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Costa da Morte Costa da Morte
Galicia tiene una marcadísima personalidad propia; la Costa da Morte, en la provincia de La Coruña, sintetiza este carácter gallego en su manera más... Costa da Morte

Galicia tiene una marcadísima personalidad propia; la Costa da Morte, en la provincia de La Coruña, sintetiza este carácter gallego en su manera más pura: abrupta, mágina, de clima turbulento y con uno de los mares más indomables de Europa. Morada de brujas, supuesto fin del mundo durante siglos y nido de múltiples leyendas y desastres, entrar en los dominios de la Costa da Morte puede suponer un gran ejercicio de enriquecimiento personal.

Antes de nada, ubiquémosla: situada entre el cabo de Fisterra y Malpica de Bergantiños, este fragmento de litoral araña el mar con rocas picudas y escarpadas que parecen invitarte a marchar a otro sitio. Ostenta tan funesto nombre desde el siglo XVI, a causa de los incontables barcos que quedaron atrapados en sus aguas.

Iniciamos nuestra ruta en la carretera que va de Santiago a Fisterra pasando por Cee. Al tocar el océano, empezamos un baile de curvas, alternando pequeños acantilados con playas de arenas blanquísimas y desiertas: el turismo en la Costa da Morte es una actividad aún incipiente. Atravesamos pueblos que no saben lo que son las vías de circunvalación, mientras el Sol nos acaricia con delicadeza.

costa14Hacemos la primera parada en Carnota, cuyo atractivo principal es su gigantesco hórreo (“despensas” utilizadas para almacenar el grano). Es el segundo más grande de Galicia.

Junto al hórreo, la iglesia de Santa Columba muestra su recia construcción en piedra granítica. Resulta curioso ver todo el perímetro de la iglesia rodeado de lápidas del cementerio antiguo, lo que hace inevitable “pisar” a los difuntos…

En O Pindo, ya no hemos aguantado más: hemos tirado de frenos para meternos de lleno en una solitaria playa de postal.

Más adelante, se nos acaba la carretera, de hecho se acaba todo lo que esté sobre tierra firme… Hemos llegado al punto más septentrional de la península, el cabo de Finisterre.

En la época de los romanos, y hasta el descubrimiento de América, se daba por hecho que éste era el fin del mundo, de ahí su nombre: “Finis Terrae”.

Un monolito marca el “kilómetro cero” del camino de Santiago. Muchos peregrinos dejan aquí sus botas o parte de su ropa a modo de “ofrenda”, lo que le da a las rocas un aspecto de campamento un tanto descuidado.

El faro de Fisterra guía a los barcos desde el año 1853; pese a ello, se cuentan por decenas los barcos hundidos frente a él. Uno de los más recordados fue el naufragio del “Casón”, carguero de bandera panameña y tripulación china, cuya carga de productos químicos se volcó en medio de un temporal, produciendo una fuerte explosión y la liberación de una nube tóxica. Murieron 23 de los 31 tripulantes, y el barco se fue a pique. Era el 5 de diciembre de 1987.

El ancla del “Casón” fue rescatada, y actualmente se puede contemplar en el puerto de Fisterra, junto a la cual, por cierto, probamos por vez primera las bondades del marisco gallego…

costa03Con el estómago lleno, volvemos a las motos y damos gas hasta Camariñas, pueblo pesquero con el ambiente característico de “haber sido siempre así”, sin complejos hoteleros a la vista. El municipio no es muy grande, poco más de 6.000 habitantes, y rápidamente encontramos un hostal limpio y de trato familiar que nos ofrece unas habitaciones a un precio irrechazable; en la pared de la recepción, hay una gran foto enmarcada de un barco pesquero, completamente embreado de chapapote: aquí nadie ha olvidado la peor marea negra de la historia del país…

El 13 de noviembre de 2002, el “Prestige”, un petrolero monocasco con bandera de conveniencia de las Bahamas, estaba en tránsito a unas 28 millas de las costas de Galicia. A las 15:17 horas, la estación naval de Finisterre recibió un breve mensaje por emisora: “Mayday”. El “Prestige”, luchando con una terrible tempestad, había sido herido de muerte, tenía una importante vía de agua. Viendo que el desastre era inminente, alguien decidió remolcarlo mar adentro, con la misma ilusión infantil de que así no pasaría nada, de la misma manera que el monstruo de debajo de la cama no te cogerá de los tobillos si te tapas bien… Seis días después, a 250 kilómetros de la costa, el barco se partió en dos y se fue a pique, liberando su carga de petróleo.

El capitán del petrolero, Apostolos Mangouras, se negó a ser remolcado hacia aguas profundas. Fue evacuado, y posteriormente detenido por desobediencia y delito ecológico.

En tierra firme, el entonces vicepresidente del gobierno, un tal Mariano Rajoy, quitó hierro al asunto, informando que “todo estaba controlado”, y que de los tanques hundidos, brotaban “unos pequeños hilillos en forma de plastilina”: posteriormente, se confirmó que este vertido supuso una de las catástrofes ambientales más graves de la historia de la humanidad.

Esa noche, cenamos en un bar bohemio, que nos trasladó al París de los años 70: tan encantador como fuera de lugar.

A la mañana siguiente, estábamos desayunando pastas recién hechas en una granja-panadería que está atendiendo a una clientela de la cual no sabemos si empiezan o acaban el día: dos tipos maduros, de piel tan curtida y negra que sólo pueden ser pescadores, uno de ellos colgado del brazo de una rubia de belleza tan intensa como peligrosa. Viste un “short” de minimalismo casi delictivo, camisetita de tirantes que deja el ombligo al aire, y unos vertiginosos zapatos de tacón de aguja. Hablan entre ellos alternando gallego y español.

costa11Hoy afrontamos un recorrido de lo más estimulante: ponernos cara a cara con la zona más picuda y letal de la Costa da Morte, la comprendida entre el Cabo Vilán y Camelle. Para darle más épica al asunto, soplaba un endemoniado viento del Norte, sin muchas posibilidades de cobijo: el huracán llega desmadrado por el océano, y entra en tierra firme como un tren sin frenos.

Rodando por el Cabo Vilán, tenemos una panorámica de una inmensa piscifactoría, la más grande del mundo en su especialidad, el pez plano.

El faro Vilán está situado en el extremo del cabo del mismo nombre. Tiene el honor de balizar uno de los puntos más peligrosos para la navegación de España. Fue el primer faro en funcionar con energía eléctrica, desde 1896, y tiene la peculiaridad de que la torre y la vivienda forman dos conjuntos separados, unidos entre sí por un pasillo abovedado.

El interior del faro está acondicionado como centro de interpretación de naufragios y faros: una visita de lo más interesante… y necesaria, ni que fuera para darnos una tregua del huracán que nos zarandeaba como peleles.

De nuevo sobre las motos, nos empecinamos en seguir por un camino de tierra que lame las olas. El recorrido es una delicia, no es habitual encontrar un tramo de costa auténticamente virgen, con casi nula presencia de la huella humana. Alguna cruz de cemento recuerda a los marineros fallecidos.

Más adelante, nos topamos con el “cementerio de los ingleses”, lugar en el que fueron enterrados los 172 marineros fallecidos en el naufragio de la fragata militar inglesa “Serpent”.

En noviembre de 1890, la “Serpent” partía de Plymouth con destino a Sierra Leona. Llegando a las costas gallegas, en plena noche, un fuerte temporal provocó que la tripulación se desviara de su rumbo, embarrancando frente al Cabo Vilán. De los 176 marineros a bordo, sólo se salvaron 3, que llegaron milagrosamente hasta la playa, sorteando las rocas contra las que el “Serpent” se trituró. Impotentes ante el oleaje, los vecinos se resignaron a rescatar los cuerpos que la marea iba trayendo a la playa, algunos con terribles mutilaciones a causa de las rocas. En total, consiguieron recuperar 142 cuerpos. Otros 31 se dieron por desaparecidos en el mar.

Ante la dimensión de la catástrofe, el párroco de Xaviña “santificó” un pedazo de tierra situado frente a la costa del naufragio, y allí dieron sepultura a los marineros, en fosa común. En el centro de la construcción, un pequeño cubículo alojó los restos del capitán y los oficiales.

La reina de Inglaterra reconoció las labores de ayuda y rescate de la población, regalando un reloj de oro al alcalde de Camariñas, unos binoculares a su ayudante, un barómetro de mercurio para el pueblo de Camariñas (que se puede ver en la fachada de una casa, frente al puerto pesquero), treinta libras para cada uno de los que pudo acreditar su participación en el rescate, y una escopeta de caza para el párroco de Xaviña. Años después, esta escopeta llegó a manos de Juan de Borbón, conde de Barcelona.

costa01Unos kilómetros más allá, el camino nos vuelve a dejar en una estrecha pista asfaltada que nos lleva a Arou. Algo más allá está Camelle, última morada de un artista de lo más peculiar: Manfred Gnädinger, más conocido como “Man” o “el alemán de Camelle”. Nacido en 1936, llegó al pueblo en 1962, como un educado y bien vestido turista. Se dice que se enamoró de una maestra del pueblo, y al no ser correspondido, se le cruzaron las neuronas, y se quedó a vivir en un cobertizo construido en el extremo del paseo marítimo. Y fue allí, entre las piedras batidas por el mar, donde creó todo tipo de pinturas y esculturas relacionadas con el mar.

Su estampa delgada, barbuda y en taparrabos le convirtió en un símbolo de la zona. Sobrevivía de la caridad de los vecinos, y también de lo que cobraba por dejar entrar a la gente en su “museo” al aire libre: 100 pesetas.

En 2002, el chapapote del “Prestige” destrozó su pequeño trozo del mundo. Un mes después del vertido, Man fue encontrado muerto dentro de su cabaña. Se dice que lo mató la tristeza y la melancolía.

Aún queda en pie la cabaña y parte de la obra de Man, todo ello abandonado a su suerte. Cinco años después de su muerte, habilitaron un pequeño espacio en un edificio municipal para exponer, de manera un tanto caótica, parte del legado de Man.

Y fue precisamente en la salida de esta exposición donde nos topamos con un tipo desdentado, de carrillos hundidos y vestido con ropas que bailan alrededor de un cuerpo escuálido. Es lo que queda de un politoxicómano de manual, después de muchos años transitando por el lado salvaje de la vida; se relaciona con nosotros con una verborrea que denota algún cortocircuito mental… No le pregunté su nombre, pero no tengo ninguna duda que estoy ante Evaristo, “el rey de la baraja”. Si no sabéis de lo que hablo, escuchad “Jesucristo García”, de Extremoduro.

Este encuentro tan surrealista pone punto y final a nuestro viaje.

Para Motoviajeros: Manel Kaizen.
hoysalgoenmoto.blogspot.com

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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