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Borja, tres cuadros Borja, tres cuadros
Borja, tres cuadros En la localidad zaragozana de Borja se toman muy en serio lo de ser considerados “ciudad “, pese a que en... Borja, tres cuadros

Borja, tres cuadros

En la localidad zaragozana de Borja se toman muy en serio lo de ser considerados “ciudad “, pese a que en el último censo se quedaron a ochenta habitantes de sumar los cinco mil necesarios para ostentar semejante título. La industrializa­ción del siglo XX pasó de largo y obligó a muchos de sus vecinos a emigrar, y no ha sido hasta fechas recientes que la pujante industria vinícola ha conseguido estabilizar la mengua censal.

Su ubicación estratégica le ha valido ser blanco de múltiples batallas, pero también una singular  cohabitación no violenta entre musulmanes y católicos durante la Reconquista del siglo XII. Un castillo, casas señoriales, multitud de edificios religiosos y dos museos muestran la riqueza cultural de Borja, que sin embar­go ha sido definitivamente puesta en el mapa por una restauración pictórica accidental que debería haber sido anecdó­tica y ha degenerado en un fenómeno de masas que los modernos denominan “viral”.

Eccehomo

Retrocedamos cien años en el tiempo, cuando el santuario de la Misericordia era un lugar famoso por sus manantiales curativos . Situado a cinco kilómetros de Borja, en la falda del monte de Muelta Alta, era un lugar atractivo para aquellos adinerados que podían permitirse un tratamiento termal. Uno de sus ilustres visitantes fue el pintor Elías García Martínez, que en algún momento de la década de 1930 (nadie sabe precisar el año, en todo caso antes de la guerra), mostró su devoción a la Virgen de la Misericordia pintando una representación de Jesucristo durante su juicio final en Judea, esceno­grafía que el arte cristiano denomina Eccehomo. El “lienzo” fue  directamente una de las columnas del  santuario, y resultó tener fecha  de  caducidad  porque es mala idea pintar cualquier cosa en una húmeda pared de yeso…

Eccehomo en Borja

Varias décadas después, entró en escena Cecilia Giménez Zueco, una de esas personas a las que por su maravilloso carácter les deseas lo mejor, y sin embargo le cayeron varios palos de un dolor insoportable. Cecilia y su marido regentaban el bar “Moka”, en el centro de Borja, pero tuvieron que traspasarlo porque sus dos hijos precisaban atención exclusiva: José Antonio, el primogénito, nació con parálisis cerebral. El hijo pequeño, Jesús, nació con distrofia muscular  y murió prematura­ mente en 1984 . José, el marido, murió en 7994, y Cecilia se trasladó a vivir con su hijo a la residencia del santuario de la Misericordia.

Tanta crueldad no hizo mella en las convicciones religiosas de Cecilia, que lejos de culpar a su Dios por tanto sufrimiento, se volcó en cuerpo y alma en el santuario barriendo suelos, fregando tapetes o puliendo accesorios litúrgicos. En julio de 2072 se fijó en aquel Eccehomo de la columna, en lamentable estado por la humedad. Cecilia era aficionada a la pintura, autodidacta y amiga de otros artistas locales como José Pasamar, al que volveré a mencionar más adelante… La cuestión es que Cecilia cogió sus utensilios de pintura y se puso a arreglar el Eccehomo, pero algo no iba bien: cada pincelada se llevaba el trazo original, y la “restauración” se estaba convirtiendo en una operación de borrado y deformación. En una maniobra desesperada, Cecilia cubrió el rostro del Eccehomo con una gruesa capa base, prometiéndose retomar el trabajo en cuanto ella y su hijo volvieran de pasar unos días de asueto estival en Albarracín…

Aquellas vacaciones acabaron antes de lo previsto. Cecilia empezó a recibir llamadas telefónicas alarmantes: “¿Qué has hecho en el santuario? ¡Todas las teles están hablando de ti!”. Y literal­ mente así fue, después que el Heraldo de Aragón destapara aquella restauración infantiloide con apariencia de gamberrada. Lo que debería haber sido una curiosidad local se convirtió en un asunto de estado cuando los medios nacionales le dieron bombo al asunto.

¿Qué he hecho , Dios mío?La congoja de Cecilia fue tan grande, que tardó un año en volver al santuario. El alcalde montó en cólera, pero se apaciguó cuando supo quién estaba detrás de la ñapa: en el mundo hay buenas y malas personas, pero es imposible no perdonarle algo a Cecilia. Los descendientes de Elías García -recordemos, el autor del Eccehomo original-, tenían planeada una demanda judicial, pero después reunirse con Cecilia, aquel asunto quedó zanjado con un sentido abrazo.

Santuario La Misericordia en Borja

El tema de aquel verano de 2012 siguió creciendo como una bola de nieve y las visitas se multiplicaron hasta  el punto de que el santuario cobró entrada y la hostelería borjana hizo un “agosto” que lleva durando varios años. Aquel Eccehomo -ahora protegido por un cristal de seguridad- protagonizó libros, tesis e incluso cómics, unos vinos llevan una etiqueta personalizada por  la  propia Cecilia y en Estados Unidos se interpretó una obra teatral basada en él. En el san­tuario se puede comprar  merchandising de todo tipo, y los beneficios  se  reparten en un 57% para la fundación del santuario, y el 49% restante para la propia Cecilia, que a su vez lo revierte en la residencia de ancianos de la Misericordia.

En 2018, el santuario de la Misericordia recibió a su visitante número 200.000, una pareja venida  de Nottingham. Les regalaron un lote de productos típicos y una noche de hotel.

En el momento de escribir estas líneas, la ya nonagenaria Cecilia vive en una residencia geriátrica de Borja, viviendo su ocaso con una salud delicada y cada vez más lagunas en sus recuerdos.

 

El torso del Rey

Frente a la residencia de Cecilia está el hostal Gabás. De trato familiar, es un establecimiento que da parada y fonda sin alardes, pero sin que falte de nada a sus huéspedes. Tiene su coña que el recepcio­nista se llame Borja, pero en aquella mañana invernal de sol brillante y cierzo helado, quien atendió al escritor fue Miguel Calahorra, el gerente. Eso lo supe más tarde, cuando le pedí un favor, pero había un par de asuntos prioritarios: calentar las manos con una taza de café con leche y apaciguar los gruñidos esto­macales con una deliciosa tortilla de chorizo.

Torso del Rey Borja

La cafetería del Gabás está segre­gada del comedor; el hostal acaba de ultimar una coqueta reforma que me invitaba a quedarme, o tal vez me daba una pereza insoportable volver a bregar con el condenado cierzo, vete a saber. La cuestión es que yo sabía que, en algún lugar del comedor, había un cuadro singular, inclasificable, daliniano o tal vez caricaturesco. Lo apostaría todo a que es un sentido homenaje al Emérito rey Juan Carlos, aunque su autor tiene un criterio digamos “divergente” para expresar su admiración: el lienzo en cuestión, dibujado en 7987, presenta a un joven Juan Carlos con el torso desnudo y un Toisón de Oro colgado del cuello, emergiendo de una representación de España {Portugal ha sido borrado en esta alegoría). Aproximadamente sobre la  separación entre Cataluña y Aragón, una pareja de mediana edad camina despreocupada y desnudísima, a la mujer se la intuye embarazada. Para acabar esta composi­ción, una serie de brazos sostienen al país cuál bandeja de camarero, mientras que a la altura de Andalucía hay un libro y un par de palomas. El lienzo es grande, tal vez metro y medio de alto por metro veinte de ancho. ¿Su autor? El antes mencionado José Pasamar.

Castillo de Borja

 

El favor que pedí a Miguel fue poder pasar al comedor para ver personal­mente aquel retrato… Resultó que, para que no molestara mientras se llevaba a cabo la reforma, lo habían  trasladado  a una planta superior. Y allí estaba, almace­nado en un rincón mientras decidían si lo devolvían a su sitio, o bien aprovechaban la coyuntura para darle otro look al comedor.

José Pasamar ya no está para explicarnos el porqué de su obra. Murió en 2001. Durante muchos años, tuvo una galería de arte en Torremolinos donde pintaba retratos a los turistas. Estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, o lo que es lo mismo, con los mejores. Los que le conocieron dicen que, en su vivienda a los pies del castillo de Borja, tenía multitud de dossiers con proyectos que mostraban una polifacética personalidad cuya imaginación parecía no tener fin.

Pero aquel no fue el único cuadro que Pasamar pintó al Emérito. Según me cuenta Miguel, el autor envió otro lienzo al palacio de la Zarzuela, desconociendo el estilo o intencionalidad de aquella obra que nunca fue mostrada en público. En todo caso, el cuadro que tengo ante mí le valió a Pasamar comer gratis en el Gabás durante mucho tiempo.

Miguel ha recibido diversas ofertas por el cuadro: tres mil, cinco mil… hasta diez mil euros han llegado a ofrecerle . Él hace oídos sordos, pero admite que tendrá un problema ético el día que se le presente alguien con un cheque de cuantía escan­dalosa.

 

Dolora (o “la Rueda”)

El Centro de Estudios Borjanos (CESBOR) es una entidad que, desde 1968, vela por preservar la cultura en Borja, y por extensión de toda la com arca . Su sede, la Casa de Aguilar, es un edificio que representa perfectamente  la  arquitectura  renacentis­ta aragonesa y está  situado  en  pleno centro histórico. En su interior hay una biblioteca con más de  30.000  volúmenes, un archivo bibliográfico y una interesante colección pictórica. Hablando  de  esta última, el cronista está interesado en un cuadro muy  concreto  que  está  expuesto en el descansillo de la escalera… y casi estuve a punto  de  quedarme  con  un palmo de narices delante de su puerta cerrada. Una llamada a Manuel Gracia, presidente del CESBOR, desencalló el asunto. Resultó que  el  buen  hombre estaba atrincherado por culpa del Coronavirus, y no había otra persona que atendiera a los visitantes:

-“Empuja tú mismo la puerta y enciende las luces que necesites”.

-“Muchas gracias, Don Manuel. Gracias por la confianza y mejórese”.

Baltasar González Ferrández fue otro insigne borjano nacido en 7867. Pintor, poeta y  político, se formó artísticamente en Zaragoza y Madrid para volver a Borja, donde siguió desarrollando su arte como retratista desdeñando las bambalinas de las grandes ciudades, lugar donde se hacían un nombre los que acabaron siendo pintores clásicos; tal vez aquella decisión fue la que le valió ser un perfecto desconocido para la mayor parte del público, porque lo que es talento, tenía a raudales. Baltasar González fundó el Partido Republicano de Borja y fue nom­brado alcalde hasta en cinco ocasiones.

Declarada la guerra , los franquistas no perdonaron su militancia activa (llegó a armar a sus paisanos), y fue ejecutado el 18 de septiem­bre de 1936. En 1948, su viuda -que también era su prima, por cierto- donó 51 obras al Museo Provincial de Zaragoza; una de ellas, el cuadro “Dolora” (también llamado “La Rueda”}, con el tiempo acabó llegando al CESBOR.

La Rueda Borja

Con medidas de 198 centímetros de largo por 138 de alto, el lienzo representa a seis niñas, elegantemente vestidas, jugan­do a la rueda. En la parte derecha, lo que parecen ser dos asistentas cuidan de un bebé, pero lo que realmente quiere mos­trar el autor es a la tercera asistenta, desconectada de todo lo que le rodea, vestida de negro y descalza para  dejar claro que es la persona de peor clase social en aquel grupo. Sus facciones  sugieren que podría ser gitana, y presenta un rictus de desolación que atrae la mirada del espectador hasta el punto de que toda la

Aquel cuadro fue pintado en 1892 por encargo de una adinerada familia borjana, que pidió a González un  retrato de sus seis hijas. Baltasar González aceptó el encargo… pero a su estilo. Fiel a una ideología que condenaba la diferencia de clases, aquel cuadro era una estampa familiar que mostraba dos tipos de perso­nas, unas al servicio de las otras.

Aquel mismo año, González pre­sentó Dolora en la Exposición Internacional de Madrid, junto a vecinos ilustres como Renoir o Monet.

Entre 1904 y 1909, Baltasar González fue director del Santuario de la Misericordia; aún faltaban veinte años para que Elías Martínez pintara su Eccehomo y podría cerrar aquí el círculo de las tres pinturas, pero a Dolora le queda aún una leyenda.

Un día, allá por la década de 1950, un Mercedes-Benz con chófer llegó al Museo Provincial de Zaragoza. En aquellos tiempos de posguerra era difícil ver un vehículo de aquel porte. De él se apeó una mujer anciana, que  entró en el museo y sólo tuvo ojos para un cuadro: Dolora. Lo estuvo contem­plando un largo rato hasta que se marchó sin hablar con nadie.

Al año siguiente, el mismo coche se paró en el mismo lugar, y la misma ancia­na repitió el ritual contemplativo frente a Dolora. Así estuvo algunos años, hasta que ya no volvió más. Dada su edad, no sería descabellado pensar que murió.

Los que la vieron, juran y perjuran que aquella mujer era ni más ni menos que la gitana desolada del cuadro.

Texto y fotos: Manel Kaizen / hoysalgoenmoto@gmail.com

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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