La mejor forma de viajar
Gustavo Cuervo 11 septiembre, 2021 Quique Arenas 0
En el número anterior de Motoviajeros hablamos del mejor viaje, pero ¿cuál es la mejor forma viajar? Para responder a esta pregunta tendrás que elegir entre las cuatro opciones principales. Viajar solo, en pareja, con amigos o en grupo. Cada una tiene sus ventajas y desventajas. Analicemos.
Viajar en moto solo por el mundo es sin duda la forma más libre de viajar. Solo tu eres dueño, responsable, beneficiario y perjudicado con tus actos. Tu eliges sin interferencias externas tus horarios, tus paradas, dónde dormir y qué comer. Es sin duda la forma más épica de viajar en moto. Solo ante el peligro, también solo ante el disfrute. Solo, estás obligado a relacionarte con los nativos de los lugares por donde pasas. En ocasiones necesitarás su imprescindible colaboración. También ayuda sobremanera a aprender a comunicarte en diferentes idiomas. Aprenderás pronto las palabras clave de cualquier lengua, que en este caso se reducen obligatoriamente a unas pocas. Comer, dormir y poner gasolina. Bueno también agua y para los que gusten cerveza, todas se aprenden rápido. Si eres un trotamundos de los que gustan de recorrer muy diferentes países aumentarás tu vocabulario internacional sin darte ni cuenta. También harás buenos amigos, abandonarás tus prejuicios sobre etnias o religiones y comprobarás que todo el mundo es bueno, solo que, los pocos malos son los que hacen más ruido; los buenos no llenan nunca portadas, los malos siempre. Mi amigo Ted Simon, autor del libro de viajes en moto más leído en todo el mundo, Los Viajes de Jupiter, dice que “el viaje es la interrupción”. Es decir, que el viaje realmente es tal cuando detienes, de forma voluntaria o forzosa, y entonces es cuando suceden cosas por las relaciones con los lugareños de donde te encuentras. El traslado en la moto, al margen de mayores o menores gozos o infortunios, es solo eso, desplazamiento.
Todo parecen ventajas, pero no es así. La soledad es maestra, mas no compañera. Necesaria en ocasiones, pero no debe convertirse en perenne, pues el hombre y la mujer somos seres sociales por naturaleza, evolución y necesidad.
Cuando el viaje en solitario se prolonga en el tiempo, llega un momento que el eje del mundo cambia. Se transforma y deja de ser la imaginaria línea de polo norte a sur para atravesar de lleno exclusivamente al viajero. Sí, he conocido a muchos viajeros solitarios que pasados unos meses o años, eso depende de cada uno, se convierten en el centro del mundo, todo gira a su alrededor. Es lógico. Todo pasa por ti y para ti. Toda la sociedad, la geografía, la economía, el clima te afectan exclusivamente a ti. Aun sin perder el rumbo cambian, aun sin notarlo el eje global se modifica y empequeñece. Todo da vueltas en torno a ti exclusivamente. Los sucesos que influyen en los cambios universales dejan de tener importancia, las noticias comunes que todos comentamos, pasan completamente desapercibidas, por transcendentales que sean, para el viajero solitario. Son solo son un titular que ni lees y que además te importa un bledo. Todo lo que no afecte directamente a tu viaje no tiene la más mínima importancia. Yo y mí, son los únicos pronombres a considerar, o como decía Ortega y Gasset “yo soy yo y mi circunstancia” en la forma más restrictiva de su significado. Esta actitud se puede disfrutar y es altamente recomendable durante un tiempo, pero te aseguro que he coincidido por el mundo con muy reputados viajeros auténticamente desesperados por volver con sus seres queridos. Lo puedes leer en los libros de los más acreditados aventureros, de cualquier tipo, que hayan pasado meses o años viajando en solitario.
Sí, ya sé que algunos pensaréis que ahora, con los medios de comunicación nadie viaja solo. Puedes tener cientos, miles, decenas de miles y hasta millones de “amigos”; mejor dicho, seguidores en las redes que te alientan, estimulan o critican. Puedes conectarte en directo con voz e imagen casi cada vez que quieras y con quien quieras; da igual. Tú estás solo. No hay caricias, aromas de ser querido, calor compartido en el lecho. No hay miradas cómplices, gestos, muecas, expresiones instantáneas que alguien aprecia en su justa medida. Todo está, como poco, filtrado por una pantalla donde las más de las veces no se pueden sentir las emociones sinceras del contacto directo y verdadero. Es más, la conexión global supone siempre una pérdida de esa libertad que tanto se ensalza. Estas atado a lugares con cobertura de Internet para transmitir cada poco tiempo tus memorias. Así te lo exigen tus seguidores, así te lo impones tú mismo para no defraudarles. No te atas con cadenas ni relaciones sociales en vivo, te encadenas con los bits invisibles de una información que pulula quién sabe por qué rincones del mundo virtual.
En pareja. En este caso es indiferente si se trata de la misma motocicleta o en dos motos diferentes. Pareja de personas que se quieren o aprecian sin distinción de sexo o tipo de relación. Si se viaja en dos motos diferentes, ambos disfrutan del placer de la conducción y si los dos viajan en la misma motocicleta, el contacto permanente es aún más intimo. Suele suceder, mucho más si la ruta es larga y difícil, que las parejas se unen de por vida. En este caso siempre pido, y los que me conocen ya lo saben, que insisto encarecidamente que no se llame paquete al pasajero. Aunque su significado es de uso común y está reconocida por la Real Academia de la Lengua en su quinta acepción: en las motocicletas, persona que va detrás o al lado del conductor, no por ello deja de “rascarme” cada vez que la oigo. Nunca desde que tengo uso de razón he considerado al acompañante, copiloto o compañero/a a quien viaja en la parte de atrás del asiento como un “paquete”. No son una cosa inanimada y sin vida.
La pareja tiene prácticamente las mismas ventajas que viajar solo. Libertad de elección y acción, pues cuando hay respeto y cariño, no hay problemas en ponerse de acuerdo en ninguna faceta de las múltiples y variadas que surgen durante el periplo. También es cierto que si surgen problemas irresolubles durante el viaje, esas dos personas no vuelven a llevarse bien nunca. Además, tiene una ventaja insuperable, imposible de encontrar en ninguna de las otras dos formas de viajar. Compartir vida, momentos, emociones que te asaltan en cualquier recodo del camino. Compartir todo de verdad, por obligación y devoción. Risas y lagrimas. Alcanzar el lugar más bello del mundo y compartirlo con tu ser querido, no tiene comparación. El viajero solitario se admirará unos momentos y a continuación empezará a buscar encuadres y formas de intentar transmitir por sus redes lo que significa para el ese momento. Será más importante lo que pueda enseñar que lo que realmente siente. Se atará a la red mundial dejando escaso margen para el sentimiento interno verdadero. En pareja se pueden pasar las horas muertas solo mirando un paisaje, un monumento, un detalle sin tener que decirse nada; basta con mirarse a los ojos. Solo sintiendo la felicidad de estar juntos en tan mágico y para siempre inolvidable lugar. Sin atarse a transmisiones como el solitario ni horarios como el de grupo. Tiempo de vivir libertad y emociones en su máxima expresión.
(Continuará…)
Texto y fotos: Gustavo Cuervo / gustavo@gustavocuervo.es
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