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El asiento amarillo y los objetos perdidos El asiento amarillo y los objetos perdidos
De vez en cuando se me acerca algún neófito con intención de consultarme y recibir consejo sobre tal o cual aspecto a tener en... El asiento amarillo y los objetos perdidos

Una moto y arrancarla, no se necesita más para llegar hasta aquí.

De vez en cuando se me acerca algún neófito con intención de consultarme y recibir consejo sobre tal o cual aspecto a tener en cuenta a la hora de viajar o, incluso, a la hora de comprar una motocicleta. No soy yo persona muy propia para ofrecer consejos, porque si yo los recibiera de alguien como yo, tampoco los tomaría muy en serio.
Pero como quiera que la consulta casi siempre viene acompañada de agradable conversación y de algún ameno refrigerio, siempre ofrezco, al menos, atención.

Entre las preocupaciones de quien pretende iniciarse en este mundo, sin fin, de los viajes en moto, hay, al menos, dos grupos: las perogrulladas que la falta de experiencia hace que casi todos nos preguntemos alguna vez; y otras mucho más profundas, mucho más inquietantes, mucho más absurdas.
Creo que, antes de comprar mi primera moto, nunca me planteé que cuando, algún día, fuera a Senegal la moto pudiera dormir siempre en garaje; nunca me preocupó, antes de hacerme con mi primera moto, qué iba a comer en Azerbaiyán; nunca me pareció imprescindible que mi primera moto tuviera que tener tanta potencia, mucho menos que tal o cual botón del manillar fuera indispensable; nunca me planteé la necesidad de que el casco tuviera un intercomunicador con el que pudiera hablar con el pasajero y con no sé cuántos amigos más…

Así las cosas, mis respuestas son cada vez más simples; cada año que pasa, cada viaje del que vuelvo, me demuestran lo sencillo que es el asunto. Con el paso del tiempo, lo único que repito a unos y otros es que para viajar en moto hacen falta solamente dos cosas: la primera, una moto y la segunda, arrancarla.
Todo lo demás, realmente, carece de relevancia. De verdad.
Todas las dudas, todas las incertidumbres, todos los miedos que en algún momento tenía e incluso me impedían comenzar algún viaje, los he ido perdiendo, los he ido archivando en mi oficina particular de objetos perdidos.

Hace unos días, me vi a mí mismo, todavía sin carnet de moto, paseando por la Vía Romana de Ibiza, parado frente al escaparate de Ciclo Sport.
Quería comprarme una moto, pero no tenía ni idea de qué tipo, qué cilindrada y, mucho menos, qué marca.
Pero allí, en aquel iluminado escaparate, había una estupenda BMW F 650 GS, negra con un espectacular asiento amarillo. La suerte estaba echada, yo quería aquel asiento, la moto me daba igual, pero el asiento estaba elegido. Y así fue, así comenzó todo. Tan simple.

Todas las motos de la isla os van a echar de menos.

Ayer estaba a orillas de mi mar Cantábrico, oteando el horizonte, cuando recibí un mensaje. Jaume Torres, “el poeta de las tuercas”, se ha jubilado.
Se me encogió el estómago.
Seguro que ahora tiene tiempo para todo y no le da tiempo a hacer nada.
Jaume no es una persona real. Es un personaje escapado de alguna novela de ficción, ciertamente, irrepetible.
Nadie, en la isla, sabe más que él de BMWs, nadie las arregla y las mima como él, nadie entiende al motero, ni cuida al viajero como Jaume.
Como tanta gente en las islas, acostumbrado a tantos amigos de paso, su corazón era, en principio, hermético. No era fácil colarse por ahí, pero alguna rendija debió dejar abierta. Sí, alguna debió dejar.

El bueno de Jaume, birra en mano, me enseñó en aquellos años muchas de las cosas que ahora sé; incluso me enseñó muchas de las que todavía no sé.
Me enseñó a ser leal a mis principios, a remar contra corriente, a tener cuatro ideas claras, a no tener horarios, a soñar con barcos que zarpaban desde Ibiza -o que volvían-, a disfrutar de una buena conversación, a saborear una buena comida… a que para hacer un viaje en moto solamente hace falta una moto y arrancarla.

Puedo imaginar todas las motos de la isla vagando, como náufragos, buscando, sin brújula…
Ibiza ha perdido su pequeña catedral motera, aquella a la que tanto me gustaba peregrinar.
Ha perdido las atenciones de Antonia, ha perdido los poemas que mimaban cada tuerca, ha perdido los consejos que aliviaban cada duda, ha perdido la ilusión de un asiento amarillo.
Y todo esto, no lo encuentras en objetos perdidos.

Para Motoviajeros, texto y fotos: McBauman
El Escondite de los viajes

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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