mujer, nos miramos. ¡Hay que darle!
Nos metemos en una pista salvaje, más larga que un día sin pan, en mitad de la nada. Yo en cabeza abriendo gas porque se está haciendo muy tarde, de vez en cuando paro para ver si este me sigue. Las 20:30, las 21:00… empieza a entrar inquietud, nos pilla aquí la noche, a qué altura estaremos, siempre puedo despellejar a Bisman y abrigarme con él.
Finalmente y de un modo épico llegamos a lo alto de un puerto de montaña ¡estamos en Andorra! Qué alegría más grande…
Lo más memorable de la jornada también fue hacer cumbre en el mítico Pic Negre de Andorra, a 2.800 metros.
La subida es “difícililla”, mucha pendiente, muy rota. Hay que llevar inercia, velocidad para superar los obstáculos y maniobrar a la vez para llevar la moto por donde toca. Desde mi punto de vista lo que llamo “un complet” ready para el doctor hostia, abres gas más de la cuenta y sales como un pelele de esos que siempre pierden un zapato en el asfalto, dramática imagen de calzado post impacto arrastrando el pecho por la piedrilla.

Coll de la Gallina, Andorra.

En la jornada siguiente terminamos la Transpirenaica. Llegamos a Llanca ya a última hora en el Cap de Creus. Una sensación muy bonita ver el Mediterráneo aparecer detrás de una curva.
Queremos hacer acampada libre en el parque natural, pero a primera vista parece complicado. Le digo a Bisman: “es tarde, aparcamos las motos en ese chiringuito, nos tomamos una cerveza y les preguntamos a ellos que van a saber mejor que nadie dónde acampar y si nos van a crujir con una multa”. Al poco de servirnos la cerveza y preguntar a una camarera muy maja pero que no tenía tanta idea como esperaba, veo que un tío viene hacia nosotros mirándonos…
Avanza con decisión hacia mí, mirándome fijamente. Una sensación algo rara, porque avanza tanto que solo se detiene a escasos 20 centímetros de mi cara. Yo pensando en el último tramo: “no sé si saludarte o meterte un buque por si acaso”.
Dice: “me cuentan que queréis hacer vivac, así que meted las motos en el chiringuito y podéis dormir aquí cuando cerremos, por cierto hacemos unas cenas espectaculares”. Hablamos de nuestro viaje con él tomando una cerveza. Esa noche dormimos bien, en una cala al aire libre y a la luz de las estrellas habiendo cruzado los Pirineos con nuestras motos.

A los Alpes!!!

Transalpina Offroad
Hay días en que los ojos reclaman la distancia que hay en las montañas o en los horizontes infinitos custodiados por el mar.
Hay momentos en los que sientes que tu cuerpo es una mecha muy corta que arde veloz hacia dentro y buscas explotar, sin que ninguna pared detenga la onda expansiva, darle tres vueltas al mundo, estrellarte contra tu propia espalda y caer de rodillas sintiéndote más cerca de la tierra y más pequeño que nunca.
La etapa primera llega a su fin con la llegada al faro del Cap de Creus. Una carretera que serpentea por un paraje rocoso de gran belleza. Bisman y yo avanzamos con el objetivo de llegar al faro pero un corte en la carretera nos lo impide en un primer momento. El vigilante que corta el tráfico se aproxima a nosotros y nos explica que debido al alto riesgo de incendio se ha prohibido el acceso, le explicamos de dónde venimos y lo que significa para nosotros llegar al faro para hacernos la famosa foto y nos indica que esperemos en el arcén a que devuelva los tres coches que venían detrás; no entendemos muy bien pero le hacemos caso.
Cuando nos quedamos solos nos dice: “id hasta el faro, decidle al dueño del bar blanco que vais de parte de Moisés y dadle las matrículas de las motos para evitar la multa por la posible videovigilancia. No nos lo creemos, después de la hospitalidad en el chiringuito la noche anterior encontrarnos con otro derroche de humanidad tan seguido hace que tengamos la impresión de que nuestro viaje es todavía más especial. Igual que con el Mar Rojo y su callado, Moisés nos abre las puertas de la tierra prometida y creo que puedo separar las aguas del Mediterráneo igual que él, solo con la luz que me sale del pecho. Ya en el faro nos hacemos la foto de rigor y los dos sentimos que hemos hecho algo increíble, estamos llenos de ilusión y alegría.
“Oye Bisman, un café y ¿salimos para Alpes? Es que me he quedado con ganas de más, no sé tú”. El tío me responde chocándome el puño con los guantes de la moto puestos, la verdad es que estoy empezando a apreciar mucho a este Bisman, es muy grande. Tenemos dos largas jornadas por delante de carretera nacional, cruzar la frontera a Francia y recorrer toda la Costa Azul hasta la población de Embrun, al pie de los Alpes Marítimos.

¿Hummm... y todo esto con una Royal Enfield? ¡Menuda burrada!
Salimos con ánimo hasta llegar a la frontera donde nos espera un atasco monumental y un calor de justicia. Con el motor parado, la chaqueta encima del depósito, no me atrevo a quitarme el casco porque por detrás hay coches circulando, Bisman como siempre embutido en su flamante traje de BMW impasible hacia el calor, qué guapo está ese traje, la chaqueta siempre me ha parecido una pasada, aunque pesa un quintal.
El tráfico se disipa igual que la niebla en una mañana que abre sus puertas a un día de sol espléndido, abrimos gas, Víctor va delante, él guía por carretera y yo lo hago por montaña, creo que es un buen balance.
La Royal Enfield ruge para seguir el buen ritmo que siempre instaura Víctor, me gusta cómo conduce, no va pisando huevos pero tampoco se pasa de la raya con la velocidad, al fin y al cabo tengo delante a un profesor de moto escuela y se nota.
La idea es llegar hasta Montpellier, más o menos a mitad de camino, sin embargo cien kilómetros antes de Narbona el día cambia completamente. Se desata un viento peligroso, racheado, de 70 km/h, empieza a llover y a relampaguear y para más INRI hay mucho tráfico.
Con cada racha de viento la moto pega unos bandazos increíbles que nos desplazan al menos medio carril a un lado. Voy dentro del casco riéndome, con cada bandazo berreo igual que una colegiala en un concierto de los Gemeliers. Seguimos un rato avanzando pero le hago un gesto a Bisman para que pare en el arcén. “Oye tío, vamos a dejarlo, está la cosa fea, propongo buscarnos un hotel barato por aquí y seguir mañana”. Contesta: “te iba a proponer lo mismo pero me daba rabia ser yo el que lo dijera”, casi me atraganto de la risa con el humo del cigarro, qué personaje.
Hemos parado en un arcén, con hectáreas de viñedos de uvas maduras a nuestro lado, cogemos dos racimos y nos los comemos. ¡Qué buenas están!
Aprovechamos el resto de la tarde para llevar las motos a un taller a que nos tensen la cadena, que ya va tocando. Nunca me ha gustado enredar en el eje de la moto, prefiero que lo haga otro que no tenga las manos tan tristes para labores mecánicas como yo. Esa noche cenamos realmente mal en un hotel en el que el camarero que nos atiende afirma ser español, aunque el cabronazo tiene más acento que Napoleón. Nos traen platos con nombres finolis de los de arrugar el morro para pronunciarlo, pero es chopped.
Amanece la siguiente jornada, estamos descansados, además he podido aprovechar para cargar todos los dispositivos y las baterías del dron, ¡qué ganas de usarlo en Alpes!, si se va a la puta allí es el sitio que menos me importaría, para eso está Ramón.

Un descansito...
Tenemos una larga jornada por delante, ayer no hicimos la mitad del camino, nos ayuda que amanece un día esplendido y salimos bien temprano, conducimos, avanzamos con ilusión unas catorce horas y llegamos a Embrun.
Espectacular cómo va cambiando el paisaje cuando empiezan las montañas. Dios mío qué carreteras, túneles en la roca, horquillas de asfalto perfecto, ríos azules en los que el agua baila con las piedras. Grito como un subnormal dentro del casco “¡Arghhhhh!”
Llegamos a Embrun de noche, el camping municipal tiene la recepción cerrada, estamos bastante reventados y nos recibe un grupo de chavales en sus bicis que al principio nos hacen gracia pero empiezan a dar bastante la lata, será el cansancio. Decidimos colarnos en el camping. Mañana ya pasamos por recepción y arreglamos.
Después de dar un par de vueltas y ver que está muy saturado montamos las tiendas bastante mal situadas en un césped perteneciente a la estación de carga de vehículos donde hay un flamante Tesla blanco cargando. Bisman bromea con quitarle la clavija para cargar el móvil, pero el enchufe es trifásico y estamos vendidos. Los franceses se acuestan muy pronto. Todos duermen ya y nosotros montamos las tiendas con los frontales en la frente, la verdad es que ya hay bastante destreza de todos los días anteriores. Nos cocinamos unos raviolli y nos bebemos dos cervezas partiéndonos el culo de la risa con cosas del viaje, después Bisman empieza a roncar como un auténtico búfalo; los franceses deben estar flipando.
Amanece el día, recogemos los bártulos y salimos con las motos hacia la recepción.

¡Puro espectáculo!
¡Empieza el espectáculo! Estamos en Alpes, vamos a cruzar por algunas de las pistas de montaña más espectaculares del mundo. Comenzamos el ascenso de la montaña por un paraje de espectáculo, es como estar en un sueño. Las vistas de los valles, los ríos, las flores silvestres de mil colores, la lavanda. En la primera jornada cruzamos un túnel excavado en la montaña, sin asfaltar, de medio kilómetro de largo a dos mil setecientos metros de altura, daba miedo entrar, pero la recompensa la encontramos a la salida. Seguimos avanzando (…)
Los miedos nos atenazan y postran en un sofá mullido de rutina.
Las incertidumbres aliñan el guiso de nuestros temores.
El miedo, una ensoñación perversa que envilece las pasiones y empaña el cristal de la osadía.
Guarda el aliento para descubrir lo que hay al otro lado sin que tu respirar agitado vuelva opaco el cristal de la existencia.
Saca lo mejor de ti, sé valiente y la fuerza acudirá en tu ayuda en este viaje de mil comienzos. Porque las ganas de experimentar son, en origen, la fuerza motriz que impulsa a aventurarnos y el primer comienzo entre un millar por los que se inicia tu aventura.
Iniciamos el descenso del Coll du Parpaillon tras cruzar el túnel a través de una pista recortada en la montaña. Hacemos nuevos amigos, entre los que destacan un grupo de austriacos que están cruzando los Alpes en unas Vespas. Me llama la atención el primero de todos ellos en una primavera roja, va sin casco y lleva un molino de viento en el manillar. Pienso: “este tío tiene que ser auténtico para estar aquí de esta manera”. Le hablo y bromeamos, sonríe mucho con la conversación mundana y un par de bromas. Hay gente con la que te cruzas que pide más tiempo, pero nuestra aventura corre contra el reloj de las obligaciones y el tiempo para avanzar es limitado.
Más adelante nos encontramos con una buena emboscada. Debido a las intensas lluvias de los días anteriores se ha producido un deslizamiento de tierra sobre la pista en la que nos encontramos y hay un montón de piedras y barro cortándonos el camino. Bisman y yo nos bajamos de las motos y exploramos la zona a pie, pinta muy feo para pasar. Se podría intentar pero corremos el riesgo de dejar las motos atascadas en el barro o de tirarlas por el barranco en la zona de piedras. Mientras exploro la zona oigo a Víctor decirle a otros moteros “It´s good, it´s good!” ¿Good? La madre que me parió, esto es trambólico pienso. “Bisman, esto está muy feo, vamos a dar la vuelta y recortamos este tramo por carretera”. Decidimos desandar lo andado y coger una carretera paralela para enganchar el track más adelante, nos lleva más de lo que pensamos y perdemos la jornada volviendo y dando un rodeo. Compensa que encontramos un camping muy bonito, rodeado de montañas en el que nos tratan muy bien. Esa noche descansamos bien.

Un break reponedor.
Amanece la jornada, recogemos los bártulos y nos dirigimos rumbo hacia Tende por un enlace de de carretera para llegar a uno de los platos fuertes de nuestro viaje: la famosa pista Via del Sale. En toda la zona se han producido unas fuertes inundaciones fruto de una tormenta que según nos cuentan las gentes del lugar ha sido de proporciones bíblicas. Ha tenido muchas consecuencias con la infraestructura de la zona. Pasamos por sitios completamente destruidos, carreteras arrasadas, lechos de los ríos que han excavado la montaña, un paisaje desolador. Esto acarrea más retraso en nuestro avance ya que hay muchos cortes de tráfico regulado por semáforos, especialmente en uno de ellos que nos impide el paso hasta las cinco de la tarde.
En vez de esperar tres horas decido investigar el mapa topográfico y veo que una carretera secundaria que asciende por la montaña conduce hasta un pueblo del que sale una pista cuyo fin nos lleva justo delante del corte. Lo hablo con Bisman: “esta puede ser una opción, lo malo es que no sabemos cómo es la pista que baja después, puede ser que no podamos hacerla”. Interesado por la conversación un francés que tenemos detrás nuestro en el semáforo y que conduce un Land Rover Defender ultrapreparado me pregunta en inglés por el mapa. Le explico la posibilidad y el problema de no saber cómo es la pista que viene después, parece animado y decide seguirnos a la aventura.

Transpirenaica y Alpes Marítimos: dos mejor que uno.
Iniciamos la marcha, yo delante guiando, Bisman detrás y en último lugar el Defender que va con su mujer y dos cirios dentro del coche. Pienso “este se está jugando dormir en el sofa pero del tirón”. Comenzamos a ascender por un puerto de montaña, carretera estrecha de zetas con mucha pendiente. Llevamos avanzando unos veinte minutos cuando veo pasar a un chaval en una moto de trial y le hago un gesto para que pare. Le enseño el mapa señalándole la pista a la que vamos explicándole que queremos saltarnos el corte y que si es posible bajar por ahí. Me dice claramente que no, señala su moto como diciendo: “con esto sí”; señala la mía como dando a entender que “con eso no”. El muchacho es de la zona pero mi orgullo motero se ha visto damnificado. Le pregunto: “¿Seguro? Mira que soy un máquina y este gallo no se achanta. A lo que contesta con una mezcla de francés e inglés: “las motos son muy grandes y pesan demasiado, la pista es muy estrecha y hay un barranco muy feo que cuando lo veas se te van a bajar esos humos de gallito de corral pero del tirón”. De hecho me señala una pista en la ladera cercana a nosotros como dándome a entender que es de características similares. Yo pienso: “qué dices pollo, yo por ahí no paso pero ni andando”. Aún así le doy las gracias y le digo que queremos ir a verlo, se despide de nosotros como preocupado. Cuando estamos llegando a la pista vuelvo a escuchar el motor de la moto del chaval, nos adelanta y me enseña la pantalla del móvil con el Google traductor: “Fui a dar de comer a la vaca”, ¡joder, esto sí que es auténtico! El chico nos vuelve a repetir lo mismo, claramente está preocupado por nosotros, además si nos despeñamos le va a tocar a él comerse el marrón. “Víctor, nos damos la vuelta, venga”. Como ya es tarde para hacer hoy la Vía del Sale nos cogemos un hotel en Tende bien barato, cenamos en una Pizzería dos pizzas cojonudas y nos tomamos una cerveza. En el mismo restaurante vemos que ese fin de semana son las fiestas del pueblo, así que decidimos que para concluir nuestro viaje vamos a volver a pasarlo bien al Festival.
Empieza el nuevo día y salimos temprano, ya nos dejan cruzar el corte de ayer. Día de espectáculo, avanzamos mucho y a través de lugares increíbles. La Via del Sale es uno de los sitios más increíbles que he visto, un paisaje que quita el hipo. Cruzamos a Italia a través de las montañas. Llama mucho la atención tomar un café en un pueblo en el que se habla francés y el siguiente pueblo al que accedemos por monte escuchar decir a un tipo: “Porca miseria”. Ese mismo día cruzamos otra pista espectacular con unas vistas que todavía me ponen los pelos de punta. ¡Qué día más increíble, ha sido el mejor de todos hasta ahora!
Pasamos los siguientes dos días avanzando sabiendo que la aventura llega a su fin, nos da mucha pena pero también estamos cansados. La guinda del pastel fue llegar al pueblo de Tende a través de la montaña, porque la carretera estaba cerrada por la inundación. Una pista de 40 kilómetros que salía desde Italia. Llegamos al pueblo en fiestas, qué ambiente más bonito para terminar esta aventura.

Texto y fotos: Jan Andrei Krichbaum

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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