Pakistán: territorio extremo
Rutas y viajes 20 octubre, 2017 Quique Arenas 0
Meses de preparativos y con toda la logística salimos de la capital de Pakistán tras la oportuna fotografía de partida frente a la gran Mezquita de Islamabad (La ciudad del Islam). Los suburbios de la ciudad son lo más próximo al absoluto caos circulatorio. Una mezcla de la India y El Cairo fundidos en uno solo para complicarlo todo. Todo revuelto y con unos límites de contacto realmente mínimos. Un tráfico agresivo, donde la ley del más fuerte, el camión, se impone a autos, minibuses, triciclos, carros, motos y peatones. Bienvenidos a Pakistán.
Karakorum Highway (KKH) ¿La ruta más peligrosa del mundo?
La KKH busca el norte entre un tráfico extremadamente peligroso, y por la izquierda. Los minubuses de seis plazas, con 20 nativos en su interior, establecen competiciones. Los camiones se retan en adelantamientos. Se ven las caras cuando se enfrentan a pocos centímetros en cruces de vértigo. Los 4×4 se cuelan entre los huecos como si fueran motos y las motos se tienen que adaptar a… pues sí, a quitarse siempre. Abbottabad, población donde encontraron a Bin Laden, es uno de los top caóticos dentro del infinito revoltijo de variedades peligrosas en el trafico que tiene Pakistán.
La Karakorum Highway es una carretera mítica de la historia de los caminos en el mundo. Una vía que viaja subida a caballo de la historia. Una ruta legendaria que sigue uno de los ramales de la Ruta de la Seda, un conjunto de valles que budismo, hinduismo e islamismo utilizaron para penetrar en las montañas más bestiales del planeta.
La moderna carretera fue consecuencia de un pacto entre China y Pakistán, por el que los chinos devolvieron a Pakistán un territorio ocupado en 1950 con la toma del Tibet. Sellarían el pacto fronterizo construyendo una carretera que comunicaría los dos países por el Kunjerab Pass. Las obras comenzaron en el año 1966 y la carretera se inauguró en 1982. En la construcción fallecieron más de 500 trabajadores paquistaníes y un número indeterminado de chinos. Kasghar, capital Uigur, e Islamabad, fueron unidas atravesando las continentales arrugas del mapa formadas por el choque de la placa tectónica de India con Asia. El nudo Gordiano de Himalaya, Karakorum y Pamir atravesados por un camino transitable a vehículos. En total 1.200 kilómetros (400 en China) de carretera que se intenta mantener despejada y en uso la mayor parte del año. Los derrumbes, desprendimientos y avalanchas son frecuentes -diarias en época de monzón- y un grupo de trabajadores lucha permanentemente contra la naturaleza.
Rodando por esta carretera es difícil imaginar cómo se ha podido construir. Miras al otro lado del poderoso río Indo y sus potentes y violentos rápidos y ves una pared casi completamente vertical. De pura roca. Así durante kilómetros, solo cortada por barrancos verticales de desprendimientos continuos. Las cumbres están en perpetuo desmoronamiento. Imposible construir por ahí una carretera, piensas. El margen del Indo por el que circulas es igual al otro. Deduces que viajas por una carretera imposible.
La ruta en la región del Swat se cierra a la circulación con la caída del sol. Debemos continuar con escolta. Un pick-up TT con cuatro policías armados. Debemos apagar las luces y conducir a oscuras para que nadie nos vea como un convoy. ¡Para que no nos disparen desde las alturas! Una noche emocionante. Acabamos de cruzar el río Indo. Nos metemos entre las montañas más salvajes del planeta. De noche y escoltados por policía antiterrorista alcanzamos Besham. Un hotel local donde el ventilador del techo apenas corta el denso aire, enviando bocanadas de sopor. La humedad empapa. Esto es la KKH en verano y Besham la población más importante de la provincia de Kohistan. Tierra de Montañas.
El cañón del Indo
De todos los cañones que hay en el planeta el que presenta una mayor desnivel respecto de sus cercanos alrededores es el río Indo. Entre la cumbre del Nanga Parbat (8.126m) y el río Indo en Jabalot, hay más de siete kilómetros de desnivel en apenas 30 km de distancia. Es el abismo más notable emergido del mundo. La carretera es de esas que emocionan en cada kilómetro. No hay descanso. El mal asfalto, donde lo hay, está roto o completamente lleno de arenas, gravas, vadeos en cada vaguada, tramos de rocas y muchos, muchos kilómetros de polvo y piedra. Mantener asfaltada esta ruta es imposible. Cada año decenas de derrumbes rompen una y otra vez el asfalto. Brigadas especializadas mantienen una lucha continua contra el descomunal desfiladero. El cañón, en la mayoría de los tramos, esta encajado por farallones que se elevan más de un kilómetro tu sobre tu cabeza. A media ladera transcurre esta carretera pomposamente denominada Highway, y yo diría Gigant Way. Es una locura. Algunos tramos excavados directamente en la roca vertical demuestran que esto es una hazaña del empeño humano. No hay ruta más espectacular de desfiladero fluvial en el mundo. Sin ningún tipo de protección, señalización o ayuda. Es una carretera salvaje, preciosa, ruda, hermosa, impactante, que no te hace solo sentir diminuto. Eres diminuto.
Ascensión a Fairy Meadows
Vamos a ascender por la pista de montaña transitable más pronunciada de toda esta región. Es uno de nuestros retos en este viaje. La ascensión a Fairy Meadows con sus vistas sobre la montaña Nanga Parbat, (la montaña desnuda).
La ascensión es una pista de piedra muy estrecha y pendiente, colgada del precipicio. Tan estrecha y pronunciada que solo la suben los Jeep cortos de cuatro marchas de una cooperativa local que tienen licencia para hacerlo. No se puede hacer con ningún automóvil TT, ni esta permitido hacerlo, más que por ellos, por seguridad. Convencemos a la policía para subir con las motos más un Jeep oficial de asistencia. Empezamos la ascensión de una pista rota, muy rota de apenas 3 metros de anchura, tortuosa, con frecuentes curvas de 180 grados. Muy pendiente, siempre por encima del 15% con rampas aún más difíciles del 20% y dura roca. Siempre al borde del abismo.
Unas cuantas horas después lo conseguimos; dejamos las motos y empezamos la ascensión a pie hasta el campamento de Fairy Meadows, un lugar fantástico. Hemos retado a uno de los caminos más peligrosos del Karakorum (el Pedregal Negro) y nos ha emocionado.
Río Indo, el Rey León
Descendemos de esta pista infernal y sin salida hacia el potente río Indo que se encaja camino de Skardu, en las más fabulosas gargantas de todo el recorrido. Solo el río, la carretera y tú. El cañón en esta parte son 150 km de pura roca. Es una carretera muy difícil y salvaje, que amenaza de continuo en convertirse en dramática. Las aguas baten con furia en el fondo y la pista es solo una diminuta raya, abrumada entre farallones, precipicios, desaguaderos. Un hilo humano pendiente del abismo que cuelga temerosa por su margen derecho. En algunos lugares se escucha el arrastrar de rocas, del tamaño de automóviles por el fondo, chocando, rompiendo, resonando. Brama el Indo. Ruge el río León.
Por fin el valle se abre y alcanzamos la joya de Pakistán. El Baltistán, con su grandioso valle de Skardu. El Indo se abre en grandes brazos: auténticos lagos, amplios remansos, islas. La arboleda y los espacios abiertos reconfortan la vista tras horas encajados en un agónico desfiladero.
El Valle de Hushe
Apenas son 120 km, entre Skardu y Hushe, un fácil viaje en casi cualquier parte, y nunca menos de 5 horas de ruta, con suerte, cuando estás en la cordillera del Karakorum. Hushé es la última aldea, el pueblo más interior del Parque Nacional del Karakorum, la población más próxima a picos tan legendarios como el K2.
Para llegar hasta Hushé primero viajamos paralelo al río Indo, luego seguimos por otro valle, el río Shyok. La pista es de piedra, polvo, a veces fes-fes ( arena tan fina como polvo de talco ) con tramos complicados y algunos puentes que parecen mantiener un equilibrio inestable, amenazando con desmoronarse sobre el caudaloso río. Un camino duro, muy duro que machaca las pequeñas motos. Roca y en algunos pueblos largos tramos de grandes cantos rodados como piso principal vuelven a poner a prueba mecánicas y también pilotos. Héctor supera una tras otra las pruebas cada vez más difíciles. Reme disfruta con cada paso complicado superado. Luis y yo que nos alternamos la Kawa, vivimos dos viajes en uno. Con la moto de enduro disfrutamos pues hace fácil la ruta por suspensiones y potencia, te permites vivir mucho más el paisaje, recrearte en la cara de las gentes. Con las Suzuki 150 c.c. la ruta se convierte en reto a cada paso complicado. Toda una experiencia viajar en una pequeña moto por pistas duras.
Tardamos casi dos horas en hacer los apenas 36 kilómetros que hay entre el puente y la aldea de Hushé. Es un valle magnífico. En esta época del año en la parte baja ya han recogido el trigo y algunas sencillas maquinas están separando el grano de la paja en los pueblos. Toda una fiesta. Más arriba el clima más severo aún no ha permitido germinar completamente al trigo que sigue pintando de verde intenso los remansos donde el valle se extiende en vegas abiertas. Todo un espectáculo en el corazón de las montañas más salvajes de Asia. Es la vida natural, la del hombre integrado en la naturaleza sin avances tecnológicos. Una vida que sería casi igual hace 100, 200, 500… años.
Regreso a Skardu
La dura, durísima pista obliga a volver a pasar sobre la base de cantos rodados de gran tamaño. Mucho polvo, piedras, barros, derrumbes y un par de puentes de vértigo. Por fin regresamos a la unión de los ríos Hushé y Shyok, tributarios del Indo. En el último tramo de la pista, ya a vista del puente, la Kawa pincha de atrás, un clavo. No es buen lugar para reparar y continuamos hasta una cercana población con un taller para reparación. El veterano y experto propietario deja todo para ponerse con la moto. Desmonta la rueda con la ayuda de Luis, saca la cámara, la zurce cosiéndola con cuerda. Una gran raja cosida y después un gran parche vulcanizado con prensa y calor. Todo arreglado en apenas 40 minutos. Precio 100 rupias, unos 0,80 euros. Estamos en el Pakistán más profundo.
Las últimas decenas de kilómetros camino de Skardu se vuelven amables. Por una parte ya conocemos la ruta, por otra hace muy buen clima y llegando a la capital del Baltistán, el sol del ocaso se cuela bajo las nubes para brindarnos el espectáculo de cielos y aguas dorados. ¿Son por estas cosas por lo que viajamos?
El pequeño Tibet
Saliendo directamente desde el centro de Skardu, la carretera se empina. Primero se bordea un embalse de donde se toman las aguas para la capital de Baltistán. Las montañas que lo rodean, presentan fuerte desnivel. Las avalanchas son frecuentes y tenemos suerte de que la vía esta abierta. Unos días más tarde, con las lluvias monzónicas, una gran avalancha cerraría el paso durante días por aquí, y también por el cañón del Indo, dejando incomunicada toda la región por tierra. Tuvimos suerte de poder salir el día previsto y cumplir el recorrido planificado.
La subida hacia la planicie de Deosai es espectacular. Pendiente continua con tramos rotos y un zig-zag de alta montaña que en principio es semejante a cualquier otra ruta de montaña de los Alpes por ejemplo, pero aquí se sigue subiendo, más y más. El mal asfalto se acaba definitivamente con la presencia de los primeros hielos perpetuos que flaquean un río recién nacido pero ya bravo en caudal y potencia. Se sube más y más, y aún más, hasta alcanzar una llanura en la que se plantan los carteles de Parque Nacional de Deosai. Arriba el puro paisaje del Tibet se abre ante tu vista. Ausencia total de arboleda, incapaz de desarrollarse a estas alturas y con suelo permanentemente helado a pocos centímetros de la superficie. Lagos, ríos que divagan en sinuosos meandros buscando bajar de las alturas. Hay que hacer casi 100 kilómetros por esta planicie tibetana. Es un tamo completo de tierra, con múltiples vadeos e infinidad de mosquitos. A más de 4.000 metros de altitud la potencia de nuestras fieles monturas, ya de por sí escasa, es aún menor por la falta de presión atmosférica y la disminución de la proporción de oxigeno. Nuestro organismo también lo acusa, aunque estamos acostumbrados, aclimatados, se dice técnicamente, tras la ascensión al Campo Base del Charakusa.
El piso de roca suelta en tramos, barro y arena vuelve a machacar las suspensiones. La pequeñas Suzuki absorben todo lo que pueden, sufren pero aguantan. El paisaje plano acaba con el Shausar, un típico lago de alta montaña y que aquí es un gran atractivo al que empiezan a llegar los pakistaníes más aventureros.
El largo desdenso del valle de Astore
El descenso resulta impactantemente bello, y muy, muy largo con más de 120 km de valle hasta su encuentro con el río Indo. Praderas verde esmeralda y bosques de abetos tapizan paisajes dulces de evocador estilo alpino. Los caseríos se aprietan en las laderas sin que vías asfaltadas, carteles ni postes de ningún tipo contaminen esta idílica visión con modernismos o construcciones humanas más allá de las sencillas casas de madera y adobe.
Poco a poco el valle se encaja de nuevo en un profundo desfiladero. Volvemos al Pakistán más salvaje, el de la cordillera del Karakorum con sus cañones de verticales paredes. En Gorikot nos encontramos un partido de polo, deporte muy popular en la región. Todo el pueblo esta mirando las evoluciones de los jinetes en la explanada central. Centenares de miradas se concentran en el juego, pero también en nosotros, los extranjeros, que no son nada frecuentes en esta tierras. Miradas suspicaces y la sensación de “bichos raros” no demasiado bien recibidos nos hacen partir pronto del lugar. Un pequeño grupo de mujeres situadas muy arriba, en las últimas casas, también miran el partido, tapadas con sus velos y alejadas del contacto con los hombres. Estamos de nuevo en el Pakistán más radical, y esta vez no tenemos escolta policial.
Cuando atravesamos Astore no podemos evitar tener esa sensación de temor que a veces te avisa de que no estás en el lugar adecuado. Esa alarma innata que todos llevamos dentro, está encendida. Las miradas de los nativos nos escrutan. Entre sucias, muy sucias, caóticas y empinadas callejuelas, de tráfico anárquico y piso ultra peligroso, nos apretamos para pasar cuanto antes. Queremos alejarnos del pueblo y alcanzar el hotel en la cumbre, a la vista del Nanga Parbat. No nos moveremos de allí hasta muy temprano. Con las primeras luces estamos sobre las motos. Atravesamos de nuevo el pueblo con esa sensación de ojos pegados en el cogote, imaginando que más de una de aquellas miradas perdonan, por esta vez, a aquellos extraños que se atrevieron a pasar por allí en moto.
El final del cañón del río Astore, profundo y encajado apenas deja entra el sol en muchos tramos más de un par de horas al día. Avanzamos de nuevo por una carretera rota, con muchos tramos de tierra y frecuentes derrumbes. Rogamos que aquellos desaguaderos en los que se agolpan las rocas mantengan su inestable equilibrio sin desmoronarse sobre la ruta. Suplicamos que ninguno de los camiones con los que nos cruzamos decida invadir completamente nuestro espacio sin dejarnos tan siquiera un resquicio donde ocultarnos.
Aún es temprano en la mañana cuando llegamos a la unión del río Astore con el grandioso Indo. Volvemos a la Karakorum Highway a la vista del Nanga Parbat. La KKH resulta, ya para nosotros, ancha y menos peligrosa de lo que nos pareció a la ida. Vamos a buscar un nuevo paso entre las montañas el singular Barbusar Pass.
Curvas y más curvas
Sorprendentemente esta carretera (N-15) de menor tránsito que la KKH, es ancha y perfectamente asfaltada. Una larga, larguísima subida de 43 kilómetros con fuerte inclinación y continuos tramos de pendiente superior al 25%. En sus últimos 13 kilómetros se suceden 43 curvas de herradura hasta alcanzar los 4.173 metros de altitud. Para poder compararlo, los europeos tenemos el afamado Passo de Stelvio en los Alpes que tiene 2.758 metros de altitud y 48 curvas en 24 kilómetros.
En la cima de Babusar Pass, pasamos un buen rato. Centenares de paquistaníes, ciudadanos de clase media, fijan este punto como un paso importante en sus rutas turísticas sobre pequeños coches japoneses y coreanos montados en el país. Y como en todo lugar turístico se suceden las fotografías o mejor dicho los “selfies”. Cada uno de nosotros es requerido de continuo por los locales para tomarse una foto. Decenas o centenares de imágenes nuestras deben circular por los teléfonos y computadoras de Pakistán que suponemos le pondrán de texto de foto. “Aquí en Babusar Pass, con unos raros especímenes españoles que venían en moto” o algo similar.
El descenso no es tan pronunciado, siguiendo un valle de perfecto aspecto glaciar en su inicio y que se estrecha y encaja a continuación. Tenemos más de 300 km hasta Islamabad. La ruta desciende con suave pendiente pero durante más de 150 km es un continuo zig-zag de curvas enlazas. Seguimos el valle del río y en los enlaces con sus afluentes principales el agua del deshielo de los glaciares de las cumbres atraviesa la carretera en torrentes a veces con bastante fuerza. No hay tiempo para el aburrimiento, el trafico empieza a convertirse en una locura in crescendo.
En un par de ocasiones el hielo de los neveros llega hasta el mismo borde de la ruta y aquí se han instalado singulares negocios. Avispados locales han labrado en el hielo huecos donde poner a enfriar bebidas, así que el bar esta montado. Pasamos por Narán población convertida en destino turístico local. Rafting, canoas, pesca y actividades de lo más variado y lúdico para una ciudad en la que ya encontramos hoteles al estilo occidental. Solo nos queda la ultima parte, llegar a Islamabad.
Tráfico caótico
¿El peor trafico del mundo? La entrada en Islamabad volvió a ser entrar en un mundo donde posiblemente más peligrosa sea la conducción de una motocicleta de todo el planeta. Todo un maremágnum de vehículos y personas que es capaz de ocupar el mínimo espacio vital para moverse se aglutina en una pasta grumosa. Todo fluye entre permanentes nubes de polvo, baches y peligros de todo tipo que surgen en cualquier lugar. No puedes perder de vista el suelo; en cualquier momento se abre un agujero en el que cabe la moto entera, producto de una tubería rota. No puedes perder de vista lo que sucede delante de ti, a muy pocos metros, donde camiones y autos se pelean por ganar un hueco. No sabes si es mejor que el trafico sea menos colapsado pues entonces todos aprovechan para correr al máximo y lanzarse al temerario juego de ser el ultimo en retirarse del carril de los que vienen de frente.
No puedes dejar de estar pendiente de lo que sucede detrás de ti, donde te aprietan con todo tipo de vehículos para que avances esos pocos centímetros que te das de margen con el de delante. No puedes dejar de mirar a derecha e izquierda y hasta incluso por arriba, de donde te puede caer cualquier objeto de los camiones que superas. Adrenalina pura en las últimas decenas de kilómetros hasta llegar al lugar de donde partimos 20 días atrás. Todos íntegros, en verdad, es para felicitarse. Con un buen grupo de amigos puedes ir al fin del mundo y aún más allá.
Para Motoviajeros: Gustavo Cuervo
www.gustavocuervo.es
Fotos: Sebastián Álvaro, Darío Rodríguez, Luis Heras.
EL PROYECTO SARABASTALLEn una remota aldea de Baltistán. Más allá incluso de las zonas de islamismo musulmán radical, entre las montañas más elevadas del planeta, donde se reúnen las cimas y picos más difíciles y peligrosos de escalar del mundo, un grupo de españoles tiene un proyecto humanitario muy especial. Es el centro de operaciones de la ONG Española SARABASTALL. “Hushé se presenta como un paraíso en lo natural, pero miserable en lo humano, es decir que es un lugar en el que la belleza y la dureza van de la mano. La pobreza es tan evidente que basta un simple paseo por sus calles para darse cuenta del grado de necesidad en las que sobreviven hacinadas las familias”. (cita de la web Sarabastall) El objetivo fundamental de este grupo de médicos y profesores es mejorar las condiciones de vida de los habitantes de Hushé y su región: Educación, Sanidad, Agricultura, Selvicultura y Construcción de un Refugio-Hotel. Esta ONG, que trabaja en la región desde el año 2001, esta desarrollando un proyecto realmente importante de salud en todo el valle. No solo atienden las necesidades de los habitantes de Hushé (única asistencia médica), también enseñan técnicas de salud e higiene a sus habitantes y becan a chicos y chicas para que estudien en Skardu. Las gentes de Hushé ya confían en estos médicos y en Sebastián Álvaro, que desde el principio promovió estas actuaciones. En conjunto levantaron el mejor edificio de todo el pueblo. Un edificio que sirve de hostal, comedor y base para todos los aventureros que se quieran introducir entre las montañas más salvajes del planeta. Una gran idea que ya trae recursos a este perdido rincón del mundo. |
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