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Akitil, el viaje de Elsi Rider a la Península Arábiga Akitil, el viaje de Elsi Rider a la Península Arábiga
Había sido un año difícil. Día tras día se sucedían noticias de muertes, violaciones y desapariciones. La gente me animaba a NO hacer el... Akitil, el viaje de Elsi Rider a la Península Arábiga

Elsi Rider y su viaje a la Península Arábiga.

Había sido un año difícil. Día tras día se sucedían noticias de muertes, violaciones y desapariciones. La gente me animaba a NO hacer el viaje. Miradas que sin hablar me decían “si te pasa algo, tú te lo has buscado”, en definitiva, el miedo estaba tomando ventaja. Supongo que el mensaje de una persona “vuelve sana y salva….y tú verás lo que haces”, fue lo que dio más sentido a esta aventura hacia Arabia. He mirado de frente a la muerte en mi vida y vencido al miedo, así que no iba a dejar que este sentimiento me paralizase y el 29 de marzo de este 2019 iniciaba mi viaje a las 7:00 de la mañana con un “ME VOY A LA PENÍNSULA ARÁBIGA”. Viajaría conmigo un mensaje en forma de pegatina. Un personaje de nombre AKITIL con el que dejaría huella de mi paso por los diferentes países que atravesaría, porque quería terminar este viaje y poder decir que “NO DEJARÉ DE HACER NADA POR MIEDO”.

Tras atravesar Europa, y conociendo ya el norte y centro de Turquía, esta vez quería realizar el recorrido por el sur de este país, salpicado a medida que te acercas a las zonas calientes de Siria por campos de refugiados desperdigados por todo el territorio.

Serpenteantes carreteras te acercan a Yanartas Dagi, o rocas ardientes, un mágico lugar donde una docena de hogueras producidas por un accidente geográfico, hacen que el metano mantenga vivo el fuego constantemente. Un lugar al que llegas por una pequeña y fácil pista con la moto y que tras dejarla aparcada y caminar poco más de un kilómetro te transporta a un espectacular lugar que servía en épocas pasadas de faro a los barcos.

Akitil, el sentido solidario del viaje a Arabia.

La antigua ciudad de Olympos

Era mi campo base para visitar la zona. Una enorme ciudad en ruinas que a pesar del paso de los siglos grita la riqueza, bullicio y vida que debió de tener. Conducir la moto por estas carreteras se transforma en una auténtica delicia para los cinco sentidos. Parajes extraordinarios, casas colgadas, elevadas o directamente construidas encima de árboles.
Tradiciones, esplendor y un río que la atraviesa y desemboca en una enorme y paradisíaca playa, hacen del lugar un destino apetecible para rodar en moto, eso sí, fuera de temporada de turismo, porque está zona por lo que pude observar estaba llena de chiringuitos que ahora estaban cerrados, pero se adivina que en verano aquello debe de ser intransitable, al menos para mí, que huyo de todo esto.
Konya, derviches.

Konya, cuna de los Derviches giradores

No olvidéis esta ciudad si visitáis Turquía, la cuna de esta “orden” donde podréis ver un ritual lleno de espiritualidad. Los “malvedis o derviches giradores” entran en una especie de pista circular. Majestuosamente saludan al maestro sentándose en unas alfombras de piel de oveja y quitándose sus capas. Reciben un beso de su maestro y comienzan a girar sobre si mismos de forma suave, elevando poco a poco sus manos y terminando con una precisa exactitud colocando cada pie, para conseguir girar hasta entrar en trance. Una ceremonia que finaliza majestuosa y silenciosa, sentados nuevamente y quedándose en silencio y en reposo durante un buen rato. Cuando terminan, no hay aplausos, no es un espectáculo y se van uno a uno cerrando este sagrado ritual.
Pero pasear por Konya, también es encontrarse con un enorme bazar al aire libre perfectamente conservado, meticulosamente cuidado y con ese contraste de la tradicional Turquía, muy alejada de la europeización de otras grandes ciudades, ¡Estamos en la auténtica Turquía!. Lo que más me sorprendió fueron sus casas blancas con ventanas y puertas enmarcadas en madera y por su puesto “Aziziye Camí”, una impresionante mezquita. Conozco muchas, pero ninguna con tejadillo en sus minaretes como la que hay en esta ciudad.

Terrenos complicados...

Mardin, ciudad medieval de la Anatolia cerrada por la guerra

Sigo entre la frontera de Turquía y Siria y llego a esta bonita ciudad kurda, mezcla de religiones y culturas por las diferentes poblaciones que ha acogido, kurdos, armenios, turcos, sirios y a punto de convertirse en Patrimonio de la Humanidad, aunque esto, la guerra supongo que también lo ha paralizado; al igual que el turismo. Tuve la oportunidad de conocer a un chico que amablemente me llevó en su coche a visitar una madrasa a las afueras y me explicó que los hoteles habían estado cerrados por la guerra, “¡No había turismo!”, me dijo. Los tenderos me iban saludando cuando paseaba por sus calles ¡Welcome!, me decían. Las guerras como siempre, las crean unas y las sufren otros.

El caso es que Mardin, es una ciudad merecedora de estar entre las más bonitas. Paseé por sus calles y descubrí callejones, casas únicas e incluso una plaza con direcciones de las principales ciudades “del mundo”.

Una de las familias con la que Elsi Rider convivió.

La guerra

Tengo muchos kilómetros por delante, voy bordeando la frontera con Siria donde se esta librando una guerra. Resulta extraña esta aparente tranquilidad del lado turco, cuando a apenas unos kilómetros se esfuman vidas humanas.

Una noche dormí en Akcakale, prácticamente en la frontera con Siria. Había montado la tienda de campaña en un lugar cubierto, el cansancio acumulado me adormeció hasta que desperté por el ruido de lo que imaginé petardos, pero no lo eran, ¡eran disparos!: la gente se estaba matando cerca de allí.

Al asomarme un turco tomaba un té tranquilamente sentado en una piedra y con gestos me dijo: “PUM PUM PUM SIRIOS”, era “ la guerra”, la cruda guerra.

Subí a un tejadillo, y aquel momento me congeló el corazón, curiosamente me sentía segura en aquella parte de la frontera, pero la gente se moría cerca y no sé muy bien cómo se puede explicar esta sensación de aparente paz, vida y muerte.

Campo-de-refugiados-sirios

La carretera principal estaba cortada por tanques y al día siguiente quería visitar Harrán y sus famosas casas colmena, donde cené con una familia siria y donde estuve en un campo de refugiados rodeada de niños atraídos por mi moto y a los que la guerra, la dura guerra, no había conseguido borrar sus sonrisas.

“Turist no, danger!”

No me dejaban pasar por la carretera principal para llegar a Irán. Controles militares con tanques cortaban toda la carretera. Les indiqué que otros coches pasaban, para darles a entender que yo también quería coger esa ruta pero me constestaron TURIST NO, DANGER, y me hacían gestos con el brazo y con la mano para que me fuese; y así lo hice cogiendo una carretera de montaña. Fueron unos 298 kilómetros en un constante barrizal. La moto se me iba para todos los lados, tuve que empujar, patear, parar y sobre todo tomármelo con mucha calma; más de 7 horas tarde en salir de allí, donde una mala pista sin barro se convertía en la mejor de las carreteras.

Atravesaba poblaciones donde salían todos a gritarme para que parase. Hubo un momento, en el que solo había dos caminos llenos de barro, uno cerrado y otro por el que yo me dije a mi misma ¡María por ahí no eres capaz de pasar!, pero pasé, no había más alternativas y cuando estás en estas situaciones tiras para adelante como puedes.

La gente, siempre con sonrisas.

Pero como dice el refrán “dura poco la alegría en la casa del pobre”, y empecé a subir por una revirada carretera en zig zag, donde empezó a llover y después a nevar, hacía mucho frío, las máximas eran de 7 grados y cada poco controles militares que me obligaban a quitarme el casco y lógicamente los guantes para darles toda la documentación de la moto. Iban sacando fotos de mi y de la moto, que llegaban al siguiente control militar.

En estos momentos es cuando una se pregunta ¿Quién me mandaría meterme en esto? No había nadie, y cuando digo nadie es nadie, excepto yo por aquella carretera llena de charcos, barro y nieve.

Territorio de terroristas.

En el último control, un militar me da a entender en inglés que estoy en territorio de terroristas, enseñándome las cuevas donde se ocultan. Me señala las metralletas que tiene y con su móvil fotos de los terroristas abatidos con un tiro en la cabeza en la misma garita donde estábamos hablando. ¡Allí mismo!, ¡La misma garita de la foto!, el mismo lugar y posiblemente pisando donde quedarían restos bajo la nieve.

Estaba en la boca del lobo, y todavía me quedaban más de 100 kilómetros para llegar a Yüksekova, ciudad cerca de la frontera con Irán. Había rodado entre Cizre y Cukurca, puntos calientes entre las fronteras de Turquía, Siria e Iraq.

Con el camión para atravesar Irán.

Irán y su represión

Irán tampoco fue fácil, “las tuercas se han apretado más” y los derechos se han recortado mucho, sobre todo los de las mujeres. Tras tres días en la frontera y con una autorización especial de la policía conseguí con un transporte de mercancías en tránsito atravesar el país. Las motos de alta cilindrada ahora están prohibidas. Aunque, mi opinión y por lo que me comentó un funcionaria del país con la que cogí cierta amistad, es que ya no quieren más viajeros en solitario. Prefieren turistas que lleguen en avión, donde todo se dulcifica y así la población no tiene contacto directo con la gente extranjera y los extranjeros tampoco nos enteramos de lo que está sucediendo el país, que desde mi punto de vista, es un paso de gigante hacia atrás.

La Península Arábiga y la isla de las mujeres con máscaras

Ya había llegado al puerto al sur de Irán. Tras muchas horas de espera, desprecintamos el camión y pude sacar a Lusi que ante la discusión de ver cómo hacían para bajar la moto con un desnivel de un metro aproximadamente que había entre el camión y la dársena; en un momento dado arranqué y salté con la moto ante la atónita mirada de los funcionarios y el grito de orgullo de Hassan, mi chófer y ahora amigo en Irán.

El barco y las máscaras hacia Masirah.

Mujeres a un lado y hombres hacia el otro. Todas con el pañuelo, algunas con un burka y otras con las típicas máscaras que llevan en la isla de Qeshm y que encontraría también, más tarde en Masirah (Omán). Todas me animaban a quitarme el velo, y yo creí que en cuanto entrásemos en aguas internacionales todas se lo quitarían, pero no fue así. ¡Están aterradas! “¡Jomeini, Jomeini!”, me decían mientras hacían gestos de que las cortaría el cuello. Pero yo, alentada por ellas ya me lo había quitado paseaba por el barco con el pelo suelto.

Mi sorpresa llegó cuando al finalizar el trayecto, todas, prácticamente todas las mujeres me vinieron a abrazar y dar las gracias por el gesto. Aquello me emocionó y es de esas cosas que se quedan ya grabadas para siempre en el corazón.

Tras más de cinco horas de trámites y casi 400 euros para entrar en el puerto de Dubai, consigo salir de allí. ¡Estoy cansada, pero feliz, muy feliz, he conseguido llegar a la Península Arábiga, lo he conseguido! Ahora toca descansar y disfrutar un poco.

Emiratos Árabes Unidos (EAU)

Poco se puede hablar de unas ciudades con apenas historia, donde todo me resultó muy artificial. El edificio más alto, la torre más sorprendente, las islas palmera (The Palm Jumeirah) y centros comerciales donde hacen prácticamente toda la vida. Lujo y ostentación sostenido por el trabajo y explotación de indios, paquistaníes, bangladesíes e incluso filipinos, que son los únicos que realmente trabajan allí.

Burj-al-arab.

Cuando abandonas Emiratos Árabes Unidos a través de Dubai, lo que te encuentras es desierto, un inmenso desierto, sobre el que se ha ido construyendo lo que es hoy EAU. Hace mucho calor pero los trámites son ágiles y hacer la visa para Omán es muy fácil en la frontera.

Es un país diferente. Este sultanato que apenas se conoce, está lleno de “fuertes” de la época colonial portuguesa para controlar el Golfo de Omán. Aguas color turquesa, arquitectura espléndida, desierto y parajes verdes en la época del monzón, uadis, reservas de tortugas, ciudades de “las mil y una noches”, islas con máscaras para las mujeres y un extraño contraste entre modernidad sostenida para atraer al turismo y fuertes tradiciones.

Asociacion hispano-omaní.

Omán es un lugar con unos espectaculares fuertes distribuidos por todo el país. Su fascinante arquitectura no deja indiferente a nadie y además los nuevos edificios no pueden pasar de una altura determinada y todos han de conservar la típología para no romper la armonia. Viajar en moto por Arábia es un DELEITE con mayúsculas. Carreteras serpenteantes y bien cuidadas para llegar prácticamente a todas las principales ciudades, Sohar, Barka, Muscate, Sur, Nizwa, Salalah.

El desierto de Arabia

Uno de mis propósitos era conocer ese inmenso desierto al que las fronteras no pueden poner límites y donde el año que viene se disputará el DAKAR 2020. Había encontrado un campamento de beduinos y quería pasar allí la noche.

Desierto.

La carretera que te acerca a la entrada del desierto está llena de bancos de arena que fuí esquivando o pasando poco a poco como pude. De repente ese camino se terminó y empezó el desierto. Había rodadas y un todo terreno acababa de salir. Bajé las presiones de las ruedas todo lo que pude y me dispuse a recorrer durante una hora y media aquel desierto para llegar al campamento de beduinos donde quería hacer noche. Mi moto es muy pesada. Si ya de por si, el arena con una moto especial para ello es complicada, imaginaros cuando llevas tu casa encima para pasar dos meses y con una moto con más de 200 kgs.

En anteriores viajes había atravesado el Kyzyl Kum entre Uzbekistán y Kazajistán, y el desierto de Yazd en Irán, con pistas de arena prensada y bancos franqueables no sin dificultad. Pero el desierto de Arabia, es el desierto en mayúsculas. Avancé y me vi en el suelo varia veces, hasta que de repente deje de ver, supongo que los 50 grados y la plenitud del desierto me asustaron, así que paré y comprobé que lo que venía después era una inmensa duna que bajaba. ¡Menos mal me dije!. A penas había hecho 7 km y me dí cuenta de que era casi imposible para mí. Viajo sola, no tengo preparación “dakariana” y lo único que podía hacer es empujar la moto.

Desierto de Arabia.

Me dispuse a dar la vuelta pero, como es obvio y habréis intuido, la rueda se hundió. Comencé a quitar maletas y todo el peso que podía de la moto, arrastrándola y a sacar arena de debajo de la rueda con las manos a modo de pala. Se me ocurrió la idea de coger la estrilla para dormir y utilizarla para que las ruedas pudieran traccionar, y así, poco a poco, conseguí salir de allí. Estaba bañada en sudor. ¡Monté nuevamente todo! y otra vez el punto ese de gas, que en mi caso, nada experta en el terreno me asusta, pero con la cabeza fría conseguí volver a la carretera inicial. ¡Una retirada a tiempo es una victoria y sobre todo cuando viajas sola!. Busqué a un chófer experto, que con la mano me indicaba que estaba “loca por llegar hasta allí con la moto”, y con él, tras hora y media, y la moto en su casa, conseguí llegar a un campamento de beduinos y pasar allí una espectacular noche bajo las estrellas. Aquella noche pensé hasta dónde había llegado.

Imágenes que no se olvidan.

El complicado regreso. Dormir en mezquitas

Conseguí un salvoconducto a la vuelta para atravesar Irán con mi moto, dos días me dieron para atravesar 2.130 km, en un país con la tasa de siniestralidad por accidentes más alta del planeta. Conduje de día y de noche. En Irán conducen muy rápido y muy mal, por la noche todo el mundo va con las largas puestas y los camiones sobre todo, los camiones llevan un montón de luces que me cegaban y echaban de la carretera constantemente. Dormía en mezquitas para no perder mucho tiempo, mi salvoconducto expiraba en breve y no había tiempo que perder. A la llegada de Irán, en la frontera turca de Dogubayazabit, me escanean la moto, la policía turca, en tono chulesco, se burla de mi, me revisan todo el equipaje. Ante mi queja por solicitar una mujer para que toque mi ropa íntima la situación se complica y me hicieron desmontar la moto entera.

Con una fiebre de 39 grados que acarreaba, inicio regreso tras siete día de intensa lluvia y obligada a pasar un día metida en un hotel para intentar bajar un poco la temperatura.

A punto de iniciar el regreso a casa.

En campo base

Ahora, desde la comodidad de mi casa, “campo base” y con todos los regalos que me han ido haciendo en el camino, solo me queda recordar todos los momentos vividos en este intenso viaje. Los malos pero también los buenos que fueron la mayoría.

Con un montón de experiencias vitales que han llenado mi mochila viajera con otras nuevas culturas, encuentros, familias, gentes, lugares maravillosos. Y con el mejor regalo de todos “el haber vivido otra experiencia más que contar cuando sea viejecilla, otra cosa de la que no arrepentirme por no haberla hecho”.

Texto y fotos: Elsi Rider.-

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Quique Arenas

Director de Motoviajeros, durante más de 25 años, en sus viajes por España, Europa y Sudamérica acumula miles de kilómetros e infinidad de vivencias en moto. Primer socio de honor de la Asociación Española de Mototurismo (AEMOTUR), embajador de Ruralka on Road y The Silent Route. Autor del libro 'Amazigh, en moto hasta el desierto' (Ed. Celya, 2016) // Ver libro

  • Miguel Angel

    22 noviembre, 2019 #1 Author

    MAria, sencillamente espectacular tu viaje, no se cuantas veces te dijeron que estabas “loca”, pero bendita locura. Enhorabuena ¡¡

    Responder

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