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Himalaya, acariciando las nubes Himalaya, acariciando las nubes
¿Has tenido alguna vez la oportunidad de acariciar las nubes desde el sillín de tu moto? Paré el motor de mi Royal Enfield, me... Himalaya, acariciando las nubes

¿Has tenido alguna vez la oportunidad de acariciar las nubes desde el sillín de tu moto?

Paré el motor de mi Royal Enfield, me quité el casco, me revolví el pelo, que estaba apelmazado, e intenté que me volviera el color a la cara después del frío que había pasado. La tenía acartonada. He de reconocer que para estar a 5.360 m. de altitud, las vistas no eran muy espectaculares. Una densa niebla nos impedía distinguir nada más allá del manillar de las motos.

Establecimientos "5 estrellas" himalayos

Vías sin asfaltar abiertas sobre vertiginosos abismos, enormes camiones ocupando toda la calzada tras cada curva, mal de altura, cansancio, miedo… todo quedó atrás cuando las nubes comenzaron a acariciarme el rostro y el primer rayo de sol alumbró un escenario impresionante. Como por arte de magia olvidé todas las penalidades y comencé a pensar excitado en los siguientes retos a los que nos debíamos enfrentar.

Veinte días antes, 4 amigos habíamos aterrizado en Delhi, dispuestos a vivir una de las grandes aventuras de nuestra vida. Llegamos con lo puesto, como se deben comenzar este tipo de viajes. Lo único que nos sobraba era tiempo e ilusión.

Nuestro destino era Leh, la capital del reino de Ladakh, actualmente integrado en Cachemira, aunque el verdadero objetivo era cruzar tres de los puertos de montaña de carretera más altos del mundo; Bara-lacha La, de 4.890 m;  Taglang La, de 5.328 m; y finalmente, el Khardung La, de 5.360 m., todos ellos en la misma vía. (“La” en tibetano es puerto).

Nada más llegar a la capital de la India nos dirigimos al barrio de Karol Bagh, en el que están localizados la mayoría de talleres y tiendas de motos. Después de indagar, dimos con varios establecimientos en los que alquilaban Royal Enfield a un precio razonable. El trato final lo cerramos con Tony Bike’s Center, que fue el que nos dio más garantías. Una vez conseguidas las motos, compramos cascos, bolsas que se adaptaban a las maletas de las motos y otro tipo de accesorios que no habíamos traído de España, ya que es casi más barato comprarlos aquí que facturarlos.

Un vehículo un tanto especial Himalaya

Tres días después de nuestra llegada a la India, y después de hacer algo de turismo por Delhi, salimos hacia Shimla, la antigua capital de verano del Raj británico, hacía donde huía del calor y la humedad la administración colonial durante el monzón.  En lugar de seguir hacía Manali, la ciudad en la que se iniciaba la ruta hacía Leh, decidimos tomar un desvío y enfilar por la carretera que rodea el Parque Nacional de Pin Valley, con la intención de llegar al valle de Spiti, zona de circulación restringida, ya que recorre un área fronteriza en disputa con China que está muy militarizada. No teníamos ni idea si nos permitirían pasar, pero no perdíamos nada por intentarlo.

No nos arrepentimos. Aunque el posterior ascenso hasta Leh fue espectacular, el trayecto que nos llevó a rodear el Parque Nacional de Pin Valley, creo sinceramente que  representó la parte más atractiva del viaje. Al fin y al cabo la carretera a Leh, aunque es la ruta de montaña más peligrosa e interesante que he hecho en mi vida, está bastante transitada, y esto le quita un ápice de frescura, de originalidad. Sin embargo, el valle de Spiti y los pueblos que jalonan la carretera 505 rara vez reciben la visita de foráneos, por lo que mantienen una esencia, una singularidad que nos dejó cautivados.

La primera parte del viaje, tras abandonar Delhi, discurrió por vías con un tráfico denso y caótico, que nos sirvieron para curarnos de espanto, e irnos acostumbrando a nuestras “burras”, de andar lento, pero noble y seguro.

En cuanto comenzamos el ascenso hacía las montañas el tráfico decreció, pero las carreteras, por llamarlas de alguna manera, se fueron estrechando. El peligro venía en las curvas y zonas sin visibilidad, ya que los coches y camiones las trazaban por medio, cuando no directamente invadiendo nuestro carril, con los consiguientes sustos y sobresaltos. A veces, dado que los vehículos venían por el carril contrario, te quedabas dudando un momento si ibas por el lado bueno. La circulación por la India es a la inglesa, por la izquierda, por lo que en estas situaciones, tu instinto te empuja a volver al carril al que estas acostumbrado a circular, con el consiguiente peligro.

El valle de Spiti y los pueblos que jalonan la carretera 505 rara vez reciben la visita de foráneos, por lo que mantienen una esencia, una singularidad que nos dejó cautivados

Pronto aprendimos que en las carreteras de montaña no había carriles, había vehículos grandes y pequeños, y eso marcaba las prioridades. En cuanto veíamos un camión directo hacía nosotros, ocupando toda la calzada, nos apartábamos a un lado, bien resguardados esperando a que pasara. En muchas ocasiones eran dos, e incluso tres, los que nos encontrábamos de frente, taponando la carretera, saliendo de una curva en mitad de un desfiladero, adelantándose en plan suicida. Esos si que eran momentos de pánico.

También había lugar para las notas de humor y la sonrisa. Y además muchas. Entre los aspectos más curiosos, figuraban las advertencias que hay diseminadas por toda la ruta. Carteles oficiales en los que las autoridades, de forma algo infantil, te advierten de los peligros con juegos de palabras, muchas veces versificados, que recuerdan a las cartillas que leían a nuestros padres de pequeños en el colegio. La variedad es curiosa y divertida.

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El cartel Don’t be a Gama in the land of Lama, nos mantuvo en suspenso durante mucho tiempo, hasta que un habitante local nos explicó que “gama” es una expresión referida a la gente prepotente, orgullosa…. vamos, que no te pases de listo en la carretera cuando transitas por el país de los lamas, símbolo de paciencia y humildad.

Torrentes y abismos

El recorrido duró varios días, en los que alternábamos asfalto con pistas de tierra, cruzábamos torrentes que se desbordaban por encima de la carretera, puentes con piso de tablones, y siempre flanqueados por abismos cuyo fondo apenas acertábamos a distinguir, de los que no nos separaba pretil o quitamiedos alguno.

En una ocasión tuvimos que apearnos, ya que un desprendimiento había taponado la carretera, y pasar empujando las motos por un río, cuya agua por suerte solo nos llegaba por debajo de las rodillas.

Un poco antes de llegar al final de esa parte del viaje, a unos 60 km. del cruce en el que debíamos reincorporarnos a la carretera en dirección a Leh, la moto comenzó a portarse de forma un tanto extraña. Paré, revisé la dirección, y vi que el pasador que la une al chasis, se había partido. Solo quedaba un pequeño trozo que mantenía la moto ensamblada de puro milagro ¡Que agobio! Tenía bastantes piezas de repuesto, pero no un pasador de esas características. Nos quedamos helados. La moto no podía seguir así, y no había sitio alguno para repararla en 50 km. a la redonda, ni posibilidad de asistencia en carretera.

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Buscamos por todos los equipajes algo que nos sirviera, pero nada. Mientras estábamos enfrascados dando vueltas y más vueltas a la solución del problema, de repente, apareció un enorme Unimog, como salido de la nada. Eran unos alemanes que estaban dando la vuelta al mundo ¡Increíble! Llevábamos más de una semana sin ver extranjero alguno y, justo cuando nos encontrábamos atascados por una avería, aparece un camión lleno de repuestos y buenas intenciones.

Ellos tampoco tenían un pasador de las características que necesitaba. pero me dieron un tornillo bastante más fino y largo, que daba mucha holgura y que además dejaba mucho espacio por los extremos, pero con el que podía hacer un remiendo. Para que no se saliera, le puse media docena de bridas, que lo apretaban al chasis, y una cobertura de cinta aislante blanca, de tal manera que la pieza parecía un accidentado recién salido del hospital.

Dimos las gracias efusivamente a los alemanes, que rechazaron bailar con nosotros unas danzas suavias, ya que aunque estaban muy alegres, no se les daban bien los bailes regionales, y seguimos hacía adelante. La moto temblaba más que un gorrino en vísperas de San Martín, pero increíblemente aguantó. Cuando la confié al taller, una vez que llegamos a la primera población, los indios alucinaban de que mi pequeña Frankenstein hubiera aguantado 60 km de baches y despeñaderos con ese apaño.

Tras descansar y poner a punto las motos, salimos temprano rumbo a Leh. A partir de ahí llegaban los tres desafíos que nos habíamos planteado, dentro del enorme desafío que representaba un viaje de esas características; el paso por tres puertos de montaña de 5.000 metros de altura.

Pero entre medias de esos puertos, había media docena más por encima de los 3.000 m, que no es moco de pavo.

Para entonces ya estábamos aclimatados, ya que durante la circunvalación de Pin Valley habíamos cruzado varios puertos de más de 4.000 m., como Loser o Kibber.

Plátano con ajo

Nico y Álvaro habían traído algunas infusiones de coca, procedentes de un reciente viaje a Bolivia, pero además de ser insuficientes para los cuatro, no era una tarea nada fácil ponerte a hacer una infusión en mitad de la montaña. En un pueblo nos habían comentado que los ajos eran un remedio infalible para el mal de altura, y habíamos comprado varias cabezas. El problema es que ninguno se atrevía a comerse un diente de ajo así, por las buenas, en frío. En una de las paradas Juan sacó varios plátanos que tenía en la mochila, peló uno de ellos, y tras comerse la punta hundió en su interior un diente de ajo.

Me parece que pasaremos a la historia por haber descubierto un nuevo sabor para la marca Häagen-Dazs; el Garlic-Banana dijo, mientras engullía de un solo bocado el trozo de plátano que albergaba el ajo.

Si, y por otra parte en cuanto lleguemos a cualquier sitio y nos huelan el aliento, enseguida se darán cuenta de que somos españoles, dije yo mientras engullía otro apetitoso bocado.

 

Los paisajes eran de quitarte el hipo, pero tenías que andar con cuidado, ya que cualquier distracción podía representar un accidente.

En ocasiones, tras coronar un puerto, llegábamos a enormes planicies, en las que nos podíamos relajar un poco, e incluso dar algo de gas a las motos. Hacíamos de media unas 8 horas diarias de ruta, pero, curiosamente, las Royal eran bastante confortables. En mi BMW he realizado trayectos más cortos, por carreteras bien asfaltadas, y he acabado con el trasero mucho peor.

Dormíamos dónde podíamos, comíamos donde nos daban algo, comestible o no, y de vez en cuando nos pegábamos un homenaje de cerveza, que en la India son abundantes y generosas. En la mayoría de los sitios solo tenían lentejas y arroz para comer o cenar. Una dieta que me hizo volver a España con unos cuantos kilos de menos.Uniformidad ante todo Himalaya

La subida al Taglang La, con sus 5.360 metros, fue durísima. La noche anterior habíamos dormido en un improvisado campamento de tiendas cerca de un cuartel militar, habilitado para que los camioneros y otros viajeros pudieran hacer noche antes de afrontar el paso del puerto. Nos habían advertido que era conveniente cruzar antes de las 12 de la mañana. A partir de esa hora, las condiciones, que suelen ser muy cambiantes a tanta altura, se podían complicar y hacer que la ascensión, como de hecho nos ocurrió, se tornara bastante difícil.

Salimos bastante pronto del campamento, pero a los pocos kilómetros, el cable del embrague de mi moto dijo basta. He cambiado muchos cables de embrague y es una operación que no reviste demasiada dificultad. Llevaba todos los repuestos y creía que las herramientas necesarias, pero, desgraciadamente, la Royal Enfield lleva el cable del embrague por dentro del motor, no como el resto de las motos que conozco, que va por el exterior hasta una pequeña palanca que acciona el embrague.

Tuvimos que regresar y pedir ayuda a los militares. Por suerte había una unidad mecánica, que nos ofreció amablemente sus conocimientos y experiencia. Pero perdimos unas horas preciosas. Cuando comenzamos a trepar hacía el puerto, las condiciones meteorológicas se complicaron. La lluvia embarraba el camino y los camiones dejaban unas rodadas enormes que te obligaba a rodar despacio, con extremo cuidado. Como a perro flaco todos son pulgas, la moto de Nico, que era bastante vieja, comenzó a dar problemas de carburación.

Taxi Driver

 

La falta de oxígeno hacía que tuviéramos que tirar del aire para enriquecer la mezcla que entraba en el carburador, y esto provocaba que las bujías se engrasaran. Finalmente, la moto se paró. En ese momento comenzó a granizar con fuerza. De común acuerdo, Juan y Álvaro siguieron adelante mientras Nico y yo cambiábamos la bujía. Conseguimos arrancar tras muchas dificultades, pero a los pocos kilómetros la moto volvió a pararse.

Empapados y ateridos de frío volvimos a cambiar la bujía. Tuve que lanzarme cuesta abajo varias veces para poder arrancarla de nuevo. Al cabo de un tiempo la moto volvió a fallar. Cada vez que acelerabas se ahogaba, y a Nico se le paraba. No tenía suficiente experiencia, y no sabía como manejarla en esas condiciones. Finalmente le dejé mi moto, que funcionaba perfectamente, y me hice cargo de la suya.

La solución era subir en segunda con el aire sacado a tope, utilizándolo para acelerar y sin parar. Con la mano derecha ocupada en mantener el aire abierto, debía llevar el manillar solo con la izquierda. Además la moto de Nico era un modelo inglés antiguo, que tiene los mandos al lado contrario de como lo tienen las motos actuales. El embrague queda en la derecha, por lo que al tener esa mano ocupada, debía subir constantemente en la misma marcha o cambiar sin embrague aumentando las revoluciones del motor. La subida, entre el granizo, el barro, las enormes rodadas, los camiones, y un precipicio abierto a mi izquierda, fue peliaguda.

Trabajadores preparando el asfalto de la carretera

Cuando conseguí llegar arriba estaba calado hasta los huesos, tenso, agotado física y mentalmente, y bastante cabreado. Nos refugiamos en un pequeño templo que hay en el paso y esperamos a que amainara la tormenta. Cuando esta acabó y pudimos salir, el primer rayo de sol alumbró un escenario impresionante. Como por arte de magia olvidé todos los sinsabores pasados, y comencé a pensar excitado en los siguientes puertos a los que nos debíamos enfrentar.

No diré que el resto fuera pan comido, pero sí que la experiencia del Taglang La nos dejó con el culo pelado, y los siguientes puertos los atacamos con otra mentalidad, con la actitud del que ya ha acumulado lo peor del viaje a sus espaldas.

La llegada a Leh fue apoteósica. Estábamos molidos, pero felices. Leh es una ciudad tibetana, en su aspecto, sus costumbres, sus gentes, su comida. Hay templos budistas que se desparraman escalonadamente por las laderas de las colinas, gompas, banderas de oración, ruedas de la vida… y muchas pintadas y carteles del activismo en pro de la libertad del Tibet. Es una India completamente diferente a la que están habituados a ver los turistas. Una India maravillosa y fascinante.

En Leh descansamos unos días e hicimos algo de turismo por la zona. Visitamos algunos pueblos cercanos, y nos aventuramos a experimentar un día de rafting por el río Indo. Absolutamente brutal. Una aventura sobre un tipo de monturas completamente diferentes.

Ya solo nos quedaba retornar por el mismo camino, ya que en ese momento hacerlo por Cachemira era prácticamente imposible, por culpa de los disturbios y las tensiones políticas.

Un viaje duro, peligroso, pero muy reconfortante. De esos que se te quedan grabados en la retina, como una de tus grandes aventuras, y que te muestra, muy acertadamente, hasta donde puede llegar tu aguante y tu capacidad de sacrificio. Algo que en nuestro mundo, pandemias aparte, hace tiempo que se nos ha olvidado.

MAPA DE LA RUTA

 

Texto y fotos: Moncho Escalante

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

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