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Melchor Rodríguez, el ángel rojo Melchor Rodríguez, el ángel rojo
Paracuellos del Jarama es una población que se toca codo con codo con ese incómodo vecino que es el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas. Sus... Melchor Rodríguez, el ángel rojo

Paracuellos del Jarama es una población que se toca codo con codo con ese incómodo vecino que es el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas. Sus 25.000 habitantes no tienen mucho que mostrar, aparte de ese cementerio de acceso restringido donde un tipo con una cámara pone nervioso a sus responsables (comprobado). Este cementerio reivindica una figura respetada por los dos bandos antagónicos… Esta es la historia de Melchor Rodríguez, un anarquista sin odio ni miedo que siempre llevaba una pistola descargada en el cinto.

En el último trimestre de 1936, Madrid era un polvorín difícilmente gobernable; la inminente llegada de los sublevados provocó la marcha del gobierno republicano a Valencia, dejando el mando de la capital en manos de la Junta de Defensa de Madrid, presidida por el general José Miaja y constituida por todas las facciones de la izquierda: sindicalistas, republicanos, anarquistas, comunistas y socialistas. La consejería de Orden Público estaba encabezada por un joven Santiago Carrillo. La Junta recibía consejos de unos asesores soviéticos que explicaron los métodos de Stalin para “limpiar” la sociedad de desafectos: no dejar a ninguno de ellos con vida, curiosamente el mismo planteamiento que estaban aplicando los sublevados.

La “Milicia de Vigilancia de la Retaguardia” -cuerpo parapolicial escasamente supervisado- recibió el encargo de “ejecutar inmediatamente, cubriendo la responsabilidad, a los prisioneros fascistas y otros elementos peligrosos”. El 7 de noviembre de 1936 organizaron la primera saca (traslado de prisioneros), subidos en camiones con la excusa de trasladarlos a otro penal. Al llegar a la altura de Paracuellos del Jarama los apearon, fusilaron y arrojaron a una fosa previamente excavada. Fue el primero de los 23 paseos que se efectuaron sin billete de vuelta entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre. Se excavaron hasta seis fosas donde enterraron unos 2.500 cuerpos de militantes, colaboracionistas o simpatizantes de los sublevados. Solo hombres, ninguna mujer.

Melchor Rodríguez, el ángel rojo

Durante ese lapso sangriento, hubo cuatro días en las que no hubo sacas, coincidiendo con los cuatro días en que Melchor Rodríguez estuvo al frente de la Inspección General de Prisiones; afiliado a la CNT y la FAI, este obrero chapista nacido en el barrio de Triana fue no obstante un humanista que no admitía bajo ningún concepto la ejecución sumaria de prisioneros, por mucho que aquellos no dudasen en acabar con su vida si les dieran la oportunidad. Suya es la frase “se puede morir por las ideas, nunca matar por ellas”.

Esta firmeza le llevó a enfrentarse con multitud de compañeros de filas, especialmente comunistas sabedores (o no) de que Stalin quitó precisamente del medio a los anarquistas pasándolos por las armas… Llegaron a encañonarle para que volviera a la vereda, y aunque no apretaron el gatillo, la insoportable presión le obligó a presentar su dimisión solo cuatro días después de haber tomado posesión del cargo, reanudándose otra vez las siniestras sacas.

Melchor Rodríguez, y por extensión todos los militantes de la facción anarquista llamada “los Libertos”, eran seguidores de un concepto intelectual del anarquismo, no violento, que se iba diluyendo conforme los jóvenes más fanatizados se enrolaban en sus filas para resolver venganzas personales, o sencillamente para responder al “ojo por ojo”.

Los “libertos” llegaron al punto de confiscar el palacio del Marqués de Viana (actual residencia del ministro de Asuntos Exteriores), para acoger hasta medio centenar de religiosos, falangistas, industriales y otros personajes ideológicamente opuestos para salvarles del presidio en aquellas semanas de sangre y descontrol.

Tras una enérgica protesta, Melchor Rodríguez fue restituido en su puesto de supervisor de prisiones el 7 de diciembre, acabando definitivamente con las sacas; también mejoró la calidad de la alimentación, y sacó a los milicianos fuera de los muros para restituir a los funcionarios de prisiones. Se involucró hasta el punto de acompañar numerosos traslados penitenciarios para asegurarse de que los reos llegaban a su destino sin novedad. Entre prisioneros empezó a ser conocido como el “ángel rojo”.

Melchor Rodríguez, el ángel rojo

Fue definitivamente relevado de su cargo en marzo de 1937, después de cerrar las checas estalinistas y abrir un hospital penitenciario. Fue elegido alcalde de Madrid, convirtiéndose así en el último edil de la Segunda República, y el encargado de entregar la ciudad a los sublevados. Hasta ese día, fueron constantes sus arengas radiofónicas a la ciudadanía para que la transición se hiciera de la manera más ordenada y pacífica posible.

Finalizada la contienda, fue juzgado en un consejo de guerra, donde le condenaron a 20 años y un día; el testimonio, entre muchos otros, del general Muñoz Grandes, jefe de la División Azul y uno de los “salvados” por Melchor Rodríguez, no sólo le salvó de la ejecución, sino que la pena efectiva fue reducida a cinco años.

En Paracuellos del Jarama se excavó una séptima fosa para reunir multitud de cadáveres hallados en los alrededores. Las fosas no se abrieron nunca para exhumar y documentar los cuerpos, en su lugar se hizo un listado oficioso, estimando que allí había unos 2.500 cuerpos. El lugar fue dignificado y vallado en lo que hoy es el “cementerio de los mártires”. Clavadas en las fosas, centenares de cruces identifican nombres de caídos “por Dios y por España”, en otras pueden leerse epitafios que no evocan precisamente descansar en paz: “asesinado por los rojos”, “ejecutado con vileza”, “inmolado por las hordas marxistas”… Una gran cruz en una loma cercana marca el lugar a vista de pájaro, y de hecho son muchos los pasajeros de los aviones que la avistan mientras despegan o aterrizan en Barajas.

Melchor Rodríguez siguió militando en la CNT hasta el final de sus días, formando parte activa en diversos comités y comicios; por esa razón, volvió a dar con sus huesos en la cárcel varias veces. Murió el 14 de febrero de 1972, y en el cementerio se alternaron los padrenuestros con cantos de “a las barricadas”. La presencia de destacados miembros del franquismo no fue un impedimento para que el ataúd fuera cubierto con una bandera anarquista.

Un “Oskar Schindler” a la española; hubo más como él, pero desgraciadamente sus historias han quedado silenciadas.

 

Texto y fotos: Manel Kaizen / hoysalgoenmoto@gmail.com

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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