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Nürburgring, una vuelta en el infierno verde Nürburgring, una vuelta en el infierno verde
En el universo de las carreras, Nürburgring es mucho más que el nombre de un circuito, y no admite comparación con ningún otro trazado... Nürburgring, una vuelta en el infierno verde

En el universo de las carreras, Nürburgring es mucho más que el nombre de un circuito, y no admite comparación con ningún otro trazado del mundo: el trazado “largo” mide 21 kilómetros, diversos saltos ciegos y 73 curvas generalmente de visibilidad reducida al circular atravesando los bosques de la montaña Eifel, al oeste de Alemania… Memorizarlo es una tarea muy difícil, y a los pilotos que lo consiguen se les llama Ringmeister, maestros del circuito.

Ah, y cualquier mortal puede entrar y dar una vuelta en él. Y cuando digo cualquiera, es cualquiera, ya sean superdeportivos, furgonetas de reparto, autobuses… o una maxitrail cargada hasta las trancas.

Nürburgring forma parte de la historia de Alemania desde hace casi un siglo, cuando en 1925 se iniciaron las obras. Tardó dos años en terminarse, y dio trabajo a casi 15.000 obreros de una zona por aquel entonces fuertemente deprimida; su cometido principal era ser un “laboratorio” para comprobar el rendimiento de prototipos de fábrica, y de hecho así sigue siendo a día de hoy. Pero los aficionados asocian este circuito sobre todo a las carreras que tardaron bien poco en disputarse: la Fórmula 1 llegó en 1951, año en el que todavía no había escapatorias ni protecciones, y se corría literalmente entre árboles. El piloto Jackie Stewart lo bautizó como “el infierno verde”.

Nurburgring, una vuelta en el infierno verde.

A mediados de los años 70, el circuito quedó desbordado por las prestaciones cada vez más altas de los bólidos, y que provocaron un goteo constante de fallecidos; el accidente casi mortal de Niky Lauda, en 1976, supuso el alejamiento (provisional) de Nürburgring con el deporte de élite, recuperando su rol de banco de pruebas para fabricantes.

En 1984 se rediseñó el trazado, adaptando un pequeño circuito dentro del original (el llamado Südschleife, de 4,5 kilómetros), haciendo así posible la vuelta de la Fórmula 1, que ha ido alternando años de continuidad con otros de ausencia.

Pero no sólo de la Fórmula-1 vive el circuito, disputándose aquí el DTM -poderoso campeonato alemán de turismos-, diversas copas monomarca, de resistencia… y motociclismo, claro: entre 1955 y 1997, motoGP se ha hospedado aquí de manera esporádica, y desde 2008 se disputa ininterrumpidamente el campeonato de Superbikes.

Como apunté al principio, buena parte del año el circuito “grande” es de acceso público, y por 25 euros (precio 2018), es posible dar una vuelta. Os cuento cómo fue la mía…

Antes de comprar la tarjeta que da acceso al trazado, es muy importante tener claros una serie de conceptos: independientemente del lugar en que te encuentres, los adelantamientos serán siempre por la izquierda, y en caso de accidente por negligencia, el causante deberá abonar los costes de ambulancia, grúa, vallas dañadas, y el prejuicio económico de mantener el circuito cerrado hasta restablecer la normalidad (unos 1300 euros la hora). Echa tus cuentas y… ¡conduce con seguridad! La Organización repite hasta la saciedad que el tránsito en el circuito es una “actividad lúdica”, pero pronto comprobaré que esto no es, ni de lejos, así.

Nurburgring-Manel-Kaizen-2

Entramos en el circuito por una de las rectas principales; antes de desmelenarse hay que sortear un coneado en “S” para salir con cierto orden, pero unos instantes después tomo consciencia de que voy a pasarme más tiempo mirando hacia atrás que hacia adelante: los grandes deportivos me irán rebasando como si yo estuviera parado, entre aullidos y olor a ferodo.

Tras un primer tramo de curvas lentas enlazadas, llegamos a la zona alta del circuito y acometemos la primera de las grandes bajadas, no en vano hay 300 metros de desnivel. Todas las curvas tienen su truco, quien conoce las rápidas pasa a tumba abierta, y en las lentas, hago lo que puedo porque muchas son ciegas.

Tras siete kilómetros en los que ya me he doctorado en sufrimiento por la universidad del “Infierno Verde”, llegamos a una de sus curvas más icónicas, Caracciola-Karusell, con su circunferencia casi perfecta y peralte sobredimensionado para poner a prueba la sangre fría de los valientes. Más allá del Karusell empieza la zona más rápida del circuito, que en mi caso fue ver 190 km/h en el marcador, inútiles para igualarme a otros bólidos, pero suficientes para efectuar el único adelantamiento de la vuelta, siendo “víctima” un pobre Twingo lleno de remiendos.

En las “eses” abiertas de Ex-Mühle deberían haber estado las tribunas de meta y los boxes, pero el entonces dueño de las tierras se negó a vender tantas parcelas, y ya acercándonos al final de la diversión, el Flugplatz aprovecha lo que en su día fue la pista de un aeródromo; en la recta que precede al final de la vuelta pisamos un antiguo cementerio de animales muertos durante la I Guerra Mundial…

Con cierta decepción, las vallas me sacan del circuito: el récord está en algo menos de 7 minutos, yo he necesitado más de un cuarto de hora con toda la felicidad del mundo. Más allá, el gran aparcamiento y su restaurante de estética americana es un “punto de encuentro” donde hay fauna de todo tipo sobre dos y cuatro ruedas: desde “artesanos” con cacharros trucados hasta los caprichosos de billetera holgada que exhiben sus juguetitos con el capó abierto, todos ellos con un denominador común, el placer adrenalítico que proporciona la velocidad.

Manel Kaizen.-

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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